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Red Internacional
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TEORÍA LITERARIA. El desarrollo desigual y combinado en las coordenadas de la literatura latinoamericana

De intersecciones y simultaneidades entre Alejo Carpentier y León Trotsky

Lunes 25 de junio de 2018

[Los puntos abordados en el presente ensayo fueron expuestos como ponencia para el Foro: "La literatura y sus alrededores", enmarcada en las actividades de "junio de ciencias sociales" impulsadas por la Universidad Nacional Experimental "Francisco de Miranda" (UNEFM) y el Centro de Estudios Literarios y Lingüísticos "Lydda Franco Farías" (CELYL). Tuvo lugar el pasado viernes 15 de junio en las instalaciones de Librerías del Sur con sede en Coro, a las 3:00 pm, con la presencia de docentes universitarios, estudiantes y usuarios de la librería.]

RESUMEN

El año de aparición del primer tomo de Historia de la Revolución Rusa de León Trotsky, coincide con el de la publicación de Los puntos cardinales de la novela en América Latina del escritor cubano Alejo Carpentier, en ambos textos se describe contra visiones eurocentradas y unilineales del desarrollo histórico-cultural, una dialéctica de desarrollo no lineal ni mecánica, corría el año 1932 (!), en el presente análisis se intenta explorar las conexiones que posibilitaron esta confluencia, el marco explicativo nos servirá para comprender el punto de vista de Carpentier sobre el desarrollo de la novela en América Latina.

I PARTE | El carácter ‘sui generis’ del desarrollo en América Latina

La pregunta que aquí se plantea sobre América Latina está impregnada de movimiento, las categorías de análisis y perspectivas evolutivas a las cuales respondía el viejo continente tropezarían contra sus propios pies bailando al ritmo de la historia subcontinental y caribeña, colonización primero y dependencia después articulan los desiguales ritmos de desarrollo en los países latinoamericanos.

El liberalismo clásico no se pudo instalar con su forma habitual en los países de América Latina y el Caribe, tuvo que ser necesariamente reelaborado por republicanos anticolonialistas como Miranda y Bolívar, o por el pensamiento nacional-antiimperialista de Martí -ni qué decir del independentismo antiesclavista de los jacobinos negros haitianos-, adquiriendo una forma distintiva en cada caso, por su parte, estas gestas y doctrinas tuvieron como principal límite los marcos del Estado-nacional ante el avasallante despliegue de fuerzas productivas en Europa, y su asimilación temprana en los Estados Unidos, en relación con la pesada carga de atraso que impuso la colonización.

La ideología del progreso encarnada en Mitre, Sarmiento, Encina y Gil Fortoul, sirvieron de alegato para un proyecto de «exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen» (Marx), por ello el marxismo latinoamericano debió cumplir un doble rol, «el papel de la modernización y el de la crítica de la modernización» [Dal Maso, 2011: 206], ahí comienzan las controversias, entre los que situaban esquemáticamente estas tareas en dos etapas independientes, y quienes planteaban la necesidad de superar el «esquematismo de las etapas» con la dialéctica.

Dice Kohan [2009: 53] que «la primera generación de marxistas en América Latina fue europea», migrantes alemanes, franceses y españoles; mientras uno de los primeros divulgadores criollos en el continente, Juan B. Justo estaba inspirado en el revisionismo de Bernstein, pero quienes siguiendo a Stalin llevaron el etapismo a su mayor expresión, respondían ante el emisario Vittorio Codovilla representante del buró latinoamericano de la III Internacional, luego de 1928, estos suponían que al igual que otros pueblos coloniales y semicoloniales, correspondía a América Latina luchar primero por una revolución de carácter antifeudal y democrática-burguesa, para paulatinamente crear las “bases materiales” de una futura revolución obrera y anticapitalista.

Desde las primeras corrientes populistas latinoamericanas (Haya de la Torre) hasta los más recientes neo-desarrollismos poscoloniales, atinaron en negar que América Latina tuviera que seguir la misma curva de desarrollo, las mismas etapas y los mismos modelos de acumulación y progreso europeos, pero en nombre de atender a las especificidades latinoamericanas a menudo cayeron en la tentación de absolutizarlas, la etapa última de este razonamiento es la negación del marxismo como racionalidad “eurocéntrica”.

