Sábado 22 de septiembre de 2018
Después de un primer año donde el presidente francés logró aplicar una serie de (contra)reformas con una cierta tolerancia de la población, el giro brusco luego del verano y el comienzo de la Rentrée (regreso a clases tras el receso escolar) marca un salto en el desgaste de Macron que abre la posibilidad de una contraofensiva del movimiento de masas.
La amplia mayoría de la población le da la espalda a Macron
Para algunos analistas septiembre de 2018, dieciséis meses después de su elección, marca ya el fin de su quinquenato, de su capacidad de acción. Su popularidad es más baja en las encuestas que su predecesor hace cinco años: solo 19% de la población juzga su balance positivo. Incluso en el corazón de su electorado, aquellos que votaron a Macron en el primer turno de las presidenciales de 2017, son 46% los que encuentran la acción gubernamental como positiva, una caída de 26 puntos desde de enero de 2018.
Macron, tal cual un pequeño Bonaparte, había buscado cuidadosamente crear una imagen jupiteriana en sus primeros meses de mandato para separarse de la tormentosa crisis de gobernabilidad que sacudió al mandato de Hollande y que lo llevó a su incapacidad de presentarse a la reelección a la vez que a la casi destrucción del Partido Socialista. Pero Júpiter no existe más. Desde finales de agosto no hay casi un día sin que una metedura de pata o controversia venga a enturbiar la imagen del presidente o frustrar la acción del gobierno. Por su parte el affaire Benalla, el guardaespaldas presidencial investigado por pegarle a manifestantes haciéndose pasar por un policía el ultimo Primero de Mayo, continua poniendo nervioso al Eliseo, como demuestran los ataques de miembros del gobierno, incluida la ministra de Justicia, a las atribuciones de la comisión senatorial llegando incluso a acusar a los miembros de ésta de querer “destituir” a Macron.
La Macronia en todos los niveles se desgarra. De repente, la marcha triunfal de LREM (La República en Marcha, nombre del partido gubernamental) comienza a parecerse a una desbandada. A nivel del gobierno los dos ministros más populares y dos ministros de Estado han renunciado o avisado que dimitirían. El primero Nicolas Hulot, la caución de izquierda y ecologista del gobierno y el ultimo Gerard Collomb, ministro del interior y el primer barón socialista en apoyar a Macron. El popular Hulot encarnaba la “apertura a la sociedad civil”, la fábula macronista de la nueva política contra el viejo mundo de la derecha e izquierda institucional que gobernó Francia durante décadas y que de más en más aparece como un engaño. En el parlamento, una legisladora habla de un “Titanic” y se pasa a los centristas del UDI, el nuevo presidente de la Cámara Richard Ferrand, con varias acusaciones de corrupción en su cuenta fue rechazado por buena parte de su tropa en la reciente elección en la Asamblea, una aire de fronda (como se conoce a una serie de movimientos de insurrección ocurridos en Francia durante el siglo XVII) se instala en, la hasta hace poco, aparentemente sólida mayoría presidencial. El partido LREM, en el marco de las próximas elecciones europeas en 2019 y en 2020 las municipales francesas, está vaciado.
En conclusión, el conjunto de estos elementos señala que todo de ahora en adelante va a devenir más complicado, cerrando la página del “capítulo feliz del macronismo” para utilizar la expresión de Cecile Cornudet en el diario patronal Les Echos.
Detrás de las dificultades macronistas: una fuerte reticencia a la normalización de la precariedad del trabajo
La realidad es que al futuro optimista que Macron prometía, en su segundo año de mandato, le cuesta aparecer: el crecimiento es más lento que el esperado; la desocupación no baja más del ya alto 9% a pesar de la mejora económica que se desató en Europa y en Francia en los últimos meses del gobierno de Hollande; los datos macroeconómicos ya sea el peso de la deuda en el PBI así como los déficits comercial y fiscal no mejoran o se agravan en el marco que de ahora en más el ciclo económico, sea por motivos internacionales (guerra comercial, aumento del precio del petróleo, suba de las tasas, amenazas de recesión mundial, etc.) o internos, juega en contra de Macron; la suba de la inflación comienza a erosionar el poder adquisitivo de los asalariados, tocando particularmente a los jubilados que habían votado en buena medida a Macron y hoy se han alejado violentamente del presidente después del aumento de sus impuestos y la negativa a aumentar sus haberes en relación al aumento del costo de vida, etc. Sin hablar de que, como decíamos en un precedente artículo, “…en un mundo donde el proteccionismo y el nacionalismo reaccionario están de vuelta, su neoliberalismo globalista y su europeísmo optimista no solo suenan ilusorios sino que tienen cada vez menor asidero o quedan fuera de moda en la realidad política nacional e internacional” (“Un desgaste prematuro del macronismo”, 20/7/2018).
