Si la verdad debe morir,
mi Balzac será hecho pedazos por las generaciones venideras.
Si la verdad es imperecedera,
predigo que mi estatua marcará un camino.
Esta obra de la que se han reído,
porque no se la podía destruir,
es el resultado de toda mi vida, el eje de toda mi estética.
Desde el día en que la concebí,
he sido otro hombre.
Viernes 18 de noviembre de 2016
El pensador, en bronce y erigida frente al Congreso de la Nación Argentina
De Fabián Minetti
Entramos a la obra de François-Auguste-René Rodin por la mejor parte: La puerta del infierno. Una obra con detalle mimético-maniático que es casi una narración, una preocupación por el movimiento, y por qué no, por el deseo sexual.
Lo cierto es que es un portal lleno de hombres, que abre además un nuevo tipo de monumentalidad en la escultura, a la vez que responde a la consigna dinámica del impresionismo, que está en toda la obra de Rodin. La puerta es también la reaparición de narraciones en torno a la escultura, conexiones del pasado renacentista con el presente, que son significativas desde el ámbito personal de Rodin, que es también público y político.
En primer lugar lo privado se vuelve público cuando Rodin muestra escenas de la vida cotidiana, de personajes que lo rodean, que son la verdadera medida de todas las cosas. Desde su vecino que fue el Hombre de la nariz rota, hasta la intimidad de El beso, Rodin muestra tanta preocupación por la mímesis y la proporcionalidad, que será injustamente acusado de trabajar con moldes, técnica considerada deshonrosa en el mundo de la escultura.
Otra acusación que volverá público lo privado viene de la mano de la relación amorosa con su alumna Camille Claudel (sí, la hermana de Paul, el poeta…), quienes se vincularon a partir de las clases que Rodin daba, cuando ella tenía 22 y él 46. Además de alimentar el intercambio de chismes dentro de la élite cultural parisina, esta relación, no fue nada. Ella ya había concretado varias y llamativas obras antes de conocerlo. Pero desalentada por una promesa que no se cumplió, Camille abandonó el taller que supieron compartir, destruyó su propia obra, con dos hijos suyos, y tras el rechazo de su familia que no vio con buenos ojos su vida lejos de la tradición privada de un hogar, fue internada en un hospital psiquiátrico. Así, lo privado se vuelve público a la fuerza, hoy lo sabemos. Lo cierto es que en el museo que fuera el taller de Rodin hay amplios espacios dedicados a la obra de Camille, los mejores.
Camille Claudel, artista escultora
Fue amigo de Rilke, e Isadora Duncan fue modelo de su obra. Se sirvió de la fotografía y de la poesía como disparadores de sus creaciones.
Por último: lo privado se vuelve público a través de los monumentos que Auguste Rodin realiza de ciertos sujetos de la historia contada por los que ganan. Y aquí mencionaremos a uno solo, tal vez, para sorpresa de alguien: Rodin hizo una escultura de Sarmiento. Vivió dos años en Argentina, entre gente que ya no recordaba su origen humilde. Julio A. Roca reunió a más de 50.000 personas, dicen, para descubrir en la plaza el mármol que prometía mostrar el espíritu de Sarmiento, o dárselo, no podemos saberlo con seguridad.
Rodin en su atelier al costado del Monumento a Sarmiento, en 1898-Paul F.Arnold Cardon-DORNAC