A tan solo un día de la asunción del nuevo, y frágil, gobierno de unidad nacional en Afganistán, el ejecutivo entrante firmó un acuerdo para extender la presencia militar norteamericana más allá de 2014. Se trata de un leve respiro para Estados Unidos en medio de una situación compleja tanto política como militarmente.

Juan Andrés Gallardo @juanagallardo1
Miércoles 1ro de octubre de 2014
Ante el inminente fin de la misión de la OTAN en Afganistán, en diciembre de este año, al nuevo gobierno afgano y Estados Unidos firmaron el martes 30 un Acuerdo Bilateral de Seguridad (BSA, por sus siglas en inglés) que permite la extensión de la presencia militar estadounidense en el país durante dos años más.
El recién nombrado consejero de seguridad afgano, Hanif Atmar, fue el encargado de suscribir los nuevos acuerdos con el embajador de EE.UU. en Afganistán, James B. Cunningham, y el embajador de la OTAN en Kabul, Maurits R. Jochems. El compromiso también incluye la colaboración entre la Alianza Atlántica y el Gobierno para el "entrenamiento, asesoramiento y asistencia" a las tropas y fuerzas de seguridad afganas.
Los acuerdos prevén la presencia en el país de 9.800 soldados de EE.UU. hasta finales de 2015, que se reducirán progresivamente hasta el mínimo necesario para “operaciones de seguridad y labores diplomáticas” a fines de 2016. Alemania e Italia también mantendrán una fuerza reducida, con lo que a partir de enero de 2015 las tropas extranjeras en Afganistán serán de 12.500 soldados.
Se trata del número más bajo desde el “pico” de la ocupación en la que las tropas de la OTAN llegaron a 140.000, teniendo en la actualidad 40.000 soldados, de los cuales unos 29.000 son de EE.UU.
Este acuerdo que era negociado por EE.UU., para mantener bases y tropas en el país, había quedado momentáneamente “congelado” tanto por las fricciones con el anterior gobierno de Hamid Karzai, como por la inestabilidad política luego de los últimos comicios. Las denuncias de fraude tras las elecciones presidenciales, celebradas entre abril y junio de este año, solo se cerraron con la intervención directa del secretario de Estado norteamericano John Kerry y el acuerdo de un frágil gobierno de unidad nacional negociado entre los dos principales candidatos, Ashraf Ghani y Abdulá Abdulá.
La herencia de Karzai y el nuevo gobierno de unidad nacional
Los planes de EE.UU. para extender en el tiempo la ocupación en Afganistán se mantuvieron mientras que la relación con Karzai se desgastaba, y la figura de este se desprestigiaba al interior del país.
Hamid Karzai, ocupó la presidencia afgana desde la caída de los talibanes tras la invasión de Estados Unidos en 2001, pero en los últimos años su gobierno se vio erosionado tanto por las múltiples denuncias por corrupción y enriquecimiento ilícito, como por la impopularidad de las masacres perpetradas por las tropas norteamericanas y de la OTAN, que reabrieron el escenario de enfrentamientos y fortalecieron al Talibán.
En este escenario, y tras 13 años de gobierno de Karzai, se celebraron las elecciones presidenciales de Junio que abrieron una nueva crisis durante los últimos meses cuando el candidato Abdulá Abdulá acusó a Karzai, a la Comisión Electoral y al otro candidato, Ashraf Ghani, de fraude electoral.
El acuerdo de compromiso que logró el propio secretario de Estado norteamericano, John Kerry, para lograr un gobierno de unidad nacional entre ambos candidatos no es sinónimo de estabilidad política. Más bien es una muestra de las dificultades en las que está sumido el país luego de una década de ocupación militar de la OTAN.
Las diferencias entre Abdulá y Ghani no tienen que ver con el compromiso con la ocupación imperialista, en el que los dos tienen acuerdo, o con los planes de ajuste económicos que deberán aplicar frente a la catástrofe y quiebra financiera que vive el país, sino en cuanto a la relación con el anterior gobierno de Karzai (y las redes de corrupción al interior del estado) y las posibles formas de negociación con el Talibán.
