En estos días de revueltas y fuego en las calles, recordamos a un autor que rescató del olvido a uno de los insumisos más ilustres.
Pablo Minini @MininiPablo
Viernes 8 de noviembre de 2019 20:32
—Era gentil, casi humilde, y de Tracia. Dijeron que era un gigante, pero no, para nada. Ni siquiera era alto. Era koruu. ¿Sabe lo que significa? Significa tres generaciones de esclavo. El nieto de un esclavo. Una bestia.
Eso le dice Batiatus, entrenador y traficante de gladiadores, a Craso, general romano. De quien hablan es de Espartaco.
Y quien escribe sobre todos ellos lo hace desde una cárcel y le habla a todos los esclavos del mundo.
Howard Melvin Fast nació el 11 de noviembre de 1914 en Nueva York. A los nueve años, con su madre fallecida joven y su padre sin trabajo, se vio obligado a trabajar repartiendo diarios, lo que lo hizo entrar desde muy temprano en contacto con el rigor del trabajo y el trato con las letras impresas. Desde joven se vio que el pequeño Howard era un erudito, pero principalmente, un viajero: algo muy común en la época, se dedicó a recorrer Estados Unidos haciendo dedo y subiéndose a los trenes para ir de pueblo en pueblo (lo hizo Hemingway un poco antes, lo hizo Dylan años después). Viajaba y buscaba trabajos para sobrevivir. Y escribía, tanto, que a los dieciocho años publica su primera novela, Dos valles. Valles, fronteras, libertad, luchas, trabajadores eran los temas que elegía para escribir.
Nadie se sorprende cuando llegados a este punto se dice que Fast era comunista y antifascista. En plena Segunda Guerra Mundial se afilia al PC. Nadie se sorprende tampoco cuando se dice que el senador MacCarty lo colocó en la lista negra y no extraña que lo hayan llevado a juicio y condenado. ¿El motivo? Se negó a dar nombres de otros comunistas. La condena fue por desacato, es decir, no por actividades contra Estados Unidos, sino por no obedecer una orden judicial. El bueno de Howard prefirió la cárcel y la inhabilitación social a delatar a sus camaradas. Durante el juicio Fast demuestra un conocimiento de la historia de Estados Unidos y del mundo que deja en ridículo a sus jueces. Enfurecido, MacCarty lo despide antes de condenarlo diciéndole: “Vaya y escriba un libro con todas esas pavadas”.
La novela
En el tiempo que pasó en la cárcel escribió, con los datos que tenía sobre la Roma Imperial, la historia de ese esclavo hijo de esclavos y nieto de esclavos de la minería, que vendido como juguete de la aristocracia romana, levanta la cabeza un día y ya no la baja jamás.
¿Y qué decía Fast en ese libro que iba a ser censurado? Por ejemplo, decía esto, mientras hacía caminar a Espartaco desde las minas donde había nacido a la arena donde iba a ser entrenado:
“¿En qué piensa mientras avanza penosamente a través de la arena caliente? Bueno, habría que saber que cuando un hombre arrastra una cadena, piensa muy poco, en muy pocas cosas, y la mayor parte del tiempo lo mejor es no pensar en otra cosa que en cuándo se volverá a comer otra vez, beber nuevamente, dormir de nuevo. De modo que no hay pensamientos complicados en la mente de Espartaco o en la mente de cualquiera de los tracios, los camaradas que con él llevan las cadenas. A los hombres se los transforma en bestias y ellos no piensan en los ángeles”.
Fast relata así el preciso momento en que Espartaco ve su vida entera y la de sus compañeros esclavos:
"Todo esto vio Espartaco. Comió poco. Su boca estaba seca y su corazón le golpeaba el pecho a martillazos. No sucedía nada fuera de lo común entre los guardias y él lo notó y ante él no se abría ninguna perspectiva diferente que la que se abría ante los demás. Pero algunos hombres llegan a un punto en el que se dicen a sí mismos: Si no hago esto, no hay necesidad ni motivos para que yo siga viviendo. Y cuando muchos hombres juntos llegan a ese punto, entonces la tierra tiembla."
Son dos las claves de la novela y están ambas en este pasaje de despertar: un punto límite del que ya no se puede volver, y un punto al que llegan muchos hombres al mismo tiempo. El Espartaco que narra Fast no es un héroe individual: es un colectivo, una masa humana, una suma de voluntades.
