Algunas reflexiones sobre las consecuencias de la explotación laboral y la meritocracia. Como contrapunto, la necesidad de pelear por la reducción de la jornada laboral marcando un límite al plustrabajo y hacia la conquista del tiempo libre. Por una vida que merezca ser vivida.
Martes 3 de marzo de 2020 00:00
Desocupados, Antonio Berni, 1934
Estuviste toda una semana trabajando y esperás con ansias tu franco, el día de descanso tan deseado, el tiempo libre para poder hacer lo que te gusta: salir con amigos, hacer ejercicio, estar con tu familia. Sin embargo, cuando llega el momento no tenés energía para nada, estás agotado. Este es el punto fulminante donde sentís que tu trabajo no solamente te aplaca puertas adentro, sino que también tiene un poder condicionante en tu vida privada. Sufren estos avatares desde quienes no pueden alzar a sus hijos por culpa de la tendinitis que les ocasionó la maldita máquina; o de quienes el malhumor y el cansancio los llevó a un espiral de soledad, donde cada pequeño buen momento parece una conquista arrancada a la hostilidad de la rutina.
Marx sobre el trabajo asalariado
"En su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado", dice Karl Marx en el apartado El trabajo enajenado, de los Manuscritos económicos y filosóficos. Y es sobre este aspecto que Marx va a sacar la conclusión de que "el trabajador sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en lo animal’.
¿Trabajamos para vivir o vivimos para trabajar?
Los avances tecnológicos han agilizado a niveles abismales los ritmos productivos. La tendencia no es librarnos del tiempo de trabajo para tener más tiempo de ocio, sino a producir más con menos manos. Mientras a unos se los carga con mayor productividad, otros caen en la hostilidad de la desocupación. Mientras unos viven entre turnos rotativos, jornadas extensas, lidiando permanentemente con el cansancio que atenta al ocio; otros tienen tiempo que no es libre porque se da en el marco de una realidad material de bajos o nulos recursos que los condena a la miseria. La tendencia a la mayor productividad, los modelos de la precarización laboral y la desocupación, son la combinación brutal con la que padecemos la pérdida de nuestro tiempo libre.
Para una persona que pasa la mayor parte del día en el trabajo, que termina exhausta, su tiempo libre está centrado en recuperar fuerzas, el tiempo de esparcimiento u ocio no es aprovechado en calidad.
¿Cuántas veces sentiste que las cosas que te gustan o te dan placer salen cada vez peor? O te se sentís menos inteligente; que eras mejor jugando al fútbol o en la práctica de cualquier deporte; o que estabas mejor físicamente. Que eras mejor tocando la guitarra o dibujando; que antes leías más. ¿Alguna vez te sentiste en una lenta marcha hacia el estancamiento? No sos el único.
Meritocracia: ¿una debida recompensa?
Existe una enorme contradicción a saber, que las dolencias cotidianas de los trabajadores se nos presenten como frustraciones individuales, atomizadas, cuando en realidad somos millones los que la padecemos. No estamos ante un caso de infinitas sumatorias de inaptitudes individuales, sino frente a un problema social de enormes magnitudes, es la irracionalidad con la que se organiza la producción en la economía capitalista.
La moral de la meritocracia, intenta hacernos creer que nosotros, nuestro obrar individual es el problema, porque "el que quiere puede", pero bueno, "solo tiene que realmente quererlo", para que, en base a nuestros méritos podemos consagrarnos. Pero resulta que por las condiciones laborales recreadas bajo el capital que nos machaca con dolencias varias, cuando tenés tendinitis, hernias de disco, vivís cansado, trabajás turnos rotativos, y lidiás con el mal humor permanente y te esforzás para que tu dolor no recaiga en tus seres queridos… y, a veces el momento de mayor placer es estar en tu cama durmiendo. Te acostás pensando "esto es realmente lo que quiero". Es muy difícil el "poder hacer", en esa situación.
La meritocracia, entonces, es fulminante para la clase trabajadora, y es la zanahoria para que encaremos personal e individualmente sueños que solo tienen resolución transformando de raíz las bases sociales de este sistema de producción, donde los que trabajan se desviven entre la fábrica y en la reposición de sus fuerzas, y los desempleados viven en la miseria absoluta.
Menos horas laborales, más tiempo libre
Luego de extensas jornadas laborales cuántas veces sentimos que estamos en una lenta marcha que obstaculiza toda posibilidad de tener tiempo libre para disfrutar.
Indudablemente, la conquista de tiempo libre disminuyendo el tiempo de trabajo es un revés para el capital. Pero debe ser un objetivo para alcanzar, que la clase trabajadora se libere del trabajo como imposición.
Si precisamos en datos, en nuestro país, la jornada laboral legal es de 48 horas semanales. Sin embargo, la jornada laboral promedio efectiva en la Argentina es de 38 horas y en el mundo, de 39 horas. Más de la mitad de los empleados en la Argentina (y en el mundo), trabajan más de 40 horas por semana. ¿Y si reducimos la jornada para terminar con el desempleo?
Se torna imprescindible poner los enormes avances científicos y tecnológicos al servicio de las necesidades sociales y no de las ganancias de los empresarios, y así, restar horas que cada uno de nosotros dedicamos al trabajo hasta que represente una parte insignificante en nuestras vidas y de esta manera, disponer del tan preciado momento de ocio creativo para desplegar así todas las capacidades humanas.
Es urgente pelear por la reducción de la jornada laboral, por el reparto de las horas de trabajo, sin afectar el salario, y que se equipare realmente a la canasta familiar. Acabar de esta forma con la desocupación, el subempleo y el sobreempleo generando trabajo para todos y la posibilidad de trabajar menos. Esto significaría poner un límite a la voracidad del plustrabajo que se apropian los capitalistas y abrir la puerta al disfrute de la vida para las amplias mayorías. No vivimos para dejar la vida en el trabajo, necesitamos pelear por nuestro tiempo, es urgente pelear por una vida que merezca ser vivida.