El pasado sábado 24 de septiembre se vivió un acontecimiento histórico en la Ciudad de México cuando grupos conservadores decidieron marchar “por la familia”.
Jueves 29 de septiembre de 2016
El pasado sábado 24 de septiembre se vivió un acontecimiento histórico en la Ciudad de México cuando grupos conservadores decidieron marchar “por la familia”.
Marcharon pero no por cualquier tipo de familia, únicamente la idea de familia “natural” que es avalada por la Iglesia Católica, formada exclusivamente por un hombre, una mujer e hijos. Las personas simpatizantes del Frente Nacional por la Familia han asegurado en múltiples ocasiones no ser homofóbicas, sin embargo, proclaman que un matrimonio sólo puede ser la unión entre un hombre y una mujer, por lo que cualquier tipo de alianza que no cuente con esas condiciones, no debería ser llamada “matrimonio”.
Del mismo modo, se manifiestan en contra de la adopción a personas homosexuales y lesbianas, argumentando que serían un peligro para los y las niñas, quienes “crecerían con problemas de autoestima y de salud mental al no tener una familia conformada por un hombre y una mujer”.
Los grupos conservadores se reunieron en el Ángel de la Independencia. Hay que mencionar también el hecho de que la Zona rosa (zona de la comunidad LGBTTTIQ) se encuentra a unos pasos de ahí. Ante esta situación, claramente la comunidad de la diversidad sexual se sintió violentada, razón por lo cual el Frente por el Orgullo decidió hacer una marcha a favor del matrimonio igualitario en el mismo lugar, el mismo día, a la misma hora.
Yo decidí ir a marchar a favor del orgullo y en contra del Frente Nacional por la familia, y en pleno siglo veintiuno, no creerán lo que sucedió.
Mi experiencia comenzó en el metro, el medio de transporte que utilicé para llegar a mi destino. Estaba parada esperando la estación en la que me bajaría cuando una señora apartó a sus hijos de mi lado abrazándolos y mirándome de forma despectiva. Fue entonces cuando recordé que llevaba la bandera del orgullo colgando de mi mochila. A pesar de que me dio un poco de risa su reacción, también me sorprendió, y en ese momento me pregunté: ¿Qué puede estar pasando por su cabeza? ¿Por qué siente una necesidad de “proteger” a sus hijos de mí? ¿Por qué cree que soy un peligro sólo por posicionarme a favor de la diversidad sexual? Si no estuviera cargando la bandera, estoy segura que algo así no habría sucedido y habría pasado indiferente al lado mío.
Cuando por fin llegué al monumento, mi amiga mencionó la idea de ir a observar a los manifestantes del Frente Nacional por la Familia. Debo confesar que al principio no me pareció una gran idea, el monumento estaba separado por vallas y policías, pero incluso si lográbamos saltar ese obstáculo, me daba miedo pensar en la posibilidad de ser censuradas o atacadas una vez que entráramos en territorio purista. Ale es muy terca y estuvo insistiendo hasta que logró convencerme. No obstante, establecimos un pacto: sin importar lo que sucediera, no actuaríamos de manera agresiva; y si algún manifestante se acercara a nosotros, intentaríamos dialogar sin provocar una pelea. Guardamos la banderita de arcoíris y las pancartas que llevábamos, y les dijimos a los policías que habíamos terminado y nos queríamos ir a casa. A pesar de que no estaban muy convencidos de dejarnos pasar, al ver que no llevábamos nada “peligroso”, accedieron. Caminamos por la calle paralela a Reforma y una vez alejadas de los policías, cruzamos.
Ya dentro del mitin, nos tomamos de la mano y dimos una vuelta con nuestras pancartas. A nuestro alrededor había personas mayoritariamente de la tercera edad que llevaban de la mano a niñas y niños. Todos estaban vestidos de blanco y nos miraban con indignación y desaprobación. Escuché a gente repitiendo a coro “Sí a la biología, no a la ideología”, y una señora nos gritó que le dábamos lástima, pero que aun así, Dios nos amaba y ella rezaría por nosotras.
Al colocarnos en el centro, un grupo de jóvenes periodistas independientes intentaron fotografiarnos, pero varias señoras se colocaron frente a nosotras tapándonos de las cámaras. Fueron acercándose cada vez más reporteros y pidieron entrevistarnos. Nosotras accedimos y respondimos a todas sus preguntas. De pronto, llegaron elementos policiales a decirnos que teníamos que irnos y que no podíamos estar ahí. Su argumento era que estábamos perturbando la paz de los manifestantes, y que debíamos irnos a “nuestro lado”. Nosotras respondimos que sólo estábamos mostrando nuestras cartulinas de una manera pacífica, que no habíamos peleado con nadie, y que en todo caso, estábamos dispuestas a dialogar.