Sin embargo, los planteamientos marxistas de Mariátegui, que no dejan de atender a las especificidades propias del continente y del Perú, bien pueden ofrecer una respuesta original y programática a los problemas específicos que se nos presentan, de igual modo, quienes intentamos formular propuestas programáticas frente a la realidad de nuestros países, estamos obligados a retomar muchas de las reflexiones de Trotsky durante su exilio en Coyoacán acerca de las particularidades latinoamericanas, si bien es cierto que el primero no lo conceptualizara de la misma manera del segundo, el punto de partida en ambos, cuyo eco resuena muy poco en los oídos de la intelectualidad decolonial y neoliberal de hoy día, es precisamente la perspectiva del desarrollo desigual y combinado.

II PARTE | Intersecciones y simultaneidades

En el famoso primer tomo de Historia de la Revolución Rusa, escrito entre 1931 y 1932 desde Turquía, Trotsky explica el desarrollo desigual y combinado como una ley general del desarrollo histórico/cultural para analizar la complejidad del mundo colonial y dependiente, incluido América Latina. Con el objetivo de dejar bien en claro los rasgos de este planteamiento no escatimaremos en la extensión de la cita:

Los países atrasados se asimilan las conquistas materiales e ideológicas de las naciones avanzadas. Pero esto no significa que sigan a estas últimas servilmente, reproduciendo todas las etapas de su pasado […] Los salvajes pasan de la flecha al fusil de golpe, sin recorrer la senda que separa en el pasado esas dos armas. Los colonizadores europeos de América no tuvieron necesidad de volver a empezar la historia por el principio […] Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados se ven obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal del desarrollo desigual de la cultura se deriva otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de ley del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino y a la confusión de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas.

J. Rosenberg se preguntaba en 1996 por qué esta ley general que vista en retrospectiva nos resulta tan sencilla de comprender tardó tanto tiempo en hacer su aparición, lo que nos puede llevar a formularnos otra cuestión, ¿por qué el bienio 1931-1932 es escenario del alumbramiento formal de esta perspectiva, no solo en Trotsky, sino en su confluencia con otros autores, como Alejo Carpentier? Antes de atender a las razones que dieron al traste con la simultaneidad, veamos cuánto hay realmente de intersección.

Carpentier aborda intuitivamente bajo esta perspectiva el desarrollo cultural, político y literario latinoamericano, en el artículo América ante la joven literatura europea de 1931, donde comenta la encuesta de la revista Imán a la joven intelectualidad europea en torno a la literatura latinoamericana, Carpentier concluye: «no basta decir ‘cortemos con Europa’ […] es menester que los jóvenes en América conozcan a fondo los valores representativos del arte y la literatura moderna de Europa» este reconocimiento va acompañado de la siguiente acotación «no para realizar una despreciable labor de imitación […] sino para tratar de llegar al fondo de las técnicas, por el análisis, y hallar métodos constructivos aptos a traducir con mayor fuerza nuestros pensamientos y nuestras sensibilidades de latinoamericanos» [104-105]

Un año más tarde, en el famoso ensayo Los puntos cardinales de la novela en América Latina, decía:

Es extremadamente difícil emprender el estudio de cualquier sector del vasto panorama que nos ofrece la literatura de América Latina, sin hablar de las circunstancias que retrasaron su evolución y que contribuyeron, sin embargo, a precisarle el carácter y a situarla bajo un enfoque muy particular. De formación reciente, esta literatura no cuenta un siglo de existencia. Pero esto, lejos de favorecernos una fácil visión de conjunto, nos da el espectáculo terriblemente complejo de una civilización original en formación, que recupera el tiempo perdido quemando etapas, y cuyo espíritu procede por saltos, tan peligrosos como inesperados. La novela suramericana es el resultado de una serie de ensayos, de luchas intensamente orientadas hacia la búsqueda de una sensibilidad continental […] Estado de espíritu casi indefinible, pero siempre presente, que ha hecho desarrollar la historia de cada país de una manera parecida, que ha dado un mismo carácter a nuestras revoluciones […] y ha marcado a los hombres y las obras con un signo muy particular. [107]

¿Qué es lo que hace que ambas perspectivas sobre la mecánica subyacente al desarrollo histórico en países como los de América Latina sean tan similares desde dos puntos tan alejados del mapa y respondiendo a necesidades teóricas tan diferentes, huelga decir, en los mismos meses? ¿De qué premisas se desprende esta conexión? Una posible hipótesis arriesga Quijano (1991) al decir que «América, el capitalismo y la modernidad nacieron el mismo día», en un sentido similar al que ya Marx y Engels habían asomado en el Manifiesto (1848) sobre que «La gran industria ha producido el mercado mundial, preparado ya por el descubrimiento de América».

