Dialogamos con Michel Nieva sobre su última novela, La infancia del mundo. La narración sigue las aventuras del niño dengue, aunque quizá el verdadero protagonista de la novela es el planeta y la crisis ecológica que enfrentamos. Una crítica mordaz y divertida a las irracionalidades del sistema capitalista y una invitación a construir un futuro diferente al prefijado.
Cecilia Rodríguez @cecilia.laura.r
Miércoles 11 de octubre de 2023 10:05
Michel Nieva estudió Filosofía en la UBA y actualmente es investigador doctoral y docente en una Universidad de Nueva York. Publicó el poemario Papelera de reciclaje (2011), las novelas Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos (2013) y Ascenso y apogeo del imperio argentino (2018) y el libro de ensayos Tecnología y barbarie (2020).
Su tercera novela, La infancia del mundo (Anagrama, 2023), se ubica en el campo de la ciencia ficción aunque, en palabras del autor, se diferencia de lo que él llama “ciencia ficción capitalista”. La narración sigue las aventuras del niño dengue, mosquito humanoide cuyo aspecto monstruoso lo convierte en blanco de todo tipo de violencias. Pero quizá el verdadero protagonista de la novela no sea el mosquito sino el planeta, sus grandes tiempos geológicos y la crisis ecológica que enfrentamos. A partir del humor y la parodia, Nieva realiza una crítica mordaz a las irracionalidades del sistema capitalista y nos invita a pensar y construir un futuro diferente al que aparece como prefijado. Dialogamos con el autor.
LID: La novela empieza con un mapa político de la Argentina en el año 2272. Allí observamos que falta toda una parte del país, de la mitad de la pampa hacia el sur, que está tapada por el agua. Se derritieron los hielos polares y no existe más el invierno.
MN: Sí, el punto de partida es una especulación climática real, derivada de los efectos que ya está produciendo la maquinaria capitalista sobre el ambiente. Se estima que si se derriten los hielos antárticos la parte sur del país será la más afectada por la subida de los niveles oceánicos.
LID: En uno de tus ensayos publicados en Tecnología y barbarie hablás de los primeros mapas políticos que empiezan a circular en el siglo XIX incluyendo como parte de la Argentina territorios que en ese momento estaban habitados por pueblos originarios y que aún no eran parte del territorio del Estado argentino. Justo en este mapa aparece tapado ese territorio sobre el que avanzó la Conquista del desierto
MN: No lo había pensado, pero sí, coincide. Quería imaginar cómo geografías tan emblemáticas para la Argentina (como lo son la pampa y la Patagonia, tanto en el plano histórico como cultural, económico y político ) quedaban completamente transformadas por efecto del cambio climático Y ahí también me interesaba una superposición de violencias, de cómo esa que produce la maquinaria capitalista sobre la naturaleza es una violencia que la podemos rastrear hasta la fundación del Estado argentino en el siglo XIX. Además que hay un tipo de racismo argentino que tiene su origen en la Conquista del Desierto y que hoy en día continúa, aunque no explícitamente reconocido. La constitución del Estado y la distribución actual de la tierra fue producto de un genocidio que nunca fue reparado, y que por eso los ecos de esa violencia fundacional se repiten sistemáticamente, como si carecieran de tiempo. La novela introduce esa especie de anacronismo en que el futuro acelera dicha violencia pero al mismo tiempo los niños la alimentan de jugar un videojuego Cristianos vs Indios que transcurre durante la Conquista del Desierto.
Quería imaginar cómo geografías tan emblemáticas para la Argentina quedaban transformadas por efecto del cambio climático
LID: La ficción comienza en La Pampa, que ahora se llama “Caribe pampeano” y más específicamente la ciudad Victorica
MN: La ciudad de Victorica tiene un sentido histórico en la novela, es donde se da el encuentro entre Lucio Mansilla y Mariano Rosas, el cacique ranquel, en 1870. Esa región se llamaba Leubucó, pero luego de la Conquista del Desierto le cambian el nombre, le ponen el nombre de un Ministro de Guerra, Benjamín Victorica. Entonces sitúo el inicio de la ficción por la cuestión histórica y porque yo también hice un viaje a ese lugar para escribir un libro que después nunca logré hacer, que era una reconstrucción del viaje original de Mansilla.
También me interesa ese juego de pensar cómo un lugar que actualmente es periférico a los circuitos globales se convierte en un centro por efecto de la catástrofe. Es un lugar perdido en los confines, pero al mismo tiempo, en la novela, cuando el crecimiento de los niveles oceánicos producto del calentamiento climático tapan la mitad del país, se vuelve un centro de comercio mundial por tener un canal que conecta el océano Pacífico con el Atlántico.
