Con el 42,5% de los votos, Massoud Pezeshkian, candidato “reformista”, tomó la delantera en la primera vuelta, seguido de cerca por el conservador Saïd Jalili. Mientras el campo ultraconservador intenta unirse y sale con ventaja a la segunda vuelta, que tendrá lugar el 5 de julio, la abstención ha alcanzado un nivel récord del 60%, desestabilizando aún más el régimen.
Martes 2 de julio de 2024 11:39
Después de poco más de un mes de una campaña relámpago, los iraníes acudieron a votar el 28 de junio para elegir al sucesor del presidente Ebrahïm Raïssi, fallecido en un accidente de helicóptero el 19 de mayo. Si bien el régimen había autorizado, por primera vez en una década, a un candidato “reformista” a presentarse a las elecciones, con la esperanza de que esta apertura tan relativa del campo político iraní despertara una participación renovada, las esperanzas del régimen se desvanecieron con el golpe que significó una abstención récord del 60%.
En primer lugar, con el 42,5% de los votos, el candidato “reformista”, Massoud Pezeshkian, fue seguido de cerca por el candidato del campo conservador, Saïd Jalili, que obtuvo el 38,6% de los votos. Portador de una línea negociadora con el imperialismo, el “campo reformista” está a favor de encontrar un terreno común con Estados Unidos con la esperanza de levantar, total o parcialmente, las durísimas sanciones que estrangulan a la economía iraní, en beneficio de los sectores marginales de la burguesía iraní que más probablemente se beneficiarán de la reintegración de Irán a los mercados mundiales.
Como ningún candidato ha alcanzado la marca del 50%, se enfrentarán en la segunda vuelta el 5 de julio. Si bien Pezeshkian obtuvo la mayor cantidad de votos en la primera vuelta, se encuentra en desventaja en la carrera presidencial debido a la muy probable transferencia de votos de Mahommad Bagher Ghalibaf, que quedó en tercera posición con un 13,8%, a favor del candidato ultraconservador. Sin embargo, no se puede descartar que el temor a la línea reaccionaria del candidato conservador, cercano a Jamenei y miembro del Consejo Supremo de Seguridad Nacional, pueda despertar los temores de algunos de los abstencionistas que podrían movilizarse el viernes en favor del reformista.
Pezeshkian tiene la contradicción de que al haber querido seducir a una parte del electorado conservador, con posiciones moderadas, terminó por enfurecer a una parte del electorado reformist que decidió boicotear las elecciones mediante la abstención masiva. Hay que ver cómo se comporta ese sector en la segunda vuelta.
Por el lado de Jalili tampoco es seguro que todos los votos de Ghalibaf en primera vuelta vayan a ir automáticamente a su candidatura en la segunda, ya que su línea ideológica radical y su proximidad al Guía Supremo podrían asustar incluso a los conservadores moderados. Según una encuesta reciente, el 19% del electorado de Ghalibaf podría inclinarse por el candidato reformista, partidario de una diplomacia más conciliadora con Estados Unidos, a diferencia de Jalili, que aboga por un acercamiento pronunciado con Rusia y China. Además, el aumento de las tensiones regionales y el temor a una guerra que enfrentaría al régimen contra Israel y, en última instancia, contra Estados Unidos podría tener consecuencias en el nivel de abstención en la segunda vuelta. Sin embargo, no es posible decir con certeza si los temores de seguridad fortalecerán a los leales a Jamenei o si la línea de apaciguamiento de los moderados con el imperialismo logrará aprovechar el contexto regional.
Sin embargo, dada la situación de crisis multifactorial que enfrenta el gobierno iraní, la abstención es ciertamente más decisiva que los resultados de los diferentes candidatos. De hecho, los llamados a boicotear las elecciones han marcado la campaña. Una decena de organizaciones estudiantiles, dos sindicatos de estudiantes y un gran número de personalidades de la sociedad civil llamaron, la semana anterior a la votación, a boicotear las elecciones, mientras que dieciséis partidos y organizaciones políticas publicaron un comunicado de prensa llamando a la gente a quedarse en sus casas y no ir a votar: "Los ciudadanos iraníes no venderán sus votos únicamente en beneficio del sistema. Para proteger la civilización y la cultura iraníes, establecer una verdadera democracia y defender la libertad y los derechos humanos, nos quedaremos en casa y mantendremos las calles en silencio el 28 de junio".
Si bien las instituciones de la República Islámica ya están masivamente deslegitimadas, la abstención ha alcanzado un nivel histórico, el más significativo desde la revolución de 1979. Después de las elecciones legislativas de marzo, marcadas por una abstención del 59%, esta elección presidencial ya superó el récord del 60%. Si bien el régimen había optado por transformar la campaña en un espectáculo, autorizando a un candidato reformista a presentarse y permitiendo que los candidatos ultraconservadores aumentaran las críticas al gobierno anterior y atacaran con virulencia las leyes reaccionarias aprobadas durante el gobierno del ex presidente, esta apuesta del Guía Supremo fue fallida. A pesar de la animada campaña, las elecciones no sólo no generaron ninguna confianza renovada en las instituciones sino que aceleraron su erosión. Como señala Ali Vaez, director del Proyecto Irán del International Crisis Group, "el establishment esperaba que al permitir elecciones ligeramente más competitivas, podría aumentar la participación y afirmar que su legitimidad herida había sido restaurada. La tasa de participación cayó un 8% respecto a 2021, lo que supone un verdadero bochorno para los dirigentes".
En este contexto de bajísima participación, la segunda vuelta podría confirmar la derrota del candidato "reformista" y enterrar la hipótesis de un punto de inflexión diplomático en las relaciones con el imperialismo estadounidense, al tiempo que otorgaría la segunda posición más importante en la jerarquía del régimen a un candidato ultrareaccionario, reacio a reabrir los canales de comunicación diplomática que Trump había cerrado brutalmente, tras la suspensión de los acuerdos nucleares iraníes y el restablecimiento de sanciones criminales que están aplastando la economía iraní. Al no lograr restaurar la confianza en las instituciones de la Constitución de 1979, el régimen iraní se está hundiendo aún más en la crisis y continúa viendo cómo su base social se contrae.