Publicado originalmente en francés el 05/12/2024 en Révolution Permanente, parte de la red internacional La Izquierda Diario. Publicamos el documento sobre la situación internacional, adoptado por el Comité Central de Révolution Permanente, que será discutido, debatido y enmendado por los militantes, y luego sometido a votación en el primer Congreso de la organización los días 30 de enero, 1° y 2 de febrero de 2025.
Introducción
Como hemos venido diciendo desde al menos 2022, la situación internacional se ha acelerado. Sus puntos álgidos lo muestran: la continua invasión de Ucrania por Rusia, con vientos de guerra entre Moscú y la OTAN en el Báltico, el Mar Negro y el Mediterráneo; la agitación en Medio Oriente, con la carnicería humana de Israel en Gaza, el salto de las incursiones violentas de los colonos en Cisjordania y los ataques de Jerusalén contra Hezbolá en el Líbano, los ataques de los hutíes en el Mar Rojo y las respuestas de los imperialismos occidentales , todo esto en el marco del enfrentamiento entre el Estado sionista e Irán; el duelo entre Estados Unidos y China en el Indo-Pacífico, con Taiwán como posible escenario de una guerra que implicaría también a Japón y las Coreas. Es necesario tener en cuenta las influencias mutuas entre los diversos teatros geopolíticos candentes y de conflictos bélicos. En especial, la guerra de Ucrania y Medio Oriente desestabiliza toda Eurasia occidental, con reverberaciones mundiales.
El declive de la hegemonía norteamericana
La proliferación de estos focos y sus dificultades a contenerlos, más aún clausurarlos, da cuenta del acusado declive de la hegemonía económica, financiera y política de Estados Unidos. La victoria de Trump es expresión de esto.
El peso económico de Estados Unidos en la economía mundial viene disminuyendo desde hace décadas, últimamente debido a la emergencia de otras economías, en especial de China, por lo que la participación de Estados Unidos en el PBI mundial ha caído fuertemente. La deslocalización, a su vez, ha reducido el peso de la producción manufacturera de Estados Unidos en el mundo. La amenaza de un recurso masivo a los aranceles, a la vez que la continuidad y profundización de las medidas de restricción tecnológica a China de la administración Biden, muestran a un EEUU asediado, como a la defensiva lejos de la política de “puertas abiertas” o apertura de mercados de su asenso hegemónico a comienzos del siglo XX o del salto de la globalización en las últimas décadas del mismo siglo. Con respecto a China, el objetivo de Estados Unidos no es crear unas condiciones equitativas, sino garantizar por todos los medios, incluidas las intervenciones enérgicas en las decisiones comerciales y de inversión de las empresas privadas, que China se vea frenada y Estados Unidos conserve su ventaja decisiva.
Esta situación viene acompañada de un cambio drástico de gobernanza del sistema internacional. Al cenit de su poderío, EEUU ejerció durante décadas la hegemonía, es decir una política imperial que se percibe como garante de los intereses generales mientras persigue los propios. O, dicho de otra manera, Estados Unidos no perseguía únicamente sus propios intereses a expensas de todos sus rivales, sino que aseguraba las condiciones generales para la expansión del capitalismo como sistema, algo en lo que todos ellos estaban también interesados. Su influencia se había abierto paso en las distintas dimensiones del poder. Desde lo económico, la producción, la distribución y las finanzas, hasta lo militar con su dosis de disuasión y represión. Pero incluía también lo cultural (o el “soft power”): ciencia, tecnología, entretenimiento, artes, deportes, factores que juntos producen el modo de vida. El “american way of life” y su atracción sobre el resto del mundo. Dirección intelectual y moral, diría Gramsci. En otras palabras, un liderazgo económico, social y cultural, basado no sólo en la fuerza militar, sino en la capacidad ideológica de imponer a los aliados e incluso a los adversarios las imágenes e ideas del Estado hegemónico como valores universales.
El giro que estamos presenciando desde hace unos años, al menos desde el fin del momento unipolar, es un creciente dominio sin hegemonía. Desde el creciente abuso del privilegio exorbitante del dólar a la extraterritorialidad de su régimen de sanciones usada de más en más, hasta el retiro o socavamiento de las instituciones multilaterales y creciente unilateralismo del trumpismo testimonian. La cantidad de conflictos económicos, políticos y geopolíticos y de guerras tienen esa fuente primera y última.
Pero donde más se ven los límites del poderío norteamericano es paradójicamente donde abrumadoramente es más fuerte, esto es en su poderío militar. El liderazgo mundial de los EEUU ha sido un pilar de la seguridad desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a pesar de la aparente continuidad, el mundo ha cambiado. Nunca antes Estados Unidos había tenido que cumplir tantos compromisos globales, careciendo de los recursos materiales necesarios para hacer frente a muchas crisis simultáneamente. Los mismos no poseen un ejército lo suficientemente grande o adecuadamente diseñado para luchar en dos grandes guerras, especialmente si estallaran simultáneamente enfrentamientos con China y Rusia. A su vez, las objeciones populares contra las guerras interminables erosionaron la legitimidad del proyecto de supremacía mundial que impulsaron los neoconservadores, poniendo fuertes palos en la rueda al aumento de los recursos económicos para dedicarlos a la política exterior. La sobreextensión y el descontento popular obligan a Estados Unidos a reducir su proyección. Como ha reconocido recientemente incluso el estratega republicano y virulento halcón antichino Elbridge Colby, principal autor de la Estrategia de Defensa Nacional 2018 de la administración Trump, los días de la “primacía” estadounidense como potencia mundial hegemónica han pasado:
El creciente recurso a la guerra
El declive de la hegemonía norteamericana aumenta el caos mundial y el creciente recurso a la guerra. Como venimos definiendo, la guerra de Rusia contra Ucrania/OTAN no es una guerra de la misma naturaleza que las guerras asimétricas de Estados Unidos y otras potencias, como las de Golfo, la guerra contra el terrorismo o las de los Balcanes de fines de la década de 1990 y principios de los 2000. Es la mayor guerra terrestre en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Y marcó el inicio de un cuestionamiento abierto, incluso en el terreno militar, al orden mundial comandado por Estados Unidos.
En su número de noviembre/diciembre de la revista de influencia y referencia internacional Foreign Affairs, publicada por el decano de los think tanks estadounidenses del Council on Foreign Relations, su nota de tapa se titula: “El retorno de la guerra total”. Y ahí se afirma:
Durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX, los planificadores estratégicos norteamericanos se enfrentaron a un reto bastante estático: una Guerra Fría en la que los conflictos entre superpotencias se mantenían congelados gracias a la disuasión nuclear, y sólo se recrudecían en combates por poderes que resultaban costosos pero contenibles. El colapso de la Unión Soviética puso fin a esa era. En Washington, durante la década de 1990, la guerra se convirtió en una cuestión de formar coaliciones para intervenir en conflictos puntuales cuando los malos actores invadían a sus vecinos, avivaban la violencia civil o étnica, o masacraban a civiles. Tras la conmoción provocada por los atentados del 11 de septiembre de 2001, la atención pasó a centrarse en las organizaciones terroristas, los insurgentes y otros grupos no estatales… La guerra fue una característica importante del periodo posterior al 11-S… pero fue un fenómeno muy circunscrito, a menudo de escala limitada y librado en lugares remotos contra adversarios oscuros.
Después de la guerra en Ucrania y la escala en Medio Oriente entramos en otra era:
La era de la guerra limitada ha terminado; ha comenzado la era del conflicto global. De hecho, lo que el mundo está presenciando en la actualidad se asemeja a lo que los teóricos del pasado han denominado “guerra total”, en la que los combatientes utilizan ingentes recursos, movilizan a sus sociedades, dan prioridad a la guerra sobre todas las demás actividades estatales, atacan una amplia variedad de objetivos y remodelan sus economías y las de otros países. Pero debido a las nuevas tecnologías y a los profundos vínculos de la economía globalizada, las guerras de hoy no son una mera repetición de antiguos conflictos.
Desde 2022, todas las grandes potencias han dado señales de estar dispuestas a subir la apuesta militarista. Desde este ángulo, podríamos decir que las consecuencias globales de la guerra de Ucrania son más importantes que la guerra misma. Las barreras políticas a la preparación para la guerra por parte de la clase dominante de las principales potencias y países empiezan a levantarse a pesar de los obstáculos que aun encuentran a nivel del movimiento de masas.
Ucrania: el “Verdún” oriental del siglo XXI
Militarmente, a pesar de todos los avances tecnológicos, la guerra en Ucrania volvió a traer a la realidad las imágenes de Verdún, esa guerra de desgaste con centenares de miles de muertos que asoló la Primera Guerra Mundial.
No sabemos cuántos ucranianos han perdido la vida hasta ahora, ya que es un secreto de Estado. El sitio europeo Le Grand Continent calculaba en septiembre de 2024: “600.000 rusos, 480.000 ucranianos: el balance humano de la guerra en Ucrania supera el millón de muertos y heridos”. La guerra en Ucrania es, con diferencia, la más mortífera para el ejército ruso desde la Segunda Guerra Mundial. De hecho, Rusia ha perdido más combatientes en Ucrania en el primer año de guerra que en todas las guerras que ha librado desde 1945. Aunque numéricamente menores, las pérdidas ucranianas son mayores en proporción a la población. Esto supone un gran reto para el Estado Mayor en Kiev, que se ha enfrentado a una escasez de hombres disponibles desde el comienzo de la guerra. Por su parte, más de 6 millones de ucranianos han huido de su país desde febrero de 2022, más de un tercio de ellos a Rusia y Alemania, según la Agencia de la ONU para los Refugiados.
No sabemos ni cómo ni cuándo terminara la guerra; lo que sí, es seguro que Ucrania terminará territorialmente desmembrada, económicamente destrozada y humanamente agotada. Lo que está claro también es que Ucrania seguirá dependiendo de la ayuda financiera, diplomática y militar de Occidente para su reconstrucción. El riesgo que este enorme país se transforme en un gran estado fallido con el caos penetrando a las puertas de Europa y de la misma Rusia es una perspectiva ominosa de la negra posguerra que se prevé. Las promesas de la UE a Kiev de ser incorporada en la UE es altamente probable que no concreten, ya que los costes de la admisión de Kiev son insostenibles para la UE en la actual configuración geopolítico-financiera.
Es seguro que habrá una próxima negociación sobre Ucrania. Lo que no sabemos, ni el mismo Trump a pesar de sus fanfarronadas, como terminará. Mike Waltz, designado como consejero de Seguridad Nacional y probable encargado del problema ucraniano en la futura administración, ha dicho durante la campaña que era necesario que se tomen medidas diplomáticas para poner fin a la guerra, pero tampoco ha descartado intensificar el apoyo a Ucrania si Putin se muestra poco cooperativo. Del lado ruso, las fuertes bajas en el frente hace difícil que acepten una pseudo victoria que conduciría sólo a un armisticio y no a una solución duradera. Aparte, un simple alto el fuego sirve más a los intereses de Ucrania, dado que militarmente está actualmente en desventaja, preferiría tener tiempo para resolver sus problemas de mano de obra y reponer su arsenal (esto puede cambiar si en dos meses los progresos de Rusia han sido limitados y sus pérdidas diarias siguen siendo elevadas, en ese contexto un alto el fuego podría parecer atractivo a Moscú por iguales motivos). El gran punto de la discordia será el estatus de la Ucrania amputada territorialmente; Kiev exige a Washington y a sus aliados una garantía de seguridad. Como dijo un funcionario ucraniano, citado por el New York Times: “La cuestión territorial es muy importante, pero sigue siendo la segunda cuestión. La primera cuestión son las garantías de seguridad”. Si Trump no ofrece a Putin una victoria clara, es difícil que éste acepte un compromiso. El presidente ruso corre más riesgos poniendo fin a la guerra que continuando con ella: todavía puede esperar que en algún momento Ucrania sucumba a los constantes ataques terrestres y aéreos. Lo que no maneja Putin es la reacción del futuro presidente de EEUU. Ante una negativa, el imprevisible Trump podría relanzar la ayuda militar a Ucrania. Aunque el próximo inquilino de la Casa Blanca tiene la intención de terminar esta guerra, todos los escenarios siguen abiertos.
Desde el punto de vista de Moscú, la victoria podría tener un gusto agridulce. Para el Kremlin, la posesión directa de Ucrania (época zarista y Unión Soviética bajo la burocracia estalinista), o al menos la fuerte influencia en Kiev (dos primeras décadas postsoviéticas) es un certificado de gran potencia. Como afirmaba ofensivamente Brzezisnki en el Gran Tablero: “Sin Ucrania, Rusia dejaría de ser un imperio euroasiático”. Pero la creciente subalternidad y la creciente dependencia de Rusia respecto al “aliado” chino, así como un mayor aprovechamiento de sus recursos por ésta, no es una buena perspectiva para los designios imperiales del Oso ruso. Tampoco la influencia creciente de Pekín en la antigua Asia Central soviética, el Ártico o la competencia creciente en África.
Desde el punto de vista norteamericano, el balance -aun no definitivo- es contrastado. Si bien Kiev no cayó y Rusia sale desgastada, la pérdida de credibilidad de Estados Unidos ante sus aliados, europeos o asiáticos por no ganar la guerra puede ser una secuela dura de tragar, aún más fuerte que el retiro caótico de Afganistán. Más aun, el funcional pero creciente entendimiento Putin-Xi Jinping permite a Rusia contener sus costes de guerra y contar con suministros de posguerra que ahora son esenciales para la economía de guerra. A causa de Ucrania, un subproducto de la imprudencia estratégica y el triunfalismo post guerra fría y la fanfarronería de los neoconservadores contra Rusia, los EEUU deben enfrentarse a la pareja chino-rusa. A su cuenta, y con fuertes implicancias estratégicas, Washington puede presumir la ruptura entre Berlín y Moscú, simbolizada por el sabotaje del gasoducto Nord Stream y el anunciado despliegue de misiles de medio alcance en Alemania. A su vez la ampliación de la OTAN a Suecia y Finlandia transforma el mar que bordea San Petersburgo y Kaliningrado en una especie de “lago Atlántico”, permitiendo a su vez con estas incorporaciones a la OTAN que, desde Escandinavia hasta Rumanía se alce un impresionante conjunto antirruso, cuyos excesos rusófobos Estados Unidos se esfuerza por contener.
