Las últimas semanas se coló en el debate político la idea según la cual comienzan a soplar aires menemistas. Distintos sectores del oficialismo, incluida la propia vicepresidenta, agitan un “regreso a los ‘90” con el avance de la derecha. El problema, sin embargo, reside en pensar que el menemismo vive únicamente en figuras como Macri o Milei. En este artículo nos proponemos polemizar con esta visión que reduce las políticas neoliberales del ex presidente Carlos Saúl Ménem a Juntos por el Cambio o los libertarios. ¿Cuánto hay de menemismo en la situación política actual y en el gobierno del Frente de Todos?
Frente al avance de la derecha que ha tenido varias expresiones en el último año, como se puede observar también en las encuestas que miden su intención de voto de cara al 2023, hay sectores del gobierno o referentes ligados al oficialismo que han recurrido una vez más al discurso del “mal menor”. Antes de que vuelva la derecha es preferible este gobierno, dicen distintas voces del oficialismo. La propia Cristina Kirchner también abogó por esta idea señalando que "algunos quieren volver a los ’90", en el acto del día de la militancia el pasado 17 de noviembre.
Las palabras Menem y menemismo, e ideas asociadas al ex presidente, volvieron a ser parte del debate público en la Argentina no sólo porque una agrupación cuyo nombre tiene sus siglas (M.E.N.E.M) ganó el centro de estudiantes en la universidad Torcuato Di Tella, sino porque toda medida política que se toma en este último tiempo como mínimo huele a ajuste. Dicho esto podemos preguntarnos, ¿una reedición de los ‘90 sólo es posible con un gobierno de derecha? ¿Qué hay de menemismo en el gobierno del Frente de Todos?
Hegemonía menemista
Para poder repensar cómo se articulan estos discursos y qué construcción intentan realizar, es necesario conocer en profundidad qué es lo que se está revisitando cuando hablamos de la década menemista. La misma se encontró signada por lo que muchos intelectuales como Alberto Bonnet llamaron la hegemonía menemista.
Una clase, para lograr la hegemonía, no puede ser solo dominante, tiene que ser dirigente. Gramsci sostenía que “La supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos, como “dominio” y como “dirección intelectual y moral”. Puede ser dominante sin ser dirigente, pero no puede ser dirigente sin el dominio político, social y económico a través de una profunda transformación de la correlación de fuerzas entre las clases existentes. Bonnet sostendrá, en su libro, “La hegemonía menemista”, que para lograr esta transformación, es necesario remontarnos a los procesos hiperinflacionarios de 1989-90.
Este autor plantea que la crisis hiperinflacionaria tendrá dos elementos centrales: la lucha de clases y la puja redistributiva, ya que los empresarios realizaban ajustes de precios constantes cada vez que había aumentos de salario; y las corridas bancarias de sectores burgueses, llamadas por Bonnet como apropiaciones extraordinarias de ingresos, que apresuran su salida de pesos a dólares como método de presión para lograr una mayor reestructuración económica dentro de los márgenes neoliberales y así solucionar el “atolladero” de aumentar la tasa de ganancia de los empresarios. Aunque el gobierno de Alfonsín intentó avanzar en un plan de liberalización de la economía en beneficio de los grandes capitalistas con su Plan Primavera, éste no fue suficiente. Los primeros en abandonar el barco fueron los sectores industriales; tan solo unas semanas después el alfonsinismo intentaba aumentar las retenciones al campo, ganándose la enemistad de otros sectores empresariales. Finalmente, en medio de la corrida cambiaria, el FMI se niega a realizar un desembolso y suspende los préstamos al Estado argentino.
La CGT terminaría subsumida cada vez más a la agenda electoral del PJ, sin poder dar una respuesta frente a la crisis alfonsinista de la inflación. Los capitalistas tenían mucha mayor capacidad de presión en tanto que habían constituido otra correlación de fuerzas en la dictadura militar. Como sostiene Bonnet, el salto hiperinflacionario implicó el traspaso cataclísmico de una transferencia excepcional de ingresos: los salarios perdieron el 40% de su capacidad adquisitiva en beneficio de sectores de la gran burguesía especulativa y concentrada que en pocos días hicieron millones.
