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Red Internacional
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Historia. Francisco Villa y la División del Norte

En este nuevo aniversario del natalicio del Centauro del Norte, publicamos fragmentos del ensayo “Senderos de la Revolución”, de Pablo Oprinari, incluido en el libro “México en llamas”.

Domingo 5 de junio de 2016 01:37

Zapata y Villa, una fuerza social independiente

Lejos de existir una burguesía urbana antagónica a los latifundistas, predominaba una profunda imbricación entre la propiedad terrateniente, el capital extranjero y los grandes propietarios en los sectores de la producción y de la extracción de materias primas; por otra parte, desde el clan Madero hasta el núcleo dirigente del constitucionalismo, eran grandes propietarios de tierra o provenían de los sectores acomodados del campo. Como consecuencia de esto, las distintas fracciones políticas y militares de la burguesía se opusieron, en todo momento, a la resolución íntegra de las demandas agrarias, en la medida que esto implicaba atacar al latifundio y poner así en tela de juicio un desarrollo capitalista donde la propiedad de la tierra era uno de sus elementos constitutivos.

Esto es fundamental para entender por qué el proceso iniciado en noviembre de 1910 no pudo ser congelado en las reformas políticas; por el contrario, los posicionamientos antagónicos en torno a la cuestión agraria se constituyeron como la clave estructural de los acontecimientos de esos años. Y se tradujeron en la creciente extensión y explosividad de una Revolución que inició bajo el cobijo del llamado de un ala de la clase dominante y se radicalizó más tarde, expresándose esto en la lucha que dio la fracción más avanzada del campesinado, primero contra Díaz, luego contra Madero, más tarde contra Huerta y finalmente contra Carranza y Obregón, poniendo en cuestión los cimientos del capitalismo mexicano.

Ante el conservadurismo de las direcciones políticas burguesas, el heterogéneo campesinado y en particular los sectores organizados en los ejércitos de Villa y Zapata, tendieron a actuar como una fuerza social independiente.

Mientras que las direcciones radicales como el zapatismo y el villismo fueron impulsadas por las masas rurales a intentar la resolución de sus demandas por la vía de la ruptura violenta de la legalidad burguesa, tal como se expresó en las ocupaciones de tierras y en las expropiaciones de los hacendados, las fracciones encabezadas por representantes de la burguesía y la pequeñoburguesía pretendieron imponer distintas soluciones que tenían en común la contención del proceso revolucionario, con el objeto de no resolver la cuestión agraria. Esto fue compartido por el maderismo, el carrancismo y el obregonismo; estos últimos, fueron las dos principales fuerzas actuantes desde 1913 dentro del constitucionalismo, que apostaron a recomponer la dominación burguesa, después que el torbellino campesino aniquiló al Ejército Federal a mediados de 1914 y destrozó las instituciones del porfiriato preservadas por el gobierno de Madero.

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Una lectura marxista del villismo

El 8 de marzo Villa regresó de su exilio en Estados Unidos, y se sumó a la preparación de las acciones militares, reclutando el núcleo inicial de su ejército de las sierras de Chihuahua. A principios de abril, los rebeldes se movían por el occidente de este estado en numerosas partidas de varios centenares de combatientes, mientras que “menos de un mes había bastado para que la tercera parte del territorio de Durango cayera en manos de los rebeldes populares” (1). Hay que destacar que las partidas actuantes en estos estados se levantaron sin coordinación entre sí, y durante buena parte de 1913 no tuvieron un mando centralizado.

Las mismas sólo se referenciaban con el liderazgo nacional de Carranza, pero su actuación cotidiana era autónoma de las directrices del Primer Jefe.

Las diferencias con los ejércitos originados en Coahuila y Sonora eran evidentes. En primer lugar, hay que considerar la larga historia de conflictos agrarios y sociales en distintas zonas de Chihuahua, Durango y la comarca lagunera, de donde surgieron los contingentes centrales de lo que luego fue la División del Norte (2), una historia distinta a los otros estados de la región. Esto se expresó en el espíritu de lucha de sus combatientes, motivado por el enfrentamiento a la oligarquía y sus gobiernos, lo cual se potenciaba por el hecho de que los destacamentos se agrupaban por la zona o comunidad de origen, compartiendo experiencias y penurias, con una composición social muy heterogénea –en cierta medida expresión de la diversidad de los sectores agrarios populares. Katz, por ejemplo, plantea que:

[…] la División del Norte no era en modo alguno un ejército exclusivamente campesino.

