Milei avanza, la libertad retrocede. Y el ajuste llegó para quedarse de la mano del malmenor, profundizando males mayores, desigualdad y brechas de género. ¿Dónde están las feministas?
Después del cimbronazo de las PASO, Milei volvió a reiterar su posición contraria a la legalización del aborto. Pero con la moderación que le exige el triunfo, esta vez condicionó su derogación a la opinión mayoritaria que arroje un posible plebiscito.
Paradójicamente, el defensor de la libertad de los individuos para decidir, siempre ha manifestado una férrea oposición ideológica al derecho a decidir sobre la interrupción voluntaria del embarazo. "¿Por qué no puedo decidir sobre mi cuerpo? ¿Cuál es el problema? Mi primera propiedad es mi cuerpo ¿Por qué no voy a poder disponer de mi cuerpo?". Eso decía Milei en una entrevista... ¿sobre el derecho al aborto? No; así justificaba su delirante propuesta de permitir la venta de órganos, deslizándose a la peligrosa justificación de un inescrupuloso tráfico ilegal que incluye crímenes aberrantes. Porque en lo que se refiere al aborto y contra todas las evidencias científicas y los tratados de Derecho, Milei sostiene que en el embarazo, "lo que [la mujer] tiene dentro del vientre no es su cuerpo, es otro individuo". Una verdadera falacia, ya que el feto no es viable aproximadamente hasta las 26 semanas después de la fecundación del óvulo; es decir, antes de eso, no hay un individuo que pueda sobrevivir fuera del útero materno. [1] Por esa misma razón, los derechos patrimoniales -tan caros a Milei- solo se adquieren si el feto nace con vida, cuando el neonato recibe el estatus jurídico de persona. [2]
Pero además de este ataque al derecho al aborto, basado en sus creencias personales, Milei propone terminar con todo lo que denomina "ideología de género". En una entrevista, refiriéndose a las críticas que recibe por ser antiderechos, respondió: "Eso es falso. Para mí, los derechos son el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. El resto son construcciones ideológicas para sacar ventajas". [3]
En eso que Milei considera "ventajas" reside la principal preocupación de los libertarianos que busca empalmar con la desazón de grandes sectores de la población, quienes sienten que su esfuerzo individual no es reconocido como corresponde, que están "en desventaja". No se trata solo de la clásica fórmula de "conservadurismo social con liberalismo económico", propia de las derechas, sino de despreciar todas aquellas políticas públicas que consideran un gasto superfluo, con o sin justificaciones morales o religiosas (eso dependerá del perfil de cada vocero o candidato de su espacio).
Por eso, lo más importante en los planteos de La Libertad Avanza -en cuanto a derechos de las mujeres y la diversidad sexual- es la eliminación del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad y la unificación de los ministerios de Salud, Trabajo, Educación y Desarrollo Social en uno solo que pasaría a denominarse Ministerio de Capital Humano, comandado por una licenciada en Ciencias de la Familia, formada en la Universidad Austral que pertenece al Opus Dei. La disminución de ministerios iría acompañada de una reducción drástica de los presupuestos para las políticas públicas que afectan a las mujeres y la diversidad sexual, entre otras propuestas regresivas, como eliminar la obligatoriedad de la educación sexual integral.
