Dedicado al Senador nacional Esteban Bullrich, cuyo poema “Yo te amo mamá (como nadie lo hará)” ha inspirado este relato de ficción.
Cecilia Rodríguez @cecilia.laura.r
Martes 27 de marzo de 2018
En un país imaginario, un domingo 25 de marzo a la madrugada, un Senador nacional acompaña a un Monseñor -que acaba de cenar en casa del político- hasta su auto. Se saludan cálidamente y el Monseñor le dice:
Mucho en este país depende de vos, Esteban.
Esteban se para más erguido para saludar al anciano, lo ayuda a entrar al vehículo y lo ve partir. Un narrador suspicaz diría que, en ese preciso momento, la imagen del Monseñor encomendándole una misión divina retrotraería al Senador a la más tierna infancia, a la ostia en manos del cura, a la primera comunión. ¿Habría sido monaguillo Esteban? Un narrador suspicaz lo sabría. Yo no. Solo puedo decirles que el Senador recibe esa misión, con visible orgullo, y se queda pensando. Lo primero que hace es reconstruir la noche.
El Monseñor había halagado, durante la cena, las habilidades retóricas de Esteban. Le había asegurado que la persistente campaña palaciega en su contra, los intentos de desplazarlo y hasta las órdenes del propio presidente de que deje de hablar en público, respondían en realidad a una interna política. No es que Esteban no fuera capaz e inteligente -deducía él de las palabras de la autoridad espiritual- sino que los otros querían callarlo para imponer su agenda contra la Iglesia y sus representantes políticos más fieles. ¿Qué es eso de habilitar el tratamiento de la ley de aborto, Esteban?, había preguntado el Monseñor apenas terminado el rezo. Y Esteban había dicho: pero no, yo estoy en contra, eso es cosa del presidente. Y el Monseñor entonces sentenció: Esteban, tenés que hablar, tenés que hacer campaña, que no te quieran callar.
Esteban volaba entre las nubes de contento. La esposa de Esteban, por otra parte, parecía más bien escéptica del asunto y llegó a confesar, antes del postre, que había abortado. El Monseñor se mostró respetuoso con la voluntad de la señora y le explicó que en el caso de una pareja como ellos había una misión mayor que era conducir los rebaños del señor. La Iglesia sola no puede. Necesita gente como ustedes, apasionados. La esposa quizá seguiría en el escepticismo o estaría pasada de clonazepam. No lo sabemos. Lo que importa aquí es que el Senador inmediatamente se sintió inspirado y ahora, ahora que el anciano se ha ido, se dirige a su estudio, a pensar.
Esteban indaga en su interior con todas sus fuerzas. Quiere volcar el corazón entero en la misión. Recuerda su infancia, las misas, las confesiones. Recuerda a su madre. ¿Qué hubiera pasado si mi madre me hubiera abortado? Piensa y los ojos se le llenan de lágrimas. Yo no estaría acá, deduce paradójico, silogístico, horrorizado. Con su madre en la mente y él llorándole a desde la nada misma, embrión literario, ameba en el océano de la humanidad, achicándose al tamaño de un cigoto, Esteban se inspira y escribe:
Indefensos silencios que callan,
adentro del castillo hecho panza.
Vulnerables ojitos que no ven,
la tormenta que le aproximan a su piel.
Sonrisa muda de alegría,
pese a sentir que en breve se le irá su vida.
Manito tibia llena de amor,
que no se abrirá al sol y con dolor.
¿Qué haces?, la esposa aparece intempestivamente en el estudio. Esteban se incorpora y le dice que lo deje tranquilo, que no lo interrumpa, que siempre lo mismo, que le acaba de cortar la inspiración.
¿Inspiración de qué?, insiste la mujer con cara de dormida. Esteban indica que está escribiendo un poema para publicar en su Fan page y hacer la campaña que hablaron con el Monseñor.
No Esteban, por favor, consultá con los asesores antes de subir algo, te lo pido por favor. Esteban insiste, le pide que confíe en él, que él puede, que sí se puede (esto lo dice casi susurrando y lo repite varias veces).
Esteban, ponete en mi lugar, considerando todo lo que pasó, que entro y te veo escribiendo como un simio, con una cara de desquiciado que me produce hasta terror te diría… no publiques eso, te lo pido, consultalo antes.
Bueno, bueno, lo consulto, promete.
