En esta entrevista, el historiador John Barzman conversa con Warren Montag, profesor de literatura inglesa y literatura comparada en el Occidental College de Los Ángeles –California–, autor de Althusser and his contemporaries, entre otros libros, y activo participante en el movimiento de solidaridad con Palestina en EE. UU. La entrevista abarca diversas cuestiones: la historia de la constitución movimientos judíos antisionistas tanto en Israel como en EE. UU., las relaciones entre el movimiento negro y la causa palestina, la actual situación del movimiento en apoyo al pueblo palestino en EE. UU. y el rol de la izquierda. Agradecemos la autorización para publicar esta entrevista en castellano, originalmente realizada para su publicación en francés en la revista Contretemps.
Una parte de la opinión pública francesa, por ignorancia o por ideas antisemitas extendidas, cree que el apoyo de Estados Unidos a Israel se debe al enorme peso de lo que ellos llaman el lobby judío en Estados Unidos. Ahora bien, todos se han dado cuenta de que existe un cambio en el estado de ánimo con respecto a Israel en la población judía de Estados Unidos en la actualidad. ¿Hasta cuándo se remonta esto?
Es una historia complicada. Pero permítanme abordar primero la cuestión del “lobby judío” y del control judío de la política exterior estadounidense. La explicación de la política exterior estadounidense como instrumento del poder judío es errónea en todos los sentidos posibles. La idea de que las naciones imperialistas están dirigidas por entidades pequeñas y esencialmente extranjeras que actúan en secreto no solo es absurda a nivel empírico, sino que también es un enfoque burdamente reduccionista de la política que, la mayoría de las veces, está relacionado con alguna de las muchas teorías conspirativas disponibles que dotan a los judíos de poderes sobrenaturales de engaño y manipulación. Cuando, como es demasiado previsible, la “entidad extranjera” o el “enemigo interno” es la comunidad judía o simplemente “los judíos”, el error teórico se convierte, para gratificación de fuerzas muy diferentes y a menudo opuestas, en antisemitismo. Para que los judíos desempeñen el papel que les asignan tales teorías, deben ser capaces de pensar (elaborar estrategias, conspirar y tramar complots) y actuar como tales. Desde esta perspectiva, las aparentes diferencias políticas y culturales internas de la comunidad judía deben explicarse como epifenómenos de una comunidad unida por la sangre y moldeada por dos milenios de odio implacable del mundo pagano.
El sionismo fue una fuerza homogeneizadora, que insistía en que había que abandonar las lenguas y culturas del “gueto” en favor de la lengua hebrea, al igual que había que abandonar las diversas culturas de los judíos iraníes, marroquíes, centroasiáticos y, sobre todo, de los que hablaban yiddish, que eran la mayoría (antes de la Segunda Guerra Mundial), en favor de una nueva cultura israelí que se presentaba como un retorno a un pasado mítico. Y estos esfuerzos tropezaron con una importante resistencia; incluso las cuestiones de qué hace que un judío sea judío y qué costumbres o pautas de conducta deben trasladarse al derecho civil siguen sin resolverse.
Pero, así como la fantasía de un partido secreto homogéneo, unido y disciplinado de los judíos no solo es falsa y se invoca al servicio del odio, igual de importante es que esta fantasía absuelve al imperialismo estadounidense (y a cualquier otro imperialismo) de cualquier responsabilidad por sus guerras, su saqueo de los recursos del mundo y la riqueza que ha acumulado a costa de la miseria de la clase obrera internacional, todo lo cual se atribuye ahora a los judíos. Las consecuencias de esta posición son bastante claras: la última década ha visto un rápido y generalizado resurgimiento de las declaraciones favorables al exterminio, como las estampas en las camisetas que llevaban varios partidarios de Trump durante la ocupación del edificio del Capitolio en Washington DC el 6 de enero de 2021: “6MWE”, acrónimo de “seis millones no fueron suficientes” [6 Million Wasn’t Enough].
En Estados Unidos, la población judía nunca ha estado tan dividida políticamente como ahora y en el centro de la división no solo está la conducta de Israel en la actual guerra contra Gaza, sino más fundamentalmente la cuestión del sionismo. Una minoría significativa de judíos (principalmente los menores de cuarenta años) ven una notable discrepancia entre el sionismo que se les enseñó y el sionismo realmente existente del Estado israelí. Ya no se trata (y de hecho, nunca lo fue) de un sionismo basado en el Éxodo y la liberación de la Casa de la Servidumbre, sino de uno, como nos ha recordado recientemente Netanyahu, cuya inspiración se extrae de la historia de los Amalequitas de I Samuel 15: 3: “Ahora ve y hiere a Amalec, y destruye por completo todo lo que tienen, y no les perdones la vida; sino mata tanto a hombres como a mujeres, niños y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y asnos”. Esto ha llevado a una nueva generación de judíos a declarar su apoyo a la causa palestina, no a pesar de su judaísmo, sino a causa de él.
