A un año del golpe de Estado de la extrema derecha xenófoba de Bolivia, orquestada en los bastidores por el Gobierno de Bolsonaro y el Itamaraty junto a las Fuerzas Armadas, las elecciones presidenciales bolivianas representaron una derrota contundente para los golpistas Áñez y Camacho.
André Barbieri @AcierAndy
Martes 20 de octubre de 2020 00:39
Los resultados de boca de urna muestran que el candidato del MAS, Luis Arce Catacora, ganó la disputa ya en primera vuelta, con el 52,4 % de los votos. El derechista Carlos Mesa quedó en un lejano segundo lugar, con el 31 % de los votos, y Luis Camacho en un humillante tercer lugar, con solo el 14 % de los votos. Jeanine Áñez, que presidió Bolivia por un año tras el golpe, ya había retirado su candidatura previamente por los catastróficos resultados previstos. Fue la primera en felicitar al MAS por el triunfo, con un tímido deseo de que “gobiernen por la democracia”.
Aún no tenemos cómputo oficial, pero por los datos con los que contamos, el Sr. Arce y el Sr. Choquehuanca han ganado la elección. Felicito a los ganadores y les pido gobernar pensando en Bolivia y en la democracia.
— Jeanine Añez Chavez (@JeanineAnez) October 19, 2020
Arce ganó holgadamente en varios departamentos como La Paz, Cochabamba, Oruro, Pando y Potosí. Mesa conquistó Tarija, Beni y Chuquisaca, mientras Camacho quedó rodeado en su reducto de Santa Cruz, y no logró ganar terreno en otros departamentos. El MAS alcanzó además mayoría en las dos Cámaras, conquistando los votos de la clase media de La Paz y otras regiones. En los departamentos de mayoría campesina e indígena, el candidato del MAS también obtuvo resultados arrasadores.
Ese resultado es el retrato de un catastrófico gobierno de los golpistas, lleno de casos de corrupción involucrando el desvío de partidas presupuestarias que deberían auxiliar en el combate a la pandemia, y de duros ataques contra los trabajadores y campesinos bolivianos.
🔴 #EleccionesBolivia2020 resultados conteo rápido de boca de urna (no oficiales) por región:
➡️Arce gana en La Paz, Cochabamba, Oruro, Pando y Potosí
➡️Mesa gana en Tarija, Beni y Chuquisaca
➡️Camacho gana en Santa Cruz.
A nivel nacional Arce ganaría en primera vuelta con 52,4% pic.twitter.com/iUbtwX1LPv— Juan Andrés Gallardo (@juanagallardo1) October 19, 2020
Más allá del humillante fracaso de la extrema derecha boliviana, los resultados electorales representan una rotunda derrota para Bolsonaro y la extrema derecha brasileña. Bolsonaro no solo dio su apoyo fanático al golpe, sino fue uno de sus parteros directos. Como divulgó el diario boliviano El Periodista en noviembre de 2019, la oposición derechista boliviana, en un intercambio de audios, afirmó que su actuación tiene el respaldo directo de Bolsonaro y de la cúpula de las iglesias brasileñas. Miembros del Partido Republicano de Trump, como el senador Ted Cruz, también participaron de la articulación de policías y militares de extrema derecha. Lamebotas eximio de Trump, Bolsonaro ya había apoyado el intento de golpe de Juan Guaidó en Venezuela, y no fue distinto en Bolivia.
Áudio dos golpistas envolvendo Bolsonaro no golpe
El “canciller” bolsonarista, Ernesto Araújo, también involucrado en las negociaciones de apoyo al golpe de Estado, se había pronunciado en favor de la “transición democrática” encabezada por los fusiles del Ejército boliviano. Tan inmerso estuvo en la cocina golpista que el vocero del Comité Cívico de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, jefe de la extrema derecha que fue al Palacio de Gobierno armado y con una Biblia, se había encontrado con Araújo y afirmado que recibió de él instrucciones para actuar.
Al golpe de Estado le siguió una verdadera “caza de brujas”, con demostraciones de racismo y violencia contra los sectores más oprimidos del país, en especial los indígenas, con la quema de banderas Whipala por policías, militares y fanáticos religiosos. Instrucciones a la altura del troglodismo de la extrema derecha brasileña, apoyado en Trump y en el imperialismo estadounidense.
Con todo ese activismo político en la arquitectura del golpe, no hay dudas que el bolsonarismo y toda la derecha latinoamericana -Iván Duque en Colombia, Sebastián Piñera en Chile, etc.) fueron los grandes perdedores de la jornada. En Chile, la jornada coincidió con protestas de masas en Santiago en el primer aniversario de la rebelión popular de 2019 contra el régimen heredado de Pinochet, para el pesar de Eduardo Bolsonaro, que derramó sus lágrimas en las redes.
Las cosas ya no iban bien en Colombia, cuyo gobierno amigo de Bolsonaro vio protestas de masas de la juventud contra la violencia policial. Perdido ahora el “puesto avanzado” en la vecina Bolivia, Bolsonaro se cuelga cada vez más del destino incierto de Trump en las presidenciales del 3 de noviembre en Estados Unidos. Una victoria de Joe Biden y del imperialista Partido Demócrata haría del final de 2020 el annus horribilis para la extrema derecha brasileña, después de haber acolchonado su aprobación en un beneficio de emergencia.
