Las ilusiones en una política humanitaria hacia los cientos de miles de refugiados que en 2015 cruzaron el Mediterráneo hacia Europa se ha evaporado. La izquierda política necesita una ruptura antirracista con el legado de Merkel.
Sábado 25 de septiembre de 2021 19:37
Seis años después del verano de 2015, se plantea la cuestión de qué legado dejará Merkel en cuanto a la gestión política de los movimientos de refugiados. Para abordar esta cuestión, echaremos un vistazo a lo que ha sucedido en la política migratoria desde 2015. Partiendo de esta evaluación, analizaremos qué políticas sobre migración y huida pueden esperarse del sucesor de Merkel, los Verdes y el Die Linke. Por último, propondremos perspectivas políticas propias para luchar contra el racista régimen migratorio.
"Podemos hacerlo" y un otoño de migración
En el verano de 2015, cientos de miles de personas cruzaron el mar Mediterráneo para superar después las vallas y fronteras de Europa. En ese momento, los regímenes fronterizos, consistentes en el rígido sellado de Europa mediante la vigilancia y las operaciones militares fronterizas, se derrumbaron parcialmente durante un breve lapso de tiempo.
Ante la creciente presión de los refugiados atrapados en Hungría y los ataques violentos y racistas del Estado húngaro, Merkel decidió no cerrar las fronteras europeas, imponiéndose a sectores de su propio partido contrarios a esta decisión. Con su promesa de "podemos hacerlo", adoptó una supuesta gobernanza humanitaria hacia la cuestión migratoria.
Sin embargo, esta promesa fue desde el principio sólo una estrategia de gobierno de ribetes neoliberales. Así, con la "apertura" parcial y a corto plazo de la frontera (en realidad, el no cierre de fronteras), se permitió la entrada a Alemania de los refugiados de Siria principalmente.
Estos refugiados suelen vivir en Alemania sin saber las perspectivas reales de residencia que tienen. Muchos de ellos son tolerados, es decir, se les suspende temporalmente la deportación, que queda sujeta a una renovación periódica, por lo que pueden ser fácilmente deportados si la guerra en Siria se estabiliza. Pero al mismo tiempo, los refugiados - a menudo con alta calificación académica- pueden ser utilizados como mano de obra calificada y barata.
Además, no se puede hablar de una política migratoria humanitaria, ya que al otoño de 2015 le siguieron numerosos endurecimientos de las leyes de asilo. Poco después de la llegada de los refugiados, en octubre de 2015, se aprobó el Paquete de Asilo I, que fue seguido un poco más tarde por el Paquete de asilo II, que facilitaba las deportaciones, suspendía el reagrupamiento familiar y la designación de nuevos llamados "países de origen seguros". A esto le siguieron otras numerosas medidas de endurecimiento, como la "Ley de Integración", la creación de centros de llegada y retorno (centros AnkER) y la ley de mejora del cumplimiento de la obligación de abandono del país, que se aprobó en el verano de 2017 y supuso una facilitación de las deportaciones masivas. Además, está la Ley de Retorno Ordenado y la Tercera Enmienda a la Ley de Prestaciones a los Solicitantes de Asilo.
En materia de política exterior, el gobierno de Merkel se esforzó por lograr un mayor aislamiento y una estabilización del régimen fronterizo europeo. Esto se expresó, por ejemplo, en el cierre de la ruta de los Balcanes y en la suspensión temporal del Acuerdo de Schengen, es decir, se reanudaron los controles en las fronteras interiores de la Unión Europea a partir de 2015.
Los aliados de Merkel también sobresalen a la hora de rechazar a los refugiados. Cabe mencionar aquí los acuerdos con regímenes dictatoriales, especialmente con Turquía. Los acuerdos de la UE se hicieron a pesar de que el ascenso de las fuerzas ultraderechistas turcas se transformara en una seria amenaza para los refugiados sirios y afganos, que se tradujo en linchamientos tipo pogromo. Las consecuencias de la cooperación con los guardacostas libios pueden verse en las devoluciones en caliente y las muertes masivas en el Mediterráneo y en los campos de refugiados libios, que incluso el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán tilda de "parecidos a los campos de concentración".