Las policías (había más mujeres que hombres), hicieron caso omiso a nuestra respuesta y comenzaron a rodearnos, hasta que perdí de vista a mi amiga. Vi como la corona de juguete que llevaba puesta sobre su cabeza salió volando, y me arrebataron mi bandera. Escuchaba a mi amiga gritando y defendiéndose, pero yo me quedé en silencio inmóvil, confundida, fuera de mí. Fue entonces que reaccioné y comencé a gritarles a los reporteros, pidiéndoles que documentaran lo que estaba sucediendo. Ellos nos apoyaron y exigieron que nos soltaran. Levanté las manos para mostrar que no estaba atacando a nadie, y en medio de empujones fui llevada a la frontera de las vallas, hasta que una policía me tomó fuerte del brazo y me sacó. Molesta y fastidiada, en un tono sarcástico, le dije:
La mujer bajó la mirada y rápidamente me soltó. Volteé y vi a los periodistas detrás de las vallas atentos. Entonces Ale y yo logramos regresar. Un chico que pasaba en bici se acercó llorando a nosotras, nos dijo que estaba orgulloso y que teníamos más valentía que cualquiera de las personas que estaban ahí reunidas. No podía creer nada de lo que había ocurrido, era como si hubiera salido de mí y hubiese observado desde fuera todo ese tiempo.
Los integrantes y simpatizantes del Frente Nacional por la Familia aseguran que salieron a la calle para asegurar el papel de la “familia natural”. Se trata de una violencia simbólica que permite decir cosas como “yo no discrimino ni los odio”, al par de catalogarlos como personas inhabilitadas para poder educar a un hijo, únicamente por no ser heterosexuales. No necesitan golpear a una lesbiana o a una persona transexual para demostrar su odio, con la simple acción de querer negar un derecho sólo porque no están de acuerdo con su orientación sexual o sus formas afectivas, es más que suficiente.
El concepto de matrimonio es, como cualquier otro concepto, una construcción histórica, social, política y cultural que ha ido cambiando con el paso del tiempo. Aunque a estos grupos les cueste mucho trabajo creerlo, hubo una época en que el matrimonio no tenía que ver tanto con “el amor”, sino con alianzas políticas y de clase. Conforme la sociedad fue cambiando, la idea de matrimonio cambió con ella. El matrimonio, como cualquier aspecto socio-cultural, no es un hecho totalmente determinado o permanente, sino que está expuesto al cambio en tanto que su significado y sus leyes dependen del contexto y de los mismos sujetos de acción que lo rodean. Y un derecho civil, como lo es el matrimonio, no puede estar condicionado únicamente a la reproducción de las personas.
Me asusta pensar que vi a muchas mujeres convencidas de que lo que defendían era “la biología”, cuando ese mismo argumento fue utilizado para negarles la libertad a los afroamericanos y a las personas de culturas indígenas durante siglos, deshumanizándolos y asegurando que por ser distintos eran “salvajes”. Del mismo modo, se nos privó también a las mujeres el derecho al voto debido a que “la biología” indicaba que no éramos capaces intelectualmente para tomar decisiones sociales y políticas, o bien tomar cargos públicos.
Si estas mujeres supieran que es gracias al feminismo que ahora su voz es tomada en cuenta, y que gracias a una ideología de género pueden utilizar anticonceptivos para protegerse de enfermedades y decidir si quieren o no tener hijos; me gustaría creer que probablemente no hubieran estado ahí. Tanto las mujeres que vi marchando “por la familia”, como la señora que apartó a sus hijos de mí en el metro, desconocen todo esto. Se trata pues, de una total ignorancia que, ayudada por los discursos puristas de la Iglesia Católica, se ha transformado en odio. Y lo que creo que se esconde detrás de ese odio, es un miedo a reconocer al otro en tanto un “Otro diferente a mí”.
La ignorancia genera miedo, y el miedo genera rechazo y odio bajo la idea de “protección” y “seguridad”, como las policías que pretendían “cuidarnos” al sacarnos por la fuerza cuando no habíamos cometido realmente ningún crimen, y por el contrario, estábamos ejerciendo nuestro derecho a expresarnos, a repudiar la embestida reaccionaria que la Iglesia ha emprendido en contra de todo aquello que no sea la heteronorma. Sabemos que las policías que nos rodearon no estaban ahí para “protegernos”, al contrario nos amedrentaron y si hubiera sido necesario, nos habrían reprimido, puesto que ellos no están para cuidarnos. Empecemos a llamar a los hechos como son.
No permitir que una persona se case o adopte debido a su inclinación sexual: es discriminación, es odio, es homofobia. Y no vamos a permitir que sea el odio el que articule nuestras leyes. Aquí lo único antinatural es su imposibilidad para reflexionar, y su incapacidad de amar.