La nueva Nakba y la fuga hacia adelante guerrerista del estado de Israel
Lo que estamos presenciando en Gaza no hay ninguna duda que es una carnicería humana infernal. A comienzo de noviembre la cifra oficial de muertos palestinos es de 43.000, pero según distintas fuentes serias esto está lejos de dar cuenta de la catástrofe. Las estimaciones de la misma ONU, hace ya un tiempo en mayo indican que es probable que haya 10.000 personas enterradas bajo los escombros de Gaza que no se pueden contabilizar. Según un artículo aparecido en The Guardian
…muchas personas creen que la cifra real de muertos probablemente se sitúe en los cientos de miles. En julio, la revista médica The Lancet publicó un artículo en el que se estimaba que unas 186.000 muertes en total podrían atribuirse al actual conflicto en Gaza, es decir, aproximadamente el 7,9% de su población. …Devi Sridhar, catedrática de salud pública mundial de la Universidad de Edimburgo, señaló que, si las muertes continúan a este ritmo, las muertes estimadas para finales de año ascenderían a 335.500 en total, es decir, el 15% de la población. Sridhar también ha señalado que The Lancet utilizó una estimación conservadora y que las cifras reales pueden ser mucho más altas.
Son cifras espeluznantes, que inclinan de más en más a estudiosos del Holocausto a hablar de que efectivamente en Gaza está sucediendo un genocidio. Una nueva Nakba (catástrofe en árabe) para los palestinos.
Sin embargo, a pesar de la magnitud de la destrucción humana y material para vaciar esa región de civiles mediante la presión militar y el hambre y la extensión de la guerra al Líbano, con la decapitación de Hezbolá, incluido Hassan Nasrallah, así como a nivel regional, Israel sigue careciendo de estrategia política que pueda convertir los éxitos militares en cambios estratégicos significativos. Por el momento, Israel se rehúsa a tomar la menor medida diplomática encaminada a estabilizar el escenario de Gaza, a la vez que, a nivel regional, comprometerse con la propuesta estadounidense, respaldada por los Estados árabes proccidentales, de formar una coalición regional que reduzca la influencia de Irán. Sin iniciativas de este tipo, Israel corre el riesgo de verse arrastrado a una guerra de desgaste perpetua en múltiples escenarios que puede ir en contra de sus intereses y capacidades.
La fuga guerrerista hacia adelante del Estado sionista responde a ocultar sus fracturas internas. Las mismas no tienen precedentes:
La contienda que enfrenta al establishment de seguridad israelí con la extrema derecha ascendente y sus aliados colonos no es sobre si Israel debe usar la fuerza en Gaza, dejar de ocupar Cisjordania o hacer concesiones para ayudar a encontrar una solución al conflicto de décadas. Es un enfrentamiento sobre la seguridad del Estado israelí, que para muchos israelíes es una batalla sobre su identidad. Israel podría hacer caso a las advertencias de responsables de seguridad … o podría seguir guiándose por los imperativos de la extrema derecha. Esta última opción provocaría un mayor derramamiento de sangre, perjudicaría en última instancia la posición y el apoyo de Israel en Occidente y conduciría a un mayor aislamiento internacional e incluso al estatus de paria.
Ya, el hundimiento de la imagen de Israel en el conjunto del mundo y en especial en USA avanza a pasos significativos [1]. Como dice Rashid Khalidi, descrito habitualmente como el intelectual palestino más importante de su generación y como el sucesor de Edward Said:
La opinión pública occidental se ha vuelto en contra de Israel como nunca había ocurrido, desde la Declaración Balfour [de Gran Bretaña, en 1917, a favor de una patria judía en Palestina] hasta hoy. La opinión pública occidental siempre simpatizó unánimemente con Israel, con pequeñas excepciones. En 1982, cuando vieron demasiados edificios destruidos y demasiados niños muertos [en Líbano], y en la primera intifada [1987-1992], cuando hubo demasiados tanques enfrentados a demasiados niños tirando piedras. Pero por lo demás, apoyo a raudales. Las élites, la opinión pública. Sin excepción, durante ciento y pico años. Eso ha cambiado. Puede que este [cambio] no sea irreversible, pero el tiempo corre. Israel se ha creado a sí mismo, con su comportamiento desde el 7 de octubre, un escenario de pesadilla a nivel mundial. [2]
Regionalmente, los riesgos para el estado sionista son muy altos. En el Líbano, por el momento, a pesar de la masiva campaña aérea y de la intensificación de las incursiones terrestres cerca de la Línea Azul, el Partido de Dios no parece estar derrotado. Militarmente, en gran parte gracias al sistema subterráneo de túneles y búnkeres, el ejército israelí avanza con cautela hasta ahora a la hora de llevar a cabo operaciones terrestres en el sur del Líbano. Conscientes de las amargas derrotas sufridas en el verano de 2006, los israelíes están esta vez tanteando pacientemente el terreno. En parte por ello, Hezbolá aún no se ha debilitado militar y políticamente lo suficiente como para ser pasado por encima por sus rivales internos. Por ende, la guerra civil deseada por los israelíes no parece inminente. Pero lo que se juega en el sur del Líbano es de vida o muerte para el Hezbolá: el resultado de este combate el que determinara el destino militar y político del Partido de Dios, no sólo en el Líbano sino a nivel regional. Si este demostrara ser capaz de resistir una vez más al enemigo israelí, podría mantener una posición dominante en los delicados equilibrios político-institucionales del país y evitar su escenario de pesadilla, la creación de un frente libanés hostil a Irán, próximo a Estados Unidos e Israel.
Por su parte, esta profunda modificación del escenario regional afecta como nunca al régimen de los ayatolás. Irán ha entrado en una fase de profunda incertidumbre caracterizada por numerosos factores exógenos y endógenos al sistema político nacional. Peor aún, la elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos representa un escenario especialmente preocupante para Teherán. No olvidemos que durante su primer mandato (2016-2020), las políticas de línea dura de Trump hacia Irán significaron que Estados Unidos se retirara del acuerdo nuclear en mayo de 2018, impusiera la máxima presión económica sobre Irán y asesinara a Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds de los Guardianes de la Revolución, en enero de 2020. En Teherán, los líderes están particularmente preocupados por la intención de la administración entrante de volver a la política de “máxima presión” destinada a aislar a Irán y debilitarlo financieramente a través de sanciones severas, incluida una aplicación más estricta de las sanciones sobre las ventas de petróleo iraní a China. El régimen teocrático se encuentra en una encrucijada crítica. Al tiempo que debe decidir el momento y la naturaleza de su respuesta al ataque de Israel del 26 de octubre, a largo plazo, se enfrenta a la disyuntiva de buscar el apaciguamiento y las negociaciones, o, intensificar su confrontación con Estados Unidos. La primera opción, implicaría moderar sus posiciones y hacer concesiones significativas sobre el programa nuclear iraní, una opción políticamente muy costosa. La segunda, arriesga el peligro de un conflicto más grave entre Irán y Estados Unidos. El cambio de postura estratégica de Irán, que declara que la fase de “paciencia estratégica” y disposición a no responder a las provocaciones militares de Israel ha terminado, como mostró el ataque con misiles del 1 de octubre y la intención declarada de responder a cualquier amenaza futura, a la vez que la influencia de los partidarios de la línea dura dentro de su cúpula, incluida la Guardia Revolucionaria, se inclinan a la segunda opción. Aunque en una posición de debilidad, Irán tiene el ejército más grande de Oriente Medio, una fuerza blindada sustancial y lo que parece ser un arsenal de misiles significativo, por lo que, obligado a iniciar una guerra a distancia, apuntando a los campos petrolíferos de Arabia Saudita no es a descartar, crea una situación peligrosa para Israel y los EEUU.
Tomado globalmente, la sucesión de frentes puede ser la piedra de Damocles de las ambiciones sionistas. Mientras el frente militar libanés sigue abierto [3] y una exacerbación de la disputa entre Israel e Irán oscurece el horizonte, el conflicto de Gaza más avanzado tampoco está resuelto. Las acciones de Israel en Gaza conducen hacia la ocupación de la Franja y la imposición de un gobierno militar. Las consecuencias prácticas de esta política son significativas: Israel asumirá toda la responsabilidad de los dos millones de palestinos que viven en una zona catastrófica y se enfrentará al terrorismo y la guerra de guerrillas continuos de los restos de Hamás y otras facciones armadas afiliadas al “eje de la resistencia”. Por su parte, Netanyahu también está permitiendo que reine la anarquía en Cisjordania, lo que podría provocar el colapso de la Autoridad Palestina, percibida como una amenaza porque sirve de base potencial para el establecimiento de un Estado palestino. La negativa radical a la menor sombra del mismo lleva al ministro Bezalel Smotrich, encargado de la “gestión civil” de Cisjordania, a expresar hasta el final programa de la extrema derecha del sionismo: “El año 2025 será, con la ayuda de Dios [y de Trump], el año de la soberanía en Judea y Samaria”. La idea es anexionar oficialmente Cisjordania (llamada “Judea-Samaria” tanto por Smotrich como por Myke Hukabee, nombre del embajador nombrado por Trump) a Israel, expulsando a su población palestina. Junto a la guerra a distancia con Irán, a pesar de sus victorias tácticas impresionantes, Israel se encuentra en un momento delicado. Su escalada guerrera va en contra de la doctrina de seguridad tradicional que hace hincapié en que debe aspirar a guerras lo más cortas posible debido a sus desventajas en mano de obra, recursos y profundidad estratégica. Esta sobre extensión guerrerista abren el riesgo para el Estado sionista de verse arrastrado a una guerra de desgaste perpetua en múltiples escenarios que va en contra de sus capacidades e intereses ultra reaccionarios. Esta fuga guerrera hacia adelante cada vez más destructiva podría abrir una brecha para la entrada por las masas populares de la región, en un escenario social, político y militar, que, según los distintos teatros, podría cambiar la dinámica del conflicto.
En especial, el martirio sin fin de Palestina y el caos económico alimentan la rabia contra la dictadura egipcia y otras dictaduras del mundo árabe. El-Sisi ha vaciado cualquier “amortiguador” entre el Estado y el pueblo con la destrucción de la oposición de los Hermanos Musulmanes. Esto significa que el régimen es brutal y se basa en una represión salvaje, pero también es potencialmente vulnerable a los movimientos desde abajo. Una nueva sacudida revolucionaria de la Primavera Árabe podría transformarse como en 2011 cuando cayeron las dictaduras pro occidentales, en la mayor amenaza para Israel. Por eso, mientras nos ubicamos de forma incondicional en el campo militar de la resistencia palestina y luchamos por el fin de los bombardeos y el retiro del Ejército israelí del Líbano sin el menor cercenamiento a su soberanía por el estado sionista, la cuestión estratégica fundamental es construir, un gran movimiento que vincule las cuestiones democráticas y sociales, oponiéndose a todas las fuerzas imperialistas y a sus agentes regionales directos o indirectos, al tiempo que promueve la transformación social desde abajo a través de la construcción de movimientos en los que las clases populares sean los verdaderos actores de su emancipación. Esta no es la estrategia de Hezbolla , ni de ninguna de las facciones armadas palestinas, que subordinan la lucha de liberación nacional a los acuerdos y componendas con las burguesías árabes de Arabia Saudita, Qatar, los Emiratos , ni la Turquía de Erdogan que reprime al otro gran pueblo oprimido de la región, que son los kurdos, ni tampoco al régimen teocrático de los ayatolas de Irán, que más que apoyar a los palestinos busca oponerse a una recomposición regional dictaminada por Israel y los EEUU que los marginaría. Por eso coincidimos con lo que plantea el marxista suizo, especialista de Medio Oriente, Joseph Daher cuando afirma:
Sin embargo, el apoyo al derecho a la resistencia palestina no debe confundirse con el apoyo a las perspectivas políticas de los diferentes partidos políticos palestinos. Ninguno de estos partidos -Fatah, Hamás, la Yihad Islámica, el FPLP, el FDLP y otros- ofrece una estrategia política capaz de conducir a la liberación de Palestina.Los principales partidos políticos palestinos no consideran a las masas palestinas, las clases trabajadoras regionales y los pueblos oprimidos como las fuerzas capaces de conseguir la liberación de Palestina. Por el contrario, buscan alianzas políticas con las clases dominantes de la región y sus regímenes para apoyar su lucha política y militar contra Israel. Colaboran con estos regímenes y abogan por la no intervención en sus asuntos políticos, incluso cuando estos regímenes oprimen a sus propias clases populares y a los palestinos dentro de sus fronteras [4].
Mientras avanza el cerco contra China, lo interno es su debilidad central
Si bien China es el ganador por el momento de la guerra en Ucrania sin haber tirado un solo tiro y aprovechado la indiferencia de EEUU en América Latina viene avanzando en la región [5], convirtiéndose en socio comercial dominante para la mayoría de las grandes economías –con las excepciones de México y Colombia–, su situación geopolítica e interna se ha complicado. Si el “Pivote hacia Asia” de Obama se había dirigido a mejorar el cerco militar y geoeconómico de China, es fundamentalmente con la presidencia Trump, redoblado y amplificado con Biden, que EEUU ha tratado forma decisiva de frenar el crecimiento del poder chino mediante un proceso de cerco estratégico, a través de la mejora de las bases militares, las alianzas y las asociaciones; las limitaciones en materia de tecnología; y el intento de crear acuerdos comerciales que beneficiaran a las potencias imperialistas al tiempo que subvertían a China.