En este marco, la amplia mayoría de la población no comprende a Macron y su aplanadora reformadora y en consecuencia no aceptan hacer sacrificios por el empleo, no creen más. Esto aumenta, como dice la editorialista de Le Monde Françoise Fressoz, “el sentimiento de impasse” del locatario del Eliseo: “Es como si la representación mental del jefe del Estado, la de un mercado de trabajo casi perfecto que él tiene la ambición de construir, se chocara contra una realidad infinitamente más compleja y humana: luego de décadas de desocupación de masas, no hay golpe de magia en lo que hace a restablecer el valor-trabajo”.
Es que detrás de las dificultades macronistas hay una fuerte reticencia a la normalización de la precariedad del trabajo. Es esto lo que mostró el escándalo que generó la última provocación de Macron que frente a un joven horticultor que le confesaba buscar trabajo infructuosamente, Macron le contestó: "Hoteles, cafeterías, restaurantes, cruzo la calle y te lo encuentro. Quieren simplemente gente dispuesta a trabajar, con los inconvenientes de esa profesión". Y recalcó "en todos los lugares que visito los empresarios de sectores como la hostelería o la construcción me aseguran que no encuentran trabajadores". La realidad es que a pesar de la penuria de mano de obra en algunos sectores como es el caso en los restaurantes, hoteles, la construcción, etc., los trabajadores no están dispuestos a aceptar las condiciones de trabajo ultra degradadas, en general a cambio de un Smic (salario mínimo). Dicho de otra manera, en Francia no se ha normalizado aun el mercado de trabajo a la anglosajona que hoy día explica las bajas tasas de desocupación en países como Inglaterra o con un carácter más dual en Alemania. Como dice un periodista de Libération “En el sector de la restauración el ‘aceptas o te vas’ ya no seduce”.
Es ésta realidad y el desgaste prematuro del macronismo lo que explica que “Las pequeñas frases de Emmanuel Macron contra el inmovilismo francés ya no se las percibe de igual manera como hasta ahora. Ellas alimentan el sentimiento de un presidente alejado de la vida real de las personas”, como dice Cornudet. Jérôme Fourquet, director del departamento de opinión de l’IFOP, abunda en igual sentido: “Al comienzo del mandato, esta morgue social, que no es nueva, fue aceptada por los franceses porque existía la promesa de mejorar su situación. Pero puesta en relación con la falta de resultados, ahora da la sensación de un presidente desconectado de las dificultades de la vida”.
Un salto la crisis orgánica del capitalismo francés: la entrada en una situación transitoria
Contra la corriente, de forma ultra minoritaria habíamos anticipado al inicio de su mandato, que el macronismo es un bonapartismo débil, que la imagen fuerza que aparentaba no resultaba de su fortaleza orgánica, sino que paradójicamente era una expresión de la crisis orgánica del capitalismo francés que en su necesidad de adaptarse hasta el final a la mundialización neoliberal había derrumbado todo el viejo sistema político y dejado momentáneamente un vacío que el macronismo había sabido ocupar. Hoy, frente al descenso al infierno del presidente, más que nunca se confirma que el macronismo, como última versión del neoliberalismo tardío a la francesa, es "un neoliberalismo senil, no hegemónico, que tiende a profundizar la polarización social y política, lo cual podría crear condiciones más favorables para el desarrollo de procesos agudos de lucha de clases y una mayor radicalización política"(Tensiones económicas e inestabilidad política, XI Conferencia de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional de marzo de 2018).
Ahora que su bonapartismo ha mostrado abiertamente su debilidad, mismo en algunos aspectos su amateurismo como en el affaire Benalla, y en el medio de que su popularidad se ha derrumbado, el jefe de Estado se enfrenta a la fragilidad de su base inicial. Macron no aparece más como invencible. Esto abre una nueva situación distinta a la situación no revolucionaria que caracterizo la primera parte de su mandato en la que este contó con una cierta tolerancia social a pesar de resistencias puntuales, en especial la importante huelga ferroviaria, que mostro una gran determinación de los trabajadores, dilapidada por la acción traidora de las direcciones sindicales. Una situación transitoria en la que la se abren brechas por arriba que podrían permitir que la bronca del movimiento de masas entre con fuerza, abriendo una situación pre-revolucionaria. Es de este giro importante de la situación que a su manera da cuenta Laurent Joffrin, cuando afirma que: “La Quinta República es un seguro de vida: quedan cuatro años para enderezar la barra. Nada aún está jugado. Las reformas aún pueden actuar, la presidencia altanera reformarse, el evento, príncipe de la política, jugar de repente a favor del presidente. Pero el paisaje ha cambiado drásticamente. Estábamos en marcha, estamos empantanados. Los comienzos de Macron se han comparado con los de Bonaparte. Después de un año de reinado, ahora estamos más cerca de Waterloo que Austerlitz”. Sin negar las ventajas antidemocráticas pero sin compartir las certezas del régimen imperialista francés como el director de Libération es indudable que la marcha macroniana puede terminar mal como la del “gran Bonaparte”.
