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Red Internacional
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OPINIÓN. El orgullo como respuesta política

Este texto forma parte del libro de próxima aparición "Acá estamos. Carlos Jáuregui, sexualidad y política en la Argentina" que compila el escritor y periodista Gustavo Pecoraro y en el que participan Martín de Grazia, Diana Maffia, Ernesto Meccia, Mario Pecheny, Mabel Bellucci, Cesar Cigliutti, Marcelo Ferreyra, Alejandra Sardá, Héctor Anabitarte, Osvaldo Bazán, Ilse Fuskova y Alejandro Modarelli. Está editado por la Legislatura Porteña y contiene textos de Jáuregui, algunos de ellos inéditos. Además escriben los legisladores Diego Santilli, Andrea Conde, Roy Cortina, Maximiliano Ferraro y Pablo Ferreyra.

Patricio del Corro

Patricio del Corro @Patriciodc

Jueves 20 de agosto de 2020

No es mi intención en estas líneas abundar en detalles biográficos de Carlos Jáuregui, pero sí referirme a la importancia política que tuvo su militancia por los derechos de la comunidad homosexual y las libertades democráticas desde la caída de la última dictadura militar en Argentina hasta el 20 de agosto de 1996, cuando murió prematuramente, con apenas 38 años, como consecuencia de la infección con VIH-SIDA.

No lo conocí personalmente, aunque sí lo hicieron otras compañeras y compañeros del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y previamente del Movimiento al Socialismo (MAS). Y me gustaría partir de una anécdota de una de esas peleas dadas en común como manera de acercarnos a su legado. En 1994 Carlos fue entrevistado para nuestra prensa partidaria. El motivo eran las declaraciones homofóbicas que el entonces arzobispo Antonio Quarracino –el predecesor y mentor de Jorge Bergoglio- había dado en un programa que la Iglesia Católica tenía en la televisión abierta y luego defendido en el programa “Tiempo Nuevo”.

Tan bestiales habían sido sus palabras que, hasta Bernardo Neustadt quedaba como alguien tolerante. “Una zona grande, para que todos los gays y lesbianas vivan allí, que tengan sus leyes, su periodismo, su televisión, hasta su Constitución, que vivan como en una especie de país aparte, con mucha libertad. No va a ser necesario que se pongan caretas en las manifestaciones, pueden hacer manifestaciones día por medio, pueden escribir, publicar. Ya sé que me van a acusar de propiciar la segregación. ¡No! Porque sería en todo caso una segregación a favor de la libertad (…). Pero con toda calidad, con mucha delicadeza y misericordia, también debo añadir que así se limpiaría una mancha innoble en el rostro de la sociedad”. De esta manera, se expresaba una de las cabezas de la Iglesia con mayor peso en Argentina, pidiendo por los medios masivos que a los gays se los mandara a guetos. “Nos recordó cuando a principios de siglo empezó a hablarse del problema judío, un problema requiere siempre una solución, para Hitler fue lo mismo que para Quarracino: guetos” contestaba Jáuregui. Si recordamos el episodio extensamente es porque, para las nuevas generaciones quizás resulten difíciles de imaginar las dificultosas condiciones en las que la generación de Carlos Jáuregui se dispuso a salir del clóset, enfrentar la represión, los prejuicios homofóbicos (extendidos incluso entre las organizaciones sociales y políticas de izquierda) y organizarse para exigir derechos democráticos.

Claro que otras generaciones anteriores vivieron aún peores condiciones de exclusión, marginación, discriminación. Pero, es importante destacar que hasta una década más tarde de la caída de la dictadura militar, los homosexuales, las lesbianas y las travestis eran blanco predilecto de la condena moralista de las instituciones del régimen político, de la Iglesia, de los medios de comunicación, además de ser víctimas de la represión policial que, aplicando los edictos y contravenciones, perseguía y encarcelaba permanentemente a miembros de la comunidad.

para las nuevas generaciones quizás resulten difíciles de imaginar las dificultosas condiciones en las que la generación de Carlos Jáuregui se dispuso a salir del clóset, enfrentar la represión, los prejuicios homofóbicos (extendidos incluso entre las organizaciones sociales y políticas de izquierda) y organizarse para exigir derechos democráticos

Fue en ocasiones como la del ataque del arzobispo de Buenos Aires a la comunidad LGTB cuando coordinábamos para lanzar una campaña de repudios y por la libertad sexual, juntando firmas, sumando declaraciones de personalidades y activistas de distintos ámbitos junto a Carlos, que ya por entonces conducía Gays por los Derechos Civiles y vivía en el famoso departamento de la calle Paraná, de sus amigos César Cigliutti y Marcelo Ferreyra, donde se nucleaba el activismo de la época.