Como muchos izquierdistas de mi edad, tanto judíos como no judíos, mi primera experiencia en la construcción de un movimiento de apoyo al pueblo palestino se remonta a 1982, en respuesta a la invasión israelí del Líbano. En Los Ángeles, una ciudad con una gran población judía, mis compañeros y yo, junto con una serie de activistas de distintas partes de la izquierda, así como miembros de varias organizaciones palestinas, formamos una especie de coalición contra la guerra, de carácter laxo. Nuestro trabajo se vio facilitado, dadas las críticas a la guerra dentro del propio Israel. Pudimos traer a ex soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) que acababan de terminar su servicio en Líbano y que hablaron abiertamente de la guerra y de las razones de su oposición a ella. Organizamos visitas a sinagogas y centros comunitarios judíos de Los Ángeles que tuvieron mucho éxito. La aparición de Paz Ahora en Israel legitimó la oposición a la guerra y llevó a un sector de la población judía de Estados Unidos a cuestionar el apoyo incondicional a Israel que había sido más o menos la norma. Aunque constituían una minoría y estaban formados principalmente por judíos "laicos" o pertenecientes al movimiento reformista, representaron un avance importante entre los judíos de Estados Unidos. Antes de eso, las principales organizaciones judías apoyaban firmemente a Israel y sostenían que las críticas a Israel o al sionismo eran simplemente expresiones de antisemitismo encubierto; la presencia de soldados antibelicistas y la existencia de un gran movimiento pacifista en Israel les resultó chocante. Durante un tiempo ya no fue posible tachar de antisemitismo las críticas a la conducta cada vez más belicosa de Israel. Esta fue, que yo sepa, la primera división real dentro de la comunidad judía en relación con Israel. 1982 marcó el inicio de una auténtica reconsideración del sionismo y de la propagación del racismo y la islamofobia en la sociedad civil israelí. El trabajo de los Nuevos Historiadores en Israel echó por tierra una serie de mitos sionistas, sobre todo el mito de la fundación del Estado-nación de Israel, que ahora se conoce generalmente como la Nakba. Estos jóvenes eruditos examinaron los archivos de las FDI y encontraron descripciones detalladas del violento desplazamiento de la población local. Pronto se tradujeron al inglés y contribuyeron a impulsar una crítica más general del proyecto sionista entre los judíos de Estados Unidos e Israel. La izquierda estadounidense empezó a ser más consciente de la rica tradición revolucionaria del antisionismo en el propio Israel, la mayoría de cuyas tendencias se originaron en Matzpen [1]. El consenso que había existido hasta entonces, al menos en el mundo académico, estaba roto.
No puedo examinar cada momento de la historia que siguió, pero con cada revuelta lanzada por los palestinos en los territorios ocupados y cada guerra iniciada por Israel, especialmente las guerras contra Gaza (2007, 2014, 2023), y la violenta respuesta de Israel a la Gran Marcha del Retorno 2018-19, hubo una protesta significativa dentro de la comunidad judía estadounidense. Y esto, a su vez, provocó la ira de las principales organizaciones, como AIPAC (American Israeli Political Action Committee), que es una organización de cabildeo, o las Federaciones Judías, la organización paraguas de las instituciones comunitarias judías. Además, el propio Estado israelí estaba cada vez más preocupado por la erosión del apoyo entre los judíos de Estados Unidos. Esto condujo a una campaña de relaciones públicas y contrainteligencia en constante expansión conocida como el programa Hasbara, con la plena cooperación y apoyo financiero de las organizaciones mencionadas.
