En las primeras horas del 16 de julio, el gobierno turco declaró la victoria sobre el intento de golpe de estado. El saldo de la sangrienta jornada en la que se vieron enfrentamientos entre fuerzas de seguridad, sectores golpistas del ejército y civiles que salieron a movilizarse por miles contra los militares sublevados es de más de 200 muertos y 1.500 heridos.
Jueves 21 de julio de 2016 09:57
Tras el reaccionario golpe de Estado fallido del 16/7, el gobierno de Erdogan desató una enorme purga en el Estado fortaleciendo su proyecto de reforzar los elementos bonapartistas y autoritarios del régimen. La purga comenzó por los militares golpistas: unos 6000 se encuentran detenidos acusados de traición a la patria. Erdogan incluso planteó la posibilidad de reinstaurar la pena de muerte. Pero luego la purga se extendió al conjunto del Estado y ya son más de 45.000 los funcionarios despedidos o “suspendidos” entre docentes (21000), trabajadores de otros ministerios (10000), policías golpistas (8000), además de 2700 jueces (9 del Tribunal Supremo), casi 50 jefes distritales y otros 30 gobernadores provinciales.
Hay una verdadera “caza de brujas” y un fuerte giro represivo. Erdogan puso la figura del clérigo Fethullah Gülen, quien fue parte del gobierno y actualmente está exiliado en Pensilvania, como símbolo de todos los males y gran mentor del golpe. Pero el avance bonapartista de Erdogan apunta a eliminar cualquier tipo de oposición política o al menos reducirla a su mínima expresión. Unos 2000 docentes que figuran entre los “suspendidos” habían firmado una declaración repudiando la represión al pueblo kurdo. El gobierno los acusó de “terroristas” y unos 20 se encuentran detenidos.
Las autoridades dijeron que los “cambios” continuarán, lo que probablemente incluya, además de nuevas purgas, un incremento de las penas judiciales, la habilitación de períodos de detención sin pruebas más largos, y otras medidas represivas.
Tal es el avance que intenta Erdogan que ya le está generando nuevos desencuentros con sus socios de la OTAN europeos y norteamericanos. El gobierno de Bruselas señaló que Turquía no podría pertenecer a la Unión Europea si se reinstala la pena de muerte, y reconoció el evidente hecho de que las listas negras estaban preparadas y que el gobierno esperaba el momento oportuno de aplicar las purgas. Por su parte, EEUU le negó el pedido de extradición de Gülen y exigió “pruebas sólidas” de que haya dirigido el golpe desde el exilio para analizar si entrega al religioso.
A continuación reproducimos extractos del análisis de Claudia Cinatti publicado en LID digital el sábado 16 de julio, horas después de haber sido derrotado el reaccionario intento de golpe de estado.
Si se toman como antecedentes las conspiraciones anteriores –reales o imaginarias- lo más probable es que Erdogan lance una nueva purga en el ejército. En lo inmediato, el resultado de este golpe fallido es un fortalecimiento de Erdogan. En el plano interno, consiguió el apoyo de la mayoría del ejército, de los principales partidos de la oposición y de las centrales patronales. Además, mostró que el Partido del Desarrollo y la Justicia (AKP) aún cuenta con una base popular que se movilizó contra los golpistas.
En el plano externo se confirmó como el aliado incómodo, pero aliado al fin, de las potencias occidentales. Barack Obama, Angela Merkel y tras ellos los principales líderes le dieron su apoyo. Lo último que necesitan los gobiernos imperiales es una crisis en Turquía, un miembro de la OTAN.
Y en última instancia, el presidente Erdogan garantiza que Turquía siga jugando el rol de Estado tapón para la Unión Europea. Esto se vio en el acuerdo que selló con la canciller alemana para frenar la oleada de refugiados que se agolpaban en las fronteras de la UE.
¿Qué hará Erdogan con ese capital político?