En abril de 2024, el ejército estadounidense comenzó a desplegar en el Indo-Pacífico un nuevo sistema de misiles terrestres de alcance intermedio, conocido como Typhon, que incluye misiles de crucero Tomahawk, misiles interceptores polivalentes Supersonic Standard Missile-6 (SM-6) y el sistema de lanzamiento vertical terrestre Mark 41. Es la primera vez que Washington introduce un sistema ofensivo de misiles terrestres de alcance medio en cualquier parte del mundo desde que se retiró unilateralmente del tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio con Rusia en 2019, que había prohibido el despliegue de todos esos misiles. Por su parte, el equipo de Biden ha coordinado alianzas globales que incluyen a la OTAN, AUKUS y la Cuadrilateral contra China, como ninguna administración desde Reagan o George H.W. Bush. Tan es así que en un balance de su doctrina en Foreing Affairs de septiembre/octubre se dice:
…a diferencia del anterior presidente, Biden ha incrustado su política hacia China en una vigorosa matriz de alianzas nuevas y restauradas en toda Asia. Podría decirse que ha logrado el ansiado “pivote” de Estados Unidos hacia la región, sin utilizar ese término… Durante más de dos décadas, los líderes de Washington han hablado de boquilla sobre la centralidad de Asia en el siglo XXI y la necesidad de un cambio acorde en la política exterior estadounidense. Pero la administración de George W. Bush se vio desviada por su omnipresente “guerra global contra el terror”. La administración Obama reconoció la importancia de una presencia estratégica más fuerte en Asia, pero no lo logró. El desdén de la administración Trump por las alianzas debilitó las relaciones en toda la región. La administración Biden hizo realidad el pivote.
Este es, aunque menos visible que sus fracasos, uno de sus más importantes logros de política exterior. Digamos que una condición previa para la afirmación de Pekín como potencia planetaria es la disponibilidad de una esfera de influencia asiática. El acceso a los mares de China, a Taiwán y luego al Indo-Pacífico es la primera línea de penetración. Este acceso hasta ahora está vetado por Estados Unidos y sus socios asiáticos, con el apoyo de algunos países de la OTAN: Reino Unido, sobre todo; luego Francia (potencia residente en el Pacífico); Italia (su solo portaaviones Cavour estuvo en los mares de China, pero sin cruzar el estrecho de Taiwán), incluso Alemania. Casualmente, todas ellas antiguas potencias coloniales que hasta los albores del siglo XX se habían apropiado de los restos del imperio Qing.
Pero esta presión se ejerce también y de forma brutal, en el plano tecnológico, como ya hemos explicado en otros artículos. La microelectrónica es fundamental porque en este ámbito más que en ningún otro donde se manifiesta la aspiración básica del poder estatal. En tecnología, sobre todo, Estados Unidos debe seguir siendo no sólo fuerte, sino dominante. Como explicó la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, en un discurso sin tapujos, Washington ve muchas áreas en las que China puede crecer sin desafiar el liderazgo estadounidense. Pero cualquier avance en áreas más sensibles será respondido con contramedidas estadounidenses. Como vemos, una limitación fundamental de su soberanía, que China rechaza de plano. Hoy, el capitalismo chino se enfrenta a un entorno inequívocamente hostil. Japón podría superar el proteccionismo de los gobiernos occidentales construyendo fábricas en Estados Unidos, Europa y otros lugares. Esta opción es extremadamente problemática para China como consecuencia de las políticas de desvinculación y contención dirigidas por Estados Unidos, que siguen intensificándose. Las fábricas chinas no pueden instalarse en suelo estadounidense por motivos de “seguridad nacional”. En su lugar, deben recurrir al sudeste asiático y a América Latina. Pero incluso estas fábricas chinas en el extranjero están siendo objeto de sanciones comerciales por parte del gobierno estadounidense [6].
Si bien el contexto externo se ha modificado raudamente, el flanco interno amenaza con convertirse en el punto más débil de la situación china. Crecientemente, la sociedad china se encuentra atrapada por una pérdida de fe en el futuro, un temor a que no sea mejor para la nueva generación de lo que fue para la anterior, después del traumatismo de los duros confinamientos del COVID, en especial en Shanghái y de la frágil recuperación económica posterior. Por un lado, los que tienen medios han decidido exiliarse, acompañado de la huida de capital financiero. Así, los chinos se han convertido en la cuarta nacionalidad, después de otras tres todas latinoamericanas, en cruzar la terrible selva del Darién, entre Colombia y Panamá, para intentar emigrar a Estados Unidos [7]. Muchos ricos se exilian en Tokio o Singapur, tomando nota de los tiempos que corren.
Al interior, el panorama está empezando a ensombrecerse. La ralentización del mercado inmobiliario chino, unida a la crisis financiera de los gobiernos locales, ha afectado al empleo. Los datos oficiales y extraoficiales muestran aumentos de todo tipo, desde tensiones en el mercado laboral y ejecuciones hipotecarias hasta protestas laborales, suicidios, delincuencia y violencia aleatoria. El alto desempleo juvenil es el principal problema para Xi. Muchos jóvenes chinos se están desilusionando, al no recibir lo que el país les prometió en su juventud. Aunque esto no ha dado lugar a protestas por el momento, muchos jóvenes optan por ’quedarse de brazos cruzados’ o volverse cínicos, en referencia a la tendencia a abandonar los estudios para escapar de la presión laboral y familiar. Preocupante para el partido, las percepciones sobre la desigualdad entre ricos y pobres, cuadros y masas, se están convirtiendo en creencias generales. Una encuesta que se hace cada cinco años muestra un notable cambio de sentimiento en China por primera vez en 20 años, reflejo de un cambio sustancial en la economía y en las percepciones y expectativas de la gente. En las tres oportunidades anteriores muchos indicaron creer que la movilidad ascendente dependía del mérito individual. La encuesta de 2023 mostró un marcado cambio: los encuestados veían ahora “características del orden social no basadas en el mérito, como la desigualdad de oportunidades, la discriminación y la dependencia de las conexiones, como determinantes relativamente más importantes de que uno sea pobre o rico” en comparación con el pasado.
El riesgo es que una desaceleración prolongada del crecimiento económico socave la cohesión social, un terreno con pocos precedentes desde que Deng Xiaoping abriera China al desarrollo capitalista rápido a finales de los años setenta. Como dice las conclusiones del estudio antes citado: “…la legitimidad de actuación acumulada por los dirigentes a lo largo de décadas de crecimiento económico sostenido y mejora del nivel de vida parece estar empezando a verse socavada” [8]. No por casualidad, ahora, en sus discursos, Xi se preocupa de que la vigilancia de los funcionarios se haya debilitado tras años de prosperidad, lo que hace temer una decadencia al estilo soviético.
Desde un punto de vista de la teoría marxista del desarrollo desigual y combinado estos contragolpes eran de esperar. Como dice Claude Serfati
La irrupción de China entre las naciones dominantes se realizó en algunas decenas, ilustrando plenamente esta comprensión del tiempo propio del desarrollo desigual y combinado lo que le ha permitido de ‘saltar las etapas’ y de instalarse como un rival económico directo de los Estados Unidos al fin del siglo XX [9]
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Eesto de alguna manera tiene un costo. Es que, como afirma el sociólogo Wang Feng:
China, ahora un país de renta media-alta, se enfrenta a una serie de obstáculos únicos. No puedo evitar sentir el peso de cuatro décadas de hipercrecimiento que han dado lugar a una sociedad muy desigual, con una desigualdad económica que va de los ingresos a la riqueza. A pesar de que la renta per cápita sigue siendo una cuarta parte de la de Estados Unidos, China se ha convertido en el hogar de un número comparable de multimillonarios en sólo un par de décadas, ganándose la reputación de ser una de las sociedades más desiguales del mundo. A diferencia de Estados Unidos, donde la acumulación de riqueza y la desigualdad tardaron décadas, si no siglos, China alcanzó este nivel de desigualdad en un periodo relativamente corto.
En el mismo sentido, Romaric Godin plantea que China
... se enfrenta a los mismos callejones sin salida que los países occidentales avanzados, como el exceso de capacidad industrial, el agotamiento de la financiarización y los límites del crecimiento tecnológico. China ha logrado evitar todas las crisis desde su transición al capitalismo en los años ochenta. Ha evitado el destino de los países de la antigua URSS y no ha sido arrastrada por las crisis de 2001 y 2008. Pero desde hace unos diez años, se ha visto atrapada en la crisis del capitalismo mundial, del que se ha convertido en un eslabón esencial. La velocidad de su desarrollo ha tenido por tanto un inconveniente: ha llegado al callejón sin salida al que han llegado los países avanzados demasiado rápido para el gusto de sus dirigentes. En China, como en todas partes, la necesidad continua de crecimiento del capital está en conflicto con las condiciones para lograrlo. Sólo queda la precipitación, que se practica aquí como en todas partes.
Europa y en especial Alemania, en el ojo de la tormenta
La Unión Europea (UE) se encuentra de más en más atrapada entre la rivalidad USA-China y posiblemente esté entrando en una era de declive económico secular. En septiembre, el ex presidente de la BCE y primer ministro italiano, Mario Draghi, es decir alguien que encarna a fondo el establishment de la UE advirtió que la misma se enfrenta a una amenaza para su propia existencia, a menos que empiece a darse cuenta de lo grave que ha sido su declive económico. Su principal motor, Alemania, está en una crisis estructural de proporciones. A este panorama sombrío, se agrega que la recientemente victoria de Trump y las consecuencias de la misma que van a afectar gravemente a Europa.
Los principales países europeos no se han preparado a la victoria de éste por más que era previsible. La declamada “autonomía estratégica” de Macron no ha avanzado en lo más mínimo. Por más que los dirigentes de los gobiernos europeos intenten presentar ante el estupor un frente unido, lo más probable es la competencia entre los líderes actuales y futuros de la UE para convertirse en el aliado europeo favorito de Trump. Francia y Alemania, y sus asediados líderes, están demasiado preocupados por sí mismos como para proporcionar liderazgo alguno. A diferencia de Trump, Macron está en su ocaso presidencial y en minoría parlamentaria y la coalición federal que gobernó en Alemania durante casi dos años y once meses, colapsó. Esto no ocurría desde hace más de cuarenta años, precisamente desde 1982, cuando el FDP abandonó la coalición liderada por Helmut Schmidt para aliarse con la CDU de Helmut Kohl.
Europa se está despertando a una realidad en la que los aranceles comerciales estadounidenses, junto con eventualmente una política diseñada para hacer bajar el valor del dólar, erosionarán aún más la posición competitiva de sus empresas manufactureras. Esto puede llevar al borde del abismo a parte del sector manufacturero alemán. La UE está mal preparada para este enfrentamiento. La misma se ha vuelto “adicta” a la demanda estadounidense. Estados Unidos es, con diferencia, el mayor socio exportador de la UE. Contra la visión de que la UE depende de Estados Unidos para la seguridad, pero de China para el comercio, la realidad es que la dependencia de EEUU se ha acrecentado en los dos terrenos. En 2023, la UE exportó algo más de 500.000 millones de euros a Estados Unidos, según datos de Eurostat. El valor total del superávit comercial de la UE con EEUU también ha crecido. El año pasado, la UE registró un superávit de 158.000 millones de euros en el comercio de bienes con USA. Esta cifra contrasta con el superávit comercial global de la UE, ligeramente inferior a 38.000 millones de euros ese mismo año. Las exportaciones a EE.UU. han sido especialmente importantes para compensar la balanza comercial negativa con China, que se ha deteriorado aún más desde la pandemia. Todo esto deja vulnerable a la UE ante alguien como Trump. No solo en la industria automotriz (Trump ha estado obsesionado con la industria automovilística alemana desde su primera presidencia), sino incluso la industria farmacéutica, uno de los nuevos sectores en los que las empresas europeas se desenvuelven relativamente bien, depende de la demanda estadounidense.
Lo nuevo, a diferencia de la crisis de la eurozona después de 2008, es que Alemania, el corazón de Europa, está en el centro de la misma. Como dijimos la crisis alemana es estructural, después que la emergencia epidémica y a renglón seguido la invasión rusa agarró a Berlín desprevenida. El efecto más evidente es que Berlín ha perdido prestigio e influencia en el extranjero. Ha entrado en un mundo peligroso en el que el paraguas militar estadounidense, que sigue siendo un pilar insustituible de la seguridad alemana, es menos creíble que en el pasado; la presión occidental y el sabotaje del gasoducto báltico Nord Stream han sancionado la ruptura indefinida del vínculo energético con Rusia, esencial para alimentar la industria nacional con gas comprado por debajo del coste; la conexión comercial con el mercado chino se tambalea y el eje franco-alemán, antaño punto de apoyo del sistema europeo, está sumido en una profunda crisis. Todo ello pone en peligro el dominio de la esfera de influencia geoeconómica informal alemana. La magnitud de la emergencia actual obligaría a Berlín a prepararse para un contexto de conflictos sistémicos persistentes y, sobre todo, a desarrollar una nueva visión del mundo. Pero el Estado federal, organizado para operar en una realidad en la que la guerra estaba obsoleta, se encuentra totalmente desorientado.
El fantasma de la desindustrialización planea sobre la máquina de producción alemana. Alemania, resulta cada vez menos atractiva para muchas empresas (la inversión extranjera directa en la Bundesrepublik lleva cuatro años con una importante tendencia a la baja). Gigantes alemanes como BASF gastan cada vez más en el extranjero y menos internamente. Pero el punto de inflexión ha sido la decisión de Volkswagen de cerrar tres plantas en Alemania, la primera vez en 87 años de historia. La misma ha significado un cimbronazo político y económico, no solo en la industria automotriz, sino en toda Europa. Es que WW es como lo que era GM a los Estados Unidos. Pero en los últimos tiempos, la industria automovilística alemana, se obstinó en no reconocer la naturaleza transformadora del coche eléctrico y haber invertido en la nueva tecnología, en lugar de seguir apostando por los motores diésel. Los gigantes automovilísticos chinos subvencionados por Pekín les llevan casi una década de ventaja tecnológica, una brecha muy difícil de alcanzar.
