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Red Internacional
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Tribuna Abierta. El becario como metáfora del futuro obrero

“El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan” enunció Marx. Parafraseándole me atrevo a afirmar que en el caso de los becarios no se trata de dinero, sino que se trata de dignidad.

Lunes 10 de febrero de 2020

Que el sistema tiene formas ingeniosas de inventar membretes fabulosos para encubrir su carácter esclavista es una realidad que, a menudo, nos rehúye. La figura del becario oculta una sumisión y servilismo propios de un lacayo sin derechos. Podría decirse que un pasante es, incluso, un virtuoso: sin vacaciones, sin estabilidad, sin formación, hacedor de las tareas que nadie quiere realizar y con un sueldo de subsistencia.

La formación es meramente un pretexto, una excusa: muchos no acaban siendo trabajadores fijos y no sacan rédito formativo alguno de la beca. En otras palabras: se los hace trabajar casi gratis en tareas que podría realizar cualquiera y que no constituyen un aprendizaje válido para el mercado laboral.

Atención porque el primer párrafo es introductorio y narra mis dos primeros años como becaria en los que, paradójicamente alienada, fui feliz.

En mi primera semana como becaria se me supervisó durante tres días. Tras ellos pasé a desempeñar una tarea estructural atendiendo de forma individual, única y exclusiva los reclamos, necesidades y préstamos de los usuarios de la sala de informática y audiovisuales (muy concurrida).

La posibilidad de pedir ayuda quedaba subrogada a que mi coordinador se hallara en su despacho; despacho que, por cierto, estaba agazapado y lejos, por lo que jamás hubo un control directo de mi actividad. Entre mis tareas se me ordenó que, al menos, una hora al día, ordenara la colección de audiovisuales. Si acababa con la sección correspondiente (cuatro becarios nos rotábamos en ese puesto) debía inmediatamente volver a comenzar. Como había la flexibilidad para intercambiar turnos con otros becarios y repartirnos la cantidad de horas, esas minucias eran insignificantes.

La pasantía parecía un complemento idílico a mis estudios ya que, con suerte, en mis ratos libres podía pasar apuntes. Tenía constancia de que los jefes sabían que algunos becarios no nos pedíamos todos los días de exámenes fijados en el convenio y que, para ahorrarse el trabajo de gestionar el personal fijo, hacían siempre la vista gorda.

No me importó. Prácticamente todos los días me tocaba cerrar el edificio sola, puesto que mi supervisor tenía clase de idiomas y debía salir 1 hora antes de horario de cierre. No era relevante para mí. Que no tuviésemos apenas formación y que, muchas veces, ni siquiera estuviésemos supervisados tampoco me importó.

Asimismo, ni siquiera hizo mella en mí que no tuviéramos días de fiesta ni días de libre disposición. Mientras que la plantilla fija goza de un margen bastante holgado de días por los que pueden ausentarse, ya sea por problemas personales o vacaciones, los becarios solo tienen permitido hacerlo por causa de extrema gravedad (aportando siempre justificante o prueba documental).

En esos años lo único que me importaba era que gracias a la beca disponía de unas horas al día para estudiar y que, al fin y al cabo, cobraba en torno al 60% de lo que se le pagaba a un trabajador en ese puesto. Eso sí, sin pagas dobles, sin paro, sin vacaciones (más que cuando cerraba la universidad) y sin despido.

Mi problema fue creer que en ese engranaje yo tenía dignidad. Y es que, al precisarla y pedirla, las tornas se giraron en mi contra.

Tercer año. Mientras a una compañera de beca se la dejaba salir antes, manejarse los horarios y tener descansos, a mí se me dijo que era inadmisible. Se me prohibió la flexibilidad horaria.

Además, se me encargaron tareas que requerían todo el tiempo de beca. Se me pusieron plazos para dichas tareas y, frecuentemente, se me obligó a rectificarlas. Tuve que decir adiós al tiempo de estudio “extra”, por lo que pasé a ser una trabajadora precaria de 6 horas al día.

Se me cuestionó y se me censuró por pedirme horas para ir al médico, aunque sufro de endometriosis y estuviese contemplado en el convenio (y aunque aportara los justificantes requeridos). Comenzaron a enviarme emails fuera del horario de la beca cuestionando mi trabajo para someterme a más presión y así cumplir nuevos plazos. Y cuando, cansada, protesté por lo que me parecía un abuso, se me invitó cordialmente a renunciar a la beca (cosa que mi situación económica no me permite). Y recordemos que no tengo paro.

Actualmente sigo en la beca, busco otro empleo y estoy en tratamiento psiquiátrico.

La figura del becario se presta a abusos porque carece de la adecuada protección. Un becario es una entidad ancilar, devaluada. Y en semejante situación de vulnerabilidad se hace con él lo que se quiere, pues queda al arbitrio y buen proceder del resto de trabajadores y de sus superiores. El día en que un compañero me chistó “tsch, tsch, tsch, ¿A dónde vas tú tan fresca?” cuando me dirigía a ordenar material a otra sección, comprendí que, sin derechos, un obrero es poco más que un perro.