La derrota y después

La generación marcada por la militancia de Carlos Jáuregui, asume su lucha reivindicativa en una época distinta al periodo de alza de las masas que dio entre sus frutos el Mayo Francés, en nuestro país el Cordobazo, y que en Estados Unidos originó la revuelta de Stonewall en 1969.

La reacción que en los años ’80 derrotaba la oleada de radicalización de masas que recorría el mundo desde 1968, no sólo actuaba fragmentando a la clase obrera, liquidando sus conquistas, sus sindicatos y partidos, sino que también imponía los valores de una moral conservadora de la mano de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y el Papa Karol Wojtyla. Como bien decían mis compañeras Andrea D’Atri y Celeste Murillo: “La restauración conservadora, encabezada por Reagan y Thatcher, con altísima desocupación, privatizaciones y recortes del gasto público, aumento de la expoliación a los países semicoloniales con las deudas externas y caída de la Unión Soviética, fue acompañada por la propaganda reaccionaria de la ‘peste rosa’, que actuó como disciplinador de aquel movimiento que, a fines de los ‘60, había emergido cuestionando la heteronormatividad, la monogamia y la familia patriarcal”.

En Argentina y otros países de Sudamérica se salía de los oscuros años de las dictaduras militares, pero la comunidad LGTB seguía sufriendo la persecución policial y a eso se sumaba, a nivel internacional, la aparición del virus de inmunodeficiencia humana. La primera población que se visibilizó en riesgo fue la comunidad homosexual y el síndrome de inmunodeficiencia adquirida pasó a nombrarse como “la peste rosa”, reforzando las campañas reaccionarias contra las libertades sexuales.

Al mismo tiempo que en Latinoamérica las dictaduras habían vencido los procesos revolucionarios a sangre y plomo, en los países centrales los movimientos sociales que en los años ’70 habían emergido cuestionando al sistema radicalmente, no fueron derrotados por la vía de la represión violenta, sino más bien integrados, cooptados y asimilados por la vía de concesiones e inclusiones en el mismo régimen social y político que otrora había sido cuestionado.

Con el movimiento por la liberación sexual que había surgido en Stonewall y se había extendido a otros países del mundo, la cooptación y la coerción hicieron el juego del “policía bueno y el policía malo”: mientras se aterrorizaba a los homosexuales con la expansión de la pandemia del VIH-SIDA y miles de personas morían en condiciones crueles e inhumanas, estigmatizados y marginados, millones de dólares fluyeron para las organizaciones no gubernamentales que tomaran el asunto en su agenda de prioridades.

El movimiento por la liberación sexual no tardó en reconfigurarse como una miríada de ONG’s y fundaciones dedicadas a la atención, prevención, investigación y acción sobre VIH-SIDA. “Por un lado, líderes de la comunidad gay convertidos en una nueva ‘tecnocracia’ administradora de profusos financiamientos y dedicada al lobby político nacional e internacional, para la regulación y el establecimiento de legítimos derechos civiles, que no cuestionan el orden impuesto de las democracias capitalistas, sino que exigen su inclusión en él. Por otro lado, una pandemia –que no solo afectaba a los homosexuales, sino fundamental y mayoritariamente, a las mujeres heterosexuales de poblaciones vulnerables, pobres y sociedades donde primaba una cultura patriarcal–, que se había convertido en la excusa para arrojar a la hoguera de la discriminación, el desprecio y la marginación a millones de gays, lesbianas y transexuales, especialmente a los más pobres. En esos años, Néstor Perlongher se interrogaba sobre esta cuestión: ‘…cabría preguntarse hasta qué punto la asunción de la identidad no puede implicar a veces la domesticación –por vía de la normativización–, de la adaptación a un modelo de cierta cotidianeidad transgresiva’”.

El mismo reclamo, nuevos desafíos

Como bien señala Mabel Bellucci en su biografía política de Carlos Jáuregui, “durante la post-dictadura, la temática de la homosexualidad se integró a una coyuntura atravesada por los organismos de derechos humanos que, por un lado, dispensaban una contención política y, por el otro, servían como espacio canalizador de conflictos.” El movimiento de mujeres, en Argentina, también adquirió estas características.

Bajo el nuevo lenguaje de los derechos humanos, se peleó contra las razzias policiales, los allanamientos y las detenciones arbitrarias. Carlos, sin duda, logró captar el cambio de clima político y fue el que más agudamente advirtió que no se podía hablar de “democracia” mientras un sector de la población aún viviera criminalizado, perseguido, obligado a ocultarse y sin los mismos derechos que las personas heterosexuales.

Carlos fue el que más agudamente advirtió que no se podía hablar de ’democracia’ mientras un sector de la población aún viviera criminalizado, perseguido, obligado a ocultarse y sin los mismos derechos que las personas heterosexuales.