La crisis industrial alemana es un reflejo de la crisis de la UE. Esta se ha dotado de un régimen de protección de datos muy restrictivo que no favorece en absoluto el desarrollo de la inteligencia artificial. Tiene un sistema bancario que hoy está más fragmentado que hace 20 años. Se está quedando atrás en el gasto en investigación y desarrollo. De manera general, podríamos decir que la UE está atascada en las viejas industrias del pasado, en la ingeniería mecánica del siglo XX. Las tendencias del siglo XXI con el fuerte desarrollo de la digitalización, la crisis de la globalización y el salto de la inmigración la afectan fuertemente. El auge de la extrema derecha es una respuesta reaccionaria a todo ello. Es probable que, frente al impasse, Alemania responda a la crisis de competitividad de su industria automovilística con medidas proteccionistas. Francia se protege de la industria tecnológica estadounidense. Pero una salida ofensiva, parece cada vez más difícil: la UE no puede ponerse de acuerdo sobre la reforma económica que le permitiría dar un salto en la competencia capitalista, esto es una unión de los mercados de capitales, respaldada por un eurobono soberano único. Las diferencias e intereses nacionales se oponen a este paso necesario para crear una potencia económica continental. La construcción burguesa (utópica y reaccionaria) de la UE no solo puede encontrar un límite, sino empezar a retroceder.
Esta crisis estructural, ligado a la fuerte pérdida de consenso de la clase dirigente, abre una crisis orgánica evidente. Parafraseando libremente a Gramsci podríamos decir que la vieja Alemania posnazi, economicista, poshistórica y geopolíticamente inerte está desapareciendo, la nueva lucha por emerger. Hoy se encuentra en el túnel de la crisis que no deja adivinar aun sus contornos. Por su parte, la anexión imperialista de la ex RDA, vuelve como un boomerang político. El Anschluss significo en la década de los 90 una desindustrialización brutal, mediante la salvaje privatización de las empresas del Este (en los cinco primeros años de la reunificación desaparecieron 3,4 millones de puestos de trabajo en un país de 16 millones de habitantes, de los cuales 9,7 tenían empleo). El resentimiento contra el Oeste da como resultado el fortalecimiento de Alternative für Deutschland (AfD), actualmente el segundo partido más popular del país, que parece beneficiarse de la persistente demonización por parte de las instituciones berlinesas. AfD cuestiona la integración de la República Federal en Occidente. Por izquierda, Sahra Wagenknecht, rompe con Die Linke y crea el BSW, un conservadurismo de izquierda, a pesar del oxímoron. Aunque la patrona del partido ha repetido que una alianza hipotética con la AfD es una “línea roja” que jamás cruzaría, comparte con los neonazis una cruzada contra la inmigración, en su mayoría de origen musulmán, y la denuncia de la OTAN y de la guerra de la OTAN contra Rusia. Desde lados distintos pero coincidentes expresan una doble fractura geopolítica, con la antigua Bundesrepublik y con el Occidente impulsado por Estados Unidos. Una demanda de romper la asfixia económica a que los somete los EEUU a riego de generar en el país tensiones políticas y sociales peligrosas para la estabilidad el imperialismo alemán.
Las fragilidades del tejido social alemán no son pasajeras y afectan a la capacidad del Estado federal para revertir el declive de la Bundeswehr. Los funcionarios berlineses hablan abiertamente del fin de la Pax Americana y se hacen a la idea de que la guerra ya no es un escenario impensable. Hablar de una bomba atómica alemana ya no es tabú. Boris Pistorius, ministro de Defensa, busca reorganizar el aparato de seguridad de arriba abajo, pero está encontrando una considerable resistencia interna. El aspecto más preocupante es la crisis del reclutamiento. Los jóvenes alemanes no quieren llevar uniforme. Las solicitudes para las FFAA caen año a año y por ende la edad media de los soldados es cada vez mayor (33,5 años, cinco más que en 2010). En palabras del general Markus Kurczyk:
Se trata de saber si tenemos gente dispuesta a ir a la guerra por Alemania, dispuesta a ir hasta el fin del mundo para defender sus convicciones y nuestro sistema de valores. (...) En la Bundeswehr se necesita un cierto porcentaje de personas muy fuertes y resistentes, dispuestas a matar y, si es necesario, a morir. Hay que encontrarlos. Nuestra sociedad lleva treinta años convenciéndose de que la violencia no es necesaria, la previene en todas sus formas desde el jardín de infancia. Debemos volver a enseñar a los jóvenes cómo funciona la violencia.
En respuesta a esto, el gabinete alemán –antes de implosionar– aprobó un proyecto de ley que permitiría al ejército evaluar la preparación de los jóvenes de 18 años del país para servir en la Bundeswehr, ya que busca aumentar el número de tropas para las obligaciones de la OTAN. No es aún la restauración del servicio militar obligatorio, pero es el primer paso que Alemania debería dar para aumentar el servicio nacional y, con él, sus fuerzas armadas.
La combinación de factores críticos que estamos señalando, junto al hecho que pase lo que pase en Ucrania, serán los europeos los que soportarán la mayor carga, pueden acelerar las tendencias centrifugas de la UE. Por el momento, a diferencia de Trump I y el liderazgo de la Alemania de Merkel, está claro que ni siquiera hay piloto. Las declaraciones de la presidente de la BCE, Christine Lagarde, dispuesta a “Buy American” para evitar la guerra comercial con los EEUU, muestra el terror de parte de la burguesía europea al mundo que viene. El continente europeo se encuentra posiblemente en el epicentro de la crisis política internacional. Es fundamental que el proletariado tome conciencia rápido de la situación y de sus peligros y de una respuesta antes que sus fuerzas se degraden y su conciencia sea invadida de más en más por distintas formas de chauvinismo. En este marco, los revolucionarios debemos multiplicar la propaganda de los Estados Unidos Socialistas de Europa, como un arma contra la Europa del Capital sino también contra todo el veneno nacionalista de la extrema derecha al interior de la UE o de potencias nacionalistas retrogradas como Rusia.
La periferia capitalista en la contienda global
Después del fin de la Guerra Fría con el fin de la noción del Tercer Mundo, con la implosión del segundo (ex URSS y Europa del este, así como la transformación capitalista de China), se fue imponiendo la noción del “Sur Global” para describir colectivamente a los países en vías de desarrollo, que suelen ubicarse en el hemisferio sur, aunque no exclusivamente. Incluye regiones como América Latina, África, partes de Asia y Oceanía. Este término destaca aspectos económicos, políticos y sociales que diferencian estas naciones de los países desarrollados del "Norte Global" (Europa, Norteamérica, Japón, etc.). Salvo excepciones como China, con rasgos imperialistas, se trata por lo general de países que los marxistas calificamos de dependientes hasta semicoloniales o coloniales, en función de su jerarquía subordinada en el orden mundial dominado por el imperialismo. Tomando en cuenta que las realidades dentro de esta categoría son increíblemente variadas, vamos a ejemplificar tres casos – con distintos grados de autonomía estatal- que muestran la importancia de lo que se juega en estos países en el contexto de la contienda global.
La India, abanderada de Sur Global
A pesar de que India está lejos aún de convertirse en la nueva China, mucho menos aún en un país desarrollado, ésta es tratada como uno de los protagonistas del siglo XXI. La misma se autoproclama abanderada del Sur Global, con el objetivo es acelerar el fin del orden mundial (o lo que aún queda de él) fundado en 1945 por los EEUU, en la búsqueda de un orden multipolar. Nuevo orden, con Delhi como polo surasiático con una esfera de influencia regional y ramificaciones en todos los continentes gracias también a la diáspora centrada en el Golfo (9 millones) y Estados Unidos (5 millones). Para ponerse a tono con sus grandes ambiciones ha iniciado la construcción de una armada capaz de adentrarse en el “redescubierto” Océano Indico, proyectando puertos de escala comercial de categoría mundial, como complemento de Bombay. Su creciente protagonismo en la escena internacional, junto con la afirmación de China y la “asiatización” de Rusia, como resultado de la aventura ucraniana, está dando origen a un triángulo de potencias en competencia, pero unidas por una idea común: se reconocen mutuamente como Estados de civilización alternativos a Occidente. Los tres buscan penetrar en el Sur Global, explotando su resentimiento anticolonial para sus propios fines y por sus propios medios. La plataforma más avanzada en este sentido es el Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), alargado a un numeroso grupo de naciones que recibió el status de “países-socios”, que eventualmente podrían convertirse en miembros plenos de esa asociación en expansión. Pero su reciente cumbre en Kazán, Rusia, no presento ningún desafío al orden financiero internacional dirigido por los EEUU y las principales potencias imperialistas: no se anunció la creación de una divisa monetaria BRICS, ni la creación de un sistema alternativo de registro de pagos y transferencias entre los miembros del bloque en oposición al vigente en el orden internacional -el Swift, es decir ninguna medida que desafiara la hegemonía del dólar.
Lo que sorprende de la India, son los múltiples alineamientos que esta despliega en función de sus ambiciones geopolíticas. Se ofrece a Estados Unidos cuando es útil, especialmente en la contención de China, beneficiándose enormemente. Así, en 2016, Estados Unidos estableció una Gran Asociación de Defensa con India para elevar su capacidad militar y posicionarla como un “proveedor neto de seguridad” en el IndoPacífico. Este acuerdo proporciona a la India “acceso sin licencia” a la compra de tecnologías militares que supervisa el Departamento de Comercio. El comercio de defensa militar con India, coordinado por la Oficina de Asuntos Político-Militares de Estados Unidos, aumentó de casi cero en 2008 a más de 20.000 millones de dólares en 2020. Por su parte, se mantiene cerca de Rusia, no sólo por oportunismo energético y militar, sino también para evitar que China la aplaste con su peso económico. Con Moscú planea grandiosos corredores panasiáticos como alternativa a los chinos. Pero a la vez, no cierra la puerta a Pekín, apostando que los estadounidenses y los europeos tarde o temprano acordarán un compromiso para facilitar una transición hegemónica pacífica que legitime sus respectivas esferas de influencia, ilusión que ni Moscú ni Pekín comparten.
Pero por el momento, esta estrategia le otorga una perspectiva que utiliza para lograr una cohesión interna muy complicada por las fracturas sociales y étnicas del país exacerbado por nacionalismo hinduista de Modi, permitiéndole jugar en la liga de los grandes, con el riesgo de parecer más de lo que es: su retraso económico y militar puede ser una espada de Damocles a sus ambiciones.
Argentina y el experimento libertario
Milei es el primer presidente de un país importante que asume el gobierno con una agenda explícitamente libertaria en términos ideológicos y programáticos. Bajo su gobierno el país está bajo la dictadura del capital financiero y las grandes corporaciones extractivistas extranjeras y de la crema de la burguesía nacional. Su plan es destruir lo más que puedan de lo que Gramsci llamaba el "estado ampliado", que, en Argentina, uno de los países de mayor desarrollo en la región, fue importante para un país de tipo “dependiente con rasgos semicoloniales”. El libertario busca transformarlo en una semicolonia plena de los Estados Unidos, como refleja su propuesta de dolarizar la economía, aun no implementada. La brutalidad del ajuste ha dividido a la clase media, con sectores altos apoyando al gobierno mientras que los sectores medios y bajos dan un eco amistoso a toda oposición al gobierno. También crecientemente, un sector importante de la burguesía que lo sostuvo al comienzo se opone a la apertura indiscriminada de la economía. En menos de su primer año de gobierno, los sindicatos y organizaciones laborales han realizado un paro general de 24 hs, un paro general del transporte salvo los colectivos, diversos conflictos sectoriales, marchas permanentes de jubilados contra la rebaja de su ya magra jubilación, etc. Sin embargo, frente al plan de Milei que impulsa una transformación drástica del rol estatal en la economía y los derechos laborales, la burocracia sindical y el peronismo (partido histórico de las masas populares en Argentina), evitan llamar una acción de lucha temiendo que, si se unifica el movimiento obrero, aunque sea con acciones de presión, puede salirse de control por la bronca existente. Lo nuevo es la tendencia a la emergencia del movimiento estudiantil, que fue muy sorpresiva y generalizada, después de dos marchas multitudinarias de entre un millón y medio millón de personas en defensa de la Universidad. Después del veto parlamentario a una ley que aumentaba el salario a los profesores, los estudiantes tomaron de forma generalizada las facultades, incluso y por primera vez esas universidades "nuevas" en el Gran Buenos Aires, de composición mayoritaria de clase trabajadora (ya sea de familias trabajadoras o directamente de estudiantes/trabajadores). Un reflejo del ambiente de combatividad es que el canto “universidad de los trabajadores, al que no le gusta, se jode" es común entre los estudiantes. En este marco, de crisis y polarización, el peronismo, que siempre jugo un rol central en la contención de las masas tanto frente al default de 2001 que dio lugar a jornadas revolucionarias que voltearon a un gobierno elegido por las urnas, como más recientemente contra el ajuste de la derecha de Macri en 2018, está muy debilitado después de la última desastrosa gestión gubernamental. Si se abre una dinámica de movilización generalizada tendrá muchas más dificultadas que en el pasado de frenar que en esas ocasiones. Por ahora, aunque la lucha de clases ha tenido múltiples expresiones durante este primer año, sin que predominen ni un ascenso ni derrotas generalizadas, todavía es el elemento más atrasado.
Tomando en cuenta el conjunto de estos factores si estallara una acción de masas espontanea podría abrirse una situación pre revolucionaria. La existencia en Argentina de un espacio político y electoral, aunque minoritario, de extrema izquierda es un elemento desde el punto de vista de la organización de la vanguardia distintivo a nivel internacional. La presencia del PTS, como principal corriente de extrema izquierda, con figuras de alcance nacional como Myriam Bregman, Nicolás del Caño, además de una fuerte estructuración en sectores de la clase y del estudiantado, y con presencia ideológica y un cotidiano en línea ultra respectado, más allá de la izquierda, podría ser un elemento significativo.
Si la clase obrera y las masas populares logran, a través de la lucha de clases, poner en jaque al gobierno, esto tendrá importancia no solo en la región, sino a nivel internacional.