Es a estas medidas y decisiones políticas a las que debemos dirigir nuestra atención para poder evaluar la política migratoria de la era Merkel en términos de sus consecuencias para los refugiados. Aquí se pone de manifiesto la estrecha relación existente entre los regímenes laboral y migratorio: el esfuerzo por gestionar la migración está siempre vinculado al intento de controlar la migración laboral.
Las empresas alemanas, ante la necesidad de mano de obra, expresan constantemente su deseo de contar con mano de obra calificada y barata. Así, según el gobierno alemán, es necesaria una normativa que divida a los solicitantes de asilo de forma racista según su utilidad, es decir, en calificados y no calificados, en refugiados económicos y políticos. La lógica de abrir y cerrar las fronteras y evitar la huida "descontrolada" hacia Alemania se orienta justamente en ella. El simbólico cliché "podemos hacerlo" fue, por tanto, el lema de la política interior y exterior de Merkel para seguir ampliando el régimen migratorio y no para desmantelarlo.
El desastre de Afganistán: sin cambio de carril a la vista
La toma del poder por parte de los talibanes en Afganistán tras la retirada de las fuerzas de ocupación ha devuelto a los titulares de prensa la cuestión de los refugiados, que en el ínterin había pasado a ser un tema secundario. No porque el gobierno alemán haya cumplido de repente con los derechos humanos o porque no haya más refugiados. El gobierno alemán sólo asumió que había controlado el "problema de los refugiados" después de sellar las fronteras, bloquear las rutas de escape, crear centros AnkER para encerrar y deportar rápidamente a los refugiados, y hacer más restrictivas las leyes de asilo. Las consecuencias del régimen de cierre europeo, ya estabilizado, se hicieron evidentes en medio de la pandemia en la crisis humanitaria de Moria y Ceuta.
La huida, la migración, es una realidad y una consecuencia de nuestro tiempo, en el que la globalización de las fuerzas productivas, la división del mercado mundial y la explotación de los recursos naturales chocan con las fronteras nacionales de los Estados capitalistas. Hoy en día, la cantidad de personas que huyen en todo el mundo es la mayor desde la Segunda Guerra Mundial. La causa inmediata es el progresivo colapso de países enteros en Asia Occidental y África producto de la guerra.
Según cifras de la ONU, 6,7 millones de personas han emigrado de Siria desde el estallido de la guerra civil, el 80% de la población vive en la pobreza, las principales ciudades están en ruinas y las fuerzas productivas han sido destruidas en gran parte. En Irak, Libia, Palestina, Yemen, Afganistán, en amplias zonas de África oriental (Eritrea, Etiopía, Somalia, Sudán) y occidental (Malí, Sierra Leona, Costa de Marfil, Senegal) apenas hay perspectivas para la población, por lo que el número de refugiados aumenta. La junta militar de la semicolonial Myanmar está provocando más de un millón de refugiados. Millones también están huyendo de Venezuela, donde Estados Unidos y también Alemania participaron en un golpe proimperialista.
Afganistán es otro ejemplo grave y actual. Cuando el gobierno títere de la OTAN en Kabul se rindió ante los talibanes sin luchar y Ashraf Ghani salió volando del país en un helicóptero lleno de dinero, la antigua crisis social de Afganistán (marcada por la pobreza de la población y la ocupación militar) se convirtió en una aguda crisis humanitaria de masas. Ante el temor a los talibanes, que no tardaron en cumplir sus amenazas, cientos de miles de personas se congregaron en el aeropuerto con la esperanza de ser evacuadas por los Estados occidentales. Las imágenes de gente intentando escapar en aviones dieron la vuelta al mundo. Sólo después de estos acontecimientos, el gobierno alemán decidió suspender temporalmente las deportaciones a Afganistán. Hasta entonces, Afganistán se consideraba un país de origen seguro, aunque el país estaba ocupado militarmente y el avance de los talibanes era conocido desde hacía tiempo.