LID: Tenemos también el contraste entre Victorica, ciudad pobre, y Santa Rosa que es una capital financiera de playas paradisíacas, donde viven los empleadores de la madre del niño dengue.
MN: Sí, está ese contraste entre esas dos ciudades del Caribe pampeano, que es territorio argentino, pero además hay otro ecosistema que también aparece en la novela que es la del Caribe antártico. En la novela la Antártida es un territorio inglés que se lo dan en concesión a la Argentina.
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LID: Los ingleses aprovecharon la ocupación de Malvinas y fueron más allá
MN: Sí, un amigo me dijo que me saqué de encima el problema de Malvinas, porque desaparece del mapa, pero la cuestión colonial con respecto a Inglaterra la trasladé a la Antártida. Investigué mucho sobre la historia de la Antártida, las expediciones y cómo fue un foco de colonialismo en el siglo XIX. Se menciona tangencialmente en la novela una disputa entre Noruega e Inglaterra para ver quién llegaba primero a la Antártida. Se supone que las divisiones de la Antártida se hacen a partir de la geografía de los países cercanos, pero Inglaterra tiene una parte que la arrebata con la ocupación de Malvinas. También Estados Unidos tiene un pedazo que es completamente injustificado.
LID: Vamos al personaje del niño dengue
MN: El personaje surgió a partir de una epidemia de dengue en la Argentina, que coincidió con el contexto del Covid. Ahí vimos que una enfermedad que afecta a poblaciones pobres no tiene un interés para la industria farmacéutica. En cambio para el Covid, a dos meses, ya había una vacuna en desarrollo. Es un virus con una estructura muy parecida al dengue, entonces el personaje surge para contar un virus del subdesarrollo. Es un mosquito humanoide, en homenaje también a uno de mis mayores popes que es Kafka. Un tema recurrente en mi escritura son las criaturas no humanas y cómo lidian con contextos de violencia.
LID: Igual que al niño proletario de Osvaldo Lamborghini, al niño dengue le hacen bullying
MN: Otro tema recurrente para mí son esos ritos de acceso a la masculinidad y cómo hay cuerpos que fallan en ese ritual, quedan en una instancia intermedia y esa es una de las grandes violencias del proceso de masculinización. Esto también está en Sueñan los gauchoides con ovejas eléctricas, en el pasaje en el que el gauchoide es torturado.
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LID: Y sin embargo el niño dengue se da cuenta, ya en el primer capítulo, de que es niña
MN: Sí, porque me puse a investigar sobre mosquitos y me di cuenta de que solo contagian dengue los mosquitos hembra. Entonces a raíz de eso el personaje se da cuenta de que en realidad es la niña dengue y eso se convirtió en un recurso narrativo de toda la novela: siempre el personaje se va transformando en algo nuevo. En esto veo la influencia de un libro que me gusta mucho, Macunaima, de Mário de Andrade. Es el mecanismo narrativo del texto, la transformación permanente. A su vez, hay un carácter folletinesco propio de la ciencia ficción, que habilita esa peripecia permanente, y que en la novela se transforma en un mecanismo narrativo capítulo a capítulo.
Fan fiction: la niña dengue por Hernán Brusa @hernanbrusa
LID: A diferencia del niño proletario, la niña dengue no es solo víctima. Se rebela y empieza un camino de revancha. Personalmente eso me generó un furor, empecé a alentarla
MN: Mi idea era partir de algo que a priori no puede producir empatía, como es un mosquito, y atravesarlo por una serie de violencias culturales e históricas más reconocibles, para conectar con una experiencia histórica sudamericana. Pocas veces sabemos lo que piensa el personaje, pero rebota toda la violencia en él y de ahí ese efecto de revancha con el que mucha gente se siente identificada.
LID: En este mundo también hay grandes conglomerados que amasan fortunas con las virofinanzas. Los nombres son muy ilustrativos: Influenza Finantial Services y Ébola Holding Bank. Apuestan a ver qué virus va a convertirse en pandemia y suben y bajan las acciones en relación con las catástrofes que asolan a la población.
MN: Me resultó muy impactante cómo, en la pandemia, la Bolsa de Valores seguía como si nada, multiplicando capital a partir de una catástrofe que amenazaba la continuidad de humanidad como especie. Está la frase famosa: es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Y hoy en día el capitalismo ya se imagina cómo va a seguir cuando no exista la humanidad. Ahí en Wall Street, por ejemplo, tienen el mercado de valores futuros, que tiene que ver con la especulación financiera acerca del futuro, una “ficción especulativa” como también lo es la ciencia ficción. Estos valores futuros reposan en máquinas que producen variables y estiman las posibilidades de que algo ocurra. Y uno se puede imaginar que estas máquinas, si no hay más humanos, seguirán especulando futuros y comprando y vendiendo acciones según esa predicción. También pensaba en la relación entre la especulación financiera y la ciencia ficción especulativa, que además en inglés tienen las mismas siglas (SF). ¿Hasta qué punto tienen algo en común? ¿Qué relación hay entre los dos géneros?
