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Con otros ojos. Feminismos, crímenes y castigos

La discriminación, la inequidad, el desprecio, la humillación son algunas de las infinitas formas en que puede manifestarse el maltrato. El maltrato, sin duda, produce daño a quien lo recibe. Pero no siempre constituye un delito del Código Penal. Desde las propuestas de tipificar nuevos delitos hasta la cancelación en redes sociales son prácticas que proliferan cuando quienes sufrieron un daño consideran que no se escucha su pedido de reparación. Pero, estos reclamos de nuevas penalizaciones, o castigos simbólicos y hasta populares ¿resuelven el problema?

Andrea D'Atri

Andrea D’Atri @andreadatri

Martes 7 de junio de 2022 09:55

Feminismos ¿crímenes y castigos? - YouTube

En su libro Zona de Promesas, la escritora Florencia Angilletta habla de estas relaciones posibles entre maltrato, daño y delito: "Si todo es delito, nada es delito. Elástico, en una zona más bien gris, se contornea el ’maltrato’. Esta palabra opaca condensa una serie de prácticas que pueden resultar dañinas, aunque no siempre constituyan un delito. Homologar todo ’maltrato’ a ’violencia de género’ puede obturar la discusión y, muchas veces, perjudicar a quienes padecen contextos más vulnerables para que sus denuncias sean escuchadas por el Estado."

Las luchas de las mujeres, a lo largo de los siglos, fueron revelando la construcción social e histórica de esas "prácticas que pueden resultar dañinas, aunque no siempre constituyen un delito": estigmatizaciones, mandatos, estereotipos y prejuicios respecto de la relación entre los géneros y de qué es una mujer. Presupuestos que se daban por verdades absolutas, como algo natural, esencial, incuestionable.

Cada vez que uno de estos mitos fue diseccionado, las mujeres se sintieron un poco menos inferiores, un poco más libres, con un poco más de fuerza para proseguir la lucha por derribar los obstáculos que aún impedían su plena emancipación.

En los años ’70, esas revelaciones sacudieron a millones de mujeres en todo el mundo. En el documental Ella es hermosa cuando está enojada, de 2014, una mujer norteamericana recuerda aquellos años ’70 cuando emergía lo que se conoce como la segunda ola del feminismo, con estas palabras: "Una amiga me dio el libro de Betty Friedan, La Mística de la Feminidad. Todavía me hace llorar. El libro me impactó. Fue el momento justo. Lo leí esa misma noche y lo supe: no era él, no era yo, era la sociedad."

No era él. No era yo. Era la sociedad. El malestar no se conjugaba en singular y la responsabilidad del daño, tampoco. Las mujeres le abrieron la puerta de sus hogares a la política, en sentido amplio: algo de lo que allí sucedía no era subjetivo, privado, personal.

Las mujeres estaban en condiciones de inferioridad respecto de los varones y esto explicaba muchos de los comportamientos y muchas de las situaciones en las que ellas se sentían dañadas, aunque el malestar ni siquiera tuviera nombre. Lo que ocurría en la cotidianeidad de las vidas particulares hundía sus raíces en una sociedad en la que se originaba, se reproducía y se legitimaba la jerarquización de las diferencias. Y esa desigualdad había que combatirla.

Sin embargo, en las últimas décadas, se invirtió este recorrido. Veamos.

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Los valores del individualismo que ha sembrado el neoliberalismo, no solo construyeron la ideología del "sálvese quien pueda" y la meritocracia -que también fomenta un cierto feminismo institucional que se solaza en el éxito de las emprendedoras, empresarias y mujeres con poder político-, sino también una particular manera de comprender la opresión.

De remitir la experiencia personal a condiciones materiales y estructurales que permitían hacerla inteligible en términos colectivos, pasamos a la transformación de ese fenómeno colectivo ’en un hecho que atraviesa una biografía individual’. Y ese hecho, que es siempre interpretado como un acto de violencia, también está perpetrado por un individuo.

Se produce lo que Agustina Iglesias Skulj señala como un "salto semántico expresado en el pasaje del lenguaje de la opresión de las mujeres al de la victimización."

La jurista feminista italiana Tamar Pitch también lo señala cuando escribe que "Violencia sustituye pues a opresión, que era un término que el feminismo de la década de 1970 adquiría del lenguaje político de la izquierda. Opresión indicaba una condición que invadía todos los ámbitos de la vida de la mujer individual, condición que dicha mujer compartía con las demás mujeres, precisamente por una cuestión de género, y que, por tanto, delineaba un sujeto colectivo en estrecha analogía con la ’clase’."

¿Por qué ciertos problemas sociales se empezaron a formular en términos de problemas criminales? Allí donde el concepto de opresión remitía a sistemas económicos, políticos y estructuras sociohistóricas, el término violencia introducía a la víctima individual como sujeto que, solo en tanto tal, tenía voz en el espacio público para hacer oír su reclamo. El desplazamiento de lo colectivo a lo individual y desde el ámbito político, y de las luchas sociales al del Derecho penal fueron las consecuencias inevitables.

Si la apelación al sistema jurídico de los movimientos feministas era, hasta entonces, para denunciar y eliminar o limitar las restricciones legales que coartaban la libertad de las mujeres (eliminar la tutela de padres y maridos, eliminar las restricciones al voto o al ejercicio profesional, etc.); ahora, esa apelación tenía un sentido contrario. Durante la hegemonía neoliberal, ciertos feminismos se proponen conseguir reformas sociales a través de una expansión del sistema penal, introduciendo nuevos delitos en el ordenamiento jurídico o pidiendo el aumento de penas por delitos ya contemplados. Ya no se trata de desigualdades a combatir, sino de diferencias declinadas como identidades que es necesario valorizar y, sobre todo, tutelar.