La esposa se va. El senador vuelve a la escritura, trata de concentrarse de nuevo en su madre, de visualizarse a así mismo como un pequeño embrión, pero ahora la imagen de su madre aparece mezclada con la de su esposa y su molesta interrupción. Esteban empieza a sentir cierta ira. Ella siempre lo está tirando abajo, siempre le está diciendo que "no se puede, no se puede". Quizá él sería otro hombre, más hombre, más entero, más capaz, más seguro de sí mismo si su esposa no estuviera todo el tiempo bajándole la autoestima. Y en última instancia su madre era igual, ¿o no? Siempre estaba echándole en cara el linaje, sobre todo el tatarabuelo milico, embajador en Estados Unidos, patriota y hasta espía inglés, casi 007. El pequeño Esteban difícilmente podía respirar a la sombra de semejante legado. Nada de lo que él hacía satisfacía a su madre y ahora leía ese mismo rechazo maternal en las actitudes de su esposa: ¿Esteban, nunca va a venir la gobernadora a comer a casa?; Esteban, ¿por qué nunca nos invita el presidente a la estancia de Lewis?; ¿y qué pasa con la tía ministra que nunca atiende el teléfono?, ¿ya la cagaste con ella también Esteban?. La ira iba subiéndole cada vez más por las mejillas y así, visualizándose embrión frente a dos mujeres que lo desprecian, el Senador escribe:
Mejillas suaves hechas para besar,
no conocerán los labios de su mamá.
Esperará con tristeza su muerte,
sin entender por qué le corre esa suerte.
Tanto amor y deseos de abrazar,
serán mutilados y en sangre se ahogarán.
Los pensamientos de Esteban ahora solo giran en torno a una cosa: sangre. No hace más que ver sangre. Se decide a descansar un instante de la escritura. Ha hecho en verdad un esfuerzo sobre humano para tejer esos versos. Tiene que bajar. Cierra los ojos un rato.
Un narrador suspicaz especularía los pensamientos de Esteban en ese instante tan íntimo y secreto. Tal vez Esteban tiene uno de esos sueños despiertos, esas fantasías que suelen preceder el quedarse dormido. Se imagina, quizá, que es Pablo Escobar y que le puede cortar el pescuezo a cualquiera que lo quiera enfrentar. Pero si Pablo Escobar mandaba a otros a hacer el trabajo sucio, Esteban no, Esteban ha de imaginarse tan fuerte y tan diestro que va él mismo a asesinar mientras dirige todo el cartel. Es una especie de Superman narco. Eso se imagina un rato Esteban, hasta que se calma. Menos mal, se dice. Si no bajaba un cambio hubiera seguido escribiendo sobre sangre y mutilaciones y eso los asesores no me lo aprueban seguro.
Más tranquilo, vuelve a pensar en la madre. Ahora visualiza su amplio pecho, trata de pensarse como un bebé que necesita mamar, su vida depende de ello. En su cabeza giran dos conceptos filosóficos: pezones, leche, pezones, leche. Entonces, Esteban escribe:
Te amo mami no me dejes,
es mi amor el que quiero que te llene.
Quiero beber de tu pecho la vida
y no entiendo quién te dice que no es mía.
Te amo, te necesito, yo te adoro,
y me entregan a la muerte aunque lloro.
Quiero que sepas que soy tu hijo,
ese mismo, que sin saberlo,tu corazón bendijo.
Emocionadísimo, Esteban empieza a pensar en el Monseñor. Se acerca el momento cúlmine del poema, tiene que ser perfecto, tiene que ser el cierre perfecto. Se imagina al Monseñor llorando sentimentalmente al leerlo, halagándolo por el trabajo realizado, augurándole un futuro auspicioso, reconociéndolo en su importancia. Así, el Senador piensa y piensa, recurre a todo lo que aprendió sobre lengua y literatura castellana en las acogedoras aulas del Saint Leonard’s, de donde se egresó hace ya tantos años. Repasa toda su educación superior, su pasaje por la universidad de la Cámara del Comercio, los días rebeldes de estudiante de sistemas y computación, la aventura de irse a Estados Unidos para estudiar en el Kellogg School of Management y casualmente conseguir laburo en Kellogg. Qué loco todo, cuantos años, cuantas cosas, piensa Esteban con algo de nostalgia. Así, seguro ya de sus capacidades, con la cara del Monseñor en la mente y la satisfacción de cumplimentar su labor divina, se aboca a escribir el cierre triunfal del poema:
Ámame, abrázame, ya me muero,
y mi vida se la llevan sin un duelo.
Mi mamá no me mimará,
aunque yo la amaré en su eternidad.
Te amo mami aunque no me veas,
mi vida seguirá con la tuya aunque no creas.
Te amo mamá. Tu hijito por siempre.
Al terminar, se lo lee en voz alta y se dice: yo no consulto un carajo, esto está perfecto. Son las 7:07 de un domingo 25 de marzo y el Senador aprieta publicar.
Cecilia Rodríguez
Militante del PTS-Frente de Izquierda. Escritora y parte del staff de La Izquierda Diario desde su fundación. Es autora de la novela "El triángulo" (El salmón, 2018) y de Los cuentos de la abuela loba (Hexágono, 2020)