El siguiente aspecto que nos interesa remarcar fue la “conquista” de una alianza burguesa entre distintos sectores en pugna por la apropiación del excedente en Argentina. Como aspecto central para pensar en la hegemonía: se vuelve central lograr un equilibrio entre las disputas interburguesas que habían comenzado con mayor profundidad luego del Plan Primavera de Alfonsín. En otras palabras, se trató de conquistar un nuevo bloque de poder. Schorr y Aspiazu relatan los puntos nodales de este proceso:
“Así, se buscó la convergencia de intereses hasta el momento en pugna entre la banca acreedora y los grandes grupos locales, que si bien veían menguadas las transferencias de recursos públicos hacia sus arcas, podrían participar activamente en el nuevo escenario privilegiado por las políticas públicas: el de las privatizaciones.”
De acuerdo a estos investigadores, las privatizadas pasaron a ser uno de los negocios claves dentro de la década menemista. Los grandes sectores industriales, que eran golpeados por la situación económica del país, fueron sectores privilegiados del gran negocio privatizador, lo cual permitió el cierre de sus activos para dedicarse a este jugoso negocio. El desguace del sector industrial, junto con la reprimarización de la economía y el peso del sector agrícolo-ganadero es uno de los pilares de las grandes transformaciones de la economía argentina durante este período. Párrafo aparte merece la enorme crisis de deuda externa que fue profundizándose a partir del consenso de Washington, que implicó reforzar las cadenas del Imperialismo sobre América Latina.
Todo este proceso no puede comprenderse sin los dislocamientos que sufren las condiciones laborales. Como mencionamos anteriormente, la hiperinflación fue una de las condiciones de posibilidad que permitió constituir la base económica y social de la hegemonía menemista. Ésta no podría lograrse sin un sistema ideológico que sostuviera la equiparación de los intereses del conjunto de la sociedad con la clase dirigente. La hiperinflación jugó un rol fundamental porque la violencia inherente a este fenómeno donde predomina el caos, convence a importantes sectores de que cualquier política o políticas son necesarias para salir de esta situación.
Se forjaron discursos de eficiencia técnica y económica muy acordes a la situación internacional, donde el neoliberalismo había ganado mucho peso con la caída de la URSS. Por ejemplo, se constituyó un sistema de ideas sobre las empresas públicas destinadas a privatizarlas alrededor de las pérdidas generadas y la necesidad de reestructurar la economía. Se realizan reformas estructurales en educación, salud, el sistema ferroviario, acompañado de la venta de 60 empresas estratégicas como YPF, Aerolíneas Argentinas, Gas del Estado, Entel, Segba, Obras Sanitarias, la Caja Nacional de Ahorro y Seguro, Somisa. Adquiridas a precio de remate, la planta de empleo público estatal se achicó en la década del noventa en un 70%.
Estas privatizaciones fueron en parte lo que explicó el gran fenómeno de desocupación que caracterizó aquella década. Desde ya, este proceso no se dio sin una enorme resistencia de distintos sectores sociales y trabajadores. En las provincias comenzaron puebladas que fueron la antesala del 2001 como las de Cutral Co y Plaza Huincul en Neuquén, o el de General Mosconi y Tartagal en Salta, frente a las privatización de YPF. También podemos destacar la huelga de 40 días de los trabajadores ferroviarios o la lucha del astillero Río Santiago, única empresa estatal que no pudieron privatizar gracias a sus trabajadores.
Por supuesto, “Menem lo hizo” acompañado, junto a todo el peronismo, la CGT y los gobernadores, desde Jujuy hasta Tierra del Fuego. Como ya planteó el PTS en su momento, la propia CGT, dirigida por el Peronismo, fue cómplice de las dos reformas laborales que impulsó el gobierno:
“El remate de las empresas del Estado fue acompañado de una política de mayor cooptación a la burocracia sindical, lo que facilitó la derrota de grandes huelgas de resistencia a las privatizaciones, con la llamada “propiedad participada”, una emulación del famoso “capitalismo popular” de Margaret Thatcher en Inglaterra. En este proceso un sector de la burocracia sindical se transformó directamente en socia empresaria de las patronales, participando de las ganancias de las nuevas empresas privatizadas. Mientras esto pasaba, eran despedidos más de medio millón de trabajadores de las viejas empresas públicas, lo que generó que la burocracia sindical, mucho más coptada al régimen, perdiera cada vez más apoyo y base social.”