Las opciones parecen estar a la vista: terminar de domesticar a los opositores internos, sobre todo la minoría kurda, que obstaculizan la concreción del giro autoritario que se propuso al menos desde 2013 liquidando el carácter parlamentarista que hasta ahora tiene la república turca.
Pero, como se sabe, el corto plazo tiene más de espejismo que de realidad. Y difícilmente esta victoria de Erdogan alcance para resolver las profundas contradicciones que desgarran al país.
El “modelo turco” con el que el actual presidente se había ganado las simpatías de occidente hace tiempo que está quebrado. Cuando el AKP asumió el poder en 2002 se postuló como la posibilidad concreta de un partido islamista moderado al frente de un régimen democrático burgués, capaz de poner fin a la historia recurrente de golpes militares y a la vez preservar el rol del ejército como “estado profundo”, lograr un acuerdo pacífico con la minoría kurda y conducir a Turquía a integrarse a la Unión Europea.
Su largo ciclo fue posible porque en los inicios Erdogan fue capaz de desplazar la contradicción que había marcado la historia turca entre “islamismo” y “república secular” por la de una democracia burguesa normal versus el militarismo encarnado por el ejército. A la vez, durante los primeros ocho años de su mandato, gobernó una economía pujante, que le permitió imponer reformas neoliberales profundas y darle ganancias récord a las patronales locales y europeas.
Sobre la base de la confianza interna se animó incluso a una suerte de diplomacia “neo otomana”. Su estrategia era proyectar el rol de Turquía, no solo como potencia regional, sino también hacia el mundo árabe sunita, exportando su “modelo” como salida de desvío a los procesos de la “primavera árabe”. El golpe del ejército contra el gobierno de Mohamed Morsi y por esa vía contra la Hermandad Musulmana en Egipto, fue un golpe al plexo de este proyecto.
El año de la crisis fue 2013. Turquía vio el desarrollo de un imponente movimiento de oposición a Erdogan y su autoritarismo, con base en las clases medias, la juventud y también los trabajadores sindicalizados.
La rebelión de la plaza Taksim fue su símbolo. Y como las desgracias no vienen de a una, ese mismo año hubo una crisis sin precedentes del gobierno por escándalos de corrupción, en la que tuvieron que renunciar tres ministros. En ese momento, la paranoia del régimen llevó a señalar como instigadores de ambos procesos a los seguidores de Fethullah Gülen, el mismo acusado ahora por el intento de golpe.
El gobierno de Erdogan pasó de ser un “modelo” a ser una fuente de inestabilidad y políticas erráticas para las potencias occidentales. Sus aspiraciones de liderazgo dañaron a niveles históricos las relaciones con Israel.
Pero donde más incertidumbre ha generado es en Siria. No es un secreto para nadie que el gobierno turco mantuvo una política ambigua hacia el Estado Islámico: formalmente, de oposición, de contenido de utilización para combatir a las aspiraciones nacionales de la minoría kurda, sobre todo de su fracción radical.
El acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán alentó aún más a Turquía a perseguir sus propios intereses nacionales que en este momento pasan por enfrentar tanto a los aliados iraníes como al nacionalismo kurdo. Es sabido que el ejército se oponía a los planes de una intervención activa de Turquía en la guerra civil siria. Pero también que ve con buenos ojos la nueva “guerra sucia” que Erdogan habilitó contra los kurdos dentro de sus fronteras.
Los atentados terroristas en Francia, la crisis abierta por el Brexit, la emergencia de partidos de extrema derecha que disputan gobiernos en los países centrales con una mezcla de xenofobia, racismo y demagogia nacionalista dirigida a los losers de la globalización, el golpe institucional en Brasil, no parecen ser obra de la casualidad, sino más bien y con toda su singularidad, la expresión de que la institucionalidad burguesa de las últimas décadas se está resquebrajando tras largos años de crisis capitalista, guerras y decadencia del “orden liberal” hegemonizado por el liderazgo norteamericano.

Claudia Cinatti
Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.