Sus propias experiencias vitales lo habían conducido a imaginar la construcción de un movimiento callejero de miles de gays, lesbianas y travestis, como el que había presenciado en París en 1981. Entre esos sueños y esas experiencias cotidianas de persecución y criminalización de la homosexualidad, surgió la emblemática CHA (Comunidad Homosexual Argentina). La muestra de que estas peleas eran llevadas contra la corriente lo demuestra que tuvieron que pasar ocho años entre la fundación de la CHA en 1984 y 1992, cuando obtuvo personería jurídica revirtiendo un primer fallo de la Corte Suprema que había considerado que “no contribuía al bien común”.

Pero los desafíos también cambiaban, la dolorosa y cruenta experiencia con las prematuras muertes de su hermano Roberto y su compañero de vida Pablo Azcona, llevaron a Jáuregui a reconfigurar la lucha por el reconocimiento de los derechos humanos de la comunidad gay en una lucha por los derechos civiles. “Así no me voy a morir”, dijo ante la tumba de su hermano. Y luego, la familia de origen de Pablo Azcona, lo dejó en la calle cuando éste murió, desconociendo su vínculo sexoafectivo y por supuesto, cualquier posibilidad de derechos hereditarios, inexistentes para una pareja que no tenía reconocimiento civil. Entre lágrimas y dolorosas pérdidas, fue pergeñada la nueva asociación denominada Gays DC.

Quizás lo más interesante de Carlos radique en la visión que Bellucci denomina “ecuménica” que tuvo para su militancia. A diferencia de un movimiento parcializado en identidades y profundamente integrado a través de múltiples lazos al Estado, el régimen político e incluso las empresas y sus fundaciones, como también organismos internacionales interestatales y de financiamiento, Carlos concebía la militancia como una actividad de lucha, voluntaria, independiente económica y políticamente. Pero además, apostaba a las convergencias y la unidad con otros sectores en lucha. Por eso, llevó al activismo gay a participar de las movilizaciones de repudio a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida; a enfrentar los levantamientos militares que se sucedieron en el gobierno de Alfonsín; a participar de las marchas de la Resistencia de las Madres de Plaza de Mayo, por la libertad de los presos políticos o en la masiva Marcha Federal de 1994, contra el gobierno de Carlos Menem. Su personalidad, su perspicacia política y sus convicciones fueron determinantes para que los gays pudieran converger con lesbianas, feministas, travestis y transexuales; organizar encuentros, debates, pergeñar estrategias para avanzar en la conquista de nuevos derechos y poner en pie un movimiento callejero con las Marchas del Orgullo, tal como había soñado en la primavera parisina de principios de los ’80.

La continuidad

Carlos Jáuregui moría el 20 de agosto de 1996, también a causa del VIH-SIDA. Mientras una pequeña procesión de amistades, simpatizantes y adherentes a su lucha acompañaban su féretro por las mismas cuadras en las que, cada año, seguimos marchando por el Orgullo Lésbico, Gay, Travesti, Transexual y Bisexual, la Comisión de Derechos y Garantías de la Convención Estatuyente de la Ciudad de Buenos Aires, aprobaba un proyecto de ley de su autoría. Esta ley incluía, por primera vez en la legislación de algún distrito del país, que tampoco se podía discriminar, segregar por acción u omisión, a causa de la orientación o preferencia sexual, identidad o expresión de género.

No tenía propiedades ni bienes. Combatió la tendencia, que se estaba generalizando, de hacer de la militancia un medio de vida y de financiamiento. Sostuvo que las organizaciones debían sostenerse con el aporte de sus propios miembros, para mantener la independencia política y económica que les permitiera total libertad de crítica y de tendencias de pensamiento entre sus integrantes. En medio de un período signado por la derrota de la oleada de radicalización de la etapa anterior, cuando los regímenes democráticos que le sucedieron a las dictaduras militares continuaron y asentaron los mismos planes económicos imperialistas de saqueo y expoliación, Carlos Jáuregui libró su batalla sentando un nuevo jalón para el movimiento de liberación sexual de Argentina. Porque como él decía "en el origen de nuestra lucha, está el deseo de todas las libertades".

No tenía propiedades ni bienes. Combatió la tendencia, que se estaba generalizando, de hacer de la militancia un medio de vida y de financiamiento. Sostuvo que las organizaciones debían sostenerse con el aporte de sus propios miembros, para mantener la independencia política y económica que les permitiera total libertad de crítica

Ese es el destacado lugar que se ha ganado en la historia de lucha de los oprimidos de Argentina. Son las peleas dadas, y por sobre todo las que faltan, las que nos hermanan en la lucha por una sociedad sin explotación ni opresión, “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.


Patricio del Corro

Sociólogo, dirigente nacional del PTS y legislador MC de CABA por el FIT-U

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