Producto de esto, el trabajo no registrado pasó del 28% en 1990 al 39% en 1999. Cerca de la mitad de los convenios firmados en esa década tenían cláusulas de flexibilización de la organización del trabajo y de la jornada laboral. También avanzó la desocupación. Como señala Nicolás del Caño en su libro Rebelde o precarizada:
“Empezó a subir en 1996, superó el 16% en 2001 y en 2002 llegaría a casi el 22%. Entre la juventud la desocupación era mucho más alta todavía. En 1997 en el conurbano bonaerense la desocupación general era del 17%, pero para los menores de 20 años saltaba al 42,4%.”
Este círculo regresivo acompañaría, desde el comienzo de la década, el proceso de disciplinamiento económico, político y social de la clase obrera por temor a engrosar las filas de los trabajadores desempleados.
¿Y cuánto hay de menemismo en la actualidad?
Pareciera que las “nuevas” ideas de la derecha hacen gala en los noticieros. La reedición de las viejas ideas neoliberales sobrevuelan un clima de malestar y agotamiento por la inflación y la situación económica. Las recetas económicas son las mismas. Milei no puede parar de reivindicar a Cavallo ni a su modelo económico proempresarial. Nada tiene que envidiarle sectores del arco político como Bullrich o Macri. Tienen un marco en común que plantea que el pago al FMI tendrá que realizarse haciendo un fuerte shock de ajuste para resolver la crisis económica, haciendo énfasis en disminuir el gasto público. La intención es lograr un equilibrio macroeconómico realizando una importante transferencia de recursos de las clases medias y obreras a los sectores empresariales y la oligarquía del campo.
¿Qué hay de eso en el Frente de Todos? Podríamos aquí repensar en dos registros: aquello que nunca se fue y aquello “novedoso” que vuelve a implementarse. Respecto a lo primero, el saqueo menemista convalidó la reestructuración de la fuerza laboral en nuevas formas de precarización, tercerización e informalidad laboral. El menemismo implantó un “piso” de precariedad de alrededor de un tercio de la fuerza de trabajo que nunca se eliminó, aunque haya disminuido la desocupación.
A su vez, la constitución de la matriz productiva extractivista y el proceso de reprimarización económica jamás fueron puestos en cuestión, aunque se hayan intentado constituir sectores protegidos de la industria como las autopartistas o el ensamble de electrodomésticos. Los procesos de concentración y extranjerización de la economía continuaron acrecentándose aún más, tanto en el sector industrial como en el sector agropecuario.
Durante los 12 años de kirchnerismo, "hay dos rasgos críticos vinculados con el fortalecimiento de tendencias que se manifestaron con particular intensidad en la década de 1990 (con sus antecedentes desde 1976), que no han tenido el debido tratamiento que merecían (...): la creciente concentración económica y la centralización del capital con eje en una fuerte extranjerización de la estructura económica local" [1]. Como parte de este proceso, Argentina consolidó su carácter de economía dependiente y atrasada. El desendeudamiento con distintos organismos de crédito y el FMI implicaron “una transferencia masiva de recursos que fueron adquiriendo un peso creciente en el presupuesto público y en el balance de divisas” [2]. A pesar de ello, lo que continuó durante toda la etapa de gobiernos kirchneristas fue la deuda con el Club de París.
Lo que vuelve a aparecer en la escena y tiene de similar al menemismo es el FMI y relaciones más estrechas con el imperialismo. Si el consenso de Washington implantó un redoblamiento de las relaciones carnales entre Estados Unidos y Argentina, las evaluaciones trimestrales del FMI vuelven a poner en el centro de la mesa la sumisión del país por parte del gobierno nacional. Las medidas que comenzaron a tomar con el “superministro” Massa a la cabeza muestran cómo a la hora de honrar la dependencia, no hay grieta: la inflación implica un enorme ajuste sobre todo para los sectores populares. El camino, de una forma u otra, es el de la reducción del gasto público, pero no para empresarios que tienen tarifas de dólares especiales o regímenes impositivos mucho menores, sino de los planes sociales, de las tarifas, etc.
