Viernes 12 de diciembre de 2014
La señora dice que se le vence la cuota de la hipoteca, antes de pasar por la afrancesada puerta principal que da a la avenida Libertador del enorme casino que funciona en el Hipódromo de Palermo. Y que no le alcanza para pagar, y que entonces lo que tiene se lo va a jugar a las maquinitas, las tragamonedas, los slots con la ilusión de juntar así el dinero que necesita. Más tarde, un muchacho de veintipico sale nervioso por la puerta que da a Dorrego, secándose el sudor, después de haber perdido los cinco mil pesos que guardaba para ponerse al día con el plan de ahorro de su primer auto. Mientras tanto, el cuidador de coches espera que se haga la medianoche para tratar de multiplicar en el casino los pocos pesos que juntó.
En los pisos superiores del salón principal, empleadas y empleados de Hapsa (Hipódromo de Palermo Sociedad Anónima) van y vienen con los rojos enrojecidos y sus pulmones desechos, en medio de densas nubes de humo que generan intensos fumadores que más y más pitan ante la nerviosa tensión que les provoca la tentación del azar, y la posibilidad tan cierta de perderlo todo. Es que ahí todo está permitido: se puede fumar en un lugar cerrado aunque la ley lo prohíba, y a los slots, que deberían ser regulados y controlados por Lotería Nacional, nos los controla nadie, salvo el gran operador, Cristóbal López, que recibió el negocio con Eduardo Duhalde, y lo supo extender durante el kirchnerismo. También es dueño de las máquinas que crean vanas ilusiones en los dos barcos de Puerto Madero, y de la mitad del casino Trilenim, de Tigre.
En el hipódromo de Palermo funciona hoy un gigante submundo de 4.500 máquinas tragamonedas, cuando en el casino más grande de Las Vegas, Estados Unidos, tragan dólares “sólo” 3.000. De los 108 países que conforman la Organización Mundial de Turismo, sólo Cuba y Brasil no permiten casinos. En su resolución, Brasil ha dicho que la instalación de esas salas en su territorio “provocaría la adicción, la corrupción y la criminalidad”. La adicción al juego ha ido en aumento en la ciudad y en todo el país, según las diversas asociaciones de jugadores anónimos que tratan de paliar la severa enfermedad de la adicción al juego, la ludopatía. El año pasado, el juego movió unos 100 mil millones de pesos, una cifra que da escalofríos, más si se conoce que en el conurbano bonaerense, en los sitios con más carencias, es donde más se juega: hay casi un bingo por localidad en el cordón más pobre.
Según los acuerdos firmados, de cada 100 pesos que recauda una máquina tragamoneda, el 85 iría para el apostador, el 10 por ciento para el operador, y sólo un cinco, sí un cinco por ciento para el Estado. Una reciente investigación asegura que las máquinas expolian a la gente, y que apenas si premian con no más que el 10 por ciento de lo recaudado. Es que Cristóbal López firmó un convenio con Lotería para proveerle el software que sólo él maneja. Por eso es muy habitual leer en las redes sociales y en los grupos de jugadores, el consejo de abstenerse a ir a los casinos entre el 1° y el 10 de cada mes, que es cuando se pagan lo sueldos del personal. Los slots se ajustarían más todavía para beneficio del patrón.
En 2003 había 203 salones de juego en el país; hoy funcionan 502. Las autoridades nacionales, provinciales y municipales se hacen los distraídos. El capitalismo desbocado baila su baile abrazado a la corrupción institucionalizada.