Pablo Iglesias escenificó su regreso a la actividad política en un mitin en Madrid. Enfrenta un Podemos atenazado por la crisis interna. Su discurso confirma su apuesta por cogobernar con la casta política del PSOE.
Miércoles 27 de marzo de 2019
Iglesias se encuentra con un Podemos en la peor crisis de su breve historia. A poco más de un mes de las elecciones generales las encuestas cada vez le auguran peores resultados, algunos de los principales dirigentes han abandonado la formación y, con la excepción de En Comú Podem, el resto de sus confluencias regionales han naufragado.
La ruptura de Íñigo Errejón para conformar un proyecto político propio junto a la alcaldesa Manuela Carmena, fue la explosión pública de una guerra soterrada entre los dos antiguos compañeros y abrió un cisma mayúsculo en la organización. Después siguieron otros, entre ellos la principal apuesta de Iglesias en Madrid, Ramón Espinar, un verdadero golpe para el Secretario General. La última figura importante en darse de baja ha sido Pablo Bustinduy, considerado el último errejonista en Podemos y cabeza de lista en las elecciones europeas.
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Esta es la situación que deberá afrontar Pablo Iglesias, en cuyo retorno Podemos ha depositado las esperanzas de dar la vuelta a su crisis. Su reaparición el pasado sábado en Madrid estuvo precedida por una intensa campaña alrededor de su regreso -polémica de cartel incluida- dotada de una épica más propia de un líder de masas que regresa de un exilio de cuarenta años que de quien ha estado de baja paternal durante tres meses.
En el mitin de su acto de reincorporación Iglesias quiso ensayar una suerte de autocrítica. “Hemos dado vergüenza ajena con nuestras peleas internas (…) peleas por los sillones, peleas por los cargos, peleas por la visibilidad, actuar como un partido más”, dijo Iglesias. Aunque no faltó el reproche velado a sus antiguos compañeros fugados, “el valor de la unidad se muestra en los momentos difíciles”, dijo frente a la multitud que llenaba la Plaza del Museo Reina Sofía.
Durante su discurso, el líder de Podemos cargó contra el neoliberalismo y las grandes multinacionales, denunció a las veinte familias más poderosas que controlan los engranajes del país, a los medios de comunicación privados y a los líderes de “las tres derechas”, aunque también estuvieron presentes críticas al todavía presidente del gobierno, Pedro Sánchez.
No obstante, su encendido discurso no tapaba el objetivo en torno al cual Podemos ha hecho su razón de ser desde hace tiempo: el objetivo de cogobernar con la casta política del PSOE.
Frente a los envites de Errejón desde un ángulo socialdemócrata sin complejos, Pablo Iglesias se ha convertido en un verdadero experto en revestir su discurso de una retórica izquierdista para aplicar la misma política, sólo que permaneciendo él al mando.
Frente a quienes consideran optar por el “mal menor” que representaría un gobierno entre Pedro Sánchez y Albert Rivera, la opción que propone el líder morado es otro “mal menor”, un gobierno del PSOE con algunos ministros del Podemos para “cambiar algunas cosas”.
Como escribió el comunista italiano Antonio Gramsci, tan impunemente citado por Iglesias, Errejón, Garzón y hasta el ajustador Tsipras, “El concepto de mal menor es uno de los más relativos. Enfrentados a un peligro mayor que el que antes era mayor, hay siempre un mal que es todavía menor aunque sea mayor que el que antes era menor. Todo mal mayor se hace menor en relación con otro que es aún mayor, y así hasta el infinito. No se trata, pues, de otra cosa que de la forma que asume el proceso de adaptación a un movimiento regresivo, cuya evolución está dirigida por una fuerza eficiente, mientras que la fuerza antitética está resuelta a capitular progresivamente, a trechos cortos, y no de golpe, lo que contribuiría, por efecto psicológico condensado, a dar a luz a una fuerza contracorriente activa o, si ésta ya existiese, a reforzarla.” [Quaderno, 16 (XXII)]
Este proceso de adaptación a una fuerza regresiva, es decir, conservadora, que menciona Gramsci, describe con precisión la estrategia seguida por Podemos en los últimos años y su actitud ante el PSOE. Una lógica pragmática intrínseca a la “vieja” política burguesa. Y en esto, en última instancia, no hay mayores diferencias entre Errejón e Iglesias.
Para Iglesias estas elecciones no son unas elecciones normales, sino que estaríamos ante unas elecciones de carácter constituyente. Una declaración que no hace sino mostrar que toda idea de una enmienda a la totalidad al Régimen del 78, toda alusión a un proceso constituyente que termine con el poder de las veinte familias a las que con justicia hacía alusión Iglesias, están completamente desaparecidas del prontuario de Podemos.
Como señalaba Fernando Salgado en un artículo de El Correo de Galicia: “sospecho que lo más decepcionante para los indignados de otrora fue el tramo final del discurso. Las mesnadas convocadas para erradicar la casta política y asaltar los cielos tienen ahora la prosaica misión de conquistar un par de sillones en el Consejo de Ministros.
El líder que dirigía la brigada de demolición del régimen del 78, lee a sus acólitos la Constitución y denuncia su violación por Casado y Rivera. Y el profeta de la utopía social se reconvierte en vigilante de la playa con la misión de enderezar al PSOE y rescatarlo de tentaciones derechizantes.”
La asimilación sin freno y en tiempo récord de Podemos al régimen político, un camino que ya hace tiempo venían transitando sus socios de Izquierda Unida, no es sino la consecuencia de las tentativas de llegar al gobierno sin enfrentar de forma resuelta los intereses políticos y económicos capitalistas.
El fin de ciclo del neorreformismo significa la decepción de sectores cada vez más amplios de la población con estos fenómenos políticos al ver frustradas la resolución de sus principales reclamos económicos, sociales y democráticos. Una situación que, lejos de cambiar la correlación de fuerzas en favor de transformaciones profundas desde la izquierda, ha abierto el camino a salidas de derecha o de extrema derecha, tal y como muestra la experiencia histórica del siglo XX.
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Pero el siglo XX también dejó ejemplos de que se puede poner fin al régimen político del capitalismo a través de la organización y la lucha de los trabajadores y las clases populares. Si la transformación de Syriza en un gobierno aplicador de los recortes y contrarreformas en Grecia fue quizá la mayor muestra de la miseria del neorreformismo, la contracara son los chalecos amarillos franceses que están logrando hacer retroceder los planes de Macron con los “viejos” métodos de la lucha de clases.
Cuando la hipótesis neorreformista de Unidos Podemos se muestra impotente para enfrentar el ascenso de la extrema derecha y el poder económico y político de los Botín, los Pérez, los Ortega o los Fainé, se hace cada vez más necesario una extrema izquierda anticapitalista que apueste por la lucha de clases y que plantee verdades sin complejos. Como que es necesario expropiar a los banqueros y grandes empresarios que se han enriquecido a costa de la mayoría, planificando democráticamente la economía y en beneficio del conjunto de la sociedad.