En la actualidad, podemos ver un desdoblamiento económico entre sectores que todavía pueden utilizar su capacidad adquisitiva a pesar de la inflación. Si hay un fenómeno ampliamente extendido es el de los restaurantes llenos o los estadios y recitales vendidos en pocas horas. Pero al mismo tiempo, esto convive con una mayor ampliación de la miseria sobre la que caen cada vez más sectores. El nuevo fenómeno tan característico de la situación actual es la existencia de trabajadores pobres.
Y si quisieras protestar, el problema de la inflación es culpa de los trabajadores cuando exigen una recomposición salarial, como planteó la ministra de trabajo, Kelly Olmos, saliendo a responsabilizar a los trabajadores del gremio de camioneros. Argumento más neoliberal no se consigue: si en algo se basó el consenso menemista fue en sostener la teoría de que la inflación la producían los salarios obreros. Una clásica reversión de que pedir por salarios es lo que genera la inflación, cuando hace menos de 3 meses salió Federico Braun a “confesar”, a las risas, que realizan remarcaciones de precios todos los días. Los márgenes de rentabilidad de este supermercado superaron el 250% en un año.
Poco hay que envidiarle a la campaña -a la cualel kirchnerismo nos tiene acostumbrados- de atacar a la izquierda como cuando fue la votación por el impuesto a las ganancias. Lejos de un supuesto ataque a los privilegios de la casta judicial, el Frente de Todos buscó incluir a los trabajadores judiciales dentro de las filas de los trabajadores que pagan ganancias. De fondo se oculta la idea constante de que los trabajadores formales y “más favorecidos” son los que deben soportar en sus espaldas a los trabajadores informales y el gasto público de los planes sociales. Lógicamente esta idea busca enfrentar a clases medias y sectores informales para ocultar que en realidad los únicos que no pagan impuestos y a los que se los mantienen son los sectores extractivistas, el sector de la agroindustria y otras empresas exentas de IVA o IIBB, como el sector minero o petrolero.
¿Entonces qué hacemos con Menem?
Al asumir como ministra de trabajo, Kelly Olmos se refirió al menemismo, habiendo participado de su gobierno como una etapa histórica de confusión ideológica, en el contexto de la caída del Muro de Berlín y el fin de la historia. Los dichos de Olmos reflejan el pensamiento y la relación de distancia hacia el menemismo que busca construir el peronismo, hoy como Frente de Todos en el gobierno. Martín Rodríguez y Pablo Touzon en la presentación de la compilación ¿Qué hacemos con Menem? {} plantean que “Menem no dejó una herencia política (no hay partido menemista, no hay movimiento menemista, no hay políticos menemistas, aunque casi todos los peronistas “lo fueron”)”(...). [3]
En su discurso el kirchnerismo pone al menemismo y al neoliberalismo como enemigos. Sin embargo vemos que en su forma de construir consenso o en la búsqueda de una nueva hegemonía mantiene muchos aspectos de este modelo al punto que le fue otorgando cada vez más espacio a funcionarios del "ala menemista" del PJ: Scioli, Manzur, Kelly Olmos, y hasta el propio Massa. Las operaciones políticas que atacan más a la izquierda que a la derecha pareciera una reedición de los “aires de época” de los noventa. Al final de cuentas, no hay una propuesta contraria que implique una verdadera ruptura con la herencia menemista y los lazos con el FMI; solo viejas reediciones de alianzas a la derecha, como con Sergio Berni, como excusa para enfrentar un supuesto mal menor.
La ruptura con el menemismo y el neoliberalismo no puede darse manteniendo las mismas políticas que nos trajeron a esta situación como con las contrarreformas de los años noventa. Tampoco con el eterno planteo del mal menor ante un supuesto avance de la derecha. Esta política ya se probó en 2019 y fracasó. Hoy el mal menor terminó siendo "el traidor" Massa y las revisiones trimestrales con el FMI. Cada crisis que tuvo el FDT la resolvió por derecha. Tal es así que hasta los sindicalistas como Yasky y Baradel, parte del arco "progre" en los años 90 -cuando el mal menor era la Alianza (UCR-FREPASO)-, terminaron en reuniones con el embajador yanki. Toda hegemonía se asienta sobre bases materiales: y sin romper con el FMI toda hegemonía (si logra asentarse) será sobre un mayor sometimiento de las masas trabajadoras.
