A partir del cuento "El piquete" de Marcelo Birmajer, publicado en Clarín el día 24 de marzo; una respuesta literaria a la demonización de las luchas de los trabajadores que enfrentan el ajuste.
Jueves 30 de marzo de 2017
ilustración: Sergio Cena
El piquete de Marcelo Birmajer, publicado en Clarín el 24 de marzo.
El otro piquete
Mientras el escritor sentado en la redacción toma distancia del escritorio, respira profundo, hace trabajar al cerebro y teclea febrilmente sobre un universo desconocido, hay un trabajador, hay un desocupado, hay un docente que está cortando una calle, corta un acceso, corta una avenida, corta todas las arterias, detiene el tiempo, la historia, las palabras, las cosas, corta su propia respiración, bloquea sus pensamientos, anula las estadísticas, impide el cobro de una deuda, le hace un tapón a la miseria, desnuda a un político, escracha a un patrón o a un burócrata.
En ese mismo momento de la mañana o de la tarde, en ese instante en que sale el sol y las palabras le empiezan a brotar de la cabeza, en ese atardecer que asoma por los vidrios de la redacción, del jardín de su casa, en lo alto de un edificio, en los intersticios de una máquina polvorienta, las palabras le brotan en la cabeza, le atraviesan el cuerpo: la injusticia de una calle cortada, la injusticia de esos hombres que no saben a dónde van, que no son dueños de su destino. Que injusta esa ignorancia…
Tony, Ramón, Alejandra, Alexander, Alberto, María, Esteban y María reunidos en asamblea. El mismo sol del escritor, el sol de sus espaldas, el sol que cargan como una mochila, que no ven cuando están frente a la máquina como el único sol posible, el sol que entra en el aula, que entra por los ojos de la ignorancia, el sol de Chomsky, de lo ignoto, de las calles cortadas, del eclipse, de la no-sabiduría de la asamblea, de la dictadura de la capucha y la altivez del escritor que teclea febrilmente sobre un teclado compuesto, armado, fabricado y ensamblado por rutinarios e ignorantes trabajadores que desconocen la gravedad de lo que hacen, del sol mentiroso, de un desocupado en el mar de su ignorancia, en la desidia de encapucharse, de colgarse un delantal, de exhibir su fatiga, de la quebrantez de su reclamo, de la ignoracia que eso acarrea.
La sabiduría del escritor que en sus palabras escribe pero que no describe a Tony y a Ramón ardientes de detener la filosofía, Ramón que sale de su casa a las cinco de la mañana y se entera en la puerta de su fábrica que el patrón se fue, que dejo las máquinas y no dejó ni huellas de su fantasma. El escritor escribe y no desribe a Tony que en sus dos brazos lleva las marcas de una fuerza, de una máquina- de brazos remendados- que fábrica cubiertas que en un futuro irán a deslizarse por ese pavimento detenido por esa fuerza de las consignas que levanta en una bandera, Tony: bandera de la ignorancia la escribe y no la describe el escritor. De Alejandra que enseña en la escuela pública y que trabaja por un salario detenido en la era de los dinosaurios, le han armado un piquete a su dignidad pero Alejandra es más fuerte que el escritor y se cuelga el delantal y lo exhibe como un trofeo, como una resaca de esa ignorancia, de ese brillo que se desprende mientras detiene a las nubes con el piquete, para el escritor que la escribe como a una atenea endemoniada que detiene la rotación de la tierra y la hace temblar. Tiembla el escritor que nombra a los demás en su cuento, los escribe pero no los puede describir, hay algo que le queda vacío: María no es María, esos nombres no son nombres, no son trabajadores ni docentes ni muchos menos desocupados. Son entes que se han escapado de su escritura, lo han abandonado a pesar suyo, las palabras pueden transformarse en enemigas y amotinarse al escritor que termina su cuento y que no pudo describir nada.
Chiqui Nardone
Nació en Ciudadela en 1985, es poeta y estudia Licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes.