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Red Internacional
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CRITICA DE CINE. “Escenas de caza en la baja Baviera” y el exilio rural

“Escenas de caza en la baja Baviera”, dirigida por Peter Fleischmann en el año 1969 a la luz del nuevo cine alemán, es una película a la vez coyuntural e imperecedera, de extraña belleza visual (en sus tonalidades en blanco y negro) y una crudeza desgarrada.

Eduardo Nabal

Eduardo Nabal @eduardonabal

Jueves 7 de junio de 2018

Baviera, los bosques, el pueblo, sus habitantes. Como en "La hija de Ryan" de David Lean (de la que formalmente no puede ser más distante y distinta) presenta una comunidad chismosa, un pueblo de horizontes limitados que lejos de ser un remanso de paz reconstruye los esquemas mentales de una sociedad aumentando su primitivismo.

Algo de eso sabemos los que somos o vivimos en ciudades provincianas., el eterno tema del exilio rural. El miedo, la envidia, los caciques, la masa luchadora, el estigma... A veces se atribuye esto a la simple ignorancia, seguramente la cosa es más compleja ya que el conocimiento de por sí no trae ningún milagro a la existencia humana.

Decía Marx "No es la conciencia lo que determina la vida, sino la vida lo que determina la conciencia". Señalado por el estigma, al contrario que la protagonista de "La hija de Ryan", no es en ningún modo superior o muy diferente al resto del pueblo. Arrastra el mismo lastre que lo impiden marcharse sin más. Allí donde “La hija de Ryan” soñaba despierta, el Abram de "Escenas de caza..." es un currante como los demás, incluso más diestro y aventajado en algunas labores campestres o domésticas.

Pero como en la algo ampulosa película de Lean encontramos que ni la escuela ni la iglesia pueden cambiar radicalmente esquemas feudales o tribales que pasan desde el nacionalismo más cegato, al machismo, la homofobia desatada o el desprecio por la prostituta o la persona con diversidad funcional. Encontramos la figura de "El tonto del pueblo", la mujer estigmatizada, el gay señalado (por la ley escrita y verbal). Estamos en un terreno pantanoso pues nos devuelve una imagen contemporánea que es que el disco duro está tan dañado que por mucha información nueva que le metamos esos esquemas, bajo formas más refinadas, perviven en las modernas sociedades occidentales.

La identificación de muchos gays con un filme como "Brockeback mountain" viene de su experiencia como extranjeros y a la vez paisanos de un paisanaje que se resiste a cambiar y en el que las fuerzas religiosas y la derecha capitalista quieren mantener los roles tradicionales para servir a un modelo social injusto, lleno de ofensas reales y simbólicas.

Frente a la Madame Bovary de las costas irlandesas o la Blanche de Nueva Orleans en "Escenas de caza..." encontramos un personaje sin pluma, de extraña entereza capaz de seducir a hombres y mujeres. Es por eso que la crueldad pueblerina que se cierne sobre él puede parecernos algo exagerada ya que el vivir en una ciudad o tener un trabajo urbano o en vez de rural no garantiza una mentalidad abierta sino solo distante.

Pero parece claro, como vemos en las fiestas finales del filme alemán (rodado con sobriedad Dreyeriana) determinados actos considerados como ideológicamente inocuos como "las fiestas del pueblo" (o las fiestas de los Sampedros que se ciernen sobre Burgos), son celebraciones de modelos de género binario, crueldad sobre los animales, miedo al diferente, racismo y xenofobia, y continuismo de instituciones como la Iglesia o El Ejército, la Policía y los viejos dogmas que persisten sobre elementos como la libertad, la imaginación o el (re)conocimiento del "otro".

Los que vivimos "en provincias" sabemos algo sobre listas negras, personajes ilustres, gente que ocupa puestos a dedo y también sobre la envidia y la arrogancia de los que dominan. La figura del alcalde o el cura parecen decisivos, todo es algo esquemático particularmente en el filme de Lean, pero ambos constituyen alegatos contra el machismo, la intolerancia, la violencia y el ostracismo.

Que gays y mujeres deban ocultar sus deseos sexuales, que los que son diferentes por su forma de vivir o pensar sean objeto de mofa no es nada nuevo. Los trepas y los camorristas siguen vivos a nuestro alrededor. Tal vez por eso hay películas que, a pesar de los cambios, nos devuelven una imagen de la vulnerabilidad de los sentimientos humanos frente a la ignorancia promocionada, el heterosexismo, los mediocres con poder, los que siguen a la mayoría de forma cegata, los que quieren dominar a costa del sufrimiento de otros, los que sacan rendimiento de la incultura sociopolítica.

Pero en ambos los personajes viven. Hemos pasado la barrera del cine de otras épocas y aunque su ordalía no sea menos dolorosa, anuncian inminentes cambios sociales, por pequeños o efímeros que lleguen a ser.


Eduardo Nabal

Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.

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