Había también vaqueros, mineros y personas sin ocupación fija. Además, muchos de los campesinos que procedían de otras regiones de México se incorporaban como individuos y no como comunidades, a veces por conciencia revolucionaria, a veces simplemente para sobrevivir. Recibían una paga regular, bonos después de cada victoria y, para algunos de ellos por lo menos, el ejército se convertía en un modo de vida (3).

Paco Ignacio Taibo II, por su parte, sostiene que:

[…] se trata de ferrocarrileros, panaderos, abigeos, vaqueros, carniceros, ex soldados, pequeños comerciantes de pueblo, bandoleros, maestros de escuela, arrieros, rancheros con poca tierra y algo de ganado, peones sin tierra, mineros, albañiles; y casi todos tienen en común la movilidad laboral […] resulta relativamente sencillo definirlos a partir de sus enemigos comunes: la oligarquía agraria industrial chihuahuense y su instrumento militar (los rurales, la acordada), la estructura militar porfiriana, los grandes comerciantes extranjeros (españoles) y los pequeños comerciantes (chinos y libaneses) y el clero católico (4).

Los mandos de lo que a partir de septiembre de 1913 sería la División del Norte tenían una composición social y una relación con su tropa muy distinta a la que construyó la jefatura de los Ejércitos del Noroeste y del Noreste. Rancheros independientes, intelectuales o maestros (como José I. Robles o Eugenio A. Benavides), en algunos casos “rancheros ladrones” (como denomina Pedro Salmerón a Tomás Urbina y Trinidad Rodríguez) o trabajadores reclutados individualmente (como el caso de Rodolfo Fierro), en su mayoría devenían su mando militar de ser caudillos regionales y de haber sostenido antes una lucha contra los agravios del viejo régimen, cuya mayor expresión fueron los caudillos agraristas duranguenses que mencionamos anteriormente (5).

Aunque las fuerzas rebeldes actuantes en Durango y Chihuahua estaban formalmente encuadradas en el constitucionalismo y obedecían las directrices del Primer Jefe, sus mandos debían su liderazgo efectivo a la autoridad ganada ante los combatientes, de igual forma que el nombramiento de Villa residía en la decisión de los distintos jefes que en la hacienda de La Loma, el día 26 de septiembre de 1913, delegaron el mando en el Centauro, en lo que fue el acta de nacimiento de la División del Norte.

El villismo fue la expresión militar más avanzada de la rebelión agraria contra los terratenientes norteños, incubada en los años previos a la Revolución y que hizo eclosión en la lucha primero contra Díaz y luego contra el huertismo, así como en el descontento con la postergación, por parte de Madero, de las demandas sociales de los revolucionarios de 1910-1911.

Basado en una masa popular heterogénea que se armó y entró a la bola, hay que establecer que el quiebre institucional en Chihuahua y Durango, que resultaba en que no había gobierno estatal que se arrogara el resguardo de la legalidad maderista, abrió el cauce para la emergencia de una dirección militar plebeya y la impulsó a adoptar medidas políticas y económicas que transgredieron en muchos aspectos el programa del mando constitucionalista.

No pretendemos obviar ni sus limitaciones ni aquellas páginas de la historia que muestran a Villa como una figura plagada de contradicciones políticas; tampoco dejar de lado sus diferencias con el agrarismo zapatista ni adjudicarle un programa que no tenía. La confianza de Villa en Madero, su participación en la represión contra la rebelión de los colorados (tan contradictoria y compleja como el mismo villismo) y su confrontación con los magonistas, expresaron lo tortuoso que para las masas agrarias y populares resultó realizar una experiencia con el gobierno maderista y el lastre que representó la confianza en el mismo por parte de sus caudillos.

Pero es evidente que, después del levantamiento contra Huerta, el proceso en Chihuahua y Durango asumió una dinámica que, motorizada por la lucha contra la dictadura, pondría en el centro la confrontación con el régimen político, social y económico de la oligarquía norteña.

Notas

1 Pedro Salmerón: La División del Norte, p. 310.

2 Según Pedro Salmerón, “la unión de los laguneros y cuencamenenses con los revolucionarios de Chihuahua y el norte de Durango fue lo que dio vida a la División del Norte” en Pedro Salmerón, op. cit., p. 154.

3 Friedrich Katz, Pancho Villa, México, Era, 1era. ed. 1era. reimp., 1999, vol. I, p. 352.

4 Paco Ignacio Taibo II: Pancho Villa / Una biografía narrativa, México, Planeta, 2007, p. 378.

5 Pedro Salmerón, op. cit., p. 409. Para ampliar lo referente a la relación entre los hombres que protagonizaron la rebelión en Chihuahua y Durango y la estructura económico-social, el proceso histórico y la misma geografía regional, véase la obra citada.