África convulsionada en la disputa entre potencias
Es probable que África, que ha estado en la periferia de los asuntos mundiales en las últimas décadas, gane drásticamente en importancia como zona geopolítica en las próximas décadas.
La continua presencia china en amplias zonas de África Oriental y la creciente influencia de Rusia en la región del Sahel, a la vez que en ambas regiones de Turquía son geopolíticamente relevantes, mientras Occidente, en cambio, no ha dejado de perder terreno.
Actualmente la UE está intentando negociar acuerdos con Estados individuales de la región del Magreb, siguiendo el modelo del acuerdo UE-Turquía, que estipulan que estos Estados limitarán la migración desde sus costas a través del Mediterráneo hacia Europa, a cambio de lo cual los europeos les ofrecerán apoyo logístico y pagos financieros. Los imperialismos europeos se encuentran en una posición debilidad, vulnerable al chantaje de los gobiernos autoritarios de la región. Las demandas de Egipto a Marruecos irán en aumento y los pagos a los gobernantes del otro lado del Mediterráneo aumentarán constantemente sin que se detenga la migración ilegal. En el mejor de los casos, se ralentizará y adelgazará. Pero es difícil que llegue a su fin, sobre todo porque esto arruinaría un modelo de negocio de los países del norte de África. Hasta hace poco, los responsables políticos franceses habían creído que sus relaciones poscoloniales con África Occidental bastarían para influir en la evolución de la situación allí. Sin embargo, recientemente se ha puesto de manifiesto que el resentimiento anticolonial podría ser fácilmente utilizado por los militares, que llegaron al poder mediante golpes de Estado, para echar a los soldados franceses de la región del Sahel.
Efectivamente, estos acontecimientos convulsivos han puesto de manifiesto la existencia de un estado de ánimo básico de rechazo contra los antiguos gobernantes coloniales en amplios sectores de la población. Tanto lo dicho sobre el Sahel como, en otro plano, la abstención de la mayoría de los Estados africanos con motivo de la resolución de la ONU que condenaba a Rusia por librar una guerra de agresión contra Ucrania, muestra la distancia que los Estados africanos mantienen con Occidente. El sentimiento anticolonialista contra los antiguos amos se reactiva una y otra vez frente a las políticas neocolonialistas de las multinacionales europeas o norteamericanas que sólo han prestado atención a sus propios beneficios inmediatos y han dejado espacios devastados y envenenados en África. A esto se añade el racismo existente en casi todos los países europeos, combinado con la idea de que la población africana, en rápido crecimiento, es ante todo una amenaza para Europa a la que hay que defenderse. Estas ideas ultra reaccionarias ignoran que la mayoría de los migrantes africanos son desplazados internos, así como que el cambio climático, que afecta sobre todo a África, no ha sido causado por su población, sino principalmente por la industrialización del Norte rico. A diferencia de las potencias occidentales, Putin y Xi Jinping se benefician de este ambiente porque Rusia y China no figuran en la memoria colonial de África. Esto pone a los imperialismos europeos frente a un dilema: la desconfianza política les impide capitalizar y beneficiarse de que son el socio comercial más importante de África, que dependen de la voluntad de los Estados africanos de cooperar para frenar los movimientos migratorios o, que muchos de estos Estados podrían ser una alternativa sostenible a Rusia y China como proveedores de las materias primas que necesita Europa. La declinación europea se muestra en este terreno donde la política de “Europa fortaleza” corre el riego de dejar a la UE en la nueva carrera por África.
Esta pérdida de velocidad de las potencias occidentales, en especial Europa y Francia en particular de la que África era su patio trasero, ponen la nueva carrera por el continente negro como avanzada del llamado “orden multipolar”, buscado por Rusia y China. Pero lejos de ser una alternativa progresista a los viejos imperialismos este es un bloque capitalista igualmente reaccionario que persigue sus intereses imperiales. Mientras que las potencias occidentales ocultan sus objetivos imperialistas con la “defensa de la democracia”, Putin usa la retórica “anticolonial” para incrementar su influencia geopolítica en beneficio del capitalismo ruso. Pero tanto Rusia como China buscan quedarse con el botín de los recursos estratégicos de África, incluso en el caso de China imponiendo condiciones leoninas como principal acreedor de muchos países africanos. En las antípodas de los intereses de los trabajadores, los campesinos y los pueblos oprimidos de África y el mundo.
Todavía los trabajadores representan una minoría de la fuerza laboral en África, pero después de décadas de globalización capitalista su fuerza ha venido creciendo (se estima que este grupo es del 15 al 20% del total de la población económicamente activa en algunos países). Diseminados en la industria, la minería, los servicios públicos, la educación, la salud, la administración pública, el comercio y la manufactura a lo largo del continente, juegan un rol preponderante y tiene una concentración significativa en industrias específicas debido a la abundancia de recursos naturales (por ejemplo, minería en Sudáfrica o petróleo en Nigeria). Este nuevo proletariado africano, vinculado al de las viejas metrópolis imperialistas a través de la migración, está destinado a jugar un rol central en el despertar africano que se anuncia.
Economía mundial: De la creciente fragmentación del mercado mundial a la crisis de sobrecapacidad de china
La era más reciente de la globalización parece haber llegado a su fin. La relación entre las exportaciones mundiales de bienes y servicios y el PBI mundial alcanzó su punto máximo en 2008 y ha tendido a la baja desde entonces. Según el Banco Mundial, la inversión extranjera directa alcanzó su máximo en 2007, con el 5,3% del PBI mundial, y ha descendido hasta el 1,3% en 2020. Las dos mayores economías del mundo, China y Estados Unidos, se han vuelto cada vez más hostiles, tratando de reducir su dependencia mutua en bienes y servicios. Durante la década de 2010, la globalización se ha fragmentado a lo largo de líneas geopolíticas: en 2023 se impusieron unas 3.000 medidas restrictivas para el comercio, casi el triple que en 2019. La desglobalización está en marcha. Kristalina Georgieva que viene de ser reelegida para un segundo mandato al frente del FMI, está preocupada:
La fragmentación geoeconómica se está profundizando a medida que los países cambian los flujos comerciales y de capital. Los riesgos climáticos están aumentando y ya afectan a los resultados económicos, desde la productividad agrícola hasta la fiabilidad del transporte y la disponibilidad y el coste de los seguros. Estos riesgos pueden frenar a las regiones con mayor potencial demográfico, como el África subsahariana.
Con la palabra "fragmentación" del comercio y la inversión mundiales, da cuenta de la realidad de que las principales potencias económicas avanzan hacia el proteccionismo, los aranceles, las prohibiciones de las exportaciones y las operaciones comerciales. Todo esto antes de la asunción de Trump y su proyecto de redoblada guerra económica, no sólo con China sino con la UE como vimos.
Las perspectivas para la década son sombrías. La misma Georgieva da una visión triste de la economía mundial en 2024 y para el resto de esta tercera década del siglo XXI. Lo que nos espera es una "década poco activa y decepcionante". De hecho, "sin una corrección de rumbo, estamos... dirigiéndonos hacia unos años veinte sosos". Estas previsiones se corresponden con el análisis de la economía mundial que viene haciendo el conocido economista marxista Michael Roberts, quien sostiene que:
…las principales economías capitalistas han estado en lo que yo llamo una Larga Depresión desde al menos 2008-9. Me refiero a que las tasas de crecimiento del PBI real se han ido ralentizando a lo largo del siglo XXI, junto con un menor crecimiento de la inversión y el comercio. Y después de cada recesión o depresión (2001, 2008-9 y 2020), el crecimiento tendencial subsiguiente de la producción, la inversión y el comercio no vuelve a los niveles anteriores, sino que se recupera con una tendencia mucho más baja. Esta Larga Depresión sólo ha ocurrido dos veces antes en la historia del capitalismo moderno: a finales del siglo XIX (para Estados Unidos de 1873 a 1895); en la Gran Depresión de los años treinta (de 1929 a 1946); y ahora (desde aproximadamente 2008 hasta la actualidad).
Es esta pérdida de dinamismo de la economía mundial lo que está detrás del agravamiento de las tensiones geopolíticas y guerras que hemos descripto, así como las fuerte tensiones sociales e instabilidad política que sacude a muchos de los gobiernos y regímenes de los principales países capitalistas, comenzando por el más fuerte, los EEUU. El gran salvataje de Wall Street y de la economía norteamericana y de los principales centros imperialistas por parte de la FED, demás bancos centrales y gobiernos de los principales países evitó un escenario catastrófico y la expresión de las formas más extremas de la crisis capitalista, como fue el caso de 1929 a 1933, pero no logró recuperar el dinamismo de la acumulación capitalista, sino que la agravó. Lo nuevo y la dinámico es la fragmentación creciente de la economía mundial, pero partiendo de la existencia de cadenas de valor internacional muy enraizadas en especial con China (“el taller manufacturero mundial”) ya que, a diferencia de la Gran Depresión del siglo pasado, no se llegó a una ruptura total del comercio internacional. Por ende, la “desvinculación estratégica” de China que promueven los EEUU, cuestión en la que hay consenso entre demócratas y republicanos, debe operar en el marco de que, a pesar de las fuertes medidas tomadas hasta ahora durante la presidencia Trump I y Biden, partes centrales del capital norteamericano mantienen intereses y negocios en China. Nombremos las dos más emblemáticas. El campeón norteamericano de la informática, Nvidia y el campeón chino de los coches eléctricos, Byd, tienen una asociación estratégica que integra las soluciones de Nvidia en las flotas de vehículos de Byd. Más llamativo aun, el mercado chino es el segundo más importante para Tesla después del estadounidense y representa una oportunidad histórica de crecimiento. La gigafactoría de Shanghái, inaugurada en 2019, se ha convertido rápidamente en el mayor centro de producción de la compañía. La relación con las autoridades de Pekín y los proyectos futuros de Tesla van a ser próximamente puestos a prueba, no sólo por el nuevo puesto que el hombre más rico del mundo va a jugar en la próxima administración norteamericana, sino también por la necesidad de Musk de lograr la venia de las autoridades del PCCh a un pleno acceso al mercado chino, incluida la posibilidad de tomar datos y ponerlos en uno de sus megaclusters estadounidenses, en el marco de sus planes de conducción autónoma. Esto en el mismo momento que los Estados Unidos cierran su mercado al software chino de automoción, a cualquier variante de ordenadores chinos en los automóviles que sea una “amenaza para la seguridad nacional” según la medida del 23 de septiembre de 2024 de la administración Biden. Más en general, China es, de hecho, extremadamente competitiva en una gama muy amplia de productos, lo que hace que, por el momento, es prácticamente imposible eliminar a China de las cadenas de valor mundiales a un coste aceptable. Esta realidad puede llevar a nuevos enfrentamientos en el marco de la cada vez más palpable crisis de sobreproducción china.
En China, décadas de crecimiento desequilibrado ha dado lugar a un enorme exceso de capacidad estructural. China se encuentra en deflación, lo cual es manifestación de una crisis de sobreproducción. La industria de la construcción se encuentra semiparalizada, su valuación en retroceso y los impagos bancarios son del orden de los miles de millones. Pero como hemos escrito en el momento de la crisis del gigante inmobiliario Evergrande, la misma ponía de manifiesto, incluso más allá de la industria de la construcción, “las dificultades de Pekín para avanzar hacia un nuevo modelo de crecimiento más equilibrado y sustentable”. Los excesos productivos son gigantescos, como señala un analista:
En 2022, la capacidad fotovoltaica solar instalada en China era superior a la de cualquier otro país, tras su agresivo desarrollo de las energías renovables. Pero la red eléctrica china no puede soportar más capacidad solar. … Se espera que la capacidad de producción fotovoltaica de China, que ya duplica la demanda mundial, crezca otro 50% en 2025. Este exceso extremo de oferta hizo que la tasa de utilización en la industria china de energía solar acabada cayera en picado hasta sólo el 23% a principios de 2024. No obstante, estas fábricas siguen operando porque necesitan recaudar efectivo para pagar su deuda y cubrir los costes fijos.
Otro ejemplo es la robótica industrial, que:
Pekín empezó a priorizar en 2015 como parte de su estrategia Made in China 2025. En aquel momento, había una clara justificación para construir una industria robótica nacional más fuerte: China había superado a Japón para convertirse en el mayor comprador mundial de robots industriales, con cerca del 20% de las ventas en todo el mundo. Además, el plan parecía lograr resultados sorprendentes. En 2017, había más de 800 empresas de robótica y 40 parques industriales centrados en la robótica que operaban en al menos 20 provincias chinas. Sin embargo, este esfuerzo global apenas sirvió para hacer avanzar la tecnología robótica china, a pesar de que creó una enorme base industrial. Para cumplir los ambiciosos objetivos de producción de Pekín, los funcionarios locales tendieron a invertir en tecnologías maduras que pudieran ampliarse rápidamente. En la actualidad, China tiene un gran exceso de capacidad en robótica de gama baja, pero aún carece de capacidad suficiente en robótica autónoma de gama alta que requiere propiedad intelectual autóctona.
Este exceso crónico de sobrecapacidad la fuerza a impulsar la exportación de capital a los países de la periferia y a una guerra comercial con los principales países desarrollados. Pero en la práctica, han creado un enorme exceso de inversión en la producción en sectores en los que el mercado nacional ya está saturado o los mercados extranjeros, puedan absorber de forma sostenible. Como resultado, la economía china corre el riesgo de quedar atrapada en un círculo vicioso de caída de precios, insolvencia, cierre de fábricas y, en última instancia, pérdida de puestos de trabajo. A la vez que su sobreproducción se ha convertido también en una fuerza desestabilizadora en el comercio internacional. Al crear un exceso de oferta en el mercado mundial de muchos productos, las empresas chinas están presionando los precios por debajo del punto de equilibrio para los productores de otros países.
