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Red Internacional
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Tribuna abierta. El entretiempo

Al fútbol no le es ajena la literatura y viceversa. Pero en algunas oportunidades la literatura no se limita al relato deportivo, va un paso más. Les traemos “El entretiempo”, un relato de Fabio Martorelli donde se da un paso más en estas épocas de deconstrucción. En el fútbol hay mucho por desandar: racismo, homofobia, machismo y abuso.

Viernes 12 de mayo de 2023

El Entretiempo

Por Fabio Martorelli

Marzo. Año 1980. En la bombonera no cabe un alfiler. El primer tiempo del clásico no aportó mucho. Las hinchadas ya dejaron de cantar, se escucha alguna que otra puteada al árbitro y a los que comentan en voz alta acerca de hacer tal o cual cambio. Todo el mundo espera el entretiempo.

En la segunda bandeja, apretado del lado visitante, a Daniel le cuesta ver el partido, apoyado en los hombros de su padre y de su primo, en puntas de pie, logra ver las dos áreas y apenas dos de los corners.

Hace un calor insoportable, de la tribuna sube un vapor intenso que se mezcla con el olor a hamburguesas. Asador criollo. Apenas el árbitro pita, la masa humana, apurada y al unísono, se dispone a sentarse. Daniel tarda unos preciosos segundos en decidir y la marabunta de espaldas, rodillas y hombros contra hombros le impide encontrar dónde acomodarse. Instante preciso en el que siente que le aprietan un cachete de la cola.

Danielito logra sentarse cuando le hace lugar su padre, su primo y el grupo de amigos del padre. Conmocionado, no dice una palabra en lo que dura el entretiempo. Mira para atrás un par de veces tratando de sacar quién puede haber sido y para hacer notar que se ha dado cuenta de lo que le habían hecho.

Ni se le ocurre decirle al padre, tal vez a su primo se lo diga más tarde. Pero ahora está ahí, a menos de un metro rodeado de posibles sospechosos. Que no lo vuelva a hacer, piensa. Teme que se arme una pelea, teme a lo que puedan pensar de él por no haber dicho nada enseguida.

Empieza el segundo tiempo y la fiesta goleadora de River le regala 5 goles y uno de ellos de su ídolo, Oscar Alberto Ortiz, que mete un gol memorable y lo festeja medido, pero con un poco más de entusiasmo que otras veces. A Daniel le gusta eso de aquel crack. Le pegan y sigue sin pelear, elude lo más posible el roce y las piernas adversarias, no pierde la cabeza por los colores, ni siquiera cuando hace un gol histórico.

Daniel festeja, se abraza con su grupo en cada gol con la distancia precisa de Oscar Alberto Ortiz, mientras un vacío le cabe en el pecho, un globo de aire frío y triste que lo desimanta del estadio, de la salida del estadio, del living de su casa y todos los festejos posteriores.

Meses después, meses en los que mantiene el silencio y el secreto en episodio cada vez menos recordado, esta vez en la popular visitante del estadio Amalfitani, vuelve a sentir aquella mano aviesa. Se cierra el círculo. No quedan dudas. Es uno de los amigos de su padre. Siente que debe hacer algo.

Con sus 12 años, después de pensar y observar, después de calcular decírselo a su madre, tan ocupada en sus hermanos, en la casa, en tolerar a su padre, que comparte la mayor parte de su tiempo libre con esos tipos, con alguno de esos tipos. Daniel, con madurez inusitada, decide guardar silencio, no decir nada a nadie y dejar de ir a la cancha para siempre.

El culpable, el toquete, con los años se vuelve imposible de encubrir y tolerar cuando lo encuentran con un chico en uno de los baños del Monumental de Nuñez. Pero como ya Daniel lo intuye desde el principio, todo quedará en una condena temporal y social para el pedófilo mano larga, un guardarse por un tiempo para volver a las andadas en la primera oportunidad que pueda; hasta que alguna denuncia penal lo ponga en jaque, si es que sirve, y si es que alguien tiene las agallas y el suficiente amor por los niños para tomarse el trabajo de hacerlo

Sobre el autor

Fabio Martorelli es un escritor, militante, artista y también pintor de obra. Cofundador de La Multiforme, espacio cultural en Munro, Vicente López, Buenos Aires.