En esta sección abierta donde compartimos diversas miradas sobre el panorama nacional, Andrés Wainer analiza los intereses en juego ante los problemas que enfrenta la economía argentina.
Martes 26 de mayo de 2015
La actual situación de estancamiento en la que se encuentra la economía argentina no se debe simplemente a un desfavorable cambio en el contexto internciaonal (“viento de frente”), sino que el mismo pone en evidencia y acentúa limitaciones propias de la estructura productiva y del bloque de clases dominante. Gane quien gane en las próximas elecciones presidenciales, deberá enfrentarse a una situación económica muy distinta a la que primó durante la primera etapa kirchnerista. Desde la óptica de los principales candidatos, los problemas en el frente externo sólo podrán ser superados transitoriamente a partir de un ajuste que, con mayores o menores paliativos, terminará pagando la clase trabajadora.
La etapa “rosa” del kirchnerismo
Durante el gobierno de Néstor Kirchner se dio una “virtuosa” conjunción de crecimiento acelerado, altos niveles de rentabilidad empresaria y mejora en el empleo y los salarios. Si bien desde el gobierno este resultado fue presentado como una reversión de la lógica “imposibilista” que primó durante la década de 1990, la subsunción de “la economía a la política” fue posible por las condiciones socio-económicas que imperaron tras la crisis y la salida de la Convertibilidad. La magnitud de la crisis creó condiciones excepcionales, a las cuales se les sumó el “viento de cola” en el frente externo dado por un favorable giro en los mercados internacionales.
La existencia de recursos ociosos y alto desempleo tras más de tres años consecutivos con caída del producto, a lo que se sumó el default de la mayor parte de la deuda pública a fines de 2001, una contracción de casi un 30% del salario real en 2002 y un incremento del precio de los principales productos de exportación, viabilizaron la aplicación de políticas expansivas que reactivaron el ciclo económico e impulsaron tanto el empleo y los salarios como las ganancias. Ahora bien, esta conjunción coyuntural de intereses entre trabajadores y capitalistas terminó cuando se terminaron las mencionadas condiciones excepcionales. Fue allí cuando comenzó a recrudecer el conflicto entre capital y trabajo, dado que se agotaron las condiciones que hicieron posible esa situación de “todos ganan” que impulsó tanto la rentabilidad empresaria como los ingresos de los asalariados.
Los problemas en el frente externo
Durante la etapa abierta a partir de 2008, cuando coincidieron factores críticos internos (enfrentamiento con las patronales agropecuarias) y externos (crisis internacional), el gobierno intentó, desde una lógica keynesiana, mantener el impulso al crecimiento a través del fomento de la demanda interna. El problema fue que las condiciones macroeconómicas ya no eran las mismas que durante el primer gobierno kirchnerista. Si bien la caída no fue abrupta ni inmediata, el PBI creció un 3,6% anual acumulativo entre 2008 y 2014 frente a un 8,5% entre 2003 y 2007. El principal motivo que explica la diferencia entre ambas etapas está dado por la emergencia de la crisis internacional y los crecientes problemas del sector externo, ya que a partir de 2011 el crecimiento de la economía sólo pudo ser sostenido a través de la pérdida de reservas internacionales. En este sentido, el nivel de reservas alcanzó un punto crítico a inicios de 2014, cuando el gobierno convalidó un nuevo salto en el tipo de cambio que terminó sumergiendo a la economía argentina en un cuadro recesivo.
Si bien el kirchnerismo trató de evitar los ajustes tradicionales a través de algunas medidas heterodoxas como los controles a las importaciones y a la compra de divisas, las mismas sólo lograron postergar el desenlace, dado que no se abordaron las causas profundas del problema sino mayormente sus consecuencias, mientras se acumularon tensiones cada vez mayores. Más allá de los factores coyunturales que intervinieron en al desaceleración de la economía argentina, existen problemas estructurales vinculados a las características de la estructura productiva y el carácter del bloque de clases dominante que impiden la consolidación de un proceso de acumulación capitalista sostenido.
Mientras que en los países desarrollados el incremento de la productividad permite –aunque no necesariamente siempre sucede– un incremento conjunto de la competitividad y de los salarios reales, en países dependientes y semi-periféricos como la Argentina , donde predomina un perfil de especialización asociado a ventajas comparativas derivadas de los recursos naturales, con un amplio predominio del capital extranjero y una persistente fuga de capitales, los márgenes de la puja entre capital y trabajo se tornan más estrechos debido a la persistente contradicción entre el aumento de los salarios reales y el agotamiento de las divisas necesarias para sostener el proceso de crecimiento.
