En el 2017, la televisión danesa lanzó Forbrydelsen, serie policial de una hora de duración narrada en tiempo real que cubre, al cabo de la primera temporada, veinticuatro horas de una investigación.
Viernes 13 de enero de 2017
No son pocos los espectadores que hemos percibido la sequía de buenas ideas en las producciones americanas, por lo menos en lo que a series televisivas respecta. Por supuesto que no todo es deplorable. Podríamos enumerar a muchas que escapan a esta realidad, pero lo cierto es que la aridez se percibe. El surgimiento de series de excelente calidad en otros rincones del mundo no pasa inadvertida para la oportunista industria yanky que ha producido adaptaciones, según dicen, para un público que no aprecia los subtítulos pero que (todos sabemos) no es otra cosa que un intento de disimular su propia aridez. Por esto es que The killing, la adaptación de AMC del 2011 sobre una serie danesa (Forbrydelsen) no pudo evitar el resbalón que significa caminar mirando hacia el otro, y recibió un desdén generalizado.
Para ser justos, no compartimos en su totalidad esta mala crítica. Sólo que Forbrydelsen deja poco lugar para la copia. En efecto, esta serie estrenada en Dinamarca en el año 2017 está considerada, a la fecha, como una de las mejores series dramáticas de la televisión europea y una de las mejores producciones a nivel mundial en los últimos años. Y no es exagerado.
Resumir el argumento de Forbrydelsen no es complicado: la serie recorre la investigación de Sara Lund (Sofie Grabol), detective de la policía de Copenhague que investiga la violación y asesinato de una joven de diecinueve años encontrada en el baúl de un auto hundido en un lago. Sólo que el guión no se contenta con esta trama simple. Muy por el contrario, muestra no sólo el transcurso de una investigación que, para desesperación de los personajes, se complica a cada paso sino también el entrecruzamiento de un político de Copenhague en plena campaña electoral y el sufrimiento profundo de la familia que ha perdido a su amada hija mayor. Esta imbricación del tejido narrativo es, a nuestro parecer, lo que le confiere su gran calidad ficcional.
Hay algo que, sin embargo, nos complace mucho más: Forbrydelsen da por tierra con ciertos preconceptos de las series policiales que parecieran pregonar que sólo la acción, vertiginosa y constante, es capaz de atrapar nuestro interés. Muy por el contrario, la serie pondera los diálogos, sostiene un suspenso que flota como bruma sobre el río y agrega algo, sólo un poco, de acción. Así que no faltará quien diga que la serie irrita con su parsimonia, pero esta no es otra cosa que una crítica de quienes adolecen de escasez de concentración.
Pero nuestra crítica no estaría completa si obviáramos uno de los grandes logros de Forbrydelsen, y es la profunda imbricación que existe entre lo que es un personaje y su interpretación. A nuestro entender, si bien toda ficción culminada dificulta este desglose, aquella que sobresale siempre nos permite disfrutar de dos entidades que, a la postre, son particulares: algo así como distinguir los ingredientes individuales que componen un buen manjar. Los personajes de Forbrydelsen escapan al prototipo, invierten el paradigma: lo que la mayoría de las series policiales construye como protagonista, el investigador verborrágico, varonil y desbordante de testosterona aquí es una mujer taciturna, con ausencia de empatías sociales, tenaz. Así es: Sara Lund escapa a la charla ocasional, se aparta con brusquedad cuando no es de su interés; conforme su obsesión la sumerge en su trabajo sus tics la alejan del mundo.
Y si bien podemos aplaudir la originalidad de los personajes, en esta escisión que mencionamos antes no olvidamos, ni por un segundo, a aquellos que le dan vida, a quienes les confieren una encarnadura sobria, sin tendencia a la sobreactuación. Sofie Grabol construyó, de manera plenamente consciente, una expresión distinta de feminidad incluso participando en el guión de forma casi tan obsesiva como su personaje ficcional. Ella confiesa que se inspiró en la conducta de los héroes masculinos para romper con el estereotipo de los personajes femeninos (lo que deja a la masculinidad contra las cuerdas, si pensamos cuánto de femenino reprimido hay en los machos alfa del género policial). Sin embargo, sus confesiones van más allá: su empatía con el personaje la llevó a darle a Sarah Lund un silencio, una soledad y una orfandad de pasado cuyo único objetivo era acrecentar ese halo misterioso y sugerente. ¡Cuánto de analítico y racional tiene el trabajo artístico!
Para felicidad de la serie, Grabol es dueña de una sobriedad capaz de sugerir con sólo una mirada, mostrar sin mover un músculo, sufrir con tan sólo un gesto. Esta tendencia al minimalismo es, quizá, la síntesis entre personaje e interpretación que tan necesario resulta al momento de protagonizar una historia.
Su contrapartida norteamericana, The killing, es bastante pobre con respecto a su predecesora. Nos choca desde el inicio su subestimación del espectador: las pistas falsas que se nos ofrece, como el remate de un mal chiste, son demasiado obvias. Y en este menosprecio se encuentra, tal vez, la mayor debilidad de la serie, atrapada como está en la cultura del policial americano que sólo puede innovar si copia los aciertos ajenos.
Es posible que la antipatía de Sara Linden (Mireille Enos), su protagonista, y el creíble desenfado del adicto compañero Stephen Holder (Joel Kinnaman) sean los que ganan algo de crédito para esta serie. Ambos son seres profundamente heridos, solitarios y desamparados, que conviden con sus odios y reencuentros a lo largo de toda la historia así que identificarnos con ellos no nos resulta difícil.
En sus dos primeras temporadas, The killing nos cuenta el asesinato de una joven, el dolor de su familia y los objetivos truncos de un vacilante candidato político (como en Forbrydelsen), y los asesinatos de chicas jóvenes y el exterminio de una familia entera en sus dos restantes temporadas. Cada una de ellas introduce un estrato social muy diferenciado: una familia de clase media trabajadora, adolescentes lumpenizadas y huérfanas de todo afecto y una adinerada familia con casi todos sus miembros asesinados. Todo presentado como pequeños aciertos en sus miserias y secretos, rincones lúgubres donde lo que sobresale, más allá de los crímenes, es que el sufrimiento cotidiano de las clases bajas, con demasiada frecuencia, encuentra poca comparación con el de las clases altas.
Las poco creíbles maniobras de un político, el giro final que libra a la protagonista de un crimen innecesario, ajeno a su personalidad, incluso ese final tan alargado como un mal cocido fideo, nos da la sensación de que alguien pretendió contar muchas cosas en pocos minutos.
Y es aquí, al momento en que la serie parece querer imprimir algo de su propia impronta, cuando nuevamente nos llega la sensación de que tantos rodeos y tantas falsas sugerencias tienen el mezquino objetivo de pretender alcanzar el climax sólo cuando ya no hay para dónde ir.
Al fin y al cabo, habiendo invertido nuestro entusiasmo en ambas series, nos reconfortan los protagónicos de esas mujeres insólitas. Ellas no son las buenas madres que la sociedad, con tanto esmero, se ha empeñado en formar. No son las gráciles ni sensuales féminas que los modelos se empeñan en pregonar. No son las gentiles compañeras ni novias ni amantes que todo hombre espera. No. Son mujeres que han optado por destinos propios, auténticos, personales. Son las que dominan su propio mundo, bañadas en contradicciones y dolientes como cualquiera, lejos de una reivindicación feminista pero aniquiladoras, al fin, de todo estereotipo.