Las luchas obreras en el confín austral, en las primeras décadas del siglo XX, superaron los límites provinciales y nacionales, abarcando a Santa Cruz, Chubut, Tierra del Fuego, Georgias del Sur y la Región Magallánica chilena. El fenómeno fue caracterizado por el historiador Marcelo Segall como “el más importante proceso de lucha social de América Latina”.
Lunes 20 de septiembre de 2021 21:36
Durante el siglo XIX, la sociedad europea sufrió reiteradas crisis económicas que impulsaron estallidos sociales, guerras y revoluciones, y propiciaron un fenomenal proceso migratorio de millones de personas hacia América.
Así llegaron a los confines australes y se aglutinaron con sus colegas criollos para ofrecer su laboriosidad a la incipiente burguesía, que recién se afincaba en la zona. Estos, los necesitaban, pero no imaginaban que junto con sus músculos traían consigo sueños de redención.
El estrecho de Magallanes alcanzó una gran importancia en el comercio mundial. “Además de permitir la comunicación directa y regular con el mercado europeo, utilizando los buques de las ocho compañías de navegación internacionales con sede en Punta Arenas, incentivó el arribo de inmigrantes, atraídos por la posibilidad de acceso a la tierra y por las actividades generadas por la ganadería ovina” [1].
La producción ovina incorporó la región austral al mercado mundial, integrando uno de los engranajes primarios de la poderosa industria textil.
Punta Arenas fue el centro neurálgico económico del sur. Los “ganaderos trasladaban la lana del establecimiento a los puertos, y desde allí, la conducían al de Punta Arenas, siendo en éste transbordadas a los buques internacionales con destino a Londres, Hamburgo y Amberes” [2].
También la demanda de insumos era cubierta desde la ciudad magallánica. Se instalaron aserraderos, astilleros, frigoríficos, casas comerciales y bancarias.
Fue la génesis de un sector de la oligarquía nacional. En su constitución participaron hombres dispuestos a todo en pos de conquistar riquezas. La “Patagonia es tierra para hombres fuertes. Allí la bondad es signo de debilidad. Y a los débiles los devora el viento, el alcohol o los otros hombres (…) Allí llegaron, allá organizaron, allá se plantaron y allá comenzaron a cosechar la riqueza con el cucharón de la abundancia. El que se queda y aguanta y además no es flojo de sentimientos, se enriquece. Sin ayuda de nadie. Y por eso creen ser dueños de toda la región. ¡Guay de los que quieran quitarles lo que es suyo, lo que conquistaron luchando contra la naturaleza, la distancia, la soledad!” [3].
En la última década del siglo XIX, se organizaron los primeros sindicatos y centrales obreras, y comenzaron a bregar contra las precarias condiciones laborales.
El predominio alcanzado por Punta Arenas tuvo también una fenomenal influencia en la organización obrera y en las primeras expresiones de rebeldía de los asalariados.
En 1896 se produjo una de las primeras huelgas, cuando los obreros que construían lanchas reclamaron un incremento de sus salarios. A fin de ese año se creó la Sociedad Obrera. También surgió ‘El Obrero’, que poco después se transformó en el “órgano del Partido Socialista de Punta Arenas”.
Luego, germinaron organizaciones que agruparon a los oficios existentes, como a los albañiles (1902), panaderos (1905) y metalúrgicos (1905).
En 1911, se fundó la Federación Obrera de Magallanes (FOM), que “inició una activa propaganda de organización en las diversas regiones de Patagonia y Tierra del Fuego, captándose gran cantidad de afiliados por el malestar existente” [4].
La FOM adquirió gran poder de movilización. Su dinamismo, sus convicciones, la abnegación de sus militantes y la fuerza de sus proclamas le permitieron alcanzar un gran protagonismo social. La cifra de afiliados de la FOM “fluctuaba entre los 6.000 y los 9.000” e “indica que por lo menos el 20% de la población de Punta Arenas pertenecía a la Federación” [5].
Las primeras huelgas magallánicas se produjeron por la carestía de la vida. En 1912, se llevó a cabo una concentración donde se sostuvo que “La burguesía nos sitia por hambre, mientras ella derrocha nuestro sudor en suntuosos festines. Es preferible a rendir la vida por la miseria, morir combatiendo a nuestros explotadores capitalistas y a nuestros tiranos los gobernantes” [6].