Pero el punto de inflexión crucial para la comunidad judía en Estados Unidos llegó con la guerra de Gaza de 2014. La cuestión de Israel (y, en menor medida, el sionismo) se convirtió en la principal línea divisoria, desplazando las divisiones entre los tres principales movimientos religiosos entre los judíos, ortodoxos, conservadores y, en menor medida, reformistas que tienden todos a apoyar la actual guerra de Israel. Lo mismo puede decirse incluso de las sectas jasídicas [2] que han abandonado gradualmente su oposición histórica al sionismo, con la excepción de unos pocos grupos que siguen rechazando el sionismo (por motivos religiosos), y que se hacen oír ahora tanto o más que antes. Algunos han denunciado la islamofobia y participan en manifestaciones contra la guerra. Sean cuales sean las declaraciones públicas de las principales organizaciones judías, incluso las más comprometidas con la preservación de la imagen pública de Israel quedaron conmocionadas por la descarada matanza de civiles, incluidos niños, y el ataque deliberado contra bloques enteros de apartamentos, escuelas y hospitales. El clamor internacional que siguió persuadió al Estado israelí de montar una agresiva campaña diseñada no tanto para justificar las atrocidades como para tachar las críticas de antisemitas. Así comenzó el esfuerzo, aún en curso, por desplazar los límites de lo que puede considerarse antisemitismo hasta el punto en que cualquier crítica a Israel se define como incitación al odio antisemita y, por tanto, punible por ley.
La guerra de 2014 abrió al escrutinio toda la historia de Israel, empezando por la Nakba de 1948. Toda la mitología del sionismo había sido cuestionada, sobre todo, por académicos israelíes como Benny Morris, Ilan Pappé y Avi Shlaim. Como para confirmar la imagen de la Nakba que ofrecían, la guerra de Gaza de 2014 mostró un desprecio por la vida de los palestinos, agravado por la aseveración de Israel de que las FDI mataron a 2.300 civiles por derecho, y la afirmación abierta de funcionarios del gobierno como Ayelet Shaked, de que todos los palestinos, incluidos los niños, debían ser tratados como combatientes enemigos. Las escenas de muerte y destrucción, primero negadas y después justificadas por el personal de relaciones públicas de las FDI, un patrón ya familiar, pusieron de manifiesto la realidad de las "guerras justas" de Israel. Lamentablemente, los resultados del experimento de Israel para determinar los límites de la impunidad, prepararon el camino para la actual guerra de Gaza en relación con la cual 2014 aparece como poco más que una escaramuza.
Fue en ese momento cuando quizá la mitad de los judíos menores de 30 años empezaron a ver a Israel no como la patria judía, una luz entre las naciones, sino como el lugar de una violenta expropiación pasada por alto en silencio en los relatos históricos sionistas. La reciente película, Israelism, habla de la experiencia de muchos jóvenes judíos, cuando ven la realidad del sionismo realmente existente, la conmoción y rabia que a menudo les impulsa al activismo en solidaridad con Palestina. Por supuesto, esto no significa que otros no se aferren al relato mitológico de la historia israelí. La realidad de cómo surgió Israel como Estado-nación sigue envuelta en la oscuridad; no saben lo que ocurrió en 1948 y no quieren saberlo.
En cualquier caso, los acontecimientos de 2014 transformaron algunas de las organizaciones judías existentes que podrían caracterizarse como de izquierda o liberales de izquierda. Mientras que anteriormente habían funcionado principalmente como grupos informativos y educativos, la afluencia de judíos más jóvenes con una orientación más activista ayudó a transformarlas en organizaciones de masas cuyo objetivo era construir un gran movimiento nacional. Los que inicialmente no eran activistas, se han convertido en activistas y han desarrollado estrechos vínculos con grupos palestinos, planificando y organizando marchas, ocupaciones y otras formas de acción de masas.
El mayor de ellos, Jewish Voice for Peace (JVP) se declaró antisionista en 2018. Trabajan en estrecha colaboración con los Estudiantes por la Justicia en Palestina (SJP), también una gran organización nacional con secciones en campus universitarios de todo el país.
Otra importante organización de jóvenes judíos opuestos a las guerras de Israel es Si no es ahora, ¿cuándo? [If Not Now, When?] (cuyo nombre proviene de un dicho atribuido a Hillel el Viejo, siglo I a. C.: “Si no soy para mí, ¿quién será para mí? Y si solo soy para mí, ¿qué soy? Y si no es ahora, ¿cuándo?”). Su lema central es “No en mi nombre”, un desafío directo a la pretensión de Netanyahu de hablar en nombre de todos los judíos. Desempeñaron un papel central en la ocupación del edificio del Capitolio en Washington DC y han organizado varias ocupaciones y bloqueos de calles.
¿Dónde encaja el BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones) en todo esto?