Ya en 1931, ni Trotsky ni Carpentier están pensando el territorio que intentan caracterizar separado del mundo (capitalista) en su conjunto, este análisis comprende la relación de dependencia centro-periferia que tendría Rusia zarista y América Latina con el imperialismo, una relación que en el caso latinoamericano pasa por el largo período de Conquista [1492-1800], Guerra de Independencia y constitución de los Estados Nacionales [1800-1880], y el protoimperialismo o «primera globalización» (P. Bairoch) [1880-1914], correspondiente este último a la llegada de la modernidad.

Las ideas no caen del cielo, el telón de fondo que prodiga las conclusiones de Trotsky (pero también de Mariátegui y Mella en Latinoamérica) fueron la revolución rusa de 1905 y su derrota, el estallido de la primera guerra mundial en 1914, las lecciones de la revolución de febrero y octubre de 1917 que bajo la dirección bolchevique le dan la victoria a los Sóviets, y la posterior generalización de sus tesis sobre la Revolución Permanente tras la derrota estratégica del proletariado chino producto de la traición estalinista al entregar la dirección al Kuomintang durante la revolución China de 1927.

Sin embargo, no podríamos dejar de ponderar el peso de las tradiciones que filtraron tanto en Carpentier como en Trotsky, para el primero es rastreable la influencia de la idea de Nuestra América de Martí, José Vasconcelos, José Enrique Rodó, José Ingenieros, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, entre otros tantos pioneros en bosquejar la sinuosa cuestión de la identidad latinoamericana desde nuestras particulares circunstancias, donde el pasado coloniaje y la dependencia presente, explican las condiciones de nuestra hibridez cultural, identidad mestiza y la brecha social entre campo y ciudad.

En el joven Trotsky, la trayectoria seguida desde la literatura a la política asemeja a la del joven Marx, en su temprano activismo revolucionario descubrió el marxismo a pulso propio, leyendo a Labriola en la cárcel y apropiándose una epísteme diferencial a las esquemáticas elaboraciones de corrientes marxistas mecanicistas impregnadas de positivismo (teoría de los factores múltiples), su teoría del desarrollo desigual y combinado está en franca continuidad con la evolución del pensamiento de Marx y Engels en torno a la problemática del mundo colonial y dependiente.

Pedro Scaron (1972) plantea una periodización en tres momentos del pensamiento de Marx y Engels (en este párrafo, sólo Marx), donde el primer Marx [1844-1856] que analiza las tendencias del capitalismo europeo, defiende la progresividad del capitalismo cuando escribe sobre la dominación británica en la India, la invasión de Estados Unidos al Golfo de México, o la biografía sobre Bolívar, sin dejar de ser crítico de las maniobras rapiña ese capitalismo; el viraje del segundo Marx [1856-1864] consiste en su mayor atención por el mundo no europeo, la relación entre lucha de clases y la cuestión nacional, imbricándolos dialécticamente; el tercer Marx [1864-1883] profundiza en la discusión con los populistas rusos, acerca de la necesidad de algún experimento socialista en Europa para interrumpir el avance del capitalismo sobre las experiencias comunitarias de la comuna rural rusa (Obshchina), en este momento la coherencia interna del materialismo dialéctico de Marx alcanza su más profundo nivel, determinación y contingencia se desenvuelven dinámicamente de forma desigual y combinada.

Como lo examina Ángel Arias (2018) «resulta particularmente interesante notar los puntos de contactos entre el análisis de Mariátegui sobre la comunidad indígena en el Perú (el ayllu) y el de Marx sobre la comunidad agrícola campesina en Rusia (obshchina)», estas elaboraciones de Marx y Engels sobre el problema colonial, así como las discusiones sobre el problema del Imperialismo, sirvieron de base al marxismo ruso desde sus orígenes (finales del siglo XIX) hasta el momento en que la producción teórica bolchevique alcanza su máximo nivel, en el seno de las discusiones de los primeros 5 años de la III Internacional [1918-1924].