Otro tema recurrente para mí son esos ritos de acceso a la masculinidad y cómo hay cuerpos que fallan en ese ritual.
LID: Todo el tiempo la novela va mostrando las irracionalidades del sistema capitalista. Por ejemplo, hay tecnología para terraformar un planeta y hacer una Patagonia en Marte, pero no la usan para recuperar la Patagonia terrestre.
MN: Jugando con lo que Mark Fisher llama realismo capitalista, hay un fenómeno que yo llamo ciencia ficción capitalista, que son proyectos corporativos que están nutridos por la propia ciencia ficción. Jeff Bezos y Elon Musk son lectores de ciencia ficción y toman muchas ideas de novelas o de películas. La ciencia ficción es un motor mitológico del fetichismo contemporáneo del Capital. Así, alguien que escribe ciencia ficción se encuentra en la disyuntiva de que el propio sistema utiliza el género para narrarse a sí mismo. Entonces, ¿cómo escribir este género?
Por eso en mi escritura hay a veces más una sátira de estas estetizaciones capitalistas que una ficción de la realidad. Se relaciona también con una pregunta a la que vuelvo siempre ¿hay un límite de lo que el capitalismo puede convertir en mercancía? Eso aparece en la sátira de la novela con la terraformación de Marte y otros planetas, cuando la maquinaria capitalista termine de destrozar este. Y aparece el dilema de si la naturaleza y los ecosistemas son entidades vivientes únicas e insustituibles, como proponen las cosmovisiones de los pueblos originarios, o si son una mercancía más, que es como opera el capitalismo. Si existiera la tecnología para reproducir el Amazonas o la Patagonia, para estos multimillonarios, no habría problema, son objetos que se copian, no tienen un valor en sí.
La ciencia ficción es un motor mitológico del fetichismo contemporáneo del Capital. Alguien que escribe ciencia ficción se encuentra en la disyuntiva, ¿cómo escribir este género?
LID: Entonces, por lo que entiendo, vos tratás de hacer una ciencia ficción que no le de ideas a los Elon Musk y Jeff Bezos del mundo
MN: Pienso que el futuro es una construcción ideológica, producida por las ideologías centrales. La ciencia ficción del norte es la que pensó el futuro y ese futuro está muy instalado, es muy difícil pensar otro. Lo que se puede hacer es inmiscuirse en ese futuro que ya está pensado y hackearlo. Meter las realidades del sur omitidas en ese futuro pensado por el norte y ver qué efectos produce.
LID: ¿Y vos pensás que ese futuro que ya está pensado es el que vamos a tener o ves alguna chance de… (risas)
MN: Creo que discutiendo ese futuro se puede producir una alternativa. Como procedimiento político me parece más fértil enrarecer ese futuro que pensar uno contrapuesto. El año que viene voy a sacar un libro, un ensayo, que se llama Ciencia ficción capitalista, donde discuto que, a diferencia de muchas posturas progresistas, el capitalismo ya tiene una utopía de sí mismo para hacer frente a la crisis socioambiental. Por ejemplo la idea de Elon Musk de terraformar otros planetas o producir autos con baterías de litio. Pero esos autos de litio tienen un enorme costo ambiental, pero en geografías que para dicha utopía capitalista no importan.
Aparece el dilema de si la naturaleza y los ecosistemas son entidades vivientes únicas e insustituibles, como proponen las cosmovisiones de los pueblos originarios, o si son una mercancía más, que es como opera el capitalismo
LID: Con respecto a tus novelas anteriores, La infancia del mundo plantea una forma distinta de narrar la historia y el mundo ¿a qué se debe?
MN: La diferencia quizá sea que en esta novela hay una ambición de narrar tiempos que nunca había narrado y de una escala mayor, tanto en lo infinitesimalmente pequeño (el tiempo de un virus) como en lo infinitamente grande (el tiempo de un planeta). Son tiempos que pasan a formar parte de la cultura (en este caso de la literatura) por efecto del cambio climático, ya que la maquinaria capitalista se transforma en un agente geológico como lo son también los volcanes o las cianobacterias. Entonces en esta novela experimenté con artefactos narrativos novedosos para pensar esas grandes magnitudes temporales, como son la cartografía , los videojuegos, los museos de ciencias naturales o la geología.
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Cecilia Rodríguez
Militante del PTS-Frente de Izquierda. Escritora y parte del staff de La Izquierda Diario desde su fundación. Es autora de la novela "El triángulo" (El salmón, 2018) y de Los cuentos de la abuela loba (Hexágono, 2020)