A propósito de ¡Contrahegemonía ya! Por un populismo progresista que enfrente al neoliberalismo, de Nancy Fraser.
Siglo XXI publicó recientemente una traducción de dos textos a propósito de las reflexiones de la intelectual estadounidense Nancy Fraser. Con prólogo de Laura Fernández Cordero y textos traducidos por Horacio Pons, lectoras y lectores de habla hispana podrán leer en este volumen un ensayo de Fraser (aparecido originalmente en American Affairs Vol. I, número 4 (invierno 2017) y una entrevista realizada por Bhaskar Sunkara, ambos publicados 2019 en The Old is Dying and The New Cannot Be Born, de Verso.
Más allá de sus elaboraciones previas, Nancy Fraser se transformó en una de las intelectuales indispensables en los debates surgidos de la renovada movilización de las mujeres y el feminismo, y en general de los movimientos sociales y su expresión política en Estados Unidos. Su participación en el llamado –luego traducido a Manifiesto– a construir un feminismo para el 99 % y sus reflexiones sobre el derrotero del feminismo liberal y la lucha por el reconocimiento de derechos en el neoliberalismo, la convirtieron en una voz relevante más allá de los círculos académicos.
Además del título, el “corazón” de la edición, el ensayo “Lo viejo está muriendo y lo nuevo no termina de nacer” da una pista de la lectura de Fraser de algunas ideas del marxista italiano Antonio Gramsci, especialmente sus elaboraciones acerca de la hegemonía. Siempre en disputa, estas lecturas dan cuerpo a su planteo sobre la construcción de una suerte de “contrahegemonía” encarnada en lo que ella llama populismo progresista, como forma de enfrentar el discurso populista reaccionario. Vocero de los malestares surgidos del desinterés de las castas política y financiera del capitalismo neoliberal, el discurso populista reaccionario se transformó en canal político, sobre todo en Estados Unidos (a través de Donald Trump, electo presidente en 2016) y en varios países europeos.
Las críticas de Nancy Fraser y su análisis agudo sobre el rol jugado por el feminismo liberal (utilizado como modelo aplicable a otros movimientos contra la opresión, como el antirracista o el LGBT) durante la consolidación del neoliberalismo, son el punto de partida necesario para sus reflexiones actuales:
Difundieron un ethos del reconocimiento superficialmente igualitario y emancipatorio. En el núcleo de este ethos convivían ideales de “diversidad”, “empoderamiento” de las mujeres, derechos para la comunidad LGBTQ+, posracialismo, multiculturalismo y ambientalismo. Estos ideales se interpretaban de manera limitada y específica que era plenamente compatible con la transformación de la economía estadounidense conforme a los dictados de Goldman Sachs…
La renuncia a la crítica, de parte de ese feminismo, del sistema social de conjunto en el que se negaba el reconocimiento de derechos e identidades, desembocó en una legitimación y aceptación de desigualdades de origen en las sociedades capitalistas.
Los años posteriores a la crisis económica de 2008 dejaron al desnudo los mecanismos –cada vez más brutales pero, en esencia, los mismos– que reproducen la explotación de la mayoría de la población a manos de una minoría (cada vez más minoritaria) y la opresión, casi intacta para las mayoría de las personas que no son varones, blancos, nativos, heterosexuales. Incluso, dirá Fraser, el neoliberalismo (con sus caras progresista y reaccionaria) soldará una alianza que, en definitiva, funciona contra los intereses de todas las mayorías: aquellas que encuentran representación en el neoliberalismo progresista y las que lo hacen en el reaccionario. El principal éxito de esa alianza fue dislocar a aquella que une a quienes sufren la opresión y la explotación.
La reducción de la igualdad a la meritocracia fue especialmente fatídica. El programa neoliberal progresista para alcanzar un orden justo de estatus no apuntaba a abolir la jerarquía social, sino a “diversificarla” mediante el “empoderamiento” de las mujeres, las personas de color y los integrantes de minorías sexuales “talentosos” para que llegaran a la cima.
