El motín teatral que protagonizó Yevgeny Prigozhin, el oligarca devenido señor de la guerra y jefe del grupo Wagner, fue efímero pero dañino para el régimen de Vladimir Putin. Aunque es muy pronto para evaluar sus consecuencias en la arquitectura del poder del Kremlin, sus efectos se seguirán desplegando en el tiempo.
Martes 27 de junio de 2023 18:55
Es cierto que al final del día se mantuvo la unidad en torno de Putin y que, aparentemente Prigozhin no consiguió sus objetivos –en particular la remoción de dos de sus principales enemigos: Sergei Shoigu, el ministro de defensa, y el General Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor a cargo de la guerra en Ucrania-. Pero la mera ocurrencia de la asonada, un hecho inédito desde los días finales de la ex Unión Soviética, ha dejado expuestas peligrosas vulnerabilidades que tienen una relación directa con el curso de la guerra en Ucrania.
Pasado el momento crítico, Moscú ha puesto en marcha el operativo de reparación simbólica de la autoridad del presidente Vladimir Putin, y por extensión, del propio Estado ruso.
La versión oficial que intenta imponer el Kremlin es más o menos como sigue: Putin tuvo el control de los acontecimientos del principio al fin. Si el ejército ruso no reprimió la marcha del convoy de la milicia Wagner desde la sureña ciudad de Rostov hasta casi las puertas de Moscú –un paseo con selfies de curiosos incluidas- fue una decisión consciente para evitar un “baño de sangre” que hubiera debilitado al ejército en medio de la contraofensiva del bando de Ucrania/OTAN. No obstante, hubo enfrentamientos y bajas propias, pocas pero las hubo, por lo que Putin condecoró a un grupo de soldados del ejército regular. Y fue el propio Putin que le encomendó a su aliado-sirviente Alexander Lukashenko, el presidente bielorruso a quien salvó de una rebelión popular, que negociara con Prigozhin para detener la llamada “marcha de la justicia” hacia la capital moscovita y exiliarse en Bielorrusia.
La estrategia político-discursiva es bajarle el precio al conato de rebelión de esta milicia privada cuasi estatal y dar por cerrado el incidente, decretando la victoria sobre los sediciosos, detrás de los cuales el Kremlin ve la mano de las potencias occidentales.
Y como la política también es espectáculo, la sobreactuación de la autoridad en las apariciones televisivas de Putin es la manera de compensar debilidades y simular un resultado que es más contradictorio.
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Según lo que ha trascendido, ni Prigozhin ni ninguno de los insubordinados enfrentarán cargos penales, a pesar de que Putin los había acusado nada menos que de “traición a la patria”. El gobierno y los servicios de seguridad del Estado desistieron de continuar la investigación y los mercenarios podrán integrarse al ejército regular.
Incluso el grupo Wagner, que es una lucrativa empresa capitalista que además de su rol en la guerra de Ucrania, terceriza guerras y operaciones militares, podrá seguir operando al servicio del Estado ruso en Siria y África. Pequeño problema para un régimen que condena con al menos 15 años de cárcel a opositores, objetores de conciencia e incluso a quien se atreva a llamar “guerra” a lo que el Kremlin llama “operación militar especial”.
En un audio difundido por su canal de Telegram, Prigozhin dio su versión de los hechos. Sostuvo que su propósito no era dar un golpe de Estado ni cuestionar a Putin sino preservar la autonomía del grupo Wagner, que a partir del 1° de julio debía someterse a la autoridad del Ministerio de Defensa, es decir, en los hechos disolverse. Además de denunciar el “fuego amigo” del ejército ruso contra sus combatientes y la falta de suministro de municiones y armamento.
