A un día del 22N, la discusión de economía y planes de los candidatos sigue vigente. Scioli propone saltar a una etapa de desarrollo, luego del supuesto proceso industrialista del kirchnerismo, pero ¿es esto cierto o es un slogan de campaña?
Sábado 21 de noviembre de 2015
Durante estos 12 años, hemos escuchado una y otra vez que el Gobierno del FpV, primero de la mano de Néstor Kirchner, y luego a través de Cristina Fernández de Kirchner, generó un proceso de industrialización en el país que trajo consigo una mejor calidad de vida de los más necesitados. Ahora, Scioli sería en encargado de la etapa del “salto al desarrollo”. Queremos aquí presentar algunos de los rasgos centrales que tuvo el desarrollo industrial durante el kirchnerismo.
Es importante tener en cuenta que el período en análisis se da en el marco de la post-convertibilidad, donde se aprovechó la capacidad ociosa que existía en la industria producto de la crisis a la que se arribó con las políticas de la década de los ’90. En este contexto de abaratamiento de la fuerza de trabajo generado por la devaluación de 2002, en la medida en que significó una fuerte pérdida del 30 % de la capacidad adquisitiva de los asalariados, y de recuperación general de la mayoría de las variables macroeconómicas, se abrió una etapa de crecimiento con “viento de cola a favor”.
Sin embargo, el relajamiento de la restricción externa y las mejores condiciones que posibilitaron grandes saltos en la rentabilidad industrial no resultaron en el desarrollo prometido por la burguesía y el gobierno. En esta nota se justificará que no se observaron cambios estructurales a lo largo de estos años, lo que no nos permite pensar que es posible que exista bajo este esquema el paso hacia una etapa de desarrollo, como afirmó el candidato a presidente Daniel Scioli.
¿El relato K, es mito o realidad?
Para poder analizar si la industria es fuerte y competitiva, elegimos 4 métricas principales a revisar: formación bruta de capital en relación al PBI, producción manufacturera como porcentaje del PBI, inversión en investigación y desarrollo como porcentaje del PBI y balanza comercial industrial.
¿Qué pasó con la inversión?
Para generar un proceso de industrialización es necesario, en primer lugar, un aumento de la inversión en sectores clave. Esto se debe, principalmente, a que es necesaria la innovación tecnológica y un aumento de la producción en maquinaria y equipos. La inversión productiva es el principal determinante del crecimiento económico en una sociedad capitalista, y para el capitalismo, el crecimiento es sinónimo de salud. Una primera medida de análisis es tomar la IBIF (Inversión Bruta Interna Fija) como porcentaje del PBI. Este indicador nos permite ver la relación entre la inversión productiva y el producto bruto. Cuanto más elevada sea esta proporción, un porcentaje mayor de la producción nacional se está destinando a reponer y ampliar la capacidad productiva. De esta manera, se puede obtener una idea de la intensidad de la inversión en el período analizado, y también de las capacidades futuras de producción (e indirectamente de la competitividad) de las empresas industriales.
GRAFICO 1: Formación Bruta de Capital Fijo en relación al PBI
Como podemos ver, el nivel de IBIF en relación al PBI durante el período kirchnerista estuvo mayormente entre el 20 % y el 23 %, tocando su pico en 2007. Estos niveles son superiores al 12 % en de la crisis 2001-2002, pero son insuficientes para mantener el ritmo del crecimiento necesario para el objetivo de industrialización. Además, no existe una diferencia significativa en relación a los números del menemismo, teniendo en cuenta que los primeros años del gobierno K gozaron de altas tasas de ganancia y de crecimiento del producto.
La economía en países como Corea del Sur, Singapur, parte de “los 4 tigres de Asia”, tuvieron inversiones del 30 %, 40 % y promedios arriba del 25% para mantener crecimientos entre el 5 % y el 7 %, que los llevaron a ser considerados “nuevos países industrializados”.
¿Cuál es el peso de la industria en el PBI?
Por otro lado, la participación de la producción manufacturera sobre el PBI en Argentina estuvo, en el año 2014, en el 15 % (según datos del INDEC), porcentaje similar al de la década del ’90. Si bien hacia el año 2008 este número se mantenía en un nivel mayor (alrededor de 20 %), en los últimos 8 años volvió a registrarse un descenso del peso de la producción industrial en la economía del país. Lógicamente, este indicador nos muestra que el proceso industrializador está yendo “para atrás”, por lo que el relato K no estaría superando la métrica más básica al respecto.
¿Se pudo revertir el atraso tecnológico?
Otro determinante para el desarrollo de la industria en un país es el peso de su inversión en Investigación y Desarrollo (I+D). Este indicador se relaciona directamente con la capacidad presente y futura de un país de incorporar tecnología, generando procesos de innovación que permitan que la industria radicada en el país pueda competir con el resto del mundo. Argentina pasó de una inversión del 0,4 % en I+D en el 2000 a 0,6 % en 2014, mientras que otros países como China, Corea del Sur y Brasil pasaron del 0,9 % al 2 %; del 2,3 % al 4 % y del 1 % al 1,3 % respectivamente.
Un dato interesante surge de que en Argentina menos de un tercio de las empresas que realizan inversiones (que son alrededor del 60 % de las empresas industriales en los últimos años), focalizan sus esfuerzos de I+D. Al mismo tiempo, esto está supeditado a la fuerte dependencia tecnológica respecto de las multinacionales imperialistas, no sólo en ramas como electrónicos o automotrices, sino en sectores supuestamente avanzados como el agrario, con el dominio tecnológico de un puñado de empresas tales como Monsanto o Dow Chemical.