Fraser recorre las diferentes expresiones de lo que describe como una crisis generalizada (económica, política, social, ecológica) y apunta el agotamiento del business as usual en las democracias capitalistas:
En el extendido rechazo hacia la manera habitual de hacer política, una crisis sistémica objetiva ha encontrado su voz política subjetiva. La faceta política de nuestra crisis general es una crisis de hegemonía.
En este contexto, propone una lectura de los acontecimientos y analiza qué fenómenos políticos y sociales tuvieron lugar para llegar al momento actual, tanto de parte del neoliberalismo progresista como del reaccionario, y qué alternativas se presentan. Para esto, combina una lectura de la definición de Gramsci sobre la hegemonía y “los supuestos acerca de lo que es justo y bueno y lo que no lo es” alrededor de los cuales se organizó el “bloque hegemónico” (centrando su reflexión en Estados Unidos), que Fraser resume en los conceptos de distribución y reconocimiento. Estas ideas dieron forma a muchas de las elaboraciones de la intelectual estadounidense:
El aspecto distributivo indica cómo la sociedad debería asignar los bienes divisibles, en especial el ingreso. Este aspecto remite a la estructura económica de la sociedad y también, aunque de manera indirecta, a sus divisiones de clases. El aspecto del reconocimiento expresa cómo la sociedad debería atribuir el respeto y la estima, que son las marcas morales de la pertenencia y la integración.
Qué hacer
Desde hace unos años, Fraser ha centrado su reflexión en las prácticas del feminismo, como un modelo que –ella sostiene– puede aplicarse a otros movimientos que comparten la matriz de la búsqueda del reconocimiento. En el feminismo, esta idea tuvo expresión en una corriente específica y hegemónica durante décadas, el feminismo corporativo o liberal que, en lugar de pelear por abolir las jerarquías sociales existentes, trabajó para “ayudar a una pequeña cantidad de mujeres a ascender en ellas” (“Un feminismo para abolir las jerarquías”, Ideas de Izquierda 37, mayo 2017).
Ese feminismo, a pesar de haber visto erosionada su hegemonía, es parte de las agendas de género de empresas, gobiernos y ONG, y se expresa en ideas como la de romper “el techo de cristal”, una de cuyas representantes más acabadas fue Hillary Clinton, derrotada en las elecciones de 2016 (derrota que se explica, según Fraser, justamente por las alianzas que construyó y destruyó el progresismo neoliberal).
Quienes conozcan el Manifiesto de un Feminismo para el 99 %, publicado a comienzos de 2018 y escrito junto a Cinzia Arruzza y Tithi Bhattacharya, reconocerán en ¡Contrahegemonía ya! muchos de sus planteos. Si en el Manifiesto… una de las propuestas –y objetivo del feminismo del 99%– es “unir movimientos existentes y futuros en una insurrección global de amplia base”, en este texto Fraser busca darle una expresión política al “bloque contrahegemónico” que ve capaz de reunir las aspiraciones de los sectores golpeados por el neoliberalismo.
A diferencia de ese manifiesto, que no ahonda en los mecanismos, voceros o discursos de la “insurrección global” que propone, en “Lo viejo está muriendo y lo nuevo…”, Fraser reconoce en Bernie Sanders (que compitió en las primarias demócratas de 2016 con Hillary Clinton y probablemente vuelva a hacerlo para las elecciones 2020) como, “proyección retórica de una posible contrahegemonía” y una muestra de lo que ella denomina “populismo progresista”.
El “populismo progresista” es presentado en el ensayo como el mejor candidato existente para crear un nuevo “bloque contrahegemónico”:
Al combinar la redistribución igualitaria con el reconocimiento no jerárquico, esta opción tiene al menos una oportunidad razonable de unir a toda la clase obrera. Más aún: podría posicionar a esta clase, entendida en términos amplios, como la fuerza dirigente de una alianza que también incluya a segmentos sustanciales de la juventud, la clase media y las capas profesionales y gerenciales.