La censura
Cuando salió de la cárcel llevó su novela a varias editoriales, pero ni bien Fast salía del edificio ya estaba sonando el teléfono en la oficina del director. Era MacCarty que recomendaba gentilmente que no publicaran ni una letra del condenado. Un amigo editor se indigna ante la cobardía de los otros editores y le dice que si logra imprimir seiscientos ejemplares, él se los compra. Fast y su compañera juntan lo que pueden de sus magros salarios, imprimen lo que pueden y salen a venderlo, casi puerta a puerta. No vendió seiscientos: vendió 40.000 en los primeros meses. Y en diez años la novela llegó a estar traducida en 56 idiomas, con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.
Incluso llegaron a darle el premio Stalin de la Paz. Pero en los `50s rompió con el estalinismo y, claro está, volvió a ser un paria: sus obras fueron prohibidas a ambos lados del océano.
La película
Un buen día, Kirk Douglas, que era una estrella en su apogeo y además un confeso socialista, leyó la novela y se dijo que había que hacer algo con eso. Usó su nombre de estrella para juntar la plata y le pidió a otro comunista condenado, Dalton Trumbo, que hiciera el guión. Pero no conseguía director, porque nadie quería meterse a trabajar en el proyecto basado en la novela de un rojo antifascista, amigo de revolucionarios españoles. Hasta que apareció Stanley Kubrick, que era un casi desconocido.
Kubrick aceptó. Pero en el proyecto final escribió: escrita, guionada y dirigida por S. Kubrick, aprovechando la condena judicial sobre Fast y Trumbo. Douglas le dijo que tenía 30 segundos para arreglar la chanchada, que si persistía él mismo de iba a encargar de que no volviera a agarrar una cámara en su vida. Kubrick cedió porque no le quedaba otra.
En 1960 salió Espartaco, un éxito de taquilla inmediato basado en una novela escrita por un comunista sobre un esclavo sublevado que guía a otros esclavos, con guión de otro comunista y protagonizada por un socialista que se toma tres horas para hablar de la lucha contra la opresión, contra el imperio, a favor de la liberación de las mujeres y el odio a los patrones.
Espartaco, orador
El ejército de esclavos libres que dirige Espartaco se volvió imparable. Los romanos, que lo tomaron un poco en joda, tuvieron que ir mandando cada vez más fuerzas contra ellos. En un acto de arrojo, envían un ejército de tres mil hombres que son masacrados y su general es capturado y devuelto a Roma con un mensaje.
Vuelve al Senado. Y entrégales el bastón de marfil. Vuelve y diles lo que has visto aquí. Díles que ellos enviaron contra nosotros cortes y que nosotros las hemos destruido. Diles que somos esclavos. Lo que ellos llaman el “instrumentum vocale”, o la herramienta con voz. Cuéntales lo que nuestras voces dicen. Decimos que el mundo está harto de ellos. (...) El mundo está harto de la riqueza y del esplendor que ustedes han chupado de nuestra carne y de nuestros huesos, el mundo está harto de la canción del látigo. Esa única canción que conocen los romanos. Pero nosotros no queremos oír más esa canción. Al principio, todos los hombres eran iguales, y vivían en paz y compartían lo que tenían. Pero ahora hay dos clases de hombres, los amos y los esclavos. Pero hay más de los nuestros que de los suyos. Y somos más fuertes que ustedes, somos mejores que ustedes. Todo lo que es bueno en el género humano, nos pertenece. Se han burlado de los sueños acariciados por el hombre, del trabajo de la mano del hombre y del sudor de la frente del hombre. Han desvirtuado la vida del hombre, despojándole de todo su valor. Matan por matar. Ponen a trabajar en las minas a pequeñas criaturas y las hacen trabajar hasta que mueren. Y edificaron su grandeza robándole al mundo entero. Bueno, eso ha terminado. Dile al senado que todo ha terminado. Esa es la voz de la herramienta. Dile a tu senado que envíe a sus ejércitos contra nosotros y que los aniquilaremos como hemos destruido este y que nos armaremos con las mismas armas que ustedes envían contra nosotros. El mundo entero oirá a la voz de la herramienta, y a los esclavos del mundo les gritaremos: ¡Levántense! ¡Rompan sus cadenas! Ese es nuestro mensaje para nuestro senado. Trasmíteselos. Diles que proviene de un esclavo llamado Espartaco.