Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016) reúne cuentos de terror de Mariana Enríquez. Historias para tener miedo, no de monstruos fantásticos y la actividad paranormal. Miedo del peor, el real.

Celeste Murillo @rompe_teclas
Domingo 10 de julio de 2016
El último libro de la escritora argentina Mariana Enríquez reúne doce cuentos de terror que, lejos de la idea de las películas que salpican sangre desde la pantalla y faenan cadáveres al por mayor, invitan al lector a pensar en miedos que están al alcance de la mano en la vida cotidiana.
El mundo de Las cosas que perdimos en el fuego es una disputa constante entre realidad y fantasía. Montadas en un escenario real, las historias son atravesadas por hechos sobrenaturales o fuerzas desconocidas, aunque el terror no viene del mundo fantástico. El miedo en Las cosas… viene de la violencia, de los hombres, de la Policía o del barrio.
Las narradoras (todas mujeres, menos en “Pablito clavó un…”) no siempre son confiables, los personajes y los hechos a veces tienen detalles que hacen dudar de su “veracidad”. Pero en la mayoría de los casos, el lector confiará y se encontrará envuelto en situaciones creíbles (que leemos creíbles) una vez que cae en la trampa.
El libro compila relatos indudablemente argentinos que, sin embargo, cautivaron públicos lejanos y serán traducidos a más de 15 idiomas. Este volumen de la obra de Enríquez parece haber logrado ese “imposible” de mostrar cicatrices locales que sobreviven la traducción para alcanzar una especie de universalidad o, al menos, de deshacerse del peso de las fronteras de la lengua.
Fuego, zombis y telas de araña
El libro lleva el título del último cuento y quizás uno de los mejores. “Las cosas que perdimos en el fuego” narra una historia que a primera vista suena casi crónica de sección de policiales: la creciente aparición de mujeres quemadas. En Argentina, donde el paso de #NiUnaMenos todavía resuena en las calles después de su masiva reedición de 2016, es imposible no hacer lecturas políticas. Sin embargo, la elección provocadora de Enríquez la aleja de cualquier lugar común y empuja a otras reflexiones sobre las consecuencias de una sociedad marcada por la violencia patriarcal.
En la historia, las mujeres no observan la situación con pasividad o terror, o quizás el terror las lleva a actuar con un objetivo que va más allá de la primera e instintiva autodefensa, quieren dar un mensaje de poder. El movimiento de las “quemadas”, que actúa en la clandestinidad por la persecución estatal y la condena social, plantea un desafío no solo a las respuestas hacia la violencia machista sino que además apunta de forma sugestiva a una reflexión sobre la belleza, el comportamiento y el lugar de las mujeres en una sociedad donde a pesar de los derechos conquistados, siguen siendo ciudadanas de segunda.
Siguiendo un resumen caprichoso, “Tela de araña” se construye cerca de la frontera entre Argentina y Paraguay. La protagonista, presa de un matrimonio del que no puede escapar, llega a Corrientes para visitar a su familia y en la relación con una prima que ni odia ni adora encuentra herramientas que no posee en soledad. En ese viaje cruzado por mitos locales, y en un escenario tan agobiante como la relación, encontrará su (¿esperable? ¿natural?) destino en la ruta volviendo de Ciudad del Este en un auto sin aire acondicionado.
"El chico sucio, “Bajo el agua negra” y “Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo” se ubican en Buenos Aires, todos cerca de los límites de la ciudad bajo rituales y mitos urbanos. Límites geográficos, económicos y políticos, donde se mezclan la pobreza, los “marginales” y los miedos que encierra la ciudad.
En “El chico sucio”, Constitución es el escenario de un crimen siniestro a la sombra de los estigmas que persiguen a los pobres que habitan las veredas sucias y oscuras del barrio. En “Bajo el agua negra”, la grieta fluvial que separa la ciudad de la zona sur del Conurbano se convierte en el pasaje entre dos mundos. Cuando una fiscal de Buenos Aires llega al asentamiento para investigar la desaparición de un adolescente (en clara alusión al caso de Ezequiel Demonty), le estalla en la cara un cóctel explosivo de rituales satánicos y murgas zombi.
Pablito… cuenta, a través de único narrador varón de libro, la leyenda urbana del Petiso Orejudo, el primer asesino serial que saltó a la fama en Buenos Aires, cuando se descubrieron sus crímenes macabros. Pero lejos de reducirse a un racconto del famoso asesino de niños, la autora lo transforma en la oportunidad para presentar una visión despojada de idealizaciones y estereotipos sobre el matrimonio, la familia y la paternidad.
Aunque el centro de los relatos está puesto en los recovecos siniestros y terroríficos de la realidad, existen otro gran tema presentes en Las cosas… que son las relaciones entre las mujeres y sus relaciones con los varones (frecuentemente negativas o atravesadas por hechos dramáticos). Las mujeres actúan en el libro en relación con y frente a la violencia y otras fuerzas (que no siempre se pueden explicar, a veces provienen de la naturaleza como en “Tela de araña”, otras son sensaciones de la vida en la ciudad como en “El chico sucio”).
Al tratarse de relatos, existen entre unos y otros diferencias y desniveles. Pero la constante es la certeza de que el terror está en cada esquina, lo siniestro en cada patiecito y el horror puede habitar cada rincón de la vida cotidiana (y lo hace más seguido de lo que creemos). Todo eso entre las barreras borrosas de la realidad y la fantasía de cuerpos zombi que se mueven al son del tambor y la pira a punto de arder.

Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.