“Una modesta proposición” para prevenir que los niños pobres sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público. ¿Qué dirán los antiderechos de la Argentina al respecto?
Pablo Minini @MininiPablo
Sábado 10 de agosto de 2019 00:00
Diseño de imagen: LIDteratura
Jonathan Swift fue un irlandés que nació pobre, huérfano de padre, abandonado por la madre. Aprendió a leer a los tres años y parece que con un solo fin: dar a conocer al mundo cuánto despreciaba al género humano.
Se hizo cura anglicano porque era mejor que trabajar. Se acomodó con un pariente que lo llevó a la corte de Inglaterra, pero aún así le fue mal: su pluma y su boca le cerraron cuanta puerta pudo habérsele abierto. Estar cerca de reyes no le sirvió de nada.
Pidió que lo destinaran a Irlanda del Norte. Lo mandaron a una parroquia donde no iba casi ningún fiel y él, muy tranquilo, se dedicó a escribir y cuidar el jardín.
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Tal vez les suenen los viajes de Gulliver. Bueno: Swift es el autor. Un hombre, Gulliver, cansado del mundo en que vive, se dedica a viajar y encuentra enanos, gigantes y caballos que hablan. Pero eso es para otro día.
También es el autor de Una modesta proposición (acá comienza el spoiler, es un texto corto, están a tiempo de googlearlo y leerlo).
La obra de Swift relata la repugnante situación de pobreza, enfermedad, mendicidad y crímenes que había en la vida cotidiana irlandesa. Echa la culpa a los terratenientes, a la Iglesia, a la Corona Británica. Y propone una solución:
"Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout."
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Comerse niñas y niños, tiernos, de hasta un año, adobados, mantecosos. Propone también usar su piel para guantes y zapatos de la aristocracia: "Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos."
De un plumazo, Swift denuncia al mercado irlandés sometido a los ingleses, a la iglesia, a los hombres ("Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas -práctica tan frecuente- por temor a un aborto").
El texto es de 1729.
¡Qué brutal forma de declararse contra la humanidad y lo más sagrado, sus niños! Bueno, Swift habla de las mujeres también, no lo olviden: son exclusivamente las ocupadas en cuidar a los hijos, las hambreadas, las golpeadas. Swift no habla de canibalismo, habla de todo un sistema de explotación y opresión que estaba calentando motores, pero que ya mostraba su lado más oscuro y asesino:
"(...) yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre."
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Desde 1729 hasta 2019, doscientos noventa años. Y no comemos niños. Pero una jueza en Corrientes que autorizó la adopción de un niño no nacido, aún cuando la madre, violada, pidió que se le realizara un aborto y le fue negado. El bebé será dado a una familia que tenga los medios para cuidarlo. O el caso de la niña de 12 años violada, embarazada y obligada a parir, para quien el gobernador de Tucumán, Manzur, buscó una "familia bien" que sirviera de adoptante. O los casos del Próvolo, niñas y niños servidos al apetito de curas abusadores.
Swift era pesimista y odiaba bastante. Pero en ninguna de sus obras es tan clara la postura clasista. Se murió ciego, solo y loco. O por lo menos le decían loco los mismos que rechazaban lo que él escribía, pero que aceptaban la realidad reflejada en esos textos.
Rechacemos su modesta proposición, a conciencia de que nos toca resolver el problema. Swift usó un espejo para escribir la sociedad que veía. Nos quedará la duda de qué hubiera dicho si hubiera tenido a mano el martillo que ofrecían Marx, Lenin o tan siquiera ese himno que pide que la tortilla se vuelva.