III PARTE | Sobre el valor explicativo del DDC

Susan Dianne Brophy responde a la interrogante sobre si puede todavía explicar algo esta formulación en un reciente artículo titulado El valor explicativo de la teoría del desarrollo desigual y combinado [Viento Sur, 28/03/2018], revisando una amplitud de debates y disputando un lugar entre una serie de autores, entiende su validez solo mediante su enclave con el método marxista sintetizado bajo la fórmula del «materialismo dialéctico», es decir, bajo las leyes de la «unidad diferenciada» en el estudio de las transiciones históricas y culturales, como podremos ver a continuación.

La manera en que ha sido tratada por diferentes autores pasa de ceñir su uso solo para explicar el modo de funcionamiento del capitalismo (Mandel), o de negarle el carácter de “ley” por ser demasiado abstracta (Van der Linden), o circunscribirla al campo empírico de la teoría de las relaciones internacionales (Rosenberg y Callinicos), mientras un grupo de autores la ubican como ley abstracta, como metodología y como teoría, especialmente optando por esta última (Anievas y Nisancioglu). En resumen, para Brophy el DDC tiene validez como ley abstracta siempre que se tome sus manifestaciones concretas en perpetuo cambio e interacción, siendo la propia DDC una manifestación lógica de la aplicación del materialismo histórico.

Quizás por esto Luis Vitale (1992) requiere que la formulación original planteada hace más de 80 años por León Trotsky sea actualizada al momento de comprender la historia de los pueblos latinoamericanos, dicho de otro modo, «traducir» esta metodología al escenario regional acoplándolo con nuevas categorías como «articulado, específico-diferenciado y multilineal», de esta manera se mantendría vivo su valor explicativo.

El marxismo, como explica Juan Dal Maso (2016) analizando los aportes de Gramsci al materialismo histórico, implica necesariamente diálogo y crítica permanente, entre su bagaje acumulado ante el de otras corrientes de pensamiento, entre los problemas teóricos de una determinada geografía a los que se presenten en otra, en la interacción mutua de distintos campos de aplicación dentro de una misma concepción del mundo (filosofía, política, economía, etc.), y finalmente, entre los registros socio-culturales de épocas sucesivas, sigue siendo un asunto de «traducibilidad».

Ya en sus Cuadernos de 1933-1935, Trotsky apelaba a la fórmula «unidad diferenciada» para sintetizar las leyes del cambio, la distinción e «interacción» entre las leyes de la conciencia, las leyes de la naturaleza y de las sociedades, de ahí que «La dialéctica no libera al investigador de un estudio descriptivo de los hechos, muy por el contrario: los requiere. Pero a cambio da al pensamiento investigativo elasticidad, lo ayuda a superar los prejuicios osificados» no por casualidad fue quien mejor supo distinguir en su época –debatiendo con el Proletkult– las formas con que llega la burguesía al dominio de la Cultura, frente a los métodos de los que debe hacerse el proletariado para alcanzarla, pero especialmente los fines que persigue con ello.

En Literatura y Revolución (1923) Trotsky explica cómo el empuje técnico dio a la burguesía la acumulación económica necesaria para ilustrarse con lo más avanzado de la cultura de su época y ponerlo a su servicio como trampolín para conquistar el dominio político, esquema periódico que se le cierra al proletariado bajo esta forma, pues para absorber lo más avanzado de la cultura de su tiempo deberá superar las necesidades económicas impuestas por el capitalismo, para ello requiere de una revolución política y social cuya dinámica propia cambiaría las anteriores aspiraciones por una cultura con carácter de clase, a una cultura por primera vez humana, sin carácter de clase.

¿Acaso no es esta una traducción al lenguaje del desarrollo cultural, de la misma teoría originalmente formulada en 1906 sobre la Revolución Permanente? El carácter de la revolución que reivindicaba para Rusia era proletario, en cambio el carácter de la cultura que se desprende de esta revolución no lo era, Trotsky entiende la desigualdad entre los medios de transformación social y los medios de transformación del arte, así como la mutua correspondencia entre dichos medios, y la conclusión que de ello se desprende termina por reclamar la mayor de las libertades creativas para el arte, y la más alta de las tareas para la revolución.

