Fue un golpe de Estado, y no hay otro demonio que lo justifique.
Martes 12 de noviembre de 2019 15:40
Durante los ochentas dominó en la Argentina una teoría hoy ya bastante conocida con la cual mirar lo sucedido durante la última dictadura cívico militar y sus años previos. Una teoría que ponía en un mismo plano a la violencia puesta en práctica por las organizaciones guerrilleras con la desplegada por el aparato estatal y paraestatal. Se la conoció como la “teoría de los dos demonios”.
Si bien fue institucionalizada de alguna manera a través de los decretos 157 y 158 sancionados en 1983 por el recién asumido presidente Raúl Alfonsín, decretos que ordenaban llevar a juicio a siete jefes guerrilleros y a las tres primeras Juntas Militares de la dictadura, respectivamente. Y luego cristalizada en el prólogo del Nunca Más al comenzar diciendo que “durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda”. La teoría de los dos demonios estuvo presente en vísperas del golpe militar de 1976.
Formó parte, incluso, del discurso de orden enunciado por las Fuerzas Armadas al momento arrebatar el poder, justificando con la figura del enfrentamiento de los dos extremos una intervención que devolvería al Estado el monopolio de la violencia. Una teoría que en estos años quiso retornar de la mano del macrismo, a pesar de estar perimida.
Hoy numerosos medios de comunicación, periodistas y funcionarios/as, políticos han vuelto a ponerse esos anteojos para mirar los sucesos que durante la tarde del domingo consternaron a quienes veíamos esperanzados en Bolivia el bastión de un estado plurinacional.
Hablaron y hablan de la “renuncia de Evo Morales”, “vacío de poder en Bolivia”, “le pidieron la renuncia al presidente boliviano”, “crisis en Bolivia” y eufemismos por el estilo, en vez de decir lisa y llanamente que lo sucedido es un golpe de estado. Un quiebre del orden institucional consumado tras la “sugerencia” de las FF.AA bolivianas a Evo para que renuncie, luego de que la oposición política no aceptara la decisión del presidente de renovar la totalidad del Tribunal Superior Electoral y llamar a nuevas elecciones, ante la denuncia de irregularidades en el escrutinio que lo había dado ganador por más de 10 puntos en las generales del pasado 20 de octubre.
Voces que justifican, o cuanto menos explican el golpe, a partir de la supuesta responsabilidad de Evo Morales por dichas irregularidades que fueron denunciadas por la OEA, y “por querer perpetuarse en el poder”.
Y no hay justificativo que valga. Fue un golpe de estado. Podemos analizar el cuadro completo y poner en distintos relieves acciones, omisiones, aciertos y errores cometidos por Evo en el poder. Pero no es válido, bajo ningún punto de vista, querer explicar y hacer inteligible su renuncia, forzada por las FF.AA y la derecha de su país, a través de lo que hizo, no hizo o pudo haber hecho.
Porque eso sería mirar lo sucedido a través de la lente de los dos demonios, poniendo en un mismo plano de responsabilidad, frente al fin de un Estado democrático, a quien con aciertos y errores representa y defiende ese orden con quienes produjeron su ruptura y las consecuencias que ello acarrea.
No hay dudas de que el cuadro es complejo. No hay dudas de que resulta necesario, para seguir, analizar esa complejidad y dar cuenta de los distintos niveles de responsabilidad de los distintos actores que conforman dicha pintura. Pero hoy resulta necesario condenar el golpe de Estado. Un golpe promovido por las FF.AA bolivianas y una derecha racista e indigenofóbica (si es que existe el término) que nunca pudo asumir ni tolerar la vigencia de un estado plurinacional, indigenista y popular.
Fue un golpe de Estado, y no hay otro demonio que lo justifique.
Pablo Scatizza. Licenciado y Doctor en Historia. Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue. Neuquén - Río Negro. Patagonia.