Parece que hacia fines de la década de 1960, un buen plan era subirse a una azotea y tocar hasta que la policía te baje.
En 1968, la banda psicodélica oriunda de San Francisco eligió una azotea newyorkina. Llegó a tocar unos 25 minutos, tiempo suficiente para que un treinteañero entusiasta, cámara en mano, siguiera el improvisado recital tratando de captar todos los ángulos desde una ventana cercana. Se llamaba Jean-Luc Godard.
Un año después, esta vez del otro lado del Atlántico, en Londres, después de su último concierto oficial, los cuatro ilustres de Liverpool se quedaron con ganas de un poco más, y tomaron otra terraza desde donde recorrieron algunos temas del álbum que estaban grabando, Let it be, hasta que los hicieron bajar por producir “ruidos molestos”.
A la gorra, evidentemente, le falta rock.
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