¿Qué balance hizo la burguesía de este desastre humanitario? "El año 2015 no debe repetirse", dijo Armin Laschet, el candidato de la CDU para suceder a Merkel. Esta afirmación no puede considerarse ni un desliz ni una comparación inadecuada. Más bien, Laschet se preocupa de seguir el ejemplo de la "Fortaleza Europa" construida por el gobierno de Merkel. Para limitar la inmigración a Alemania al mínimo, sigue el camino de Merkel, por ejemplo, reafirmando el Reglamento de Dublín y los acuerdos con Turquía, además de considerar más acuerdos de este tipo con otros países como Pakistán.
El SPD y los Verdes: arquitectos de la ocupación y la pobreza
Ninguno de los partidos que se presentarán a las elecciones en otoño responderá adecuadamente a las agudas crisis humanitarias y a las consecuencias del régimen migratorio. El SPD, como parte del GroKo (Gran Coalición), es el responsable directo del endurecimiento de las leyes de asilo bajo el gobierno de Merkel.
El Ministerio de Asuntos Exteriores, dirigido por el entonces ministro de Asuntos Exteriores (y ahora Presidente de la República) Frank-Walter Steinmeier, diseñó el acuerdo UE-Turquía con Erdoğan y lo impulsó a pesar de todas las críticas hechas por las organizaciones de derechos humanos, grupos de refugiados y movimientos sociales. El mismo Steinmeier fue responsable del traslado de Murat Kurnaz a los Estados Unidos para ser torturado. Los siguientes ministros de Asuntos Exteriores, Sigmar Gabriel y Heiko Maas, ambos también del SPD, se basaron en las premisas de Steinmeier.
A fin de cuentas, fue el Gobierno SPD-Verdes de Gerhard Schröder y Joschka Fischer el que decidió la participación alemana en la invasión de Afganistán, que hoy, 20 años después del inicio de la ocupación, ha fracasado en todos los aspectos. Para el pueblo de Afganistán, permanecerá en la memoria colectiva como una ocupación depredadora, corrupta y despótica. Así es como terminan las "misiones humanitarias", aunque les guste afirmar que estaban destinadas a salvar a las personas o a garantizar sus derechos. La OTAN, la ONU y los ejércitos profesionales de los Estados capitalistas e imperialistas no son fuerzas motrices emancipadoras, sino fuerzas invasoras que ocupan y saquean.
En cambio, los Verdes -aunque se les da bien apropiarse de asociaciones humanitarias como el Puente Marítimo- concluyen de la experiencia en Afganistán que es necesario pertrechar a las fuerzas armadas alemanas, vendiendo las misiones de guerra como misiones emancipadoras. Los que se hacen ilusiones de que los Verdes pueden llevar las reivindicaciones de los movimientos sociales al Bundestag e incluso aplicarlas en el gobierno están condenados a tener experiencias negativas con el antirracismo liberal. Los Verdes no tienen ningún programa positivo para los trabajadores, para los refugiados encerrados en campos de acogida y para los inmigrantes sin ciudadanía alemana. El último gobierno SPD-Verdes no sólo votó a favor de la invasión de Afganistán, sino también a favor de un ataque general a los trabajadores en Alemania a través del paquete de reformas Hartz IV.
Ni en dos gobiernos federales ni en numerosos gobiernos estatales los Verdes tomaron medidas para enfrentarse al régimen migratorio, porque quieren coadministrar el Estado y sus aparatos represivos, como la Bundeswehr, la policía y la Oficina de Protección de la Constitución. Como parte de los gobiernos estatales, aprueban las deportaciones sin remordimientos, al tiempo que desgranan frases sobre la solidaridad con los refugiados en manifestaciones y mítines. Es urgente romper con los Verdes, que, con la ayuda de organismos intermediarios como las ONG, están desactivando los movimientos sociales, atándolos a las instituciones y desmovilizándolos.