IV PARTE | En las coordenadas de la literatura latinoamericana

La problemática de la autoconciencia latinoamericana es de datación relativamente reciente (apenas mayor a un siglo) pero persistente, tanto lo es que por lo general va acompañada por la cuestión de si es posible que el vasto continente que ocupamos y nuestras particularidades nacionales permitan alguna vez consolidar los rasgos de una identidad latinoamericana, este es un terreno en el que se requiere pisar con cierto cuidado, por lo menos con una rosa de los vientos adecuada, la proximidad a satisfacer la interrogante no pocas veces se ha planteado de una mejor manera desde la literatura.

Ya veíamos arriba que Carpentier (1932) no solo describía la irrupción de la novela latinoamericana producto de un salto de etapas, sino como la «búsqueda de una sensibilidad continental» o como la llamaba el agudo crítico Antonio Cándido «la conciencia de su unidad en la diversidad», más la autoconciencia que apunta el escritor cubano en la literatura modernista posee una interesante noción de sujeto, expresada en los siguientes términos:

...diez millones de indios en México; siete tipos de voudous en las Antillas, millares y millares de indígenas viviendo en luchas continuas contra instituciones, animales, venenos y todas las fuerzas adversas de un continente inhumano por su grandeza. Esto crea un sujeto constante, que está en la base de casi toda novela moderna de América Latina: el ser humano en guerra encarnizada contra un medio que lo obsesiona, lo acorrala, lo acosa, y empeñado en reencontrarse, en definirse -patética búsqueda de sí mismo, aplazada por el combate librado contra otros hombres, contra lo que se mueve, contra esos poderes mudos: las montañas, los árboles, la soledad... [111]

Por supuesto, con esto no niega la variedad de tendencias, enfoques y motivaciones dentro de la novela latinoamericana, al contrario, las delimita, las enuncia y sentencia que la «producción desigual […] que nos ofrecen las épocas turbias», huelga decir, en transición de la era pre-moderna a la moderna, se sitúan grosso modo alrededor de dos tendencias, una de ellas –nos dice– «eminentemente nacionalista» (José Hernández, Sarmiento) enfrentada a la otra, de quienes “afrontaron voluntariamente -sin temer a veces a la imitación ridícula- la influencia de Francia” (Darío, Herrera y Reissig).

Y es que una de las mayores inquietudes teóricas en el Carpentier de 1931 y 1932 anida en el problema de la imitación/asimilación de la herencia cultural europea, ya rastreable en su Carta a Manuel Aznar (1927), en América frente a la joven literatura europea (1931) y en Los puntos cardinales de la novela en América Latina (1932), en este último ensayo prefiguraba ya la hipótesis de un «sujeto constante» en la «desigual producción» de novelas modernistas latinoamericanas como: Los de Abajo (Azuela), La Vorágine (J. E. Rivera), Doña Bárbara (Gallegos), Lanzas Coloradas (Úslar Pietri), y Don Segundo Sombra (Güiraldes).

Ahora bien, diez años antes la misma inquietud asaltaba a León Trotsky respecto a la herencia cultural y literaria del capitalismo (occidente) en las sociedades de transición (URSS), por eso advertía contra los peligros de catalogar como proletaria a la cultura de las sociedades en transición, pues en la lucha por asimilarse críticamente la herencia cultural del capitalismo el proletariado en el poder cumpliría la función de abolir la sociedad de clases y por tanto la cultura de clases, a esto solo hay que agregarle que antes de haberse subsumido en la sociedad socialista, el proletariado le habrá impuesto su propio sello a la cultura, que ya no será de clases.

¿Puede suceder algo análogo con la problemática de la identidad en la literatura latinoamericana? He preferido postergar hasta el final de este análisis una posible hipótesis, pero de momento subrayo el estado actual de la cuestión que nos remite a los debates abiertos por la crítica posmoderna, decolonial y poscolonial contra los “fundamentos” constituidos en base a dualismos y teleologismos de la teoría de la dependencia y de la filosofía de la liberación, la pregunta sobre el ser latinoamericano o sobre su posibilidad dentro del marco de la modernidad-capitalista y los actuales estados-nación en crisis, quedará momentáneamente en suspenso, salpicada de sospechas de una subjetividad nómada o identidades transitorias.

