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Red Internacional
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PINKWASHING. El pinkwashing o “lavado rosa” como trampa del capitalismo

El pinkwashing o “lavado rosa” es la estrategia que utilizan gobiernos, empresas e instituciones para ocultar sus políticas represivas o neoliberales tras una imagen de “simpatía” hacia los sectores LGTBI.

Viernes 22 de junio de 2018

Imagen: Orgullo Crítico Madrid

El pinkwashing es sencillamente una estrategia de marketing bajo la cual se promocionan países, empresas o productos apelando a una supuesta posición de simpatizantes LGTBI. Con ello tratan de proyectar una imagen de ’progreso, tolerancia y modernidad’ para encubrir actuaciones que atentan contra derechos humanos, libertades democráticas o derechos de los trabajadores.

El origen del término hay que situarlo a inicios de la década de los 90 cuando la Breast Cancer Action (Acción contra el cáncer de mama) lo acuñó para referirse y señalar la hipocresía de las empresas que interesadamente apoyaban la lucha contra esa enfermedad. El interés de estas empresas partía del ‘lavado de imagen’ empresarial que obtenían involucrándose en ello. El término pinkwashing fue con el tiempo tomado por sectores LGTBI que veían del mismo modo como la lucha por sus derechos se veía instrumentalizada. Los lavados de cara del capitalismo son múltiples, así los derechos de la mujeres también son utilizados para lavar la imagen de empresas y gobiernos. En esta caso hoy se utiliza el término purplewashing haciéndo alusión al color del feminismo.

Los ejemplos de este lavado rosa son muy evidentes. Muchos gobiernos y partidos políticos suman a gays y lesbianas en sus filas. Un ejemplo de ello es el partido alemán de ultraderecha AFD (Alternativa para Alemania) que tiene como una de sus líderes a Alice Weidel conocida no solo por ser lesbiana sino también por su islamofóbia. También el que fue ministro de sanidad de Irlanda, Leo Varadkar, y líder de Fine Gaer, partido político de centro derecha y conservador, declaró de manera pública su homosexualidad. Además de encubrir políticas reaccionarias, racistas o machistas con este barniz rosa, lo que también se consigue en la mayoría de los casos es dar una imagen de que se ha cconseguirdo la igualdad y se niega que se mantiene la opresión para los sectores LGTBI. Pero el ascenso de gays y lesbianas a puestos de poder no se traduce en mayores derechos para la mayoría de la comunidad LGTBI. Es una máscara de la derecha para “humanizar” sus políticas racistas, xenófobas y liberales.

Al igual que gobiernos y partidos políticos, las empresas también hacen uso de esta técnica de marketing. Muchas empresas desarrollan campañas LGTBI en las fechas del orgullo, aprovechando esta "fiesta" para multiplicar sus beneficios. "Lavar la imagen" a base de derechos LGTBI parece que es muy rentable para empresas que durante el año explotan al máximo a sus empleados para sacar el máximo beneficio al mismo tiempo que persiguen a sus trabajadores por su sexualidad o su ideología.

Pero sin duda el caso que hoy despierta más indignación entre los activistas y luchadores por los derechos LGTBI es el del Estado de Israel. El lavado de cara del gobierno de Israel ante la opinión pública internacional pretende posicionar a este estado como ejemplo a seguir en cuestión de derechos y libertades LGTBI. De este modo se trata de pasar por alto, e incluso de algún modo justificar, la masacre continuada hacia el pueblo de Palestina. La imagen que quiere mostrar es la de un supuesto respeto por ’progreso y la libertad’ en Israel, pretendiendo situarse por delante de los palestinos en este terreno.

Pero ¿cómo hemos llegado hasta el punto en que la lucha por los derechos LGTBI por un lado se ha mercantilizado y por otro termina siendo cortina de humo para crímenes como los que Israel ejerce?

Desde finales de la década de los ’60, movimientos como el de mujeres y por la liberación sexual comenzaron a desarrollarse de manera significativa. Esto se dio en el marco de un extendido proceso de radicalización de masas a escala planetaria. Una ola de luchas que cuestionaron al imperialismo, a las clases dominantes en occidente y a la burocracia soviética en el este. Esta situación de radicalización, fue tan intensa que consiguió avanzar hasta el cuestionamiento radical a la vida cotidiana, las relaciones interpersonales, la cultura y las instituciones del orden capitalista. Surgieron o se reactivaron así movimientos como el antirracista, el feminista y el movimiento por la liberación sexual que alcanzó gran visibilidad con la conocida revuelta de Stonewall.

Este movimiento cuestionó no sólo la discriminación de gays, lesbianas, bisexuales, travestis y transexuales. También puso en entredicho las ideas dominantes que estigmatizaban el placer sexual como pecado, delito o patología.
Con la lucha y la movilización, el movimiento por la liberación sexual consiguió avanzar en importantes derechos. En este momento en muchos países occidentales se consiguió que la homosexualidad fuera despenalizada, también que gays y lesbianas pudiesen ser candidatos en elecciones, que se derogaran leyes discriminatorias y que se eliminara la homosexualidad de los manuales de diagnóstico de enfermedades mentales entre otros avances. La vida de muchas personas cambió sustancialmente con este movimiento.

Pero con la derrota y el desvío de ese proceso de radicalización general que se dio en la década de los 80, también retrocedieron los movimientos sociales que habían promovido un cuestionamiento radical a la vida cotidiana y al capitalismo como el movimiento por la liberación sexual. Este retroceso se tradujo, fundamentalmente, en una mayor institucionalización, cooptación, fragmentación y despolitización. Pero este nueva “tolerancia” conseguida a base de lucha, ahora se apoyaba en la institucionalización y despolitización del movimiento y escondía grandes contradicciones al combinarse con el neoliberalismo que atacaba las condiciones de vida de millones de personas a golpe de flexibilización y precarización.

Además, otra contradicción se sumaba, y es que a pesar de los avances, no se había conseguido acabar con la alianza entre capitalismo e instituciones como la familia patriarcal y la Iglesia, las cuales legitiman, reproducen y sostienen prejuicios misóginos, sexistas y homofóbicos. El resultado era una tolerancia cómoda para los estados capaces de usarla sin cuestionar el orden estalecido pero poco real para millones de personas en todo el planeta.

La despolitización del movimiento y la falsa idea de consecución real y total de derechos es la base sobre la que se asienta el pinkwashing. Una idea de “tolerancia” cishomonormativa, que excluye a las identidades sexuales y de género que no se ajustan a la “homonormatividad" y a aquellos que bajo los extenuantes ritmos de producción y aceleración, inestabilidad y fugacidad de la vida social, no pueden acceder a un desarrollo libre del placer en todos los sentidos.

Hoy, estas contradicciones quedan aún más develadas, frente a la crisis del capitalismo y la crudeza de la opresión del imperialismo. Sin embargo, a pesar de todos los intentos de "domesticar" el movimiento por la liberación sexual comienzan a expresarse importantes sectores que cuestionan abiertamente las políticas del pinkwashing y ven la necesidad de seguir luchando por avanzar en la consecucón de derechos y por terminar definitivamente y de manera radical con todas las opresiones. El cinismo de las empresas y gobiernos hace cada vez más necesario poner en pie un amplio movimiento LGTBI independiente de las instituciones del Estado, los gobiernos y los partidos patronales que en alianza con los sectores más oprimidos y explotados vuelva a encender la chispa necesaria para conquistar nuestros derechos y reabrir la pelea por la total liberación sexual en la lucha contra la alianza criminal entre el capitalismo y el patriarcado.