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Red Internacional
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TRAS EL GOLPE FALLIDO. El intento de golpe en Turquía y el escenario de Medio Oriente

El gobierno de Erdogan consolida la victoria sobre el intento de golpe de estado que tambaleó al país y al mundo. Cuál será su estrategia y cómo se fortalece como árbitro regional.

Sábado 23 de julio de 2016

El intento de golpe de estado dió cuenta de la creciente tensión entre un sector de ejército turco y el gobierno civil. Si bien, claros errores en su preparación y un posible conocimiento de la iniciativa por parte de sectores de la inteligencia leales al presidente precipitaron su fracaso, esta institución continúa teniendo predicamento en la población como garante de la tradición secular y el orden social.

Actualmente el presidente tiene un claro plafón para librarse de opositores al interior del ejército y derramar responsabilidades en facciones de la oposición civil. Con respecto a su política interna sale claramente fortalecido. Sin embargo sería correcto preguntarse, ¿Cómo pueden afectar estos eventos a la realización de sus objetivos estratégicos en la región, que implican sostener la ocupación en territorios de difícil defensa en el largo plazo?

¿Quiénes se fortalecen?

Según la mayoría de los análisis el presidente Recep Tayyip Erdogan es el principal beneficiado por el fallido golpe, logra superar su crisis política más grave y aparece como un adalid del sistema democrático. Lo cual, es una hipocresía ya que su política siempre buscó recortar libertades democráticas y fortalecer su rol personal. Tanto cuando fue primer ministro como actualmente en el rol de presidente.

Es el primer presidente turco que no proviene del tradicional partido nacionalista y autoritario, Partido Republicano del Pueblo (CHP, en turco) de Atatürk, ni del Ejército. Se destacó como alcalde de Estambul en los 90 y fue fundador del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en turco), de tendencia islamista moderada. Desde 2003 es la figura preponderante de la política turca.

Su política interna se caracterizó por una clara demagogia para salir de la crisis abierta en 2001 allí en Turquía. Por un lado, mantuvo un discurso moderado, definiéndose como un partido de masas democrático y conservador, renovó “las esperanzas” de un verdadero multipartidismo legitimando nuevamente la política parlamentarista. También tendió a profundizar las reformas exigidas por la UE, confinó a los militares en sus cuarteles y abrió el juego a las minorías (kurdos, gitanos) dándoles participación creando sus propios partidos políticos para participar de las elecciones, uno de ellos es el Partido Democrático de los Pueblos (HDP). En política exterior desarrolló demagógicamente, con atisbos nunca concretados, la normalización con Armenia y Chipre, y buscó establecer al país como un modelo para la región, a la cabeza de la lucha contra la islamofobia. En política económica se dedicó a profundizar las reformas estructurales de los 90, lo que ubicó a Turquía entre las 20 economías más importantes del mundo. Esto le permitió a Erdogan frente a los sectores populares sostenerse en el poder. Hasta tener una política errática a comienzos de la Primavera Árabe. En el desarrollo de su gobierno ha mostrado una clara vocación por centralizar el poder alrededor de su persona. El 2013 fue un quiebre importante: con grandes protestas callejeras iniciadas por la destrucción del Parque Gezi, en Estambul, que despertaron a los sectores de la sociedad civil que defienden los “valores” seculares de la República, teniendo su eje central en Plaza Taksim.

A su vez, la desaceleración económica y la hostilidad creciente hacia el activismo de Ankara en Siria, sumado a la censura a la prensa, el hostigamiento a la oposición parlamentaria, persecución a periodistas, los intentos de reformar la Constitución para perpetuarse en la presidencia, y el intento claro de aniquilar al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), hacia el cual ha combinado una política de conciliación con posteriores represiones brutales, llevando la represión a territorio de países limítrofes que tienen comunidades kurdas importantes. Principalmente para asestar golpes al conjunto de este pueblo con la excusa de su guerra con el PKK. Con quienes firmaron una tregua entre el 2013 y el 2015.

Este despliegue, profundizado en los últimos años, y la promoción de un incipiente pan otomanismo en poblaciones de habla turca situadas en el extranjero, acentuaron las tensiones con sus vecinos. Situación que aprovechó para hacer valer sus alianzas históricas con occidente e involucrarse de lleno en una escalada militarista que situara a su país como el principal referente de los islámicos sunitas en medio oriente junto a Arabia Saudita.

La Primavera Árabe rompió los equilibrios de poderes tradicionales en la región abriendo una etapa que puso en crisis a todos los gobiernos. Sin embargo Erdogan supo pilotear las manifestaciones masivas que lo enfrentaron en 2013, combinó la seducción de la salida parlamentaria con una represión generalizada al aquietarse las aguas, amparándose en el estado de excepción de la guerra interna con los kurdos.

La represión a la Primavera Árabe implicó el fortalecimiento de los sectores más reaccionarios en Medio Oriente, particularmente los emiratos absolutistas y los islamistas radicales y moderados, que se expandieron ante la crisis del nacionalismo de tradición secular, creando el caldo de cultivo óptimo para la política de expansión y liderazgo regional de Erdogan. La derrota de la Hermandad Musulmana por el golpe de Estado en Egipto, dio por tierra con sus aspiraciones. Es a partir de ahí que empieza a desarrollar un juego regional propio, sobre todo en Siria, y una tendencia más islamista.

El apoyo comprobado le proporcionó en el momento de su emergencia del Estado Islámico le significó importantes beneficios tanto al gobierno como al ejército. Ya que pudo controlar con impunidad el mercado ilegal de petróleo y armas con los milicianos, tercerizar las acciones militares que afectaban a sus enemigos tradicionales chiitas y alawitas (Iran, Irak y Siria) a la vez que cercar a los kurdos.

Si bien la relación con los militares fue tensa, se armonizó en la medida que ambos recibían los beneficios de la guerra. Quizás el momento cumbre de esta alianza fue cuando pudieron humillar a los griegos dentro de la OTAN, luego de que Tsipras se atreviera a esbozar tenues cuestionamientos. Esto se vino terminando en la medida que se extendió el conflicto, la política de Erdogan empezó a desplazar a los militares de sus lugares de poder tradicionales y ya no quedaban tan claros los objetivos comunes de Turquía y algunas potencias miembros de la OTAN, como Francia por sus posiciones sobre Siria y el rol de Al Assad en el proceso de transición a la paz.

La política de Turquía ha sido errática desde hace varios meses, acercó posiciones con Israel levantando la “condición” de terminar con el cerco sobre Gaza para entablar relaciones diplomáticas normales. También retrocedió en su desafío a Rusia por el Caza derribado en noviembre del año pasado. Sumado al atentado al aeropuerto Atatürk, dieron la impresión de una fuerte debilidad. Será cuestión de tiempo ver cómo se reubica Erdogan y despeja la perspectiva de un nuevo golpe.

¿Quiénes son los golpistas?

El ejército turco es mucho más poderoso que otras fuerzas militares de la región, su acercamiento a las potencias imperialistas a través de la OTAN le permitió equipar y entrenar a sus oficiales de forma intensiva con la mayor tecnología, garantizando la realización de los objetivos regionales de los países miembros, cada vez más difíciles de armonizar luego de la emergencia del Estado Islámico.

La posición estratégica como muralla de contención entre Europa y Medio Oriente le permitió consolidar su rol de “niña mimada” de las potencias occidentales. Así obtener la venia de éstas a la hora de someter a la oposición interna de los nacionalistas kurdos, extender esta “guerra interna” a territorio sirio e iraquí e involucrarse de lleno en la guerra civil que tiene lugar en ambos países.

Esto fue un negocio redondo hasta que Rusia se involucró con fuerza en la guerra civil Siria a favor del debilitado Bashar Al Assad. El cuestionamiento internacional y la efectividad de ciertas acciones militares debilitaron al Estado Islámico e hicieron mucho más inestable tanto su posición como la de los llamados “rebeldes sirios” aliados de los turcos. A la vez incrementó a niveles inéditos la tensión entre Rusia y Turquia.

Los mandos militares entraron en alerta ante la intensificación permanente de una política que podía llevarlos a abrir una guerra en dos frentes (Siria-Irak por un lado Rusia por otro) cuyos resultados eran absolutamente imprevisibles. Esto se daba simultáneamente con el avasallamiento de las libertades democráticas y crecimiento de las atribuciones del presidente Erdogan.

El ejército turco tiene una tradición importante y no ha dudado en intervenir con violencia para garantizar su primacía como árbitro dentro de la política interna, desde la fundación del Estado moderno turco los militares se vieron a sí mismos como los garantes de la modernización y desarrollo de su país, diferenciándose con claridad de las tendencias “liberales” occidentales como de las “islamistas” árabes.

Si bien Erdogan los entusiasmó al principio por su perspectiva de devolver a Turquia un rol preeminente en la región, despertando en los pueblos de habla turca dispersos en otros territorios un sentimiento común y ampliando el marco de alianzas militares con occidente ahora en una posición preferencial pos guerra de Irak en 2003, siempre desconfiaron de su islamismo y temieron perder su influencia política.

La coyuntura actual, en la que el presidente experimentaba una claro retroceso en su legitimidad por sus medidas autoritarias y los costos de la guerra se hacían más claros que sus beneficios. Llevó a algunos militares, pertenecientes según a algunos analistas a la primera armada con sede en Estambul, a llevar adelante el pronunciamiento seguido de una violenta ocupación de las calles.

Sus previsiones eran que los militares se sumarían masivamente al golpe, y que la población civil permanecería indiferente en su mayoría ya que Erdogan pasaba por un mal momento, dando lugar a una situación similar a la del golpe a Morsi en Egipto. No ocurrió así, las previsiones fallaron y fue masivo el repudio a la intentona, tanto de opositores como de adherentes al régimen de Erdogan.

La represión a los golpistas viene siendo importante, con más de 6000 detenidos solo en el interior de las Fuerzas Armadas. De la policía detuvieron a 8000 golpistas, y 2700 jueces entre ellos 9 del Tribunal Supremo, 30 gobernadores y 50 jefes distritales. Sin duda será utilizado como excusa para profundizar la política reaccionaria del gobierno, ya que además la “purga” alcanzó al día de hoy a cerca de 20.000 maestros y profesores que han sido despedidos o suspendidos de sus cargos. Además quiere reinstaurar la pena de muerte y llevó adelante varios bombardeos en zonas bajo el control de kurdos del PKK. Será cuestión de tiempo ver hasta qué punto estas políticas pueden efectuar cambios sustanciales en la relación de fuerzas.