La detención de algunos trabajadores exaltó los ánimos. Luego de siete días de agitación se logró la fijación de precios máximos y concluyó la huelga.
Pero la insatisfacción era general y las huelgas pasaron a ser un método eficaz para aspirar al progreso. Los gremialistas procuraban que la acción alcance a toda la región, para eso montaban a caballo y recorrían estancias, frigoríficos, puertos y comercios. Atravesaban la inmensidad patagónica llegando hasta Santa Cruz y Tierra del Fuego.
Los triunfos fueron tonificando a los trabajadores, quienes propugnaron soluciones de fondo para los problemas que sufrían.
Pero los empresarios no estaban dispuestos a tolerar esa dinámica y, en alianza con los gobernantes, consumaron represiones, detenciones y los primeros derramamientos de sangre.
Esta dinámica hizo escalar los enfrentamientos, que fueron cada vez más violentos.
Una región convulsionada
El triunfo de la Revolución Rusa en 1917 significó un aliento enorme a esas luchas y los obreros vislumbraron que estaban en vísperas de la toma del poder.
Así, en la zona de Puerto Natales los obreros del frigorífico Bories conquistaron el poder durante una semana, en enero de 1919, al doblegar a los uniformados. El historiador Luis Vitale consideró que esos sucesos “merecen especial consideración, porque los trabajadores, por primera vez en el siglo XX, fueron capaces de tomar el poder local durante varios días”.
En las Georgias del Sur, los obreros de las factorías balleneras tomaron el poder en la isla, proclamaron una “Revolución Bolchevique” y convocaron a una acción internacional para terminar con el capitalismo.
En Tierra del Fuego los peones también acompañaron esos procesos huelguísticos. Algunos testimonios dieron cuenta que “los jefes venían de Punta Arenas, y preparaban la gente como si fuera a una pequeña guerra” [7]. Uno de los epicentros del conflicto fue la estancia de José Menéndez, “…bajaba la gente de todas las estancias a la Primera (Argentina) a hacer asamblea, 1920, y había pedido que pararan y pidieron aumento de sueldo y no se quiso pagar (…) Entonces ellos perdieron como quince días…”. [8]. La composición era muy mezclada, “había paisanos, muchos aborígenes, que vinieron a reclamar (...) Hubo manifestaciones de peones a caballo que desembocaron en la estancia y amenazaron con fusilar al jefe policial” [9].
También en Chubut se desarrollaron conflictos. El descontento por las condiciones laborales impulsó las huelgas en Comodoro Rivadavia. La primera de ellas “dio origen a la FOP (Federación Obrera Petrolífera), a fines de 1917 (…) presentó un petitorio al administrador del yacimiento (…) requiriendo la reducción de la jornada laboral a ocho horas diarias, el aumento de sueldos y jornales, y el pago de horas extras que hasta el momento no eran retribuidas” [10].
Este malestar salió nuevamente a la luz a fines de 1918 y principios de 1919. Pero, “cualquier síntoma de inquietud laboral era visto como una amenaza revolucionaria (…) Por ello la huelga fue enfrentada con dureza. Las tropas de marina desembarcaron para contener la situación, y a varios dirigentes sindicales se les aplicó la denominada "Ley Social", siendo expulsados de la Patagonia” [11].
Los gremios eran solidarios con sus colegas en conflicto. Recién después de la masacre de Santa Cruz las autoridades pudieron controlar la situación. No obstante, en 1932 estalló una nueva huelga petrolera.
El poder acumulado por los empresarios no toleró el desafío y reaccionaron con violencia.
En Punta Arenas, la sede de la FOM fue asaltada e incendiada con los dirigentes acorralados adentro, produciéndose además la persecución, ejecución y desaparición de decenas de gremialistas.
En Georgias, la marina inglesa apresó a los rebeldes y “fueron deportados (…) en dos arponeros a territorio continental argentino” [12].
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En Tierra del Fuego, el arribo de gendarmes aplacó el movimiento huelguista.
El núcleo de la rebeldía
Pero, donde la dimensión del conflicto alcanzó una magnitud mayor fue en Santa Cruz. En 1910 fue fundada la Federación Obrera de Río Gallegos (FORG).
El primer movimiento huelguístico se produjo en la estancia “Mata Grande”, donde la FORG exigió que los obreros rurales dejen de pagar la comida, “el pago del médico será voluntario” y mejoras salariales [13].
