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Red Internacional
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OBRERAS DE FELFORT. "El fantasma de la lucha obrera en las aulas"

Testimonio de trabajadora despedida de Felfort en una recorrida por el terciario Mariano Acosta para contar sobre su incansable lucha.

Jueves 2 de octubre de 2014

El pasado lunes 29 de septiembre salí de casa por la tarde con un poco de ansiedad, como me pasa casi siempre, desde que estoy sin trabajo. Haber salido de la rutina y tener casi todos los días algo nuevo que hacer, militando mi despido y peleando por mi reincorporación. A veces salgo con las pilas puestas y a veces es una incertidumbre la que me invade. Pero el lunes me dije: “bueno Cari capaz que salís sin ganas y te va bien” y así fue.

Llegué a la tardecita, pasadas las 18:00hs a Capital, barrio de Once, la cita era en el Instituto de Enseñanza Superior Mariano Acosta, con las compañeras que estudian y militan ahí. La idea era pasar por los cursos a charlar un poco con la gente sobre Pan y Rosas, el Encuentro de Mujeres, el papel de la mujer como obrera, que sufre, que lucha, que se reivindica. Empecé a caminar con las chicas por los pasillos, a escuchar ese rumor inigualable que sale de las aulas, ese murmullo que hace mil años no escuchaba. Entramos a las primeras aulas, con mucha timidez de mi parte, tocando apenas con la punta de los dedos los pupitres, viendo las caritas de atención de las chicas jóvenes al escucharme hablar. Sentía una gota corriendo por el medio de mi espalda, la cara me hervía. Era mi voz la que escuchaba, pero parecía salir de otra persona, ajena a mí.

Decía: Soy Carina, trabajé en Felfort doce años hasta que me despidieron hace un mes. “Sí, soy yo”, trataba de convencerme. Ya a la tercer aula que entramos, me sentí más relajada. “Soy yo y puedo hablar de la vida dentro de la fábrica” parada frente a los alumnos y los docentes, sentí que tenía puesto mi delantal blanco, mi pechera azul, la cofia de red, mis zapatos. Me sentí el olor a chocolate. Estaba excitada, feliz, quería estar sentada ahí, cursando, como hace 15 años atrás en Letrás, en Puán, pero esta vez con más experiencia.

Hablarle a los estudiantes, decirles que la fábrica nos cierra la mente, que cualquier trabajo donde no nos hacen sentir a gusto, nos enajena, porque encima que ya estamos produciendo para los patrones, el maltrato te lo recuerda más crudamente.

La fábrica no te quiere para pensar, quiere oprimirte, de casa al trabajo y del trabajo a casa, la cultura es para los otros, no para vos, que te levantaste a las cuatro de la mañana y querés dormir una siesta.

Estudié Letras hace dieciocho años ya, los apuntes parecían tener cría cada día. “Y ahora leete este, pero tampoco dejes de leer este otro, y este otro para reforzar la idea de este, y este otro para refutarla…” imposible seguir el ritmo, pero ahora, después de tantos años, del cansancio en el cuerpo, de la espalda, del peso de los malos tratos, me doy cuenta que la idea era disfrutar, leer el Facundo con un deleite incomparable, separando la necesidad de aprobar la materia, de la necesidad de sentirte vivo. Tenía dos vidas, la de la fábrica, y la que yo era después, con carpetas en la mano, los libros, leyendo los apuntes con poca luz en el colectivo.

Ahora soy una obrera que degusta la literatura, que sabe que la poesía es su esperanza, su bocanada de aire.

Nada es casual, trabajando me hubiera perdido de este momento, de este atardecer caminado por los pasillos de este edificio imponente pintado de amarillo.

Fue muy importante poder decirles a los alumnos que estén atentos, que la clase obrera se levanta y se acerca al arte, a la cultura, al mismo tiempo que lucha por mejoras laborales y porque se respeten las leches argentinas que son las que deben regir nuestra industria.

Les expliqué que esta es mi lucha y la de los contratados por volver a nuestros puestos de trabajo, que necesitamos trabajar, imperiosamente.

Ya había anochecido, fin del recorrido, unos mates calentitos. El fantasma de la lucha obrera en las aulas, pero más vivo que nunca, el fantasma de la reincorporación va tomando forma .