La crisis del macronismo reabre en una nuevo nivel la crisis orgánica del capitalismo francés, esa “separación de dirigentes y dirigidos” (Gramsci) que él mismo parecía resolver momentáneamente y que ahora está entrando en un nuevo momento de escisión más peligroso para la burguesía, como da cuenta gravemente Françoise Fressoz. Ésta afirma que “El resultado, es que entre la parte de arriba y la de abajo la circulación está bloqueada con todos los riesgos de trombosis que conlleva y sin que sea posible perfilarse de verdaderos remedios reales. Lo que vive Macron, poco más de un año después del comienzo de su mandato, es consistente con lo que sus predecesores experimentaron con otros métodos: Sarkozy y sus fanfarronadas, Hollande y sus cumbres sociales, para llegar a este tipo de incomprensión entre un Presidente de la República que quiere mover el país y el país que, de hecho, se mueve después de años, pero en una desconfianza hacia la política que no se detiene. ¡Atención, peligro!”.
¡Es el momento de pasar a la contraofensiva!
Macron está en caída libre, pero retomando las palabras de Lenin éste jamás “caerá”, ni siquiera en las épocas de crisis, si no se lo “hace caer”. Como lo anticiparon primero un “joven impertinente” y luego en sus cantos los ferroviarios, Júpiter ya no es más que “Manu”. Sin embargo, a pesar de la creciente debilidad de Macron, las direcciones sindicales continúan la estrategia de diálogo dentro de los límites definidos por el gobierno y Mélenchon no aspira a más que a darle una “paliza democrática”…en las europeas de 2019. Sin hablar que frente al affaire Benalla que mostraba la podredumbre de la monarquía constitucional francesa ambos ya sea han mantenido un escandaloso silencio (direcciones sindicales), ya sea promovido un “frente republicano” de la FI a LR (derecha tradicional), pasando por Dupont-Aignan (derecha soberanista) y Marine Le Pen. Es ésta cobardía del reformismo político y sindical lo que aún permite a Macron, a pesar de su debilidad, continuar amenazando por ejemplo con la destrucción del sistema de jubilaciones imponiendo la jubilación por puntos no igualitaria y sin piso, mismo si toda reforma de esta magnitud en el nuevo contexto político y social es altamente arriesgada y combustible.
¡No hay más tiempo que perder! La línea central del movimiento obrero para el periodo que se abre es de incitar a las más amplias masas a tomar la iniciativa, por lo cual es imperioso la ruptura inmediata de las direcciones sindicales con el dialogo social: “la regresión social no se negocia” debe ser el grito de guerra de los trabajadores, exigiendo a la vez la preparación de un verdadero plan de lucha (no las jornadas de lucha a saltos o las huelgas intermitentes que nos llevaron a la derrota) que culmine en una huelga general para derrotar a Macron.
Es el momento de pasar a la contraofensiva de conjunto, no los ferroviarios de un lado, los jóvenes de otro, los obreros de Ford solos, la función pública más tarde, etc. Es el momento de imponer el Tous ensemble [Todos juntos] contra Macron de una buena vez, reclamando entre otras cosas la abrogación de todas las (contra)reformas de Hollande y Macron -comenzando por la reforma laboral o el pacto ferroviario-, de exigir un aumento de emergencia y un salario a la altura de la canasta familiar. ¡Basta de gente por debajo del nivel de pobreza mientras los patrones del CAC 40 baten récords de ganancias! Contra el cierre de Ford y por la nacionalización bajo control de los trabajadores de toda empresa que cierre o despida. Basta de trabajo precario: por CDI para todos, la igualdad salarial entre hombres y mujeres. Y en especial terminar con las jornadas extenuantes y el sufrimiento en el trabajo, resolviendo a la vez el drama de la desocupación de masas con el reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles con igual salario, es decir, trabajar menos para trabajar todos. Por la apertura de las fronteras a todos los migrantes y por el fin de todas las intervenciones imperialistas francesas en África y Medio Oriente. Terminar con Parcoursup y la selección encubierta a la Universidad. Fuera la policía brava de los barrios! Una serie de medidas como estas deben nutrir un pliego de reclamos de la clase obrera motorizando junto a ella a todos los sectores populares en la perspectiva de un movimiento que luche contra Macron, pero también contra “su mundo”, es decir, aquel donde uno tras otro gobiernan siempre los mismos parásitos capitalistas, y que abra la perspectiva de otra sociedad, organizada y planificada democráticamente por los trabajadores.

Juan Chingo
Integrante del Comité de Redacción de Révolution Permanente (Francia) y de la Revista Estrategia Internacional. Autor de múltiples artículos y ensayos sobre problemas de economía internacional, geopolítica y luchas sociales desde la teoría marxista. Es coautor junto con Emmanuel Barot del ensayo La clase obrera en Francia: mitos y realidades. Por una cartografía objetiva y subjetiva de las fuerzas proletarias contemporáneas (2014) y autor del libro Gilets jaunes. Le soulèvement (Communard e.s, 2019).