Y entonces ¿por qué consigue que un tercio del electorado se incline por su candidatura? Hay un sector que, seguramente, expresa la reacción patriarcal contra el surgimiento del movimiento de mujeres y los feminismos que, en los últimos ocho años ocuparon la escena política nacional a fuerza de lucha y movilización, poniendo en debate la violencia machista y el derecho a decidir, y logrando una fuerte presencia en la conversación pública. Pero la mayoría de los votos de Milei no expresan una identificación ideológica con lo más reaccionario de sus propuestas ni siquiera, incluso, una adhesión sin contradicciones a sus planteos programáticos. Si consiguió ganar 7 millones de votos fue porque, principalmente, entre muchos otros e inescrutables motivos, consiguió canalizar -con consignas sencillas y propuestas de soluciones mágicas- un hastío y una bronca que ni las organizaciones sindicales -por su propia estrechez corporativa y su política de subordinación al gobierno- ni los movimientos sociales oficialistas quisieron convertir en lucha contra un ajuste cada vez más despiadado y un índice inflacionario cada vez más insoportable. [4]
Son millones quienes no temen la pérdida de derechos, porque prácticamente ya carecen de ellos. Y como esos millones son un grupo heterogéneo (que abarca, con más fuerte o más lábil adhesión ideológica, desde habitantes de los barrios populares donde la ayuda social garantiza una existencia en la indigencia, hasta comerciantes para los que el Estado es impuestos y trabas burocráticas sin ningún tipo de beneficios), en las PASO se expresó como un "conglomerado de cóleras, más que de reivindicaciones organizadas". [5]
Esa cólera, los libertarianos también la vehiculizan hacia el falso antagonismo entre libertades democráticas y derechos sociales o económicos. Ahí es donde feministas, putos y travestis nos convertimos, en el discurso libertariano, en una élite homogénea que supuestamente viviría de los privilegios del Estado. Un blanco hacia donde desviar las múltiples e individuales indignaciones para evitar que se conviertan en demanda política colectiva. El debate público está impugnado de antemano, porque la verdad resulta indiferente en la exacerbación de los argumentos radicalizados, la instalación de fakenews y las teorías conspiranoicas. Las redes estallan en infinitos monólogos insultantes y cancelaciones mutuas.
Antagonismo entre derechos, funcional a la derecha
Pero, digamos todo: el argumento que opone derechos democráticos a derechos sociales no es exclusivo de los libertarianos. Durante la campaña para las PASO, me tocó compartir una entrevista en televisión con un consultor afín al oficialismo. La periodista, después de elogiar que el Frente de Izquierda pusiera en discusión una agenda feminista, le preguntó a él por qué creía que ninguna otra fuerza política hablaba ya de los derechos de las mujeres. El analista repitió lo que ya habíamos escuchado de parte del oficialismo cuando fue derrotado en las elecciones de medio término de 2021, que más o menos se puede sintetizar en "lo del feminismo estuvo muy bien, pero ahora hay problemas más importantes como la economía". Incluso lo escuchamos en boca de varias referentes feministas recicladas en funcionarias, como argumento para acallar las críticas de otras feministas a los funcionarios antiderechos del gobierno que se autopercibe ampliador de derechos.
Ese antagonismo, demás está decirlo, es un relato arbitrario. Como lo denunció Myriam Bregman oportunamente y también durante la campaña, mientras una mujer por día es asesinada por la violencia machista, el ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad fue uno de los que tuvo mayor recorte en el presupuesto nacional de 2023, sujeto a los dictámenes del FMI. Y en esto no hay grietas: en la Ciudad de Buenos Aires gobernada por Juntos por el Cambio, hay tan solo 155 plazas para acoger a mujeres víctimas de violencia y en la provincia de Buenos Aires, donde gobierna Unión por la Patria, apenas 740 aunque el territorio concentra al 38% de la población total del país. Sin presupuesto ni infraestructura no hay "ni una menos".
Y aunque todas las personas pueden exigir que su documento respete su identidad, las personas trans aún siguen teniendo una expectativa de vida que no supera los 40 años. La ley de cupo laboral que establece que el 1% de los puestos del Estado nacional deben ser ocupados por personas trans, no se cumplió. En el plazo establecido por ley, apenas ingresaron unas 700 personas, lo que representa el 0,15% de la plantilla.
¿Y acaso el derecho al aborto no está en riesgo desde el mismo momento en que se sancionó la ley? Los sectores antiderechos no solo se organizaron antes del debate en el Congreso, para impedir su sanción, sino también después, presentando decenas de causas penales contra la ley. También consiguieron que el oficialismo modificara el proyecto original introduciendo la cláusula de que no solo los profesionales, sino también las instituciones de Salud pudieran ser objetoras de conciencia, razón por la cual hay localidades en las que no hay ningún servicio que garantice el efectivo ejercicio del derecho. Y lo que es más importante, el ministro de Economía y actual candidato presidencial del oficialismo, Sergio Massa, es responsable del presupuesto 2023 de austeridad fiscal, en el que proyectaba una inflación de 60% anual, que es probable que llegue a duplicarse. Bajo esos parámetros, aunque se incrementó el presupuesto en Salud un 5,8% respecto del año anterior, entre la inflación descontrolada y un recorte previo del 39%, el resultado fue un ajuste de gran magnitud.