Es en este marco, de la necesidad imperiosa china de exportar de más en más su excedente productivo, que las amenazas de Trump intervienen. Si éste hace lo que dice que hará, por ejemplo, imponiendo aranceles del 60% a las exportaciones chinas, podríamos asistir a una tercera oleada de reorientación de la cadena de suministro hacia estos países intermedios, como fue el caso de Vietnam, México e India frente a las medidas anteriores. Lo nuevo, es que al mismo tiempo es posible que haya más coerción sobre terceros países para que tomen medidas contra las mercancías chinas que transitan por terceros países hacia Estados Unidos. Especialmente, México, que ha desplazado a China como primer socio comercial de EEUU, es muy vulnerable por su dependencia del mercado norteamericano. Esto tendrá repercusiones no sólo en su política exterior, sino también fuertemente en el plano doméstico, debido al carácter entrelazado de las relaciones entre México y su Amo del Norte, tanto a nivel comercial y de la energía sino también con respecto a la seguridad, frontera, migración (de cada cinco mexicanos hay uno viviendo en Estados Unidos).
La nueva ofensiva bonapartista de Trump y el trumpismo
El mundo que afronta Trump en 2024 - que hemos descripto en los capítulos anteriores-, es mucho más inestable y tumultuosa que en 2017, aunque su elección ya estaba marcando que el equilibrio capitalista en EEUU y a nivel internacional se estaba fisurando. Internamente, el asalto al Capitolio al final de su presidencia marcó una crisis orgánica al paroxismo para la democracia de la principal potencia imperialista. La administración Biden, pese a que definió desde sus inicios que la política exterior debía orientarse a fortalecer a la clase media y responder a los intereses de los trabajadores, no logró sus objetivos. Desde 2020 hasta hoy han sido años difíciles en Estados Unidos. El Covid ha matado a casi un millón de personas. Las vacunas y los cierres patronales han dividido a la población, percibidos por muchos como pruebas de la intromisión del Gobierno en la vida personal. La delincuencia se disparó, antes de descender en los últimos meses. El fentanilo y los opiáceos se han cobrado más víctimas que nunca. La inflación ha subido una media del 20%, con picos del 30-40% en los alquileres y los seguros médicos. Como escribimos a principios de año:
Los ciudadanos estadounidenses son cada vez más reacios a soportar costos indefinidos para defender la hegemonía, impugnan el uso de la fuerza en el extranjero, están menos dispuestos a servir bajo armas, exigen límites al gasto en apoyo de los aliados, etc. Esta negativa a bancar sacrificios por el rol imperial de los Estados Unidos está ligada al aumento del sufrimiento social: tiroteos diarios, disminución de la esperanza de vida, depresión juvenil generalizada, caída en picada de la calidad de la educación, la epidemia de opioides, entre las principales causas de muerte entre los adultos menores de 50 años. La anteriormente fuerte aristocracia obrera (o mal llamada clase media) está degradada en sus condiciones de vida, como mostró la huelga de las automotrices.
Ligado a las percepciones sobre la política exterior de la población, crearon las bases para una respuesta cesarista, es decir la búsqueda de un hombre fuerte, dispuesta a dotar a esa figura de una autoridad desmesurada, como ha ocurrido a menudo en tiempos de guerra o de peligro nacional.
Trump quiere utilizar su “mandato” con el objetivo expreso de hacer una purga de la burocracia estatal en todos sus niveles, empezado quizás por el propio Pentágono y las agencias de la llamada “comunidad de inteligencia” (FBI, CIA, etc.) para llenar esos puestos con funcionarios leales, para ampliar el margen de arbitrariedad personal. Pero el objetivo va más allá. Las tropas de choque del movimiento MAGA de Trump creen que sólo pueden volver a hacer grande a su país destruyendo primero a sus enemigos internos. Trump ha dicho que el “enemigo interno” es “más peligroso” que Rusia y China. Pete Hegseth, el nominado de Trump como secretario de Defensa, ha escrito que “a veces la lucha debe comenzar con una lucha contra los enemigos internos”. En un podcast, exigió: “Cualquier general, cualquier almirante... que estuviera involucrado en programas de diversidad, equidad e inclusión o mierda woke tiene que irse”. Pero la ofensiva no se limita a las instituciones regalianas y el acaparamiento de los tres poderes constitucionales, sino que va más allá: los institutos de enseñanza estadounidenses también están en la lista de enemigos de Trump. Sus aliados afirman que las universidades son bastiones del “wokismo” y el antisemitismo. Bill Ackman, un financiero que apoya a Trump, opinó recientemente que Yale “no es diferente de Hamás”. Con el ataque a la “wokeness”, Trump ha identificado que la solidificación de un bloque xenófobo agresivo sólo puede tener éxito ejerciendo un control sobre las conciencias, eliminando las resistencias como condición sine qua non para llevar adelante su proyecto imperial. En otras palabras, la transformación bonapartista -con tintes dictatoriales y plutocráticos- del régimen político, así como las costumbres y formas de pensar de la población, son una necesidad y precondición frente a las férreas disputas geopolíticas y militares por venir. Sin embargo, a diferencia aún del periodo de entreguerras, este nacionalismo reaccionario y xenófobo, que autores marxistas como Richard Seymour llaman “nacionalismo del desastre”, “todavía no es fascista porque, aunque organiza los deseos y emociones de la gente en una dirección muy reaccionaria, no están intentando derrocar la democracia parlamentaria, no están intentando aplastar y extirpar hasta el último derecho humano y civil... todavía. También les falta madurez organizativa e ideológica. Estamos en una etapa de acumulación de fuerza fascista” [10].
Esta radicalización en el plano interno, se corresponde con un proyecto no sólo defensivo en el exterior. El Trump II no se reduce a una especie de aislacionismo contra la globalización, sino que, aliado a Musk y los grandes empresarios tecnológicos, tiene un aspecto muy ofensivo y “subversivo” de reconquista de Occidente, tanto en valores y aspiraciones, en guerra contra los socialistas, los progres y los wokistas. Desde el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, a la primer ministro de Italia, Giorgia Meloni en Europa, o los Milei y Bolsonaro en América Latina, pasando por Vox en el estado español y demás, la derecha y extrema derecha de todos los colores debe sentirse alentada por Trump. Este “partido mundial de derecha” que tiene en Trump su liderazgo indiscutido será una fuerza no sólo ideológica sino de combate, al estilo de los EEUU durante la Guerra Fría, que promueva y azuce intentos de golpes de estado, fraudes electorales, levantamientos como el de enero del ’23 en Brasilia, es decir las conspiraciones reaccionarias estarán al orden del día en muchos lugares. Desde el punto de vista de la “Gran Estrategia”, se espera que el presidente electo exhiba el poderío económico y militar de EE.UU., tratando de infundir miedo en los adversarios y obtener una mayor acomodación de los aliados. La percepción de un mundo fuera de control que arrastra a Estados Unidos a la Tercera Guerra Mundial, porque ya no es temido por nadie, buscando un líder fuerte que marque una línea y se haga respetar, fue parte de las razones del suceso electoral del tumpismo. Como dice el “decano británico de estudios estratégicos”, Lawrence Freedman:
Un aspecto revelador de la crítica de Trump a la política exterior de Biden (reflejada en el artículo de O’Brien) era que su incapacidad para demostrar fuerza significaba que no podía disuadir a otros de iniciar guerras ni concluirlas rápidamente una vez iniciadas. Podemos preguntarnos si Putin habría frenado su invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, o Hamás su ataque a Israel en octubre de 2023, si Trump hubiera estado entonces en la Casa Blanca. No obstante, aunque los instintos de Biden pueden haber sido acertados después de estos dos acontecimientos, hubo una vacilación palpable sobre el uso del poder estadounidense, lo que refleja un sentido de los riesgos potenciales y una determinación de limitar las responsabilidades de Estados Unidos. El resultado fue que los conflictos se alargaron y se hicieron más peligrosos en lugar de reducirse.
Los demócratas han hecho de la previsibilidad su mantra. Esto es exactamente lo que muchos de los enemigos de Estados Unidos explotan en su beneficio. Como dice el Wall Street Journal:
La principal baza de Trump es su imprevisibilidad, a diferencia de Biden, que a menudo telegrafiaba sus acciones con antelación, según sus partidarios e incluso algunos de sus críticos. En una metedura de pata en enero de 2022, Biden dijo que los aliados occidentales no tendrían una respuesta unificada si Putin llevaba a cabo una “incursión menor” en Ucrania, comentarios que, según los partidarios de Trump, alentaron la invasión a gran escala poco más de un mes después. Con Trump, los líderes rivales no pueden estar seguros de hasta dónde reaccionaría Estados Unidos a sus movimientos, dicen los aliados.
Traducir este impulso en una política exterior coherente es evidentemente mucho más complicado. Las administraciones Trump y Biden han descartado la ilusión de convertir a China en un socio minoritario de la globalización. Han puesto en marcha una contención militar, diplomática, tecnológica y comercial. Incluso se ha cimentado en Washington un consenso transversal (una rareza) sobre la amenaza de la República Popular. Pero detrás de este consenso sobre quien es el principal enemigo, no hay una idea común en el establishment político y de seguridad en cual debería ser el objetivo de los EEUU. Por ejemplo, Trump rechazó públicamente el nombramiento de Mike Pompeo en su gabinete después de su victoria electoral. El ex secretario de Estado y director de la CIA es partidario del cambio de régimen en China. Forma parte de una influyente franja entre los republicanos que piden un aumento de la propaganda contra Pekín porque quieren poner contra las cuerdas a su adversario y están dispuestos a arriesgarse ahora a una guerra. Este sector saltó a la palestra hace meses con un combativo artículo de Matt Pottinger y Mike Gallagher en Foreign Affairs. El primero, ex viceconsejero de Seguridad Nacional de Trump y el segundo, ex congresista por Wisconsin, ex copresidente del Comité de China de la Cámara de Representantes, dicen sin pelos en la lengua: “Estados Unidos no tiene que gestionar la competición con China; tiene que ganarla”. Su objetivo explícito es que el enemigo “renuncia a intentar vencer a Estados Unidos y sus amigos en un conflicto caliente o frío” y “una China capaz de decidir su propio camino libre de la dictadura comunista”. Rendición y cambio de régimen. Trump, a diferencia de estos republicanos, no pretende necesariamente “derrotar” al Partido Comunista Chino. Una de las pocas certezas sobre su próximo mandato es que intensificará los aranceles. Según fuentes cercanas a él, el objetivo es forzar a la RPC a un acuerdo comercial favorable a Estados Unidos lo antes posible, sin ninguna intención estratégica en particular (Tokio, Seúl y otros países asiáticos temen desde hace tiempo esta política transaccional de Trump, un pacto sobre bienes y servicios que los deje a ambos afuera, obligándolos a luchar por mantener su cuota de mercado). Su círculo íntimo, en cambio, ve la guerra arancelaria como un primer paso para desvincular la economía estadounidense de la de su rival, parte de un esfuerzo más amplio para estrangular al adversario. El mismo Trump, con la nominación de Marco Rubio secretario de Estado y a Mike Waltz consejero de Seguridad Nacional, le da las principales funciones en política exterior a dos congresistas muy combativos con China. Ambos han realizado una intensa propaganda sobre el “genocidio” en Xinjiang. Posiblemente ambos se encuentren entre los muchos congresistas que se preguntan por qué no declararle la guerra a China ahora, antes de que se vuelva demasiado poderosa, pregunta que se repite a menudo entre los republicanos del Capitolio.
Sobre Taiwán, Trump tiene una posición ambivalente, criticando duramente a la isla por no hacer lo suficiente para defenderse (una preocupación común en todo Washington), a la vez que cuestiona que los estadounidenses tengan deseos de sacrificarse por ella, en caso de conflicto armado. Crecientemente, más de un analista que no puede ser acusado de aislacionista empieza a decir que no tiene sentido arriesgar todo el poderío militar de los Estados Unidos por una isla que no es de su interés existencial. Su línea de fuga es sostener que el verdadero interés de los EEUU es evitar una humillación militar, que tendría consecuencias catastróficas y haría que los “aliados” se autonomizaran. El mismo Kissinger, un año antes de morir, advertía: “Taiwán no puede estar en el centro de las negociaciones entre China y Estados Unidos” [11]. Pero vaciar a Taiwán de su “tesoro tecnológico” y permitir la emigración de quienes no acepten la anexión a China, al tiempo de garantizar la neutralidad del Mar de China Meridional para Filipinas y Vietnam, con el apoyo de terceros países como Australia e Indonesia, es una operación de difícil realización, tanto a nivel político como operativo.
La realidad es que la focalización del trumpismo en China corre el riesgo de quedar corta, pues de lo que se trata en la contienda global es de una competición prolongada por la supremacía en Eurasia que, o bien incluye una guerra o, en el mejor de los casos, una conclusión mediante el equivalente a la victoria militar de una u otra parte en disputa. La unidad de los conflictos euroasiáticos surge de su base económica: la región combina la tecnología y las finanzas europeas con la producción energética y los cuellos de botella comerciales de Oriente Medio y, más al este, con la capacidad manufacturera asiática en un sistema integrado. Separar la rivalidad sino-estadounidense en Asia sin hacer referencia a las actividades de Pekín y Washington en Oriente Medio y Europa, empezando por las estrategias que ambos países han seguido frente a la invasión rusa en Ucrania, es un sinsentido. La realidad inexorable es que ningún gobierno estadounidense puede permitir que una potencia o una coalición de potencias hostiles obtenga la hegemonía militar en Eurasia. Ese ha sido el objetivo geopolítico fundamental de EEUU. desde 1917, cuando intervino en la 1ª Guerra Mundial.
En última instancia, el bonapartismo trumpiano no puede ocultar que detrás de su nuevo intento de demostrar fuerza se oculta un paso más en la declinación del imperialismo norteamericano. Si el intento bonapartista de Trump no se corona con éxitos tácticos (Ucrania, Medio Oriente y demás “puntos calientes”), sus traspiés pueden hacer más aguda y visible esta trágica realidad de su dominio.