La detención del delegado extendió el paro a todas las estancias de San Julián. “Las peonadas habían bajado hasta el puerto (…) a la espera que los patrones (…) tengan que llamarlos porque se estaba en plena época de esquila” [14].
Los trabajadores organizaron piquetes armados para enfrentar a los rompehuelgas contratados en Buenos Aires. Los policías, que protegían a los desembarcados, recibieron más de cuarenta disparos. Luego iniciaron una persecución contra los obreros que arrojó el saldo de 69 detenidos. De esta manera concluyó la primera experiencia huelguística.
Las condiciones seguían siendo un caldo de cultivo para los conflictos. Entre 1918 y 1920, se declaró una huelga general en Puerto Deseado y otra del gremio marítimo de playa, que contó con la adhesión de los carreros y los trabajadores de Río Gallegos, Puerto Santa Cruz, San Julián y Puerto Deseado.
Los peones se sublevan
En 1920 la situación se agravó notablemente. Las lanas en el mercado mundial sufrieron una caída de los precios y produjeron el abarrotamiento de los depósitos, lo que hizo más inflexible todavía la postura patronal.
Por otro lado, los trabajadores habían avanzado en su organización y llegado a la convicción de que solo luchando podían mejorar sus condiciones de vida.
En pocos meses se sucedieron conflictos: un movimiento huelguístico en la estancia “La Oriental” (en el límite con Chubut) en reclamo de mejores condiciones de vivienda y de pago de los jornales. Fue reprimida por la policía de Chubut. Luego entraron en huelga los gastronómicos y portuarios.
Los estancieros y el gobernador lanzaron una ofensiva sobre los sindicatos y detuvieron a una decena de dirigentes. La reacción obrera no se hizo esperar. La huelga se extendió al campo y numerosos trabajadores abandonaron sus tareas y marcharon a Río Gallegos. Allí se produjeron nuevas detenciones. Pero el vigor huelguista logró, el 1º de noviembre, la liberación de todos los presos.
Esta confrontación fue el preludio de la huelga más grande de la Patagonia. Una vez iniciada, los peones peregrinaron a Río Gallegos. Al comienzo del conflicto, unos doscientos deambulaban por la ciudad. Un par de semanas después, eran unos quinientos, generando una gran inquietud entre los empresarios y autoridades.
Simultáneamente, surgió otro proceso movilizador en el campo. Todo el sur santacruceño estaba paralizado por la toma de estancias, grupos de trabajadores se llevaban como rehenes a propietarios y administradores, y sumaban peones al movimiento.
El fortalecimiento del proceso huelguístico fue impulsando una mayor audacia obrera. Ese grupo fue acaparando armas y municiones, frenó el intento de instalar a los rompehuelgas y enfrentó a tiro limpio a los policías.
Los uniformados, a medida que se agudizaba el conflicto, perfeccionaron sus métodos represivos: dejaban a los detenidos desnudos durante la noche a la intemperie, los estacaban y castigaban con sablazos y latigazos.
El presidente Hipólito Yrigoyen envió al teniente coronel Héctor Benigno Varela, al frente del Batallón 10 de Caballería, para afrontar el conflicto. La mediación logró acercar a las partes y continuidad de la zafra lanera.
El convenio firmado concedió lo reclamado y aceptó que los actos violentos de los huelguistas no eran considerados delitos. La propuesta fue aprobada en asambleas.
El convenio podría haber cambiado notablemente las condiciones de vida de los peones. Los cajones donde dormían, debieron cambiar por dormitorios de hasta tres personas, agua abundante, iluminación, una tarde por semana para lavar las ropas, tres platos de comida diarios, botiquín sanitario, suspensión de tareas a la intemperie con viento o lluvia, reconocimiento sindical y salario mínimo de cien pesos.
La finalización del conflicto generó entre los obreros la ilusión de un período de paz, por el cumplimiento del convenio. Pero, sus esperanzas se vieron defraudadas.
Los estancieros lo aceptaron temporalmente, para que los peones retornen a la esquila. Una vez cumplido su objetivo, desconocieron lo firmado y se dispusieron a vengarse.
En febrero de 1921, la huelga recomienza. El paro fue total y el movimiento conquistó la solidaridad de la población urbana.
La agudización de la confrontación fue empujando a los protagonistas hacia un camino de no retorno. Las reivindicaciones sindicales produjeron un enfrentamiento frontal al sistema, la rebelión radicalizó tanto sus demandas como su metodología y llevó a los trabajadores a una pugna por el todo o nada.