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El foco se posó sobre la sexualidad. Como señala Pitch, "el modo en que el sexo y la sexualidad vienen construidos y percibidos cambia considerablemente en los años ’80 y el subsiguiente período: se pasa de una visión positiva y dominante de la cultura de 1968 -donde el blanco de la polémica era sobre todo la familia tradicional, sus jerarquías, su autoritarismo (y el sexo, por lo tanto, era visto como el lugar y el instrumento de liberación y libertad)- a una negativa (el sexo como peligroso, siempre en riesgo de transformarse en violencia y, por tanto, con la necesidad de enmarcarlo en precauciones y cautelas)."

La categoría de "violencia sexual", que los feminismos lograron introducir en los sistemas jurídicos permitiendo que se reconociera un problema social que había sido silenciado y considerado de índole privada, empezó a extenderse más allá de los graves delitos contemplados en la legislación de la mayoría de los países occidentales. Las insinuaciones eróticas inesperadas, las miradas lascivas, los comentarios no solicitados (obscenos o no) sobre los cuerpos femeninos, también comenzaron a considerarse manifestaciones de la violencia sexual de la que las mujeres son víctimas.

De golpe, ciertos sectores del movimiento feminista se encontraron constituyendo una "extraña pareja" con los sectores tradicionalistas, conservadores y reaccionarios de las iglesias. El riesgo de que una batalla legítima contra la violencia sexual se convirtiera en una cruzada moralista, es reconocido por distintas autoras y protagonistas de este extenso debate en el seno de los feminismos.

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En el mismo acto en que todos los hombres se convierten en potenciales perpetradores de actos de violencia sexista, todas las mujeres quedan reducidas unilateralmente a su carácter de víctimas.

Dice Angilletta que "el punitivismo opera como un modo de producción de subjetividades: personas a las que hay que temer, condenar, expulsar de la ciudadanía, y personas a las que hay que cuidar, proteger o retar si no cumplen con las pautas, y hasta maternalizar o infantilizar."

Y esto provoca una paradoja, porque la ley no contempla la existencia de grupos sociales que sean esencialmente, en todo tiempo y lugar, víctimas o victimarios. El Derecho solo puede establecer que alguien es una víctima en determinada circunstancia y en relación a determinado hecho tipificado en el Código Penal. El Derecho no permite "castigar" al sistema capitalista patriarcal.

Pero además, el Derecho penal opera mediante el castigo al victimario, pero no garantiza que el delito denunciado deje de ejecutarse, por otros sujetos. Es vox populi que ningún aumento de penas ha devenido en una reducción del delito que condena. Y no solo eso: además, el Derecho penal no centra su propósito en la reparación de las víctimas. Por el contrario, incluso cuando se trata de brutales crímenes de violencia sexual y femicidios, es más esperable que se termine revictimizando a las víctimas mediante inescrupulosos y superfluos interrogatorios sobre su vida privada y sus costumbres o asegurando la impunidad para los victimarios en base a sentencias plagadas de prejuicios misóginos.

Por esa razón, proliferan las denuncias públicas, los escraches, las cancelaciones en redes sociales. Aunque se trata de diferentes dispositivos para actuar en distintos espacios y frente a diversos hechos considerados dañinos, mayoritariamente, la intención que revelan es la de "hacer justicia" donde las instituciones no lo hicieron, replicando una lógica propia del tribunal penal pero en el espacio público. "Se denuncia una falta, una deuda, un daño y se produce algún tipo de sentencia, y también una especie de alerta a la población", señala la feminista Virginia Cano. Pero prosigue advirtiendo que "el escrache y el aislamiento implican una apuesta política por una tecnología de subjetivación que hace de la individuación y la separación su operación constitutiva, al tiempo que reaviva una de las razones -y de las pasiones- más peligrosas del capacitismo heterocisnormalizador: el deseo de seguridad. Entre el discurso del autocuidado y el de la seguridad se tejen los hilos que hacen del sueño de un espacio seguro un terreno fértil para los exilios y los destierros que muchas veces acaban depositando en un par de nombres propios el deseo de separar la buena de la mala yerba, las víctimas de lxs victimarixs, lxs agresivxs de lxs agredidxs."

Es decir, se replica esta cuestión de esperar que un conflicto social se resuelva en términos individuales, como lo presupone la ideología liberal.

El giro securitario neoliberal ha impregnado al feminismo de un lenguaje punitivista, sustituyendo la política por la moral: ya no hay un "mal" (la opresión de las mujeres) que combatir y eliminar, sino "malos" singulares, individualizados, a los que hay que reprimir y castigar.

Podría pensarse que opera cierta ingenuidad en creer que por la vía del punitivismo se puede acabar, de un plumazo, con la discriminación de las mujeres en esta sociedad capitalista patriarcal. También, que esta búsqueda de soluciones rápidas denota cierta dificultad para soportar la frustración que significa lidiar con las cotidianas experiencias desagradables que nos depara una sociedad misógina, heterosexista, racista, etc.

Pero también podemos cuestionarnos que se parece mucho a la búsqueda de un atajo en el camino de resolver un problema complejo que requiere, como tantos otros, del esfuerzo de la organización colectiva y la disposición a la movilización y la lucha persistentes. Ni una menos hoy en las calles para combatir contra todas las opresiones que quieren subordinarnos en la impotencia. No hay otro camino para forjar una sociedad en la que las diferencias no necesiten ser tuteladas, porque habremos eliminado las desigualdades de raíz.


Andrea D’Atri

Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en (…)

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