Además de otras observaciones posibles sobre el bloque que postula Fraser, existe una reflexión previa sobre la idea misma del “populismo progresista”. En otro número en este semanario, Juan Dal Maso aborda en “Gramsci y el populismo: lecturas y problemas” los límites de las lecturas y los usos del populismo en el marco de las ideas de Antonio Gramsci. Más cerca de la lectura de Ernesto Laclau, los planteos de populismos “progresistas” o “de izquierda” (como la que hace Fraser en este texto) representan una
… construcción discursiva del pueblo a partir de la distinción de un “Ellos” y un “Nosotros” que no se organiza desde la división de clases sino a partir de otros términos que constituyen mayorías más difusas: gente vs. casta, oligarquía vs. pueblo o 1 % vs. 99 %; discurso político que pretende estar más allá de la división izquierda/derecha y liderazgo carismático que es el impulsor y depositario de ese discurso.
Como ya lo había hecho en algunas entrevistas, Fraser sostiene que, “el populismo progresista podría ser transicional: una estación de paso en el camino hacia una alguna nueva forma poscapitalista de sociedad”. Un planteo similar realizó al explicar por qué utilizar la idea del 99 % para presentar una perspectiva opuesta al feminismo corporativo o liberal. La intelectual italiana Eleonora Forenza marca un límite específico en la utilización del “‘populismo’ como una especie de fase de transición hacia un movimiento anticapitalista” que
…plantea la necesidad de desarrollar desde el movimiento feminista una práctica que dé cuenta de las dimensiones de género, raza y clase, desarrolle la “autoconsciencia” de sus protagonistas y aborde el problema de la hegemonía en términos materiales de activación de los subalternos, en lugar de una dicotomización discursiva en la que tienen un rol pasivo (“Gramsci y el populismo: lecturas y problemas”).
En una lectura crítica del Manifiesto…, señalábamos que la falta de definiciones sobre la transformación social que propone ese texto y la propuesta más general de “insurrección global” se traducía en la ausencia de reflexiones sobre estrategias que guíen los enfrentamientos inevitables con el Estado, las formas de confrontar con los múltiples mecanismos de cooptación y asimilación, así como con las direcciones políticas y sindicales que atentan con las alianzas que se ensayan instintiva y espontáneamente en las calles.
No es algo menor: mientras algunos solo conciben los cambios sociales como resultado de la administración de los recursos del Estado o de la labor parlamentaria, es decir, como reformas; otros, idealizando lo social, desdeñan la lucha política. Pero lamentablemente, siempre que los movimientos sociales radicales y transformadores desdeñaron la lucha en la arena política, acabaron dejando que los sectores reaccionarios y reformistas fueran quienes monopolizaran su ejercicio.
Con críticas e ideas sugerentes, Fraser sostiene su búsqueda del “bloque contrahegemónico” entre las variantes que ofrecen las formas de hacer política en las democracias actuales, con todos los problemas que ella misma señala. Esa búsqueda desemboca en la política posible, de apoyar opciones que no escapan siquiera al bipartidismo estadounidense, como es el caso de Bernie Sanders (extensible a toda la llamada “insurgencia demócrata”). Aun cuando reconoce los límites de formaciones políticas como el partido Demócrata o las propias debilidades de los movimientos sociales, su propuesta se mantiene en esos márgenes.
En un contexto internacional marcado por las protestas contra las muecas más crueles del capitalismo, incluso en los territorios “menos pensados” como Chile, la desarticulación de los relatos del progresismo neoliberal –que sigue activo y en funciones– mantienen una vigencia indiscutible. Igual que la urgencia de buscar estrategias para soldar alianzas que permitan imaginar otros futuros posibles, y no solo resistir el presente.
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