En los últimos meses, en particular desde la contraofensiva ucraniana de septiembre de 2022, Prigozhin ha venido atacando duramente a Shoigu y Gerasimov a quienes responsabiliza por los reveses militares de Rusia en Ucrania. Incluso había hecho extorsiones militares dado el rol preponderante que el grupo Wagner venía teniendo en la guerra en Ucrania. A principios de mayo, con pilas de cadáveres de fondo, Prigozhin amenazó con abandonar el combate por la ciudad de Bajmut aunque finalmente no lo hizo, y solo se retiró luego de haber capturado la ciudad a un alto costo.
El líder de Wagner era uno de los guerreristas más vocales, incluso ponía como ejemplo a seguir al régimen de Corea del Norte. Pero en una vuelta de campana, y con un discurso populista propio de quien tiene ambiciones políticas, cuestionó los fundamentos con los que Putin lanzó la guerra e invasión de Ucrania y sostuvo que el único sentido que tenía la “operación militar especial” era el beneficio de sectores de oligarcas (aunque él mismo es un oligarca) cercanos al régimen.
Hasta ahora a Putin le servían las diatribas incendiarias de Prigozhin para neutralizar las disputas de poder de las diversas fracciones militares, del aparto de seguridad y de la burocracia de gobierno, que hacen al “ecosistema” del régimen ruso. Como define correctamente R. Sakwa en su libro The Putin Paradox (I.B.Tauris, 2020), este “régimen-estado”, en el que Putin es el elemento central pero debe garantizar el equilibrio entre “presiones horizontales”, surgió bajo Yeltsin en la década de 1990 y se perfeccionó como bonapartismo bajo Putin.
Sin embargo, esta vez Prigozhin fue demasiado lejos. En los métodos y en el contenido. Por ahora quedó fuera de juego. Algunos especulan con que en algún momento le convidarán un tecito de polonio 210. No se puede descartar pero en lo inmediato salió indemne de su aventura.
Como era de esperar este acontecimiento opaco suma densidad a la “niebla de la guerra” que hace prácticamente imposible conocer la verdad. Hay todo tipo de especulaciones y operaciones que responden grosso modo a los intereses de los bandos en pugna en el terreno militar. Los medios occidentales al servicio del esfuerzo de guerra de Ucrania/OTAN se apresuraron a anunciar “el comienzo del fin de Putin” y ponen el eje en la debilidad del régimen ruso, debido a sus errores de cálculo estratégico en la guerra de Ucrania. En el otro extremo, están quienes tomando como ejemplo la purga que lanzó Recep Erdogan en Turquía luego de haber sofocado el intento de golpe militar en 2016, o haciendo historia, el “complot de los médicos” que le sirvió de excusa a Stalin para desatar su última purga, afirman que Putin saldrá fortalecido. Incluso circulan teorías conspiranoicas que sostienen que en realidad fue el propio Putin quien incentivó el motín, para consolidar su control y disciplinar a las diversas camarillas rivales que pujan por cuotas de poder en los altos escalones del Kremlin.
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Más allá de si era la intención o no de Prigozhin, efectivamente el motín no fue un golpe de Estado. Aunque sectores del ejército, donde abunda el descontento por el curso de la guerra y la falta de perspectiva, hayan dejado correr la asonada, o no hayan puesto demasiado empeño en reprimirla, no llegó a quebrar los altos mandos que se mantuvieron con Putin. Sin al menos una fracción del ejército, una milicia privada no puede dar un golpe de Estado en soledad. En primer lugar porque no es un poder del Estado.
Dicho esto conviene precisar la particular relación del grupo Wagner con el Estado ruso.
En términos generales, la tendencia a la privatización de la guerra se ha profundizado bajo el neoliberalismo. Según una muy interesante investigación periodística sobre el tema, las Empresas Militares Privadas (EMP) fueron inventadas por democracias imperialistas y tuvieron su debut en la guerra de Angola en la década de 1960. El ejemplo más difundido es el de Blackwater (ahora renombrada Academi) la empresa militar que colaboró con el gobierno de Estados Unidos en la guerra y ocupación de Irak, y cayó en desgracia porque trascendieron sus horrendos crímenes de guerra. Pero este ejército privado, que suscribió contratos millonarios con el Pentágono, nunca estableció un comando militar paralelo.
