“Aunque siempre desprecié las monarquías, el rey del punk soy yo”. El mítico John Lydon colmó Vorterix con su banda P.I.L., a puro carisma y con un show histórico.
Domingo 14 de agosto de 2016
Fotos: Pablo Piñeiro
Veinticuatro años pasarían luego de la primera visita de John Lydon al frente de Public Image Ltd. a Buenos Aires (además de la infame reunión que en 1996 trajo a los Sex Pistols): el paso del tiempo se notó tanto en el propio Lydon (más sereno que insolente, y menos histriónico y desafiante), en la banda (que es otra casi completamente diferente) como en el público, que maduró y se dedicó a escuchar y bailar su música (los shows de 1992 en Obras Sanitarias fueron caóticos y con repetidas interrupciones por los “cariñosos” escupitajos que en algún momento de salvajismo se convirtieron en una bomba de estruendo que casi lo mata, literalmente).
Como parte de esta revitalizada nueva versión de PiL, la banda se mostró en excelente forma y con una vigencia que pueden ostentar muy pocos artistas consagrados, a partir de una propuesta clara y homogénea: avanzar sobre la base de lo construido desde su origen en 1978, sintetizando la energía de la ira y la rabia como motor de la sabiduría en un particular contexto bailable.
La carismática figura de John Lydon y su Public Image Ltd pisaron el escenario entre penumbras mientras un cálido recibimiento acompañaba las primeras notas de la aplastante Albatross, aquella gema de su segundo álbum de 1979: casi diez minutos de trance hipnótico y flotante, donde Lydon chilla con una displicencia vocal exasperante, llegando a crear una especie de mantra claustrofóbica que le dio paso al neurótico Double trouble, corte de difusión de What the world needs now… (2015). Así comenzaba un show casi sin interrupciones, donde Public Image Ltd. demostró que cuenta con el sustento creativo y la honestidad artística para basarlo en la presentación de su material más reciente, prescindiendo de los clásicos (y la demagogia) a meros entreactos.
Cuando el público comenzó a corear su nombre, Lydon presentó a su banda: una ajustada base que mantiene el beat danzable con pulso funk en manos del batero Bruce Smith, y unas líneas de bajo saturadas y opresivas a cargo del correcto Scott Firth, quienes junto a Lu Edmonds en guitarra (mención aparte para este carismático freak que además toca un bicharraco de origen persa llamado bağlama como si fuera una guitarra eléctrica clásica), y algunos efectos rítmicos y sintetizadores, estructuran un combo poderoso y aceitado sobre el que se erige un frontman verborrágico y enojado, como un rapero blanco que no deja de fruncir el ceño ni para recibir los aplausos del público. De ahí en más la ovación fue siempre para PiL.
En poco más de una hora y media, se destacaron Know now, Deeper water y I’m not satisfied de sus dos álbumes más recientes, además de los clásicos Death disco (irreconocible), el emocionante Rise y la blasfema Religion, llevada a los límites de la deformidad en sus más de diez minutos. Celebradas por un público respetuoso que ahora sí entendía la propuesta artística del grupo por igual en cada una de las canciones, y el viejo John no podía ocultar su emoción y agradecimiento, aunque nunca sin un dejo de soberbia. Con una interacción más distante con su público que la esperable en otros tiempos de juventud y altanería, alcanzó para redondear una performance ajustada y sobria, que le hizo frente a las habituales inclemencias acústicas del reducto porteño con un sonido exuberante y preciso.
El bis de cierre fue con su primer single de 1978, Public image, y la poderosísima What the world needs now…, hit homónimo del último disco coronado a pura furia y puteada limpia. Quedaron ganas de algún tema más, producto de una performance soberbia y demoledora, pero Lydon llegó con su último aliento vocal suplicando un poco de aire. Un rey sin monarquía que sabe defender su corona con sólo decir “¡ésta boca es mía!”.