Pero además, muchos votantes de Milei -quien niega la existencia de las brechas de género- ¿qué dirían si supieran que la brecha entre la masa salarial que perciben mujeres y hombres varía entre 14,8% para quienes tienen trabajo formal y 34,5% entre quienes tienen trabajo irregular? Bajo el gobierno que se jactó de haber "acabado con el patriarcado", las mujeres representan el 19% de los trabajadores de la industria automotriz o apenas el 9% en las áreas de Energía, Minería e Hidrocarburos, pero son la inmensa mayoría en las ramas laborales con salarios más bajos y mayores tasas de precarización. Más del 72% en Servicios Sociales y de Salud, 75% en Educación y 98% en Trabajo en Casas Particulares. Es fácil entender la cuestión de la brecha salarial de género con estos datos: el salario promedio en la rama de Energía, Minería e Hidrocarburos equivale a cinco veces el que percibe una trabajadora de casas particulares.
Incluso la brecha salarial entre mujeres que tienen un empleo formal y las que no, es de 62%. Más de la mitad de las mujeres que trabajan tiene un promedio de ingresos que apenas supera ¡los 60 mil pesos mensuales! La precarización para las mujeres es tal que, para el segundo trimestre de 2022, menos del 11% en edad jubilatoria contaba con más de veinte años de aportes. Algo que va a reducirse drásticamente en la medida en que el empleo que se genere siga siendo informal, precario, sin aportes ni derechos, como fue en los últimos años y como quieren profundizar todos los candidatos que reniegan de las cargas patronales, los derechos de los trabajadores y debaten la necesidad de una mayor liberalización del mercado laboral.
Actualmente, en Argentina, un millón y medio de familias tiene una jefa de hogar sin cónyuge y con hijos. El promedio de ingreso total familiar de esos hogares apenas supera los 130 mil pesos, es decir, se encuentra muy por debajo de la canasta básica. Por eso, el 73% de esos hogares encabezados por mujeres con trabajo informal, debe endeudarse, mediante fiado, créditos o préstamos para garantizar la comida, medicamentos, pagar servicios, expensas o impuestos. Una situación verdaderamente desesperante. Demás está decir que las mujeres, asimismo, realizan más del 70% de las tareas de cuidados no remuneradas, dedicando un promedio de 6:31 horas diarias a este trabajo gratuito al que los varones sólo dedican 3:40 horas. Y, obviamente, estas horas tienen un costo que se paga en mayores dificultades para ingresar al mercado laboral y trabajos más flexibilizados o de menos horas y salario.
A todo lo anterior hay que agregar la escalada inflacionaria, que elevó el costo de la canasta básica familiar, pero especialmente la canasta alimentaria de la que es imposible prescindir y en la que se gasta el mayor porcentaje de los ingresos de los hogares más pobres. Por eso, hay cada vez más comedores y merenderos populares. Se trata de casi 35 mil espacios en los barrios más empobrecidos de las metrópolis en los que trabajan cerca de 135 mil personas. El 63% son mujeres que, por prestar ese servicio, cobran menos de 60 mil pesos mensuales del Estado, un plan por debajo de la línea de indigencia. Ellas son las más estigmatizadas por Milei, todas las variantes de la derecha y hasta la propia ministra de Desarrollo Social, especialmente cuando reclaman. Planes para la mínima supervivencia a millones de familias, con los que el Estado capitalista establece una competencia entre las mujeres más pobres del pueblo trabajador y otras trabajadoras que, aún realizando las mismas tareas en escuelas y otros establecimientos, bajo convenio colectivo, cobran magros salarios.
La insistencia discursiva en la "ampliación de derechos" desde el Estado, no solo expropia a los sujetos colectivos de las conquistas que obtuvieron con su organización y su lucha persistente y se arroga su autoría como, por ejemplo, pretendió hacerse con el derecho al aborto que durante trece años, los gobiernos kirchneristas se negaron a debatir en el Congreso. Además, oculta, cínicamente, la profunda degradación de las condiciones socioeconómicas en las que vive cotidianamente la población destinataria de tales derechos y en las que estos deben ser garantizados. Lo único que faltaría es que culpabilicen a los votantes de no ser agradecidos.