El BDS sigue estando en el centro del trabajo de Solidaridad con Palestina, pero en estos momentos está en un impasse, ya que todo el mundo está trabajando para lograr un alto al fuego. No cabe duda de que pronto volverá al centro de la escena, cuando el desfinanciamiento y la imposición de sanciones a Israel se conviertan en la prioridad. Aunque el BDS cuenta ahora con una amplia aceptación por parte del movimiento en su conjunto, incluidos el JVP y el If Not Now, costó algunos años convencer a los activistas judíos e incluso a algunos destacados izquierdistas, como Norman Finkelstein y Noam Chomsky, de que el BDS podía ser eficaz, especialmente antes de 2014. Pero con el tiempo, y dada la conducta del Estado de Israel, se convencieron de que era una forma viable y no violenta de obligar a Israel a dejar que los palestinos tuvieran su propio Estado, o a retirarse de Cisjordania y poner fin al asedio de Gaza. Y así se convirtió, digamos, entre la población en edad estudiantil, y en la izquierda se acepta generalmente como la única alternativa no violenta posible.
¿Confluyó esto con otros movimientos como Black Lives Matter, un poco más tarde?
Black Lives Matter (BLM) fue muy inspirador para los simpatizantes judíos de la lucha palestina, y los palestinos lo vieron como una especie de movimiento afín: Palestinian Lives Matter es una de las afirmaciones subyacentes del movimiento. BLM ayudó a conectar el problema del racismo en Israel con el problema en Estados Unidos y reafirmó el compromiso antisionista de luchar contra los asesinatos policiales y el encarcelamiento masivo en casa. El JVP participó plenamente en las manifestaciones de BLM y declaró que la solidaridad con BLM era una de sus principales prioridades.
Y era importante que lo hicieran. Debido a la conexión palestina y al hecho de que muchos de los líderes de Black Lives apoyaban muy explícita y abiertamente a Palestina, hubo una reacción por parte de las organizaciones judías más conservadoras y la Liga Antidiscriminación (ADL) se obsesionó con el supuesto antisemitismo de BLM, es decir, su visión de Israel como una sociedad colonial de colonos.
Fue el período en que Trump llegó por primera vez al poder, un período muy polarizado, en el que hubo movilizaciones en ambos lados, y se produjo un aumento significativo de la actividad de extrema derecha. Y esto llevó al crecimiento del movimiento judío antisionista. En los primeros años de la presidencia de Trump, el gobierno estadounidense sugirió que el antisemitismo ahora se expresaba principalmente como una crítica a Israel. Pero esta noción resultó ser claramente falsa en 2017, cuando se produjo una gran marcha y concentración de miles de supremacistas blancos, nazis y todas las especies de fascistas y neofascistas en Charlottesville (Virginia). El cántico captado por los equipos de noticias de las cadenas de televisión nacionales y que inmediatamente se hizo viral fue “Los judíos no nos reemplazarán”, repetido por un grupo de cientos de hombres blancos que portaban antorchas, como homenaje al Ku Klux Klan. Todo el mundo lo vio y entendió el mensaje. Causó conmoción incluso en las organizaciones judías oficiales, porque se habían convencido a sí mismas de que el único antisemitismo significativo que seguía existiendo se expresaba en declaraciones contra Israel. De repente había salido a la luz, y estaba claramente extendido.
Las organizaciones judías hicieron un descubrimiento quizá aún más inquietante: una serie de supremacistas blancos y nacionalistas cristianos que expresaban habitualmente sentimientos antisemitas figuraban entre los mayores partidarios de Israel. Algunos de ellos son ahora miembros del Congreso y no ven contradicción alguna en amar a Israel y odiar a los judíos. Varias personas elegidas recientemente para el Congreso han hecho ahora declaraciones antijudías, siendo al mismo tiempo fanáticos partidarios de Israel. La mayoría de los principales grupos judíos han demostrado que pueden coexistir con quienes odian a los judíos, pero aman a Israel, pero no pueden soportar a los judíos que se oponen al sionismo.
En el siglo XX ha habido muchos momentos en los que ha existido una importante alianza en apoyo de causas progresistas entre un gran número de judíos y afroamericanos. Las nuevas organizaciones sionistas dominantes ocultan esto con mucha frecuencia. ¿Existen cosas similares hoy en día?
