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Mississippi blues. El encuentro de Robert Johnson y Son House con el Diablo

Una antigua superstición africana dice que sobre las encrucijadas se posa el demonio. En Clarksdale, cuentan que afinaba las cuerdas de los músicos que firmaban pactos con él, pero en verdad exorcizaban en el blues el demonio de la esclavitud y la opresión racista. Esta es la historia.

Santiago Montag

Santiago Montag @salvadorsoler10

Jueves 22 de febrero de 2018

El blues es más que un estilo musical, es un arca que guarda historias oscuras, trágicas, de lo más profundo de los sentimientos humanos. Y para los afroamericanos de las primeras décadas del siglo XX el trabajo en los campos de algodón aún mantenía lo de peor de las relaciones esclavistas anteriores a la Guerra Civil. En este artículo, contaremos la historia del encuentro entre Robert Johnson y Son House con el Diablo, dos bluseros que sabían remover el sedimento de la opresión racista en Estados Unidos.

En Clarksdale, Mississippi, los habitantes tienen bajo el brazo una historia singular de fines de la década de 1920. En aquel momento, los pueblerinos, trabajadores afrodescendientes de las plantaciones de algodón del Delta, mantenían una gran superstición proveniente del África occidental sobre las encrucijadas que se amalgamó con las cristianas criollas estadounidenses. Decían que en ellas se posan los demonios para hacer pactos con transeúntes solitarios. En Mississippi, cuentan que el Diablo anduvo afinando las guitarras de esos caminantes que llegaban a los bares para compartir sus historietas con todos aquellos que tuvieron todo el día la cabeza gacha arando el campo.

Por ese entonces, el sentido común decía que el blues era la música del demonio. Pero para los que buscaban liberarse de la situación en la que vivían, el blues era lamento de la tierra. Era disruptivo porque hablaba de la muerte, del sexo, rebeldía, deseos, sufrimiento, todas aquellas pasiones que sacuden las entrañas del ser humano. E incluso hablaban en sus letras del mismísimo Diablo, generando una dicotomía entre lo sagrado e infernal, pero también entre lo espiritual y lo terrenal, entre la cultural blanca y la africana. Intentando construir una cultural propio que se oponga a ese mundo dominado por blancos.

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Allí en el Mississippi había un joven predicador, un cristiano insoportable, que juzgaba con el dedo de la voluntad divina en alto que odiaba a los bluseros y bluseras. Se llamaba Eddie James “Son” House. Cuentan que era imposible sacarlo de las iglesias que visitaba en cada plantación. Hasta que una noche, Willie Wilson tocando la guitarra con su bottleneck enloqueció al público. House estaba ahí, fue como si el mismísimo Príncipe de las Tinieblas hubiera sido enviado para poner al blues en su camino.

A partir de allí se arrancó la sotana para aferrarse a la guitarra. Aprendió rápidamente, se alejó de las iglesias y del trabajo para empezar a subirse a los escenarios. Desarrolló un estilo simple pero muy particular de tocar y cantaba apasionadamente con una voz poderosa que recordaba las work songs de las prisiones, con ritmos muy marcados. Incluso algunas canciones las hacía a capella (John the revelator, Grinnin’ in your face). Su ritmo era el de los picos contra las piedras.

En 1927 tuvo una desafortunada riña en un club, donde lo acusaron de asesinar a un hombre. Si bien los hechos nunca fueron claros, es condenado a 15 años de presidio, luego rebajado a dos. Ese tiempo lo pasó en la Mississippi State Penitentiary, más conocida como Parchman Farm, una “cantera de bluseros”, construida exclusivamente para encerrar afroamericanos. En lugar era realmente una Universidad de músicos, por eso Alan Lomax realizó allí grabaciones para la Biblioteca del Congreso. Este historiador y antropólogo es el responsable que rescató aquellos lamentos perdidos del sur, como Black Woman, para que hoy tengamos la oportunidad de escucharlos.

House, una vez en libertad conoce a varios músicos de la región. Entre ellos a Charlie Patton y Willie Brown, con quienes va a compartir grabaciones y escenarios durante casi 10 años. Entre esas grabaciones, financiadas por la Paramount en 1930, se encuentran las canciones: My Black Mama, Preachin the Blues y Dry Spell Blues. El éxito no llegó para la banda. La Gran Depresión que aplastó a la clase obrera mundial, también lo hizo con aquellos bluseros.

Por otro lado, el blues hace que conozca a un hombre arrogante que se convertiría en leyenda, Robert Johnson. Son House, decía que Robert había hecho un pacto con el Diablo, ahí en el cruce de caminos de Clarksdale, porque aprendió a tocar la guitarra mejor que nadie. Muchos explican que Robert, cuando muere su amada esposa, convierte su vida en un viaje errante, llena de oscuras aventuras sobre los vagones de tren. Recorrió pueblos y conoció a los mejores bluseros. Eso probablemente haya mejorado su rabiosa técnica musical. Love in vain, Crossroad blues, Dead Shrimp Blues, son canciones de historias trágicas que en cada ocasión nos despierta distintos sentimientos.

La muerte de Johnson fue de lo más extraña, tal como su vida. Falleció a los 27 años, inaugurando lo que se conoce como "el club de los 27". Apareció muerto en un cruce de caminos. Algunos dicen que fue envenenado, otros acuchillado en una pelea, incluso hay tres tumbas con su nombre. Sony Boy Williamson comenta que su cuerpo está enterrado en una tumba sin lápida, tal como pedía en su canción Yo y el Diablo, en la que Johnson exigía: Entierren mi cuerpo junto a la ruta, para que mi viejo y malvado espíritu pueda subirse a un autobús de la Greyhound y viajar.

Entre los años ’36 y ‘37 sólo dos sesiones de grabación le bastaron a Johnson para convertirse en uno de los músicos más influyentes en la historia de la música. Su espíritu aún vive en cada cuerda de guitarra.

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La Gran Depresión en EEUU mantuvo a todos estos músicos muy pobres. Muchos de ellos trabajaban en la monstruosa Dockery Plantation, otra cantera de músicos. La mayoría tuvo destinos trágicos de cárcel o muertes con causas poco claras, otros desaparecieron. House pensaba que el demonio se estaba cobrando sus favores. En 1941 conducía un tractor en una de esas plantaciones dejando la música por miedo a que el demonio se lo lleve. A partir de ese año no se supo más de él hasta 1960. Estuvo trabajando de ferroviario en la New York Central Railroad, alejado de la guitarra para escapar de sus fantasmas del infierno. Pero en 1964 fue encontrado por Alan Wilson que había emprendido la búsqueda de varios bluseros que huyeron del Diablo.

En el cruce de Clarksdale no estaba el Diablo ofreciendo tratos. Dentro de aquellos trabajadores había algo que tenía que salir: eran todos los padecimientos de los afrodescendientes que vivían en un infierno de opresión que, a pesar de la abolición de la esclavitud 60 años antes, nada había cambiado. La esclavitud y el racismo, ése era el verdadero Diablo del Mississippi.


        

Santiago Montag

Escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.

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