Salto bonapartista, la impostura del “mal menor” y las respuestas de la lucha de clases
Si le dimos importancia a analizar la compleja situación internacional es porque, cualquier estrategia obrera y socialista tiene que tener en cuenta el terreno en el que se despliegan las luchas, es decir, la inestabilidad hegemónica de Estados Unidos en el marco de una crisis capitalista mundial sin parangón luego de los años 1930. Como sucedió durante la primera mitad del siglo veinte, la crisis actual del capitalismo global adopta la forma de una enorme crisis de legitimidad: la consigna “socialismo o barbarie” vuelve a plantearse con urgencia, no sólo por lo trágico que es el creciente recurso a las guerras sino también frente al calentamiento climático, que sigue haciendo desastres inéditos como vimos incluso en un país avanzado como el Estado Español, en Valencia.
Es esta crisis de legitimidad del orden liberal surgido después de la Segunda Guerra Mundial, que da lugar a fenómenos mórbidos como Trump y el crecimiento de la extrema derecha a nivel mundial. Pero que, indudablemente estas fuerzas reaccionarias tienen la iniciativa política (que lleva a algunos intelectuales a cambiar el sentido de la frase del Manifiesto: “un fantasma recorre al mundo, es la extrema derecha”), no debe confundirse con que las clases dominantes han logrado resolver a su favor la relación de fuerzas por un período histórico y que la clase obrera internacional ya ha salido de la escena histórica.
Nada más alejado de la realidad. No solo porque, como ya hemos dicho muchas veces, en las últimas décadas se ha producido un fuerte crecimiento del tamaño de la clase trabajadora mundial. Como informó la Organización Internacional del Trabajo en 2014, por primera vez en la historia, el trabajo asalariado es ahora la experiencia mayoritaria a nivel mundial [12]. La mano de obra mundial asalariada no agrícola creció de 1.500 millones en 1999 a 2.100 millones en 2013, lo que la convierte en aproximadamente la mitad de la mano de obra mundial. Al mismo tiempo, el número de trabajadores industriales aumentó de 533,2 millones en 1999 a 724,2 millones en 2013 [13]. La mayor parte del crecimiento de la clase trabajadora, ha tenido lugar en el Sur Global. Pero, a pesar de la “desindustrialización” en el centro (el número de trabajadores industriales en las economías desarrolladas se redujo en el mismo periodo en aproximadamente una sexta parte), hay que tener en cuenta que esta es relativa: Estados Unidos sigue empleando a más de doce millones de trabajadores del sector manufacturero, y la cifra ha aumentado recientemente. En Alemania, más de una cuarta parte de los trabajadores siguen trabajando en la industria manufacturera. Como dice Beverly Silver, socióloga y economista especializada en la historia de las fuerzas del trabajo: “El potencial de la clase trabajadora para resistir frente al capital es más fuerte que nunca”. Sino también, porque esta potencialidad se está demostrando parcialmente, en especial en los EEUU, donde después que la pandemia sacó a luz muchas de las injusticias fundamentales del sistema, estamos asistiendo a una explosión de organización sindical y la actividad huelguística más importante en décadas. Desde hace más de un año, mientras la campaña presidencial monopolizaba la opinión pública, multitud de trabajadores furiosos hacían escuchar sus consignas en los piquetes, con casi las mismas reivindicaciones: terminar con más de una década de estancamiento salarial y abusos patronales. Desde las ciudades portuarias del Este y el Sur [14] hasta las fábricas aeronáuticas del Noroeste-Pacífico [15], desde los grandes hoteles de California hasta los complejos de balnearios de Hawái [16], las huelgas volvieron a ser parte del paisaje en la principal potencia mundial. Más sorprendente es que los trabajadores de base mostraron un cierto desafío a sus dirigentes sindicales conciliadores. Como informó The Wall Street Journal:
Frustrados por la inflación que se está comiendo sus nóminas y fortalecidos por las exitosas huelgas de United Auto Workers el año pasado, los miembros de los sindicatos están enviando un mensaje a sus propios líderes: Hazlo mejor. En los últimos meses, los afiliados han rechazado contratos en Boeing, AT&T, Textron y otras empresas, después de que los comités negociadores de sus sindicatos pasaran meses negociando acuerdos para su ratificación.
Distorsionadamente, este peso de la cuestión obrera se coló en la campaña presidencial. Como dice un autor de Le Monde Diplomatique: “El lugar central que ocupa la figura del trabajador en los discursos políticos estadounidenses distingue esta campaña presidencial de las anteriores”.
Ninguna de las causas que dieron origen a esta oleada de huelgas va a desaparecer con la nueva administración. Más aún, la misma puede radicalizarse frente a los grandes ataques contra los trabajadores y el movimiento obrero que ésta prepara. Es importante recordar, como dicen los investigadores y activistas sindicales Eric Blanc y Chris Bohner, que el repunte actual de los trabajadores estadounidenses comenzó con las huelgas estatales de maestros que barrieron los estados rojos (republicanos) en 2018 durante el primer mandato de Trump. Las huelgas ilegales de los docentes de Beverly, Gloucester y Marblehead por segunda semana consecutiva, en el estado de Massachusetts, exigiendo salarios más altos y más licencias por enfermedad y paternidad ya son una prueba. Como dicen los dos autores citados, los sindicatos siguen siendo populares y gozando de confianza. Según una encuesta Gallup de septiembre de 2024, el 70% de los estadounidenses aprueban los sindicatos, el apoyo más alto desde la década de 1950; incluso el 49% de los republicanos apoyan actualmente a los sindicatos. A su vez, el activismo de los jóvenes trabajadores (la Generación Z y los trabajadores mileniales) sigue estando presente: la reciente proliferación de campañas sindicales entre los conductores de Amazon es solo el último ejemplo de un repunte generacional que sigue extendiéndose por Starbucks, la enseñanza superior, el periodismo y otros ámbitos. Por su parte, no podemos descartar, que la arrogancia y ferocidad patronal de Elon Musk y el trumpismo, los haga dar pasos por fuera de la relación de fuerzas, que creen las condiciones para una evolución menos pacifica de los trabajadores. Por ejemplo, el primero junto con el también millonario Ramaswamy, designados por Trump para reducir la burocracia gubernamental, pretenden exigir trabajo de oficina a tiempo completo para los empleados federales, es decir que vuelvan a la oficina cinco días a la semana, calculando que esta exigencia generará renuncias masivas. Esto puede despertar a la burocracia sindical de la Federación Estadounidense de Empleados Gubernamentales, enorme sindicato que representa a 800.000 trabajadores del gobierno federal y del Distrito de Columbia, uno de los pocos bastiones sindicales que se mantiene en los EEUU.
Lo de Estados Unidos, con la victoria de la UAW , los portuarios o los trabajadores de Boeing es la punta más visible de una tercera oleada de lucha de clases desde la crisis de 2008/9, que tiene un carácter proletario más pronunciado que las anteriores. En Europa, desde que comenzó la guerra de Ucrania, el continente se ve sacudido por una ola de huelgas, muchas de ellas las más grandes en las últimas décadas, motorizadas por las pérdidas salariales debido a la inflación. El punto más alto ha sido, sin lugar a dudas, la lucha de las jubilaciones en Francia. Como decimos en el libro La victoire était posible de Juan Chingo, la batalla de la jubilaciones ha estado marcada por una gran centralidad de la clase obrera. Más en general, como decimos en el documento nacional publicado en el número anterior de este suplemento, después de 2016 hemos visto desplegarse en Francia un repertorio de acciones de lucha de clases sin equivalente en otros países capitalistas avanzados que, si bien no ha dado victorias decisivas, ha puesto en primer plano una tendencia a la intervención directa de las masas en los eventos históricos. Esta tercera oleada también encontró expresión en las rebeliones inéditas en países fuertemente endeudados contra los gobiernos que aplican planes de austeridad del FMI, como sucedió en Kenia, o en rebeliones juveniles que lograron incluso tumbar gobiernos y abrir la posibilidad de intervención del movimiento obrero, como ocurrió en Bangladesh. También se reflejó en cambios políticos profundos producto del procesamiento de experiencias de la lucha de clases, como la llegada de un “gobierno de izquierda” en Sri Lanka, tras una terrible criis de la deuda y una revuelta que provocó la huida del anterior presidente en 2022. Posteriormente, el National People’s Power obtuvo una victoria sin precedentes las elecciones legislativas, en donde sin coaliciones, logró una clara mayoría, poniendo a todos los partidos del establishment a la defensiva. Mas importante, la coalición ganadora es la mayor y más diversa jamás reunida entre trabajadores, campesinos, pescadores, mujeres, comunidades minoritarias y pobres urbanos de todo el país. Una derrota de las políticas del FMI sería una luz de esperanza para todos los países del sur a nivel mundial sometidos a las mismas cadenas de sumisión. Pero, a pesar de la relación de fuerzas favorable, el presidente y su mayoría han capitulado de entrada al FMI, aceptando las condiciones del programa del FMI negociado por los gobiernos anteriores. Una vez más, como en Grecia en 2015, esta falsa izquierda se contenta solo de gerenciar el desastre. Pero, sea cual sea como termine este proceso, lo que está claro es que el sudeste de Asia con las acciones de masas, los jóvenes y la clase obrera de Sri Lanka, Myanmar o Bangladesh se está transformando en un nuevo centro de la lucha de clases, con una irrupción de esta de forma explosiva cada vez más frecuentes. Lo que falta de forma acuciante a las masas de la región son partidos revolucionarios con peso en la clase obrera y los sectores oprimidos que no cedan frente a las burguesías locales y el imperialismo, que puedan –con el apoyo de las masas en lucha y sus organismos de combate–, adueñarse del poder e implantar desde él su programa revolucionario.
En estos años, además, se desarrollaron a nivel internacional grandes movimientos como el de mujeres, movimientos antirracistas y movimientos ambientalistas juveniles. Desde la extrema derecha, estos movimientos han sido ubicados como blanco contra el cual polarizar y generar “batallas culturales”, mientras que desde diferentes variantes “progresistas” se ha buscado su institucionalización. Probablemente, lo más novedoso y destacado sea el movimiento en solidaridad con el pueblo palestino protagonizado fundamentalmente por el movimiento estudiantil de los países centrales, que enfrentó (y sigue enfrentando) una dura represión y persecución de los gobiernos cómplices del genocidio del Estado de Israel. Este movimiento ha desarrollado una impronta antimperialista que no se veía desde la lucha contra la guerra de Vietnam.
Todo lo anterior muestra que, desde la crisis de 2008, las masas en general y la clase obrera más recientemente están mostrando tendencia a la recuperación de su capacidad de lucha desde los momentos más sombríos de la ofensiva neoliberal. El problema es que este fenómeno de la lucha de clases no encuentra habitualmente representación en el plano político, reforzando una expresión de clase de los explotados. Mientras que las expresiones de (extrema) derecha han profundizado su radicalización mediante discursos de odio, xenofobia y autoritarismo, las variantes surgidas a la izquierda del reformismo tradicional han moderado sus posiciones y adoptado como estrategia restaurar el centro burgués, lo que se está demostrando catastrófico. La debacle electoral de los Demócratas y su candidata presidencial Kamala Harris es su última y patética expresión. Como ha bien sintetizado Bernie Sanders: “No debería ser una gran sorpresa que un partido demócrata que ha abandonado a la gente de la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora le ha abandonado”. Lo que calla es el rol de él mismo y la izquierda jugó en esta debacle. Mientras que Trump copó el Partido Republicano con su movimiento MAGA (Make America Great Again), la izquierda optó por la sumisión al Partido Demócrata, que termina actuando como una máquina de cooptación para contener la radicalización política. Esta izquierda terminó haciendo campaña por Kamala Harris y justificando incluso la complicidad de la candidata demócrata con el genocidio israelí en Gaza con el argumento del “mal menor” frente a Trump.
El “malmenorismo” frente al “fascismo”, ya sea el “antitrumpismo” en Estados Unidos o el anti RN/Le Pen en Francia o en otros países, se está convirtiendo en un cáncer para una verdadera política de independencia de clases. Como dice Anton Jäger en la New Left Review de Sept/Oct 2024: “¿Qué consigue entonces la heurística fascista? Su principal consecuencia es aglutinar a la izquierda descontenta detrás de sus amos capitalistas menos malos, como si los crímenes de Biden no fueran nada comparados con los de Trump”. En Francia vimos como el “frente republicano”, impulsado vehemente por la LFI, permitió salvar gran parte de sus diputados al macronismo, incluido el ex primer ministro responsable de la reforma de las jubilaciones o el ministro del interior, responsable de la ley de inmigración, quien acusaba a la extrema derecha de ser “blanda”. Con la misma lógica, en Estados Unidos, detrás de Kamala Harris se formó una “…esperanzadora coalición, que une a gente como Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez y los Socialistas Demócratas de América con elementos del Partido Republicano notables por sus pasados crímenes contra la humanidad, como Dick Cheney, constituye nada menos que un reagrupamiento de la corriente política de centro-derecha. Formado sobre la base de la capacidad de Trump para poner en peligro la democracia, este realineamiento es notable por su exorcismo de cualquier cosa que lleve el más leve aroma de radical, sensibilidades de izquierda. Parece estar arrastrando a gran parte de la izquierda”, como plantea el historiador Bryan Palmer.
Los medios de gobierno de Trump trastocarán todo el método de dominio de la clase dominante norteamericana -la “democracia burguesa”- que ésta ha utilizado con eficacia desde la Guerra Civil. Aunque el trumpismo a diferencia de 2016, ha alineado a sectores de la clase dominante como los capitalistas del Silicon Valley, al no existir una amenaza real desde abajo, sus métodos pueden ser muy riesgosos. Las principales alas de la clase capitalista estadounidense temen que, un Ejecutivo autoritario, imponga normas y leyes arbitrariamente, dificultando el funcionamiento de los capitalistas. Es probable, entonces, que sus propias divisiones y crisis alentarán nuevos embates de la lucha de clases. Los trabajadores tenemos que estar preparados para utilizarlas y no vender nuestra piel a un postor u otro.
