Después de proyectarse una película de Nicolás Sarquís (La muerte de Sebastián Arache y su pobre entierro, con guion del mismo Sarquís y de Haroldo Conti), se reúnen la Universidad Toulouse-Le Mirail (los tres escritores vivían entonces en Francia) el director y Julio Cortázar, Juan José Saer y Augusto Roa Bastos. Era 1978 (aunque acá se estrenó recién en 1983). Tres escritores que confiesan haber querido poder hacer cine, y un director que quiso antes ser escritor.
Mientras Cortázar relata su charla con Antonioni por Blow up, Roa Bastos confiesa cómo se ha negado “sistemáticamente” a ejercer de profesor y Saer describe haber llegado a ver hasta cinco películas por día –¡con razón esos anteojos!, acota Cortázar–, se discuten puntos de encuentro y desencuentro entre narradores y cineastas, o entre espectadores y lectores; los recursos que cada práctica artística le aportó a la otra, aquellas que parecen irreductibles en cada una.
Aparece, como no podía ser de otra forma, el panorama latinoamericano, sobre todo artístico y en menor medida político, aunque casi se pudre todo cuando alguien propone el tema de doblaje y subtitulado.
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