En el contexto del ensayo de Carpentier, la década del 30’, la formulación de esta cuestión requería al menos un nuevo tratamiento a partir del desplazamiento del imperialismo inglés por el estadounidense en los países latinoamericanos, y la consiguiente agudización de la dependencia dentro de un acelerado proceso (aunque desigual) de industrialización dependiente o primer “boom” urbano. Se transforma estructuralmente a los Estados nacionales en América Latina, donde según Trotsky:

[…] el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros.

La manera en que estos rasgos se manifiestan en la literatura, en la crítica y en la teoría literaria, practicadas desde y sobre América Latina, o por parte de autores latinoamericanos, entraña cierto grado de contingencia. Los bonapartismos con apoyo de masas o con apoyo del imperialismo, por un lado, y la ubicación de las subalternidades con su entramado subjetivo por otro, dificultan una mirada fácil y maniquea del panorama. Y si bien existe, además, otra coincidencia básica entre Carpentier y Trotsky para quienes «hablar en América Latina, de la neutralidad de la cultura es un absurdo», lo referido al sujeto, y al partido que toma ante las circunstancias del continente, divide las aguas entre ambos. En su rol como crítico literario, Carpentier llegó a suponer en 1979 que:

[…] nuestros críticos usan a menudo el término “maniqueísmo” de modo enteramente erróneo […] Reconozco que la elección entre causas justas y causas injustas se hace sumamente difícil en un continente capaz de ofrecer tan múltiples y distintas opciones como Europa. Pero en América Latina, la elección se vuelve sumamente fácil, puesto que se reduce a elegir entre dos posibilidades: 1) la de estancamiento –que es inadmisible; 2) la de un progreso real en el plano nacional y colectivo, al cual debemos aspirar […] la historia moderna de América Latina nos enseña que todo poder que cuenta con el apoyo de: a) los grandes capitales, b) las oligarquías nacionales, c) los monopolios extranjeros, d) las empresas multinacionales; y e) el respaldo (y la ayuda) del Departamento de Estado norteamericano, es factor negativo, agente de opresión –luego inadmisible. Y cíteseme una sola dictadura latinoamericana, en este siglo, un solo gobierno corrompido y tiránico de nuestro continente, que no haya contado con el apoyo de esas cinco fuerzas [200-201]

De lo anterior inferimos que Carpentier se decanta por las causas del campo nacional-popular latinoamericano en un momento de álgidas luchas sociales que dieron al traste con las diferentes tentativas de transiciones a la democracia en clave de revolución-restauración (burguesa), cuyo desenlace coloca un freno al movimiento de masas abre paso a la ofensiva neoliberal. Esta visión que toma la fórmula un tanto mesiánica del sujeto nacional-popular latinoamericano contra el imperialismo=opresor, no resistirá ni la crítica interna ni la prueba de los hechos, es lo que marca un punto de alejamiento con el pensamiento de Trotsky, no sólo en lo político, sino con la perspectiva más amplia del desarrollo desigual y combinado que intuitivamente aplicara antes frente a los problemas de asimilación cultural ante la literatura europea.

Carpentier, a diferencia de Trotsky, no podrá vislumbrar este movimiento de las luchas nacionales contra el imperialismo como un eslabón de la lucha de clases en el plano internacional, no observa el peligro de debilitar la fuerza subjetiva del proletariado latinoamericano, ni la alianza con el proletariado mundial, ni su hegemonía frente a los demás sectores subalternos, ni tampoco el modo en que a consecuencia de ello subsume las aspiraciones emancipatorias de la clase obrera en la disciplina de un complejo «entramado burocrático “policial” tendiente a que esa fuerza no despliegue su potencialidad estratégica» [Dal Maso, 2016: 180].

De cualquier modo, como lo decíamos en la parte introductoria de este apartado, la literatura encuentra a menudo medios más apropiados para expresar las tensiones de una época, es en este marco donde emerge una nueva narrativa latinoamericana un “boom” por el sub-género de las «novelas del dictador latinoamericano», figurando entre ellas: Yo, el supremo [Augusto Roa Bastos: 1974], El otoño del patriarca [Gabriel García Márquez: 1975], el propio Carpentier lanza su novela El recurso del método [1974], y años más tarde aparece La fiesta del chivo [Mario Vargas Llosa: 2000].