A la represión policial se le sumó el accionar de comandos civiles que ametrallaban las manifestaciones. La reacción obrera fue decretar la huelga revolucionaria.
El gobierno radical envió nuevamente al coronel Varela. Las tropas fueron cercando a los grupos obreros que habían ocupado los cascos de las estancias.
Varela aprovechó la confianza conquistada cuando cumplió un rol de componedor entre las partes. Su decisión de exterminar a los dirigentes y activistas fue facilitada por la sorpresa que generó entre los huelguistas.
También jugaron en contra de los obreros las enormes distancias, el aislamiento y la incomunicación entre los contingentes gremiales. Esto fue bien aprovechado para aplastar al movimiento. Así, los huelguistas fueron exterminados grupo a grupo.
Una vez que se rendían, los estancieros acompañaban a los uniformados para señalar a los indeseables a fusilar.
Las cifras del genocidio dieron cuenta del exterminio de más de mil trabajadores. La población santacruceña sufrió un descenso de casi siete mil personas entre dos censos nacionales.
El balance oficial de esta barbarie nunca se conoció. Durante varias décadas se mantuvo en el más celoso ocultamiento.
Sólo la investigación realizada por Osvaldo Bayer permitió sacar a la luz la magnitud de la represión militar, la matanza ocasionada y las complicidades entre los poderes económicos y los gobernantes.
Fuentes
Elsa Mabel Barbería. El extremo austral sudamericano. Ocupación y relaciones de los territorios argentinos y chilenos, 1880-1920. Estudios Fronterizos, Núm. 33, enero-junio de 1994.
Osvaldo Bayer. La Patagonia rebelde. Tomo I. Editorial La Página. Buenos Aires, 2007.
Carlos Vega Delgado. La masacre en la Federación Obrera de Magallanes. Editorial Atelí. Punta Arenas, 1996.
Marcolín Piado. Los horrorosos sucesos del 27 de julio. Editorial Atelí. Punta Arenas, 1995.
María Luisa Bou y Elida Repetto. A hacha, cuña y golpe. Recuerdos de pobladores de Río Grande. Fundación Banco Tierra del Fuego. Ushuaia, 1995.
Bernardo Veksler. Rebeliones en el Fin del Mundo. Tolhuin Impresiones. Río Grande, 2000.
Pablo Fontana. La pugna antártica. Guazuvirá Ediciones. Buenos Aires, 2014.
José María Borrero, La Patagonia Trágica. Asesinatos, Piratería y Esclavitud.
Revista Impactos. Punta Arenas, junio de 1992.
[1] Eisa Mabel Barbería. El extremo austral sudamericano. ocupación y relaciones de los territorios argentinos y chilenos, 1880-1920. Estudios Fronterizos, Núm. 33, enero-junio de 1994.
[2] Idem.
[3] Osvaldo Bayer. La Patagonia rebelde. Tomo I. Editorial La Página. Buenos Aires, 2007.
[4] Carlos Vega Delgado. La masacre en la Federación Obrera de Magallanes. Editorial Atelí. Punta Arenas, 1996.
[5] Carlos Vega Delgado. Prólogo del libro de Marcolín Piado. Los horrorosos sucesos del 27 de julio. Editorial Atelí. Punta Arenas, 1995.
[6] Carlos Vega Delgado. La masacre en la Federación Obrera de Magallanes. Editorial Atelí. Punta Arenas, 1996.
[7] Testimonio de Sara Sutherland publicado por María Luisa Bou y Elida Repetto en A hacha, cuña y golpe. Recuerdos de pobladores de Río Grande. Fundación Banco Tierra del Fuego. Ushuaia, 1995.
[8] Testimonio del peón de estancia Jorge Martinic Plastic. Publicado por Oscar Domingo Gutiérrez. en Revista Impactos. Punta Arenas, junio de 1992.
[9] Testimonio de Rubén Maldonado. Publicado por Bernardo Veksler en Rebeliones en el Fin del Mundo. Tolhuin Impresiones. Río Grande, 2000.
[10] Comodoro una ciudad con energía. http://www.comodoro.gov.ar/.
[11] Idem.
[12] Pablo Fontana. La pugna antártica. Guazuvirá Ediciones. Buenos Aires, 2014.
[13] José María Borrero, La Patagonia Trágica. Asesinatos, Piratería y Esclavitud.
[14] Idem.