Como ya señalamos anteriormente, la aplicación de las medidas neoliberales se dieron con la derrota de la dictadura primero y luego con la hiperinflación de 1989-1990. Sin embargo, ese consenso hoy ya no existe. Se quebró a fines de los noventa por las disputas de los diferentes sectores de la burguesía, el sector financiero y bancario que se benefició de la convertibilidad, por un lado, y por los sectores ligados al campo y el comercio exterior por el otro. Pero también -y aún más importante de destacar- se quebró por la lucha de clases, con las jornadas de diciembre de 2001 como su pico máximo. Esa relación de fuerzas entre las clases es la que limita el avance de las políticas de ajuste hacia el pueblo trabajador. En las jornadas de diciembre de 2017, si bien el macrismo pudo votar la reforma jubilatoria (acompañado por sectores que hoy se encuentran en el gobierno), no pudo continuar con su agenda que incluía una reforma laboral, y fue el comienzo de la debacle de su gobierno. La burguesía no tiene la fuerza ni un consenso construido para dar vuelta la situación de los trabajadores. Es lo que activamente quiere construir.
Si bien hoy continúa una parte de la herencia menemista, hoy nos encontramos en otra situación. Tenemos puntos de apoyo para pelear de manera independiente. Las luchas que se empiezan a expresar, como la victoria del SUTNA o la reciente victoria de los residentes son grandes ejemplos que muestran el camino: se puede torcer el brazo al gobierno y las patronales a favor de los trabajadores. A diferencia de los años noventa, la izquierda clasista tiene un peso relativo en sindicatos, universidades, terciarios como también en el parlamento. Tiene conquistada una voz y un espacio político que es importante utilizar para organizar en esta pelea contra los empresarios y sus partidos políticos.
Desde el Frente de Izquierda y de los Trabajadores Unidad el programa que levantamos está compuesto por medidas totalmente opuestas a las tomadas en los ‘90, que de llevarse adelante brindarán otro horizonte a la juventud. Ante la precarización laboral o las largas jornadas de trabajo por magros salarios para poder llegar a fin de mes, peleamos por la reducción de la jornada laboral y el reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario. Esta medida no sólo apunta a eliminar el empleo precario, sino que permitiría el acceso a un empleo con derechos a los desocupados. También planteamos el no pago de la deuda externa y que el FMI se vaya de América Latina, y que todo ese dinero se utilice en educación, salud y vivienda. Además esos recursos podrían centralizarse en un sistema bancario único y estatal gestionado por sus trabajadores, a partir de la expropiación de los bancos privados y extranjeros, que son los responsables de la fuga de capitales que hacen los más ricos del país. Frente a las privatizadas, la nacionalización de los servicios públicos bajo gestión de los trabajadores y control de los usuarios busca acabar con el lucro en dichos servicios a través de los tarifazos, para que el acceso a los mismos sea un derecho.
No es posible romper con el imperialismo sin quebrar las cadenas de su dominio sobre los principales recursos del país. En pooles de siembra en el campo o en empresas multinacionales, utilizan su poder de fuego en la economía para exigir medidas contrarias al pueblo trabajador y obtener mayores ganancias a costa de más miseria y más extractivismo. Creemos que con ellos no es posible constituir un modelo agrosustentable en un país con más del 40% de pobreza, y por ello creemos que es necesaria la expropiación de los terrenos y las principales multinacionales, para que la verdadera riqueza quede en el país y el pueblo trabajador decida cómo organizar la economía en su propio beneficio. Luchamos y militamos diariamente para construir un partido que pelee por una salida revolucionaria, que organice una sociedad sin explotación y opresión.
La única utopía, en verdad, es pensar que con medias tintas se puede construir una alternativa al neoliberalismo, y que la herencia del menemismo o un revival de sus políticas se combate haciendo alianzas con más menemismo.
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