Se dice que Benito Mussolini solo había visto un partido de fútbol en su vida. Esto no le impidió percatarse de las posibilidades políticas y propagandísticas que el juego podía depararle.
Lunes 13 de octubre de 2014 00:45
El fascismo exaltaba entre sus valores a la juventud (el himno fascista italiano, “Giovenezza”, era todo un ejemplo de esto), la acción, la fuerza y la misma violencia.
El fascismo entendió rápidamente en lo que consistía el fútbol y, al igual que el cine, fue usado como soporte propagandístico.
En 1934, Benito Mussolini se las arregló para que el segundo mundial de la historia se jugara en Italia. La otra sede propuesta era Suecia, pero este país cedió ante las presiones del gabinete del Duce.
Mussolini se dirigiría a Giorgio Vaccaro, presidente de la Federación Italiana de Fútbol y miembro del Comité Olímpico Italiano, de la siguiente manera:
BM: “No sé cómo hará, pero Italia debe ganar este campeonato”.
GV: “Haremos todo lo posible...".
BM: “No me ha comprendido bien, general… Italia debe ganar este Mundial. Es una orden”.
Diversos emisarios italianos convencerían al argentino Luis Monti para que fichase por la Juventus de Turín, tras ofrecerle cinco mil dólares mensuales de sueldo, una casa y un coche. Toda una fortuna que el argentino no pudo rechazar.
Otros argentinos, como Atilio Demaría, Enrique Guaita y Raimundo Orsi, así como el brasileño Guarisi, jugarían para la selección italiana.
Ya comenzado el torneo, los partidos se iniciaban al grito de “Italia, Duce”. La gran victoria fascista estaba en marcha...
Acá viene lo lindo: en cuartos de final se enfrentarían Italia y España. Fue una verdadera batalla campal, en la cual los italianos usaron todos los artilugios fuera del reglamento para ganar el partido. España tenía un equipo superior, liderado por su arquero Ricardo Zamora, “El Divino”, y por su goleador Lángara. Acababan de vencer a Brasil por 3 a 1, y Zamora había sido el primer arquero en atajar un penal en un mundial (a Leónidas).
Este partido pasó a la historia como “La Batalla de Florencia”. Ganaba España por 1 a 0; los italianos lograron empatar de esta manera: Ferrari remataría al fondo de las mallas un centro, no muy peligroso, mientras Schiavio agarraba a Zamora para que no pudiese ir hacia el esférico. Increíble.
Zamora, Ciriaco, Lafuente, Iraragorri, Gorostiza y Lángara acabarían el encuentro, tras la pertinente prórroga, con diferentes lesiones que les impedirían jugar el partido de desempate del día siguiente.
La peor parte se la llevaría la estrella española, Ricardo Zamora, que se marcharía de la ciudad italiana con dos costillas rotas tras un encontronazo con un jugador italiano que ni siquiera fue señalizado como falta por el árbitro belga Louis Baert.
En el partido revancha, Bosh, Chacho, Regueiro y Quincoces son los lesionados ante la pasividad arbitral (el suizo René Mercet). Además, anuló sendos goles legales a Regueiro y Quincoces, por inexistentes fuera de juego.
Finalmente, Giuseppe Meazza convirtió, con un gol ilegal (foul de Demaría a Nogués, arquero que sustituía a Zamora), el tanto italiano, pasando los locales de ronda.
Cabe consignar que el referí Mercet, cuando regresó a Suiza, fue expulsado de por vida del arbitraje, tanto por la FIFA como por la federación de su país.
Italia, luego de este partido, venció a Austria con un gol fuera de juego, y jugaría la final con Checoslovaquia.
Para tener una noción de las presiones para que Italia se consagre, vale recordar diálogos como este. Benito Mussolini: "Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito, pero que Dios lo ayude si llega a fracasar". Como contestación, Il Vecchio Maestro (Pozzo) se dirigió a los jugadores con estas palabras: "No me importa cómo, pero hoy deben ganar o destruir al adversario. Si perdemos, todos lo pasaremos muy mal".
La selección checoslovaca se presentaba al campeonato con una escuadra llena de talento, con futbolistas de gran talla entre sus filas como Nejedly, Planicka, "el Zamora del Este" o Svoboda. La Italia de Vittorio Pozzo, el inventor del sistema del "Catenaccio", dispuso un sistema de juego con posición piramidal, un 5-3-2 que los italianos denominaron "El Método".
Ganó Italia 2 a 1. La gran victoria fascista se había alcanzado. Mussolini organizaría una ceremonia para conmemorar la gesta al día siguiente, a la que los jugadores acudieron con uniforme del partido.