Si bien hubo avances en lo que refiere a ciencia y tecnología (incluso creando el MinCyT), no se trasladaron a mejoras en los procesos productivos en el entramado industrial que permitan mejorar la competitividad y las condiciones de trabajo, y no en detrimento del salario y la salud de los obreros al que apunta el empresariado cuando ve reducir sus márgenes de rentabilidad.
La balanza comercial industrial deficitaria
Mientras la balanza comercial de todos los años K fue positiva, la que encuadra en el rubro industrial fue siempre negativa. Es importante aclarar que esto expresa la continuidad de un aparato industrial desarticulado e importador dependiente, crecientemente concentrado y extranjerizado respecto del proceso sufrido en la última dictadura militar y profundizado en la década del `90. Esto no se revirtió en el kirchnerismo y por ello las ramas principales siguen siendo las mismas armadurías como la automotriz y electrónicos.
GRAFICO 2: Balanza Comercial Industrial (en dólares)
Como se puede observar aquí, la balanza comercial comparada que tenemos desde el año 1993 hasta 2014 nos explica gran parte de la falta de cambio estructural en el esquema industrial nacional. En el año 1999, el menemismo deja el Gobierno con un déficit industrial de 7.552 millones de dólares, mientras que el rojo de 2014 fue de 5.086 millones de dólares. Es decir, la reducción del déficit comercial fue muy pequeña aunque hay un detalle que es más explicativo. De los 22 segmentos que tiene la balanza comercial industrial, 19 son deficitarios. Ahora, si quitamos el segmento “Alimentos y Bebidas”, la balanza comercial (en 2014) se muestra negativa en 29.665 millones de dólares. Si realizamos el mismo ajuste para el año 1999, la balanza tiene un rojo de 14.234 millones de dólares.
Siguiendo en esta línea, otra medida interesante del grado de industrialización de un país es la participación de exportaciones industriales sobre exportaciones totales. En 2014, el porcentaje de manufacturas de origen industrial sobre exportaciones totales se situaba en 34 %, mientras que en 1998 rondaba el 33 %. Por otro lado, las manufacturas de origen agropecuario pasaron de 33% en 1998 a 39 % en 2014, insinuando que las principales mejoras de productividad y competitividad de la industria se situaron en sectores como el alimenticio, bebidas, tabaco, grasas o aceites. Esto nos indica, de alguna manera, que el “crecimiento industrial” se debió principalmente a la industrialización de sectores con baja capacidad de generación de valor agregado como los alimentos (en lugar de focalizarse en industrias más “pesadas”), muy relacionados al “boom” de los precios de los commodities que se dio a lo largo de estos años.
Analizando algunos datos más específicos, cerca del 95 % de los componentes de los productos electrónicos ensamblados en Tierra del Fuego y del 70 % de cada automóvil que sale de las terminales locales, son piezas importadas. Ambos sectores generan un alto déficit en la balanza comercial.
El relato industrializador: no pasó la prueba
Durante la década kirchnerista se observa un leve proceso de sustitución de importaciones. Sin embargo, dicho proceso de recuperación industrial fue muy limitado y se basó en el aprovechamiento de variables como el boom del precio de los commodities mundiales, que ya ha llegado a su fin. Desde el año 2011 no se observa crecimiento en la creación neta de empleo del sector manufacturero y existe todavía en las fábricas un alto grado de precarización. Como gran parte del capital empresario en Argentina no puede competir internacionalmente, su “éxito” no solamente depende del nivel de subsidios que reciba del Estado, sino también de extraer hasta la última gota de trabajo mal pago que sea posible, precarizando la fuerza de trabajo y realizando pocas inversiones productivas.
Si algo nos quiere hacer creer el kirchnerismo bajo consignas como “Patria o Buitres”, es que este es un gobierno independiente de los grandes imperios y grupos económicos. Más allá del relato, la realidad es diferente. El saldo, luego de condiciones únicas para el prometido desarrollo de la burguesía, de años de bajos costos salariales, relajamiento de la restricción externa (que hoy reaparece) y altas ganancias, es una economía que mantiene la explotación, el atraso y la dependencia. Mientras se utilizaron los dólares para cancelar las deudas ilegitimas, no se realizó la inversión necesaria en energía y transporte. Mientras se le pagó a Repsol y se quiere acordar con los “Fondos Buitre”, cada auto que se produce en el país genera un fuerte desequilibrio en las cuentas públicas. Si la inversión para mejorar la industria requiere importar maquinaria y tecnología, si la mayoría de los productos manufactureros necesitan insumos importados, si cada vez que hay una crisis la variable de ajuste es el tipo de cambio y por ende el salario de los trabajadores… ¿Podemos decir que el kirchnerismo generó un avance genuino en términos de independencia del poder económico mundial o seguimos teniendo una economía atada a los vaivenes del mundo capitalista, en forma dependiente y semi colonial?
La perspectiva de un mayor desarrollo productivo y un fortalecimiento de la industria, bajo las relaciones de producción capitalistas dependientes que caracterizan a la Argentina, de la que quiso hacer gala el kirchnerismo y de la que el sciolismo buscó presentarse como etapa superior, se vuelve a mostrar como lo que es: una quimera con la que buscan ilusionar a los trabajadores y sectores populares para perpetuar la explotación y la miseria. Ninguna ilusión podemos hacernos con los “grandes” planes que proponen los capitalistas.