Ghost Dog, el camino del Samurai, de Jim Jarmusch, se estrenó en 1999. La película cuenta la historia de un asesino a sueldo que trabaja para un integrante secundario de un grupo mafioso. Hasta acá, nada fuera de lo común.

Pero ya desde los primeros minutos de la película surgen esos detalles que la componen como una obra singular. El asesino a sueldo es un solitario afroamericano que se rige por las pautas del Hagakure (manual de ética samurai del siglo XVIII, atribuido al japonés Yamamoto Tsunemoto, un guerrero luego transformado en monje budista), se comunica con el mafioso ítalo-yanqui mediante palomas mensajeras y ambos se ven envueltos en una trama que complica una relación de años, creando una guerra de la que nadie saldrá ileso.

Una actuación magistral de Forest Whitaker y música de Wutang Clan completan el cuadro de esta gran película. Una historia que combina el eclecticismo posmoderno con los grandes temas de la literatura clásica y en la que la comunicación entre diferentes universos, lenguajes y costumbres aparece como un elemento central para pensar sobre nuestra realidad, con el telón de fondo de la decadencia de las grandes ciudades yanquis después de la ofensiva neoliberal.