Otro gran perdedor fue la cúpula golpista de las Fuerzas Armadas. No solo en Bolivia, también en Brasil, cuyo alto comando militar conocía perfectamente la situación boliviana, y dio luz verde al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Bolivia, general Williams Kaliman. El fortalecimiento de los militares en la política regional, y brasileña en particular, puede sufrir el impacto boliviano, ya que la situación ya no es aquella donde los policías amotinados desfilaban su racismo por las calles de La Paz.
La victoria de Luis Arce no implica la desaparición de la corriente camachista en Bolivia. La extrema derecha, por más contundente que se presente su derrota y su incapacidad de avanzar más allá de las viejas fronteras de la vieja oligarquía cruceña, permanece como corriente política. Camacho buscará aparecer como principal oposición, incluso habiendo quedado detrás de Carlos Mesa, robusteciendo con ayuda de las potencias extranjeras la política de odio contra los trabajadores y campesinos bolivianos.
Tanto mayor es el escándalo de las negociaciones y acuerdos que el MAS de Evo Morales tejió con los golpistas durante todo el año 2020. El MAS frenó la resistencia heroica de la población de El Alto, de Cochabamba y distintos departamentos en función del establecimiento de un itinerario electoral “calmo y pacífico” con la extrema derecha. La revuelta en el barrio de Senkata, que paralizó las instalaciones energéticas más importantes del país, fue desactivada con la actuación directa de los masistas. El obstáculo del MAS a la lucha de clases no tuvo una responsabilidad menor para las masacres de Senkata, Sacaba y Ovejuyo.
A tal punto llegaron los acuerdos con los golpistas que la presidenta de la Cámara de Senadores, Eva Copa del MAS salió lado a lado con Áñez, asegurando su cooperación total en los trámites que pavimentarían las elecciones. Aun con las maniobras antidemocráticas contra el voto popular, como la anulación de los resultados preliminares por el Tribunal Supremo Electoral, Evo Morales llamó a todos a “respetar” el proceso y no caer en provocaciones. El utra pragmático Luis Arce, exministro de Economía de Evo Morales, tiene buena llegada a las patronales que avalaron el golpe de 2019 y ya dio señales de que seguirá la línea de defensa de la burguesía boliviana que marcó los gobiernos de Evo, pactando con los golpista en un Gobierno de “unidad nacional”, como él mismo dijo.
Aun habiendo llegado Evo Morales a la presidencia en 2006 como expresión del enorme rechazo social a las políticas neoliberales implementadas en Bolivia, una vez en el poder implementó una fuerte cooptación y estatización de las organizaciones de masas. Eso debilitó su capacidad de resistencia y las desarmó ante los ataques de la derecha. Una derecha que mantuvo su poder económico, político y social, garantizados por los acuerdos que hizo con el Gobierno de Evo Morales en 2008, al igual que todos los gobiernos “progresistas” sudamericanos. Esa política de cooptación de las organizaciones obreras, como la Central Obrera Boliviana, y campesinas, sobre la base de la corrupción de las capas dirigentes, estableció sobre ellas un férreo control político y convirtió a la burocracia sindical en policía política al interior de los sindicatos, colaborando con la persecusión y criminalización de los sindicatos independientes.
Luis Arce tendrá que lidiar con las contradicciones sociales derivadas de la enorme crisis económica y sanitaria, y con una base campesina, indígena y obrera que resistió activamente al golpe. Esa base sigue estando mayoritariamente ligada a Evo, lo que le pone límites a que Arce imite a su homólogo ecuatoriano Lenín Moreno, que ni bien asumió la presidencia, inició la persecución a los seguidores de Rafael Correa. Arce no es Evo, y el “milagro” económico con el que está asociado, en la década del boom de las commodities, ya no tiene condiciones de repetirse en la atmósfera envenenada de la crisis mundial.
Como dicen los compañeros de la Liga Obrera Revolucionaria, organización que impulsa La Izquierda Diario en Bolivia y que actuó en el seno de los procesos de resistencia contra el golpe, es comprensible que ante la barbarie derechista, la población trabajadora haya votado a Arce. No votamos al MAS pero acompañamos el proceso de los sectores populares con ese partido, sin dejar de denunciar sus constantes capitulaciones, no solo en la reciente crisis política, sino en sus pactos con diferentes sectores de la derecha durante los 14 años en la administración del Estado capitalista boliviano. La extrema derecha debe ser combatida en las calles: estamos del lado de los sectores movilizados contra el golpismo. Estuvimos y permanecemos junto a los sectores populares, frente a cualquier amenaza de fraude y junto al derecho legítimo de defender su voto, sin que eso signifique darle cualquier apoyo político al MAS.
En Bolivia como en Brasil, es una tarea de primer orden preparar las bases de partidos de trabajadores revolucionarios que superen por esquerda la experiencia de los gobierno “progresistas posneoliberales” que abrieron camino a las distintas variantes del golpismo de extrema derecha.
André Barbieri
Nacido en 1988. Licenciado en Ciencia Política (Unicamp), actualmente cursa una maestría en Ciencias Sociales en la Universidad Federal de Río Grande el Norte. Integrante del Movimiento de Trabajadores Revolucionario de Brasil, escribe sobre problemas de política internacional y teoría marxista.