La adaptación de Die Linke y las posibilidades de la clase obrera
Die Linke ("La izquierda" en alemán) también se adaptó al Estado burgués en el curso de su participación en el gobierno a nivel estatal. A nivel federal, como en Turingia y Berlín, cogobierna la maquinaria de deportación y no cambia nada del sistema de campos de acogida ni de deportaciones. En su "programa inmediato", poco antes de las elecciones, hace concesiones incondicionales a los Verdes y al SPD.
Dietmar Bartsch, líder del Die Linke en el Bundestag, por ejemplo, afirma que su partido no condicionará en modo alguno la salida de la OTAN para llegar a una coalición de gobierno SPD-Verdes-Die Linke. Cita a los Verdes, de entre todos los partidos, como ejemplo positivo para poder gobernar siendo que rechazan la OTAN. La demanda de detener todas las exportaciones de armas se reformula en una reducción del presupuesto armamentístico "al nivel de 2018".
Ya a finales de agosto, el Die Linke aceptó la misión armada del Bundeswehr en Kabul, supuestamente para cumplir con obligaciones humanitarias. Este enfoque aparentemente humanista, de "realpolitik", significa en realidad abogar por las intervenciones militares de Alemania. Así, el partido afirmaba que con un régimen talibán fuertemente militarizado, la intervención humanitaria ya no sería una opción sin estar armada.
Pero esto no es cierto. Incluso en los días de gran tensión que siguieron a la toma del poder por parte de los talibanes, fue posible llevar a cabo evacuaciones sin intervención militar. Aunque el Die Linke se presenta como un partido obrero, su dirección ni siquiera piensa en los medios y métodos de la clase obrera para encontrar soluciones políticas.
Ante la lentitud de las evacuaciones de Afganistán, no podemos esperar a que los partidos se decidan. Más bien, hay que desarrollar y aplicar un programa de emergencia bajo la dirección proletaria que vaya más allá de la mera evacuación. Esto debe implicar la movilización de pilotos y trabajadores en los aeropuertos para organizar la evacuación de los refugiados. Las huelgas pueden utilizarse para forzar estas operaciones. A través de los mismos medios, sería efectivamente posible impedir las deportaciones en Alemania y Europa y luchar por cambios en todo el régimen migratorio. Estas luchas también deben ir acompañadas de la movilización contra los despliegues militares en el extranjero del gobierno alemán. El análisis de la situación en Afganistán debe centrarse en el imperialismo y tomar las medidas adecuadas contra él.
Además, estas luchas por la admisión de personas procedentes de Afganistán deben estar siempre vinculadas a una perspectiva que se plantee cómo hacer para cambiar la realidad que viven los refugiados en este país. Y es que ya hemos demostrado cuáles son las condiciones de vida que actualmente esperan a los refugiados en Alemania. En lo que respecta a Afganistán, las autoridades migratorias ya amenazan con que pronto volverán a producirse deportaciones.
Para garantizar las deportaciones, se desarrolló y perfeccionó el sistema de campos de acogida. No se trata entonces de mejorar estos campos ni de hacerlos más humanitarios, sino de abolirlos y permitir el derecho a una vivienda propia y asequible para todas las personas que viven en Alemania. Hay que detener las deportaciones y reconocer las solicitudes de asilo. Tampoco se trata de dar acceso al mercado laboral a partes especialmente cualificadas de los refugiados, sino de posibilitar los derechos laborales de todas las personas.
En 2015, el sindicato ver.di abrió la posibilidad de que los refugiados se organizaran en sindicatos. Sin embargo, para que la afiliación sindical no se quede en el papel y para que los sindicatos funcionen como órganos de lucha por los derechos de los trabajadores, es necesario que organicen movilizaciones, que levanten un programa de emergencia humanitaria y de cese general de las deportaciones. Una reducción de la jornada laboral a 30 horas semanales sin reducción salarial y asunción de personal sería una reivindicación adecuada para evitar los despidos y para luchar por los derechos laborales de todos los que aquí viven.
La clase obrera no tiene fronteras estatales. Si reconoce esto, si construye una alianza de los oprimidos contra el capitalismo y se libra de sus propias direcciones chovinistas, también podrá derribar el régimen fronterizo.