Por el contrario, el rol desproporcionado que ha tenido el grupo Wagner en la guerra de Ucrania y la creciente influencia de Prigozhin en el esquema de toma de decisiones, habla de las vulnerabilidades del ejército ruso y de los errores de cálculo estratégico del mando político y militar de Rusia, que se amplifican a medida que se siente con más intensidad el impacto de la “guerra de desgaste” en Ucrania. Es que si bien en un nivel táctico Rusia ha conseguido algunas victorias, estas no son decisivas, y estratégicamente, la guerra tiende a transformar a Rusia en un socio menor de China.
El motín de Wagner tuvo repercusiones internacionales. China, principal aliada de Rusia, se alineó con Putin, aunque para el gobierno de Xi Jinping, siguiendo la política tradicional de Beijing, se trató de un “asunto interno” sobre el cual no tiene injerencia.
En público, el presidente Joe Biden y los líderes de las potencias de la OTAN que se están jugando una partida importante en la actual “contraofensiva” de Ucrania, alentaron al bando de Zelenski a aprovechar la ventana de oportunidad que abría la crisis del motín. Sin embargo, esa oportunidad se desvaneció rápidamente.
De conjunto, la asonada no cambió la dinámica de la tan anunciada “contraofensiva” ucraniana, que a pesar de contar con un importante arsenal provisto por la OTAN se está demostrando mucho más lenta y costosa de lo que se imaginaba en las mesas de arena. En cuatro semanas el ejército ucraniano casi no ha logrado ningún avance siginificativo, contra una defensa hasta el momento efectiva del ejército ruso.
Si la OTAN esperaba que esta contraofensiva ucraniana definiera el curso de la guerra, deberá recalcular sus planes. La prolongada guerra de desgaste tiene un alto costo tanto para Rusia como para Ucrania, pero dada la asimetría entre ambos bandos, y que la guerra se libra en territorio ucraniano, es esta última la que lleva la peor parte. Las potencias occidentales, en particular Estados Unidos, viene armando generosamente al ejército ucraniano porque Zelenski les garantiza pelear una guerra que responde a sus propios intereses (debilitar a Rusia, redoblar la hegemonía sobre Europa, alistar aliados contra China) sin poner ni un solo soldado propio. Pero son mezquinas a la hora de retribuir el sacrificio de Zelenski. Le cobran la deuda que crece de manera astronómica con la guerra y ya tienen en carpeta los posibles negocios de la reconstrucción. Si sigue este curso, no se puede descartar que surjan los “Wagner” ucranianos.
Lo más importante es que, en privado, la rebelión del grupo Wagner encendió las alarmas en los estados mayores de las potencias occidentales ante un posible escenario de derrumbe caótico del régimen de Putin. Justamente este peligro es el que vienen señalando contrarrevolucionarios lúcidos y con mucha experiencia como Henry Kissinger y otros exponentes del conservadurismo “realista” que aconsejan aprovechar el involucramiento de China para negociar el fin de la guerra. La lógica de este sector es que la estrategia de “guerra subsidiaria” de Estados Unidos para debilitar a Rusia tiene un límite, y que sería poco recomendable precipitar un “cambio de régimen” en la segunda potencia nuclear del planeta, lo que plantearía de manera inmediata un problema de seguridad para Europa y para el mundo en general.
Como hemos venido sosteniendo, la guerra de Ucrania tiene un carácter reaccionario. Detrás de Ucrania está la OTAN y los intereses del imperialismo norteamericano. Detrás de Rusia y China están sus propios intereses capitalistas y ambiciones de gran potencia. Por eso planteamos que la alternativa a posiciones que desde la izquierda se alinean con el bando de Ucrania/OTAN, o las que ven en el bloque Rusia/China un mal menor frente al imperialismo norteamericano, es enfrentar la guerra y el militarismo imperialista desde una posición internacionalista y socialista.
Claudia Cinatti
Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.