En Ciudad Juárez, metrópoli fronteriza de la maquila y el femicidio, Francisco hace alusión a la super explotación de los trabajadores de la frontera.
Jueves 18 de febrero de 2016
Fotografía: EFE
Imposible no hablar de explotación en Ciudad Juárez
La gira del Papa por México ha sido cuidadosamente diseñada para que el sumo pontífice haga pie en los focos rojos de la convulsiva realidad mexicana: San Cristóbal de las Casas, Ecatepec, Morelia y ahora Ciudad Juárez. Al salir de su visita al Penal de la ciudad, se refiere a la multitud congregada a muy pocos kilómetros de la frontera con Estados Unidos.
En Ciudad Juárez, justo cuando se sostiene el acampe de las obreras de Lexmark y una trabajadora maquiladora, Antonia Hinojos, disputa el derecho a presentarse como candidata independiente, Francisco arremete: “¿Qué quiere dejar México a sus hijos? ¿Quiere dejarles una memoria de explotación, de salarios insuficientes, de acoso laboral?”.
Era de esperarse. Como planteamos en las páginas de Izquierda Diario, la agenda reformista y de “regeneración de la iglesia” de Francisco, en el caso mexicano, no puede, si pretende tener éxito, omitir los graves flagelos sociales que padecen las masas desposeídas. Y es Ciudad Juárez la cuna de los salarios de miseria, las jornadas extenuantes y el acoso laboral.
Las grandes trasnacionales y sus socios menores nativos en México han encontrado en el paraíso maquilador del norte una fuente inagotable de riquezas: la esclavitud moderna se cierne sobre los 300 mil trabajadores que laboran en la maquila.
De objetos de explotación y barbarie a sujetos de lucha
Como en otras ocasiones, el Papa tiene que arremeter contra el “liberalismo rapaz” de las últimas décadas, a pesar de que no necesariamente esto restaure las mermadas relaciones entre la iglesia católica –identificada con las estructuras más rancias del poder político internacional- y las masas.
No puede omitir una verdad hasta ahora callada en Ciudad Juárez: “la mentalidad reinante pone el flujo de las personas al servicio del flujo de capitales provocando en muchos casos la explotación de los empleados como si fueran objetos a usar y tirar”.
El mensaje cala porque la inmensa mayoría de obreros maquiladores son mujeres que, durante dos décadas fueron “objetos a usar y tirar” en las fábricas. Pero Francisco no va tan lejos y decide cuidadosamente no mencionar que, así como las obreras son objetos desechables en la maquila, también lo son en los engranajes de la maquinaria femicida que persiste en la frontera, gestionada por políticos, empresarios, policías y militares.
Y no fue precisamente la iglesia quien destapara esta infame realidad. Fueron estas obreras, madres, hermanas, hijas que salieron al desierto a buscar a sus mujeres y pasaron por todas las humillaciones y vejaciones posibles frente a cada gobierno de turno al grito de ¡Ni una muerta más!
Ahora, después de décadas de padecer el flagelo, ya no solo piden justicia para sus muertas y desaparecidas sino que exigen también salarios dignos, sindicatos, prestaciones laborales y terminar con la infame dictadura de fábrica que se cierne sobre sus vidas. Las obreras le están gritando al mundo una verdad que es imposible negar actualmente porque el año pasado -como rayo en cielo sereno- irrumpieron las luchas obreras de Foxconn, Comscope, ADC, Eaton y Lexmark.
Dice Francisco que “Dios pedirá cuenta a los esclavistas de nuestros días” pero, en los rostros duros y decididos de las obreras de Ciudad Juárez y sus compañeros se atisba que serán los nuevos esclavos insurrectos los que saldarán cuentas con sus explotadores.