El vehículo oficial de la dictadura es una de las muestras de la estrecha relación entre el gobierno de facto con el gran empresariado nacional y multinacional que operaba en el país.
Jueves 21 de marzo de 2019 23:52
“Era un sábado a la noche, tenía plata y hacía calor, me dije -viejo aprovechá sos joven- y me fui al cine a ver una de terror, salí a la calle, paré un taxi, y me fui por ahí"
La imagen apareció en el buscador al poner "Ford Falcon Policía Federal". Enseguida me llamó la atención, entre muchas otras de Ford Falcon, esta foto blanco y negro del patrullero con la inscripción "Comisaría 49". Tal vez porque es la de mi barrio, ahí en la calle Machaín casi Congreso, esa larga cuadra que esquivé desde el golpe del 76, año en el que empecé a perder la inocencia del niño que veía al policía como el vigilante bueno de la esquina.
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La foto, encuadrada con poco cuidado, muestra a los sonrientes ocupantes del patrullero, que miran a cámara con sus uniformes, con gorras y bigotes reglamentarios y empuñando sus itacas en posición de descanso. Se los ve felices. ¿De qué se reían? Quizás sólo respondieron al pedido del fotógrafo "a ver, sonrían, milicos" si, como suponemos al ver el lugar vacío del conductor, éste fue el autor de la selfie policial.
“Bajé en Sarmiento y Esmeralda, compré un paquete de pastillas Renomé,
en eso siento que un señor me llama, al darme vuelta me di cuenta que eran seis, muy bien peinados, muy bien vestidos y con un Ford verde”.
Los Falcon verdes empezaron a aparecer en esa época y recorrían las calles de Buenos Aires, aunque también los había grises y celestes metalizados, según la fuerza a la que pertenecían. Se decía que los podíamos reconocer por el número de patente: una "C" (de Capital) seguida de "111", encabezaba las chapas de todos los móviles, aunque bastaba ver el aspecto de sus ocupantes para darse cuenta de su ocupación, todos con anteojos de sol, aún de noche.
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La represión se movilizaba con la marca del óvalo azul. A cambio, las fuerzas de seguridad de la dictadura instalaban un campo de concentración en la planta de Pacheco, para organizar la persecución, detención y desaparición de los delegados y activistas de la fábrica. Un servicio de represión a domicilio.
En diciembre pasado se condenó, finalmente, a dos ex directivos de la fábrica junto a un jefe militar, por los delitos de lesa humanidad cometidos contra 24 trabajadores de Ford. Es la primera vez que se lleva a juicio a civiles acusados de complicidad con el régimen militar. Durante el proceso judicial se probó la actuación en conjunto entre el jefe de manufactura de la planta, Pedro Müller, su jefe de seguridad, Héctor Sibila y el comandante militar de la zona Santiago Omar Riveros, quienes fueron condenados a diez, doce y quince años de prisión respectivamente.
“Pensé que se trataba de cieguitos...anteojos negros usaban los seis, al llegar me dijeron -Buenas noches, dónde trabaja, dónde vive, usted quién es- acto seguido, me invitaron a subir, al Ford”.
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Los patrulleros Ford y los Falcon verdes, imponían a fuerza de motores rugientes y chirrido de gomas, el terror en las calles de la ciudad, del Gran Buenos Aires y de las ciudades del resto del país. Tal vez una de las más claras utilizaciones de una marca como herramienta de sometimiento. El modelo de auto más popular del país, el más confiable y seguro, era usado como arma en contra del pueblo trabajador, para imponer un feroz plan de ajuste y disciplinamiento social mediante el terror represivo.
“Llegamos a un edificio, y comportándose con toda corrección, me sometieron a un breve interrogatorio, que duró casi cuatro horas y fracción. -Se hizo muy tarde- dijeron -no hay colectivos, quedesé, por favor”
Fueron casi siete años de la más sangrienta dictadura, que se cobró 30 mil vidas de militantes, activistas, intelectuales y artistas, y el exilio de otras decenas de miles de argentinos. Además significó la estafa en miles de millones de dólares a través de la estatización de la deuda de empresas privadas y la concentración de la economía en manos de esas mismas empresas, que como Socma, Techint o las multinacionales Ford y Coca Cola, entre muchas otras, fueron instigadoras y principales beneficiarias de la represión del régimen de Videla, Massera y Agosti.
El alzamiento obrero venía en desarrollo desde el gobierno de Isabel y López Rega. El “Rodrigazo”, la gran movilización obrera de junio de 1975, con la primera huelga general contra un gobierno peronista, se llevó puestos al “Brujo” y al ministro Rodrigo, pero la CGT impidió que fuera también contra el gobierno corrupto y fascista de la viuda de Perón, quien meses más tarde, debilitada, no opuso resistencia al golpe de la junta militar, que en marzo de 1976 llegó con sus botas, sus balas y su terror a bordo de los Falcon para disciplinar al movimiento obrero.
La gran movilización obrera, antiburocrática y coordinada del cordón industrial del Gran Buenos Aires, no llegó a desarrollarse por la falta de una dirección que condujera ese impulso hacia una salida a favor de los trabajadores y el pueblo. En esa oportunidad, como tantas otras, ganaron los empresarios.
La próxima vez, se les va a borrar la sonrisa a los policías del Falcon.
“A los tres días de vivir con ellos, de muy buen modo me dijeron: -vayasé- me devolvieron mis cordones y mi cinto, los tenían ellos no les pregunté por qué, cuando salía, me prometieron, me aseguraron, lo repitieron: -Nos volveremos a ver-” (*)
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*Pensé que se trataba de cieguitos, letra y música, Pipo Cipolatti-Los Twist (1983)