En ellas la visión del realismo latinoamericano, sobre el que se han gastado ríos de tinta, motivado por las luchas sociales, se alejaba nuevamente de las fórmulas agotadas de la novela histórica, o del realismo socialista. Trotsky, por su parte, comprenderá que «El arte debe labrarse su propia ruta por sí mismo. Sus métodos no son los del marxismo» y por tanto le resulta absurdo que el arte durante las sociedades de transición deba referirse exclusivamente al obrero:

La idea del contenido no se refiere al sujeto, en el sentido formal del término, sino a la concepción social. Una época, una clase y sus sentimientos encuentran su expresión tanto en el lirismo sin tema como en una novela social […] la forma se desarrolla conforme a sus propias leyes, como cualquier otra técnica. Cada nueva escuela literaria procede de todo el desarrollo anterior […] En este caso también la evolución es dialéctica: la tendencia artística nueva niega la precedente […] Cada escuela literaria se halla contenida, en potencia, en el pasado, y cada una se desarrolla mediante una ruptura hostil con el pasado [146]

Con estas palabras Trotsky se anticipaba a la crítica del engendro que el futuro estalinismo consolidará como su expresión artística, el “realismo-socialista”, cuyos fundamentos reposarían sobre una apócrifa “teoría del reflejo” de extracción pseudomarxista, combatida por el fundador del Ejército Rojo, bajo la fórmula «ni martillo, ni espejo» el enfoque desigual y combinado de Trotsky le opondrá resistencia al romanticismo profético y a la teoría del reflejo, su esencia reside según Ariane Díaz [2006: 174] en: «una “vívida interacción” entre elementos objetivos y subjetivos», de modo pues que el arte puede dar cuenta de la «vitalidad y del significado de toda una época histórica» no necesariamente porque deba cumplir con una fulana función de mero reflejo social, pero tampoco porque deba atribuirse la función de cincelar a los sujetos o identidades, “los nuevos hombres y mujeres (latinoamericanos) del siglo XXII”, pero tampoco le daba tregua a las vagas fórmulas de “el arte por el arte”, sentenciaba que «tenemos una idea muy elevada de la función del arte para rehusarle una influencia sobre el destino de la sociedad».

Así que las grandes conquistas del arte universal y latinoamericano hasta nuestros días, así como las nuevas y dinámicas sensibilidades que se abren durante todo el periodo transitorio de luchas sociales en la actualidad, desnudarán el arte nuevo y las nuevas identidades, no de otra manera que en la arena de la lucha de clases en el plano nacional, continental e mundial.

* * *

Quise reservar para el final otra impresionante coincidencia que Carpentier y Trotsky sostuvieron casi al unísono (en la misma década del 30’) respecto al artista que mejor expresa sus contenidos teóricos en aquella época. Para el cubano, el arte que genuinamente expresa una asimilación crítica de la herencia europea para representar lo latinoamericano está presente en «Diego Rivera, hombre en quien palpita toda el alma de un continente, [cuando] nos dice: “Mi maestro, Picasso”, esta frase nos demuestra que su pensamiento no anda lejos de las ideas que acabo de exponer» [105]

Diego Rivera, el mismo que el revolucionario ruso describe como un artista «Educado en las culturas artísticas de todos los pueblos, de todas las épocas», antes de rematar con la frase: «¿Deseáis contemplar con vuestros propios ojos los móviles ocultos de la revolución social? Ved los frescos de Rivera. ¿Deseáis saber lo que es el arte revolucionario? Ved los frescos de Rivera» [186-187]

A lo largo de este ensayo, he querido mostrar cómo los fenómenos sociales de la época (crisis, guerras, revoluciones), y la propia perspectiva del desarrollo desigual y combinado (fuese intuida o conceptualizada) es lo que explica, fuera de la casualidad o el misticismo, las razones de una confluencia entre ambos autores, y cómo su comprensión nos permite analizar con la suficiente elasticidad y dinamismo los nuevos fenómenos que se abren en el continente latinoamericano o internacional, tanto en el terreno del arte, como en la cultura, la política y la sociedad.