Durante la época del movimiento por los derechos civiles era ciertamente posible hablar de un liderazgo judío comprometido con el movimiento. El ejemplo del rabino Abraham Heschel, que permaneció muy cerca de Martin Luther King, es un buen ejemplo. Esto ya no es posible, en parte debido a las divisiones entre los judíos, pero también porque las organizaciones mayoritarias ya no sienten ese sentimiento de solidaridad que motivó a los judíos a participar en el Verano de la Libertad (1964) [3], durante el cual dos activistas judíos fueron secuestrados, torturados y asesinados por el Ku Klux Klan. Por el contrario, siguen siendo hostiles a BLM por su apoyo a la lucha palestina, un ejemplo de la forma en que el sionismo ha desplazado a un segmento de la comunidad hacia la derecha. Al mismo tiempo, grupos como el JVP apoyan con entusiasmo a BLM y participan regularmente en el movimiento de masas. Pero igual de importante es que sigue existiendo una tradición de solidaridad con otros grupos oprimidos, no solo los afroamericanos, sino también los refugiados y los inmigrantes no autorizados. El JVP representa una continuación de la tradición radical que la versión sionista de la historia niega rotundamente.
Es algo que intento sacar a colación cuando doy charlas sobre sionismo en mi universidad, y muchos estudiantes judíos han mostrado interés por recuperar la historia del radicalismo judío en Estados Unidos y Europa. Ahora les pregunto cuántos de ellos tienen un abuelo o bisabuelo que fuera socialista o comunista y siempre veo muchas cabezas que asienten. Esta historia fue borrada casi por completo por las versiones sionistas de la historia judía. El argumento del Bund de que la identidad judía es esencialmente diaspórica y no está vinculada al relato de la patria bíblica, ocupada desde hace mucho tiempo por muchos otros pueblos, todos los cuales deben ser expulsados o sometidos, resulta cada vez más atractivo para la actual generación de judíos estadounidenses.
Uno de los temas de los medios de comunicación de derechas en Francia, e incluso del gobierno, es la tiranía, la dictadura de los “wokistas” [4] concentrados en las universidades. Vos tuviste un incidente personal que muestra una realidad muy diferente, a saber, que la más mínima disidencia de la postura de apoyo total a la actual guerra de Israel en Gaza puede acarrear graves consecuencias. ¿Podrías describirnos tu situación en el Occidental College?
Curiosamente, los escasísimos partidarios de la postura contraria a quienes cuestionamos la guerra en la facultad declararon inmediatamente su apoyo total a la misma y, lo que es más importante, tacharon a quienes nos oponíamos a ella de partidarios de Hamás y se comprometieron a investigar la naturaleza de nuestros supuestos vínculos con ella. Un grupo de profesores, del que yo formaba parte, había escrito una carta dirigida a todo el campus manifestando nuestra oposición a la guerra en la que caracterizábamos correctamente a Israel como una sociedad colonial de colonos que ha impuesto un sistema de apartheid a los cinco millones de palestinos que viven en Cisjordania y Gaza. Aunque la carta molestó a un grupo relativamente pequeño de estudiantes, galvanizó a un grupo muy ruidoso de padres (algo que nunca había visto antes) que formaron una alianza con algunos administradores.
Luego de tres semanas y diez mil palestinos muertos en la guerra, me pidieron que diera una charla pública sobre el conflicto. Me decidí por el título "El antisionismo no es antisemitismo". El acto contó con una nutrida asistencia y el debate posterior fue perfectamente civilizado. Traté tres temas: 1) la historia reciente de la utilización de la acusación de antisemitismo para desacreditar a los críticos de Israel y aún más a los críticos de la empresa sionista en su conjunto; 2) la historia de la oposición judía al sionismo, incluidos el Bund y el movimiento comunista, la oposición basada en la doctrina judía y el argumento a favor de la asimilación; 3) abordé los debates actuales sobre las acusaciones de que Israel estaba implicado en una limpieza étnica y un genocidio y leí pasajes relevantes de diferentes fuentes (Las Leyes de la Guerra, la Convención de Ginebra, entre otras). También leí las declaraciones públicas de Herzog, Netanyahu y Gallant (el presidente, el primer ministro y el ministro de Defensa) justificando la matanza indiscriminada de todos los palestinos.