En este punto se revela uno de los aspectos centrales del ciclo del capital en la economía argentina. El mismo se caracteriza por la dependencia tecnológica y el carácter regresivo de la estructura industrial en tanto que, desde que el proceso de acumulación se pone en marcha, la economía depende cada vez más fuertemente de medios de producción proporcionados desde el exterior para poder avanzar en la elaboración de bienes de consumo; como así también de los conocimientos para utilizar esos medios de producción (dependencia tecnológica) que, en un contexto de fuerte extranjerización, incrementan las presiones en la cuenta corriente a través de la remisión de utilidades y los pagos de regalías y honorarios.
¿Quién podrá salvarnos? Los intereses que están en juego
El “tiempo político” del kirchnerismo se extendió más que el “tiempo económico”. Ello llevó a que el gobierno se encontrara en la necesidad de adoptar una política de ajuste que entró en contradicción con su lógica discurisva y su forma de construcción política. Tratando de encontrar un equilibirio que le permita terminar su mandato sin dinamitar completamente su base social, el kirchnerismo encaró un ajuste “moderado”, el cual le permitió mantener cierto control sobre las variables macroeconómicas evitando una profundización de la receisón. Sin embargo, lo único que ganó el gobierno es algo de tiempo, dado que nunca se abordaron las trasnformaciones estrucutrales que podrían evitar la necesidad de un nuevo y mayor ajuste.
En este sentido, la actual situación de estancamiento en la que se encuentra la economía argentina no se debe simplemente a un desfavorable cambio en el contexto internacional sino que el mismo pone en evidencia y acentúa limitaciones propias de la estructura productiva y del bloque de clases dominante. Sin embargo, ninguno de los principales candidatos propone un cambio estructural que permita superar de manera sustentable los problemas en el sector externo de la economía. Las discusiones pasan por las diversas modalidades de endeudamiento, el nivel del tipo de cambio o quien es el candidato que ofrece mayores garantías a los inversores extranjeros para que traigan algunos dólares. La ausencia de perspectivas que impulsen transformaciones más profundas no obedece únicamente a una deficiencia “técnica” de los equipos económicos de los principales candidatos sino que encuentra sus raíces en los intereses sociales a los que éstos responden.
Al respecto, puede haber diferencias más o menos importantes al interior de la clase dominante respecto a medidas concretas de política económica a tomar en función del ciclo económico, siendo que, por ejemplo una devaluación beneficia mayormente a los sectores exportadores y perjudica a los exclusivamente mercadointernistas, sobre todo a aquellos no transables y a los que dependen del consumo masivo. La adopción de políticas monetarias y fiscales contractivas o las modalidades de endeudamiento en el exterior tampoco impactan por igual en todas las fracciones capitalistas. Pero más allá de estos conflictos puntuales, las lógicas de acumulación y la articulación entre las fracciones de la gran burguesía acentúan un patrón de reproducción del capital dependiente que gira pendular y recurrentemente alrededor de problemas estructurales como el de la restricción externa.
Esto se debe a que, en el marco de las transformaciones mundiales y de la nueva división internacional del trabajo, las empresas transnacionales lograron tener plena libertad para aprovechar las ventajas comparativas derivadas de la abundante dotación de recursos naturales y de ciertos ámbitos de acumulación de la economía local privilegiados por las políticas públicas. A su vez, su peso central en el patrón de acumulación y en la provisión de divisas (ya sea por el peso de la inversión extranjera en la economía como por la vía exportadora), hace que terminen teniendo un gran poder de veto sobre la orientación de la política económica y el funcionamiento estatal.
Por su parte, la supuesta “burguesía nacional” no está dispuesta ni en condiciones de llevar adelante un proyecto de país distinto al que surge “naturalmente” de la tradicional división del trabajo a escala mundial. Esto se debe a que las empresas nacionales en general no han logrado competir en igualdad de condiciones con las compañías foráneas salvo en aquellos casos vinculados a la explotación de ventajas comparativas naturales.
El resto del capital doméstico realiza tareas complementarias al extranjero, con tecnologías obsoletas y sustentado en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, mientras que otra parte se refugia en actividades menos dinámicas, donde el capital transnacional no ha desarrollado una tecnología relativamente nueva y en las cuales las diferencias de productividad son menores, o bien en sectores que se encuentran al margen de la competencia intercapitalista como aquellos regulados por el Estado (algunos servicios públicos, licencias para actividades como juegos de azar, obras públicas, etc.). El correlato de esta situación es la subordinación, no exenta de conflictos puntuales, del capital nacional a la lógica del capital extranjero.
En suma, los intereses de las diversas fracciones de la gran burguesía no se orientan hacia la construcción de una estructura productiva que le permita a la Argentina resolver los graves problemas vinculados a su situación de dependencia. El verdadero desarrollo económico de un país como la Argentina no vendrá entonces de la mano de la actual clase capitalista sino que dicha tarea debe ser liderada por la clase trabajadora, que constituye la clase con verdadero interés y potencialidad en romper con la actual situación de dependencia.
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Andrés Wainer
Doctor en Ciencias Sociales. Investigador del CONICET y del Área de Economía y Tecnología de la FLACSO Argentina.