El impasse del reformismo de izquierda; no hay atajos a la construcción de partidos revolucionarios de la clase obrera
Salvo aún la LFI, poco queda del “momento populista” que denomina buena parte de la política en Europa y los EEUU en la “larga década de 2010”, para utilizar las dos expresiones de Anton Jäger y Arthur Borriello [17]. Le evolución y normalización a derecha de su estrella más fulgurante es sorprendente. En pocos años, Syriza paso de ser la esperanza que iba a tirar abajo el sistema financiero internacional y construir una Europa Social en 2015 a convertirse en el más celoso servidor de los acreedores de Grecia. Mas aun, su líder, Tsipras alineó abiertamente su política exterior con los intereses atlánticos, lo que significó faltar a su palabra de romper con las políticas proisraelíes. “Esta ‘socialdemocratización’ de la izquierda populista”, resultado lógico de la evolución de Syriza, es un “escenario en el que la izquierda populista se vacía por completo de su potencial subversivo al tiempo que conserva su otra única ambición: conquistar el poder y conservarlo” [18]. Con diferentes modalidades, ésta ha sido, más o menos, la trayectoria de las distintas corrientes populistas de izquierda. Comparado con el temor que había despertado su candidatura y movimiento en 2016, Sanders ha terminado como un “limón exprimido” por el establishment del Partido Demócrata, al que vendió su alma. Como dice Richard Seymour, la política de cooptación de Sanders y la izquierda demócrata de la presidencia Biden, buscaba “…drenar a la izquierda demócrata de su energía radical y atarla con lazos de lealtad a una presidencia centrista. El resultado, ahora, es que apenas son un factor en la campaña de 2024”. Su función ha sido la de desplegar su desgastada imagen de “socialista” y crítico de la “clase multimillonaria” para canalizar (en cierta medida infructuosamente como se ve en la caída de votos de Kamala Harris con respecto a Biden en 2020) jóvenes y trabajadores radicalizados nuevamente detrás del Partido Demócrata, como se puede en relación a Gaza (ver abajo). Por su parte, el fracaso de PODEMOS de romper la hegemonía del PSOE en la izquierda llevo a que
Seis años después de su aparición en la escena política española, Podemos finalmente había entrado en el gobierno nacional, pero desde la posición más débil posible. Lo más importante es que el partido era apenas reconocible. De un partido populista hostil a todo el sistema de partidos y empeñado en ganar una mayoría absoluta, progresivamente se “normalizó” y se transformó en una versión restaurada de la izquierda radical española, aunque electoralmente más fuerte que sus homólogos europeos [19].
Resultado: “La función histórica de Podemos ha consistido, de hecho, en revitalizar y rejuvenecer la socialdemocracia”.
Para todas estas variantes de populismo de izquierda, las crisis políticas o acontecimientos de la lucha de clases fueron pruebas duras de roer. Podemos no pasó la prueba de la lucha nacional catalana: su posición timorata y su acomodación a la “Constitución de 1978” después de su origen crítico contra la transición pactada del franquismo, dieron lugar a que en los máximos momentos de tensión fuera mal visto tanto por el movimiento por la independencia como por el campo pro unidad españolista. Corbyn quedó atrapado sin salida por el Brexit, entre una base de clase obrera mas favorable y su núcleo urbano londoniano más pro europeo. Más grave aún, la lucha de clases radical expuso abiertamente sus falencias estratégicas. Como hemos escrito a propósito de la LFI:
Estas tendencias semiinsurreccionales o a la revuelta, por denominar la acción de los explotados que tiende a superar el control pacificador y de carácter rutinario del conflicto social de las direcciones oficiales del movimiento obrero, así como el marco legal autorizado de la protesta como fue el caso durante la sublevación de los Gilets Jaunes, pone a mal a las organizaciones neo-reformistas. Es que, a pesar de que coquetean y buscan sacar rédito electoral con la radicalidad de la calle, son enemigos, por el vértice, de toda tendencia a la lucha extraparlamentaria, sobre todo si esta se sale de los canales normales de la movilización… la ambigüedad programática de la FI encuentra su correlato en el ámbito de la acción política. El populismo de izquierda está atrapado en este estrecho margen de maniobra que caracteriza la tensión entre el campo institucional y el de la movilización popular. El vínculo entre la estrategia populista y la institucionalización constituye una delgada línea roja, que debe a la vez evitar la normalización total (convertirse en un partido como cualquier otro) y la incapacidad de mostrarse capaz de gobernar, de tranquilizar, de crear una cierta estabilidad.
Ni hablar de Sanders y la izquierda demócrata en relación a un test ácido de la lucha de clases internacional: el genocidio en Gaza. A menos de una semana de las elecciones, frente a los temores enormes dentro del Partido Demócrata de que millones de personas se rehúsen a votar por Harris debido a su papel central en la campaña diaria de asesinatos en masa y limpieza étnica, publicó un video visto más de cinco millones de veces en X y Youtube donde pide a los trabajadores y jóvenes indignados por el genocidio en Gaza que voten por Kamala Harris. Negándose a caracterizar el asesinato en masa en Gaza como un genocidio afirma que, como millones de estadounidenses, también “discrepa” con Biden y Harris por la guerra en Gaza; afirmando, a la vez, de forma insólita que “Israel tenía derecho a defenderse del horroroso ataque terrorista de Hamas del 7 de octubre, que mató a 1.200 personas inocentes y tomó 250 rehenes”. Reconociendo, una vez más, el repudio masivo que existe por el genocidio, Sanders declaró en su video, “algunos de ustedes están diciendo: ‘¿Cómo puedo votar por Kamala Harris si ella está apoyando esta terrible guerra?’”. Su respuesta es esencialmente que “incluso en este tema, Donald Trump y sus amigos de derecha son peores”. Luego, Sanders argumenta que el asesinato masivo en Gaza y la expansión de la guerra en el Medio Oriente no son los únicos temas en las elecciones. También están los derechos reproductivos y el cambio climático. Patético.
Como dice Claudia Cinnatti, dirigente del PTS, todos estos ejemplos, así como el gobierno de Gabriel Boric en Chile, vuelven a confirmar
que no hay “posibilidad de utilizar en sentido revolucionario” el Estado burgués o algunas de sus instituciones, así sean las más “democráticas”, como los parlamentos. Parafraseando a Rosa Luxemburgo en su discusión con E. Bernstein, quienes optan por el camino parlamentario no eligen una vía más pacífica hacia el mismo objetivo que los revolucionarios, sino que, en lugar de luchar por una sociedad nueva, tienen por objetivo hacer cambios superficiales a la vieja [20].
También muestra que no hay atajo a la construcción de un partido revolucionario enraizado en la clase obrera. La crisis de la socialdemocracia ha abierto un espacio a izquierda, que después de 2008 ha sido capitalizada por un rápido salto electoral de formaciones nuevas o recicladas a la izquierda, pero esas organizaciones no solo han permanecido débiles organizacionalmente, sino que políticamente se han opuesto a construirse en la clase y se apartaban activamente del modelo de partido de masas y de sus densas estructuras [21]. Políticamente, la ausencia de una acumulación de fuerzas seria en la clase obrera y los oprimidos en general, se muestra el talón de Aquiles de este neorreformismo. La necesidad de la organización de los trabajadores avanzados es hoy más indispensable que nunca y una precondición para hacer política más allá del terreno electoral. No podemos por ende estar mas que de acuerdo con el intelectual marxista francés Guilaume Fondu cuando dice en su Que Faire de Lénine, que :
La política consiste, por tanto, ante todo en crear colectivos capaces de constituir una fuerza real a partir de la nada o, más precisamente, si nos situamos inmediatamente en una perspectiva marxista, en convertir los números –el único recurso real de los dominados– en fuerza real. Por tanto, definiremos “politización” como el hecho de unirse a este tipo de colectivos para ganar influencia real en el curso de las cosas. Pero esto supone dar una cierta coherencia al colectivo en cuestión, una coherencia que se divide en dos dimensiones, la dimensión ideológica y la dimensión práctica: una organización debe expresar ciertas ideas precisas y ser capaz de coordinar la acción de sus miembros, de manera que identificarse como una opción ideológica y actuar como sujeto colectivo. (…) podemos, por el contrario, diluirlo en una pseudoorganización de contornos vagos, incapaz de existir realmente tanto a nivel ideológico como a nivel práctico, lo que le sucederá al mayor partido socialista ruso (en términos de número de miembros), el partido socialista revolucionario (que desapareció rápidamente después de la revolución de 1917). Estos dos escollos siguen marcando nuestra vida política, como lo demuestran los intentos contemporáneos de ir más allá de la forma de partido para encontrar otros métodos de organización, intentos que fracasan, ya que la mayoría de las veces evacuan la cuestión de esta coherencia para reducir la organización a ser sólo la expresión de un programa político al que sólo se puede adherir pasivamente, siendo la única participación militante real sólo electoral y, por tanto, puntual y marcada por un calendario impuesto desde afuera.
Una izquierda revolucionaria, con una dimensión internacionalista reforzada
La ideología del globalismo, aparentemente hegemónica, dio paso a los nacionalismos más belicosos y xenófobos. Durante el ciclo neoliberal, mientras todas las fuerzas más poderosas del mundo de los negocios, la tecnología y las finanzas parecían empujar hacia una mayor integración internacional, lo “nacional” aparecía como una especie de (falso) refugio para una parte importante del movimiento de masas, en especial los perdedores de la globalización. Pero ahora que el nacionalismo se hace la corriente política dominante, sus obsesiones se infunden en todo el arco político: los tan anunciados defensores del libre comercio se acallaron bajo el tsunami ideológico del proteccionismo; los inmigrantes fueron vilipendiados; el racismo se desbocó con la generalización de la supremacía blanca. Ahora que el nacionalismo comienza a mostrar su carácter más pútrido, la posibilidad que la solidaridad internacionalista de la clase obrera internacional se transforme en una identidad esencial de toda política de la izquierda verdaderamente revolucionaria adquiere una dimensión mayor. Es que no hay ninguna posibilidad de luchar contra la extrema derecha nacionalista que no sea que luchando implacablemente contra el imperialismo.
La Convención Demócrata donde que ungió a Kamala Harris fue una demostración palpable de cómo esto otro partido de la burguesía imperialista buscaba competir con el nacionalismo sin complejos de Trump. Un observador comenta:
“USA” estaba impreso en pancartas repartidas a la multitud, y los cánticos de esas tres letras (U-S-A), que en otro tiempo habrían desprendido olor a reacción, intentaron en cambio poner de manifiesto un patriotismo inclusivo: la negativa a conceder el amor a la patria a la versión estrecha y xenófoba que ofrecen los republicanos. El corolario de estas muestras de unidad patriótica es que todo lo que se emparente con radicalismo queda fuera de la vista, más allá de las vallas de seguridad y de los policías aburridos con chalecos de Kevlar [22].
La capitulación a esta oleada patriótica de la izquierda demócrata también fue palpable:
Si el discurso de Ocasio-Cortez muestra lo que la izquierda ha sido capaz de ofrecer al partido, también mostró lo que el partido ha exigido de la izquierda. En lugar de ofrecer una crítica de Estados Unidos y sus instituciones, presentó su historia como una representación de las promesas del país. Lo más parecido a un conflicto de clases que tuvo su discurso lo envolvió en una crítica a Trump, cuando dijo: “No se puede amar a este país si sólo se lucha por los ricos y las grandes empresas”.
Pero también este nacionalismo se ve en la huelga y a la dirección de los dockers:
El lenguaje del nacionalismo también tiñe la retórica de la ILA. La dirigencia sindical tiende a afirmar que “ILA” también significa “Amo a Estados Unidos”, una formulación que se formuló por primera vez durante la Primera Guerra Mundial. El sindicato excluye los cargamentos militares de sus huelgas y lo vuelve a hacer esta vez. Los miembros también seguirán trabajando con los cruceros de pasajeros para no “molestar ni decepcionar” las vacaciones de las familias” [23].
Este internacionalismo consecuente implica una política independiente de los dos bloques más o menos estructurados que se enfrenan en actual contienda global. Lamentablemente, no es el caso. Como decimos en uno de los documentos de la “XII Conferencia de la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional (FT-CI)”, en la guerra de Ucrania,
el grueso de la centroizquierda a nivel internacional se pliega a la propaganda que fomentan la inmensa mayoría de los grandes medios occidentales desde el inicio de la guerra, que intentan utilizar el repudio a la reaccionaria invasión de Putin a Ucrania para presentar a la OTAN como defensora de la paz y la democracia. Buena parte de la izquierda con diferentes matices e intensidades se ha plegado a esta política (LITCI, UITCI, SU, etc.). Desde el inicio del conflicto venimos desarrollando diversas polémicas en este sentido. Algunas de estas corrientes han hecho bandera de la consigna “armas para Ucrania” por fuera de cualquier delimitación de clase ubicándose en los hechos en el campo otanista. Por otro lado, a menor escala, algunos partidos comunistas y sectores del populismo latinoamericano presentan a Putin –y un bloque con China– como una especie de alternativa al imperialismo y sostienen que a la invasión de Ucrania es una medida necesaria de “defensa nacional” por parte de Rusia frente a la OTAN.
Décadas de globalización imperialista dirigida sin cuestionamientos por EEUU, han creado las condiciones políticas para este nuevo “campismo” que le hace el juego a la oligarquía y el chauvinismo Gran Ruso. Pues lo que en realidad rechazan de Occidente Putin y los demás autócratas reaccionarios a la cabeza de los BRICS+, no es la política imperialista de dominación, sino el monopolio occidental de esas relaciones. Por eso afirmamos que hay que romper con toda ilusión en el “multilateralismo”; no existe un multilateralismo de izquierda. Contra las visiones que ponen esperanzas en el equilibrio entre potencias y bloques regionales de Estado capitalistas, la lucha por sembrar una política internacionalista proletaria es de primer orden. A aquellas variantes les está planteado oponerles un antiimperialismo y un internacionalismo que una a la clase que conforma los más de tres mil millones de trabajadores del planeta junto con los pueblos oprimidos del mundo para terminar con el sistema capitalista.
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