Ghani es un tecnócrata, ex funcionario del Banco Mundial y el ministro de Finanzas que hizo carrera tras su retorno al país luego de la ocupación norteamericana como asesor de Karzai. Abdulá, también fue parte del gobierno de Karzai como canciller hasta 2006 cuando fue desplazado. De padre pastún, etnia que representa el 40 % de la población afgana, participó militarmente como parte de la Alianza Norte en las operaciones que terminaron con el régimen de los talibanes en 2001. Ya se había presentado a elecciones en 2009 en las que perdió contra Karzai y había obtenido el primer lugar en la primera vuelta electoral de este año, antes de la denuncia de fraude por el resultado favorable a Ghani durante la segunda vuelta.
Es ante el temor de mayor inestabilidad en el país y la posibilidad de formación de un Gobierno paralelo que intervino directamente Kerry para lograr un compromiso precario compuesto de un gobierno en el que Ghani es el nuevo Presidente de Afganistán y Abdulá el jefe del Ejecutivo, similar a un primer ministro, un puesto que no existía y que crearon por decreto, a la medida de la crisis que se había abierto.
La situación que vive Afganistán entre el recrudecimiento más importante de los enfrentamientos militares desde 2001 y la profunda crisis económica parece ser un test complicado para el nuevo gobierno. Como señala el Financial Times, “muchos afganos estiman que los dos candidatos y sus partidarios tendrán dificultades para cooperar en las dos tareas esenciales: la lucha contra los insurgentes talibanes y el rescate de una economía que depende todavía de la ayuda extranjera”.
En el plano económico el gobierno ha dejado de pagar los salarios de muchos funcionarios públicos, ya que se ha quedado sin dinero en efectivo, y dependen en gran parte de los 4.000 millones de dólares anuales prometidos por EE.UU. y la OTAN para entrenar y equipar a las fuerzas de seguridad afganas.
En el terreno militar se viene desarrollando en los últimos meses una ofensiva más audaz de parte de los talibanes, e incluso hace una semana, atacaron un distrito en la provincia de Ghazni, cerca de Kabul. Sin embargo parecen estar en una situación de “empate” en el que, como señala la Agencia Stratfor, “Mientras el Talibán no pueda superar militarmente al Estado afgano, o Kabul pueda contener militarmente al Talibán, deberán establecer en algún momento un acuerdo con la insurgencia jihaidista”.
La idea de un acuerdo con un sector moderado del Talibán ya había sido sondeada por EE.UU. bajo Karzai y hoy trata de ser reflotada con el nuevo gobierno de unidad nacional. Es por eso que un día antes de su asunción como nuevo presidente, Ghani hizo un llamamiento a los talibanes para que participen en el proceso político.
Sin embargo en la actual situación parece difícil que un acuerdo de esas características pueda llegar a efectivizarse. Tras la asunción del nuevo gobierno los talibanes han asegurado que no negociarán con la nueva administración, ya que es "esclava" de EE.UU. y "siempre protegerá los intereses" estadounidenses. Como señala Stratfor, incluso suponiendo “que los talibanes están dispuestos a convertirse en moderados hasta el punto de compartir el poder, como lo han indicado en sus conversaciones con los Estados Unidos, van a exigir una reforma significativa del sistema actual”, algo difícil de pensar en el marco de la fragilidad del nuevo gobierno. Y deslizan la posibilidad de un escenario más oscuro en el que la impotencia de los gobiernos de Pakistán y Afganistán para frenar el avance Talibán terminen dando lugar a una región transfronteriza similar a la existente entre Siria e Irak, hoy bajo poder del Estado Islámico.
El próximo período dirá cuan cerca se puede estar de un escenario como este. Pero lo cierto es que a la debilidad palpable del nuevo gobierno afgano se le suma a la declinación de la hegemonía norteamericana, que últimamente, como lo vemos en Ucrania y Medio Oriente, tiñe todas las áreas en conflicto del mundo.

Juan Andrés Gallardo
Editor de la sección internacional de La Izquierda Diario