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Red Internacional
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Tribuna abierta. Escritura creativa: "Cuentos de la Costa"

Compartimos a continuación un relato de Gabriel Christin

Gabriel Christin @khalipsys

Domingo 29 de octubre de 2023 15:55

Ernesto.

.-Ernesto, le dijeron. Es tarde carajo, te van a despedir.–

Ernesto encendió entonces sus ojos verdes. Comprobó, con terror, que no había llovido, que el día era pura luz, puro sol, y la puta madre…

Se dio una ducha fría, no por coraje, sino porque eran la única temperatura del agua que disponían en aquella mugrosa chacra. Sintió, con cierto terror, que uno de esos ataques de asma lo iban a invadir, pero nada pasó.

Se vistió con la misma ropa de siempre y se dirigió al campo, es decir, a la zona de labranza. El jefe, como de costumbre, se lo notaba iracundo, pero apenas intercambiaron miradas, ni siquiera se dirigieron un buen día.

Su trabajo consistía en hacer que una serie de maquinarias coordinarán con otras para hacer no sé qué cosa en el arado y en la tierra. Alguna vez se lo habían explicado, pero lo olvidó. No tenía importancia, ni relevancia. Saber o no saber del producto no cambiaba sus infatigables horas de ajuste bajo un sol eterno, su escaso almuerzo, los malos tratos constantes. Su trabajo le era simplemente ajeno, pero ganaba lo suficiente como para tomar una copa de anís el fin de semana y poder leer a sus autores favoritos.

Eran tiempos de cambio, le decían continuamente, en cualquier momento las maquinarias nos despojan de todo pan, de toda vivienda. Ernesto no se hacía mayores problemas, sabía que su destino estaba atado a la miseria y a las consecuencias de determinismos invisibles. Norezaba, no predicaba, no tenía opiniones formadas con respecto a nada. Sólo trabajaba y leía.

Un año, un día, una tarde, en alguna hora, llegó un ejército al campo. Les preguntaron por sus predilecciones políticas, sociales, culturales… A Ernesto sólo le llamó la atención la mansedumbre de su capataz, siempre tan altivo, tan despectivo, y ahora tan solícito y hasta suplicante. Fue al único que fusilaron.

A los demás les dieron armas y les explicaron las condiciones. Les hablaron de Marx y del comunismo, de Engels y de algunos nombres más.

Ernesto no entendía. Acostumbrado a Dovtoievski, a Flaubert, a Borges. Pero, como siempre, entendió que no hacía falta entender. Simplemente tomó el fusil y acató órdenes, lo que había hecho siempre.

Lo mandaron a un pelotón lejos de su patria, si es que tenía alguna. Vio un mundo caótico, replegados en luchas sin sentido, en instituciones que pretendían ser instituyentes, en supuestas verdades que se pagaban con sangre, en sentidos que eran producidos siempre desde una cúspide cada vez más invisible, cada vez más lejana.

Cierta noche soñó que iba a morir. Sintió alivio, paz, por primera vez escribió:
“Quizás el mayor error de la literatura es que se escribe desde el presente, desde un momento dado atravesado por infinitud de acontecimientos, de atravesamientos.

Los que nos hemos quedado sin palabras, o los que recurrimos a la poesía, somos los que no tenemos unidad de tiempo. Siempre es ayer, siempre es mañana. Los días se confunden y sólo atinamos a la desesperación, al suplicio, al milagro. Tanto es feudal como capital, tanto es esclavo como aparente libertad.

Sólo el compromiso literario nos une. El desarmar el pensamiento, añicarlo, desmenuzarlo
hasta que no queden más que vísceras. Sólo ahí, encontrarás las premisas de un eterno
sufrimiento.

No importa ya tu indiferencia. Tus amores ajenos. Ya casi nada me toca, todo es parte de lo
mismo, y sin embargo…¿Cómo es que no me ves?
Flagelo mis dedos hasta lo último de la noche, espero lo inesperable.

Queridos enemigos de siempre dejó este mundo de sufrimiento, nunca se olviden que el llanto de la gente va hacia al mar.

Y camino al mar hay bosques, calles, pensamientos, frío, cansancio, y un peso del tamaño de un naufragio.

Hasta aquí evoca mi respiración. Quisiera ahogar las minúsculas partículas de oxígeno en un aliento último; en un acorde de pura tensión. Sin que piensen en lo que podría haber sido. Fue eso. El último aliento, la última sudestada, el descanso esperado.”