Convertir el oro en barro
A pesar de ese panorama, Milei y sus secuaces atacan al feminismo como si se tratase de "ideología de género", mediante la cual un sector de la sociedad obtendría privilegios del Estado, que no están disponibles para todos. Pero para hacer esta operación reduce un amplio y diverso movimiento social y político a apenas su (contra)parte institucionalizada.
Hablando sobre el feminismo de los años ’70, la periodista norteamericana Susan Faludi, alguna vez señaló que los medios de comunicación y la publicidad, lo habían transformado en un "estilo de vida", neutralizándolo políticamente y convirtiéndolo en una mercancía, en un objeto de consumo. La operación del neorreformismo o los neoliberalismos "progresistas" fue la estatización del feminismo. No solo hicieron pasar las conquistas de nuestras luchas por generosas concesiones políticas de los gobiernos de turno, sino que también cooptaron a las referentes del movimiento para transformarlas en tecnócratas y funcionarias. En esa asimilación, ninguna consiguió transformar al sistema "desde adentro", obviamente. Por el contrario, el feminismo de Estado terminó encubriendo, con lenguaje de género, las políticas de ajuste que recaen con mayor dureza sobre las vidas de la mayoría de las mujeres.
Celeste Murillo se refiere a esto retomando el concepto de no-performatividad de la feminista Sara Ahmed, que describe "actos de habla institucionales que no hacen efectivo eso que nombran". Apunta Murillo que, "un ejemplo podrían ser las mesas de igualdad de género o diversidad que dicen que van a resolver o visibilizar un problema pero no toman medidas para hacerlo y, en ocasiones, son un argumento para anular críticas sobre los problemas que persisten. (…). El debate que propone Ahmed tiene muchas aristas y reflexiones posibles pero me pareció interesante para un momento en el que las etiquetas de ’perspectiva de género’ y ’feminista’ son parte del lenguaje de instituciones gubernamentales, académicas y corporativas (…), son valores positivos que diferentes gobiernos utilizan para subrayar su perfil progresista mientras las políticas económicas tienen un sentido contrario". [6]
Las mujeres no lloran, las mujeres combaten
Cuando los libertarianos proponen aplicar la motosierra al Estado, en realidad se refieren a los servicios públicos y derechos conquistados, como los subsidios a la investigación científica o el presupuesto destinado a las políticas contra la violencia de género, entre otras. Pero, como todos los candidatos de los partidos patronales, defiende a rajatabla el núcleo y basamento del Estado: sus fuerzas armadas, su aparato de represión policial, etc. Obviamente, tampoco propone recortar los cuantiosos subsidios estatales y mecanismos financieros mediante los cuales se transfieren ingentes porciones de la renta nacional a los grandes empresarios o a los bancos, ni mucho menos la sangría de la deuda externa ilegítima y fraudulenta. Y en esto, hay apenas sutiles diferencias: Milei, Bullrich o Massa prometen ajustar el doble o ajustan ahora mismo, en plena campaña electoral, a pedido del FMI.
Ante la ofensiva de Milei, tenemos que organizarnos para defender los derechos y libertades democráticas ganados con nuestra lucha, pero también para pelear por el conjunto de los derechos económicos y sociales de las mujeres que son quienes, en su inmensa mayoría, sufren hoy las peores consecuencias de la crisis. A Milei y la derecha hay que pararle la mano desde ahora. Tenemos que romper la pasividad en que se ha sumido al movimiento de mujeres. No vamos a permitir que nuestro rol se reduzca a votar, individualmente, a quienes están aplicando hoy mismo un ajuste que golpea con mayor ferocidad a las mujeres trabajadoras y del pueblo pobre.
Como lo aprendimos con la legalización del aborto, es en las calles y no en las oficinas de los ministerios, ni en las urnas, donde ganamos definitivamente nuestras batallas. Tenemos que organizarnos en cada lugar de trabajo, en cada escuela y universidad, en cada barrio, para enfrentar el envalentonamiento de la derecha y el ajuste en curso; volver a ser una marea verde en pie de lucha que confía en sus propias fuerzas.
Las feministas socialistas comprometemos todos nuestros esfuerzos en esta tarea urgente, porque sabemos que las mujeres, ante cada crisis, somos capaces de vencer todos los obstáculos en la lucha colectiva por el pan, las rosas y nuestro derecho a la libertad.
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