Al final del acto, me sentí bastante bien, pero mientras me dirigía a mi coche empecé a recibir un aluvión de correos electrónicos. Un administrador advirtió a los estudiantes (y por tanto a sus padres) que yo era el único responsable del contenido de mi charla, identificándome por mi nombre e invitando esencialmente a los padres a ponerse en contacto conmigo para transmitirme sus quejas. Y así lo hicieron. Más tarde, me enteré por la administración de que la ADL me estaba investigando por las declaraciones antisemitas que había hecho durante mi conferencia. Me pidieron que me reuniera con un alto cargo de la administración y con un representante de Recursos Humanos que se ocupa de los casos de discriminación. A este último se le asignó la tarea de informarme de la angustia que había causado a algunos de los estudiantes que habían asistido a mi conferencia. Dijeron sentirse "amenazados" e "inseguros" cuando describí la Nakba como una limpieza étnica. Un compañero se quejó de que el título de mi conferencia constituía "incitación al odio" (cuyo blanco era el sionismo). El hecho de que todos los asistentes a la conferencia supieran que soy judío (por mi respuesta a una pregunta de un alumno) y que he impartido tutorías sobre la lengua yiddish muchas veces a lo largo de los años, era irrelevante. Quedó claro que la posición de cada uno respecto a Israel prevalece sobre cualquier otra consideración a la hora de definir quién puede hablar como judío. Como profesor titular, estoy relativamente protegido contra las medidas disciplinarias de la escuela y, como alguien que se ha enfrentado a amenazas e intentos de intimidación en varios momentos de mi vida como activista, estoy razonablemente preparado para hacerles frente. Para mis colegas más jóvenes ha sido una experiencia desalentadora. Sus puestos de trabajo pueden verse amenazados, los estudiantes pueden tomar represalias contra ellos y se encuentran ante circunstancias que nunca imaginaron. Así es como se ve la guerra contra el “wokismo”.
¿Puede decirnos unas palabras sobre las diferentes organizaciones de izquierda, tanto las moderadas como las más radicales, como DSA, los seguidores de Bernie Sanders, así como quizás los pocos sindicatos que han empezado a pronunciarse a favor de un alto el fuego?
Antes de hablar de las organizaciones de izquierda en el sentido más tradicional, gran parte de la organización y elaboración de estrategias para el movimiento de solidaridad con Palestina corre a cargo del Movimiento Juvenil Palestino (PYM, por sus siglas en inglés), a menudo junto con la Voz Judía por la Paz. El PYM trabaja activamente en la solidaridad con los movimientos de liberación de todo el mundo, se opone a las intervenciones militares estadounidenses y defiende a los refugiados e inmigrantes, incluidos los que esperan en la frontera estadounidense. Han desempeñado un papel clave en la politización de una nueva generación en comunidades y universidades, e incluso en institutos secundarios.
La DSA, la mayor organización de izquierdas de Estados Unidos (incluso si excluimos a sus miembros "de papel"), ha tenido continuos problemas en torno a Palestina. Las resoluciones adoptadas en sus convenciones nacionales, que incluían el apoyo al BDS y la oposición al sionismo, eran compatibles con el movimiento de solidaridad con Palestina en general. Sin embargo, su compromiso con el Partido Demócrata, junto con la libertad de los miembros elegidos para ocupar cargos de votar y realizar su trabajo político como les plazca (o como exija la dirección del Partido Demócrata), ha impedido que la organización intervenga eficazmente en el movimiento y más ampliamente. Los miembros con cargos se han comprometido especialmente en la cuestión de la ayuda militar a Israel. A pesar de su número de afiliados, no desempeñan un papel destacado en el movimiento de solidaridad con Palestina. Del mismo modo, la negativa de Bernie Sanders a pedir un alto el fuego alegando que hay que permitir que Israel destruya a Hamás antes de poder detener la guerra, se consideró una traición a sus propios principios. Su postura ha dañado su credibilidad entre sus bases.
Los sindicatos, por el contrario, han respaldado el llamamiento al alto el fuego en Gaza en un número sin precedentes, tanto a nivel local como nacional. Dos de los mayores sindicatos del país, United Auto Workers (UAW) y Service Employees International Union (SEIU), se han adherido al llamamiento, al igual que casi cuarenta sindicatos locales que representan a profesores, personal sanitario, trabajadores de hoteles y restaurantes, y muchos otros. Y el movimiento de solidaridad está ganando impulso en los sindicatos, a medida que los trabajadores son testigos de la continua destrucción de Gaza y de su pueblo.
El Consorcio Counting Crowds [5] registró 3.300 acciones pro Palestina entre el 7 de octubre y el 31 de diciembre de 2023 en 622 ciudades y pueblos diferentes de los 50 estados de Estados Unidos, DC, Puerto Rico y Guam. Se calcula que el número total de participantes será de al menos 767.000 personas. El movimiento sigue creciendo gracias en parte a la unidad de judíos y palestinos, una unidad forjada en la lucha contra el colonialismo sionista, la islamofobia y el antisemitismo.
Traducción: Federico Roth
COMENTARIOS