El populismo comienza así a mostrar su otra cara como portador de la fase de contracción económica, suba del desempleo y baja del salario. No hace sino abrir el curso hacia el neoliberalismo declarado.
Jueves 25 de septiembre de 2014
Preguntarse por las perspectivas próximas de la economía argentina es, ante todo, preguntarse por su condición de forma nacional específica de la unidad mundial de la acumulación de capital. Ésta arrastra una superproducción general que se ha tornado crónica sobre las bases cada vez más endebles de la expansión del crédito, y de ahí, del capital ficticio, y marcadamente en el último quinquenio, de la cruda emisión monetaria por los estados nacionales cuyas monedas circulan en el mercado mundial. Si hasta ahora la superproducción ha aliviado periódicamente su presión mediante crisis limitadas, la última en 2008, permanece latente su necesidad de desarrollarse en cualquier momento en una crisis general de magnitud superior a la de 1930. El estallido de una crisis semejante, se manifestaría en Argentina con magnitud de catástrofe.
Pero, aun prescindiendo de la posibilidad de ese estallido, las perspectivas del curso de la economía mundial no se presentan propicias para los procesos nacionales que, como ocurre con la generalidad de los países latinoamericanos, tienen a la renta de la tierra agraria y minera en la base de su especificidad. El estancamiento de la acumulación mundial en que se expresa de momento el curso de la superproducción tiende a deprimir los precios de las materias primas; caída agravada para la soja por las buenas condiciones climáticas en EEUU.
Esta caída es crítica para la acumulación argentina de capital. Aquí, los capitales industriales operan con escalas particularmente restringidas, a las que corresponden tecnologías obsoletas, por lo cual ponen en acción una productividad del trabajo muy inferior a la requerida para valorizarse de manera normal. Compensan esta limitación llevando la explotación de sus obreros más allá de la extracción normal de plusvalía, al pagarles la fuerza de trabajo por debajo del valor (recurso crudamente visible desde mediados de los 70, y clave de la expansión en 2003/4). Pero la fuente de compensación que hace a la especificidad nacional es la apropiación de renta de la tierra que fluye hacia la economía argentina con la exportación agraria. Cuando este flujo se multiplica, como ocurre a partir del 2005, los capitales industriales entran en una fase de expansión que se extiende al conjunto de la economía nacional. Y, esta expansión se traduce en un aumento de la demanda laboral, que da fuerza a la clase obrera en su lucha por el salario.
De ahí que el populismo sea la expresión política dominante de esta fase, contrastando con el neoliberalismo de la fase contractiva.
Pero los capitales industriales no son los únicos apropiadores de la renta. La comparten, lo cual une y, a la vez, los enfrenta en la competencia por ella, con los terratenientes de toda escala y con los capitales externos que prestan al estado nacional a altas tasas de interés en las fases de baja renta, y cobran sus acreencias con creces en los períodos de alta renta. También aquí el “desendeudamiento” populista constituye una unidad con el endeudamiento neoliberal.
El estado opera en la apropiación de la renta mediante las retenciones a la exportación y la sobrevaluación del peso. Por las primeras, la renta pasa por sus arcas con destino a los capitales industriales, mediante subsidios directos e indirectos (incluyendo los destinados en apariencia al consumo obrero), y con destino al pago de la deuda pública externa. Por la segunda, la renta fluye directamente a los capitales cuando importan y cuando remiten sus ganancias al exterior, o indirectamente cuando la sobrevaluación abarata los medios de vida de los obreros.
A medida que subía la renta, el estado aumentó las retenciones. Pero derrotado con la 125, debió recurrir crecientemente a la sobrevaluación, apelando a la pérdida del poder adquisitivo del peso frente al tipo de cambio, mediante el recurso inflacionario. La primera fuente sigue siendo central para el pago de la deuda pública externa, pero ya no permite sostener el nivel de subsidios. A su vez, la sobrevaluación (en agosto llega al 60% contra el 90% promedio de la convertibilidad) estrangula la producción interna y alienta la salida de divisas bajo todas sus formas. Esta salida carcome las reservas, cuya existencia es condición para sostener la sobrevaluación. El retroceso de la economía brasileña, de especificidad nacional igual a la argentina, y el flujo negativo por la importación de combustible, no son sino otras dos expresiones de los límites inherentes a esta misma especificidad nacional.
El gobierno intenta sostener las reservas pasando a expandir la deuda pública externa (Repsol, club de París), pero choca contra los fondos buitres. El recurso del crédito chino no alcanza para cubrir el flujo negativo neto del próximo año. Ante el creciente estancamiento de la acumulación, la inflación, además de ser eje de la sobrevaluación, pasa a ser vehículo abierto de la caída del salario real (aunque en las fantasías del INDEC creció un 5,7% de diciembre a julio, contra el IPCN, y pese a la menor tasa de empleo).
El populismo comienza así a mostrar su otra cara como portador de la fase de contracción económica, suba del desempleo y baja del salario. No hace sino abrir el curso hacia el neoliberalismo declarado. Se hace crítica para la clase obrera argentina la cuestión de su organización para hacer frente a la fase que se abre. Pero, por sobre todo, se le hace crítica la necesidad de preguntarse por su acción como sujeto histórico concreto.