A pocos días del 79° aniversario de la muerte de Walter Benjamin, acorralado por el fascismo, un 26 de septiembre, publicamos un fragmento de un artículo de Esther Leslie –estudiosa de su trayectoria y traductora de su obra– recogido del sitio de la editorial británica Verso y originalmente pensado para un simposio dedicado al pensador alemán.
¿Era Walter Benjamin un refugiado o un migrante? ¿Sería hoy considerado como lo uno o lo otro? ¿Es esto lo que significa actualizar, hacer contemporáneo, traer a Walter Benjamin al Ahora? Quizás. Al menos arroja una cierta luz histórica sobre lo político –o al revés, una luz política sobre lo histórico–. Walter Benjamin era un migrante. Comenzó a desanclarse de Alemania en 1927, buscando otros hogares –Moscú, Ibiza, Dinamarca, Italia–. Volvió a trabajar en Alemania, empleado, trabajando en la radio, para periódicos y revistas.
Pero percibió los tiempos cambiantes. Con su precario modo de empleo como escritor independiente, siempre estaba buscando el lugar más barato para existir –comer, dormir– y leer y escribir. Registra en su diario en 1932 que, después de haber gastado todo su dinero, consideró seriamente vivir en una cueva en una isla en el Mediterráneo. Observó que soportaría cualquier privación con tal de no tener que regresar a Berlín. Benjamin fue arrastrado por las fuerzas históricas desde el cómodo hogar burgués de su infancia a la incómoda cueva de los desposeídos. Pero tomó esa decisión de mudarse –para encontrar un algoritmo entre costos de vida y posibilidades de obtener ingresos, un lugar donde uno pudiera obtener un ingreso mínimo y un lugar donde un ingreso mínimo fuera suficiente para sobrevivir– a fin de mejorar su vida, económicamente, mientras hacía lo que lo tentaba, y a veces tenía que ser un escribiente, publicando críticas o programas de radio o retorciendo sus escritos e ideas para adaptarse a los de empleadores varios. Hizo esto tanto tiempo como fue posible. Pero después de 1933, ya no mucho era posible de todas formas. La elección de Hitler fue y no fue un corte. Benjamin lo había visto construirse y sabía que era otra forma de continuar la opresión y la explotación que constituyeron al capitalismo. Incluso la más breve reseña de Benjamin podría abrirse a su comprensión de este hecho. Aquí presenta las continuidades entre la reacción bismarckiana de fines del siglo XIX y el presente:
La barbarie del presente ya estaba germinando en ese período, cuyo concepto de belleza mostraba la misma devoción a las relamidas que el carnívoro muestra hacia su presa. Con la llegada del Nacionalsocialismo se proyecta una luz brillante en la segunda mitad del siglo XIX. Esos años marcaron los primeros intentos de convertir a la pequeño-burguesía en un partido y emplearla con fines políticos precisos. Esto fue hecho por Stoecker, en interés de los grandes terratenientes. El mandato de Hitler vino de un grupo diferente. Sin embargo, su núcleo ideológico siguió siendo el del movimiento de Stoecker cincuenta años antes. En la lucha contra un pueblo internamente colonizado, los judíos, el servil pequeño-burgués se vio a sí mismo como miembro de una casta gobernante y desató sus instintos imperiales. Con el Nacionalsocialismo entró en vigencia un programa que impuso los ideales de la Gründerzeit [“Edad de los fundadores”, N. de T.] –brillando cálidamente a la luz de la conflagración mundial– en la esfera doméstica alemana, especialmente la de las mujeres.
Estas líneas son de la reseña de Benjamin de Panorama, o visiones del siglo XIX, de Dolf Sternberger. Aquí observa cómo una pequeño-burguesía de fines del siglo XIX, bajo la influencia de Adolf Stoecker, el progenitor de las teorías de la conspiración judía que lamentan la influencia del capital judío, “entró en un entrenamiento de los poderes fácticos, uno que ha sido revivido y extendido bajo el Nacionalsocialismo”, y cómo “el estrato de los burgueses medios” abandonaron el poder político, de modo que “estuvo libre el camino para el capitalismo monopolista y, con él, la renovación nacional”.
Esta renovación nacional se produciría sin los judíos o los internacionalistas. Un migrante se va porque el migrante ya no puede vivir, o sobrevivir, o solo puede sobrevivir allí donde está. Un migrante sigue adelante. Benjamin trató de seguir adelante. Siguió adelante. Una y otra vez, buscando lugares para vivir. Pasaba gran parte de su tiempo esperando unos centavos. Esta carta de 1938 a Adorno –quien fue responsable de negociar cualquier posibilidad de una relación financiera exitosa con el Instituto de Investigación Social–, expresa bien el miedo cotidiano al rechazo y al hambre, y la patética lisonja a la que se vio obligado:
Como puedes imaginar, me había estado preocupando durante un tiempo por la demora en la llegada de tu carta, cuando me encontré con un pasaje en Regius justo antes de tener noticias tuyas. Bajo el título “Esperando” dice lo siguiente: “La mayoría de la gente espera una carta todas las mañanas. Que no llegue ninguna carta –o, que si llega, contenga solo un rechazo de algún tipo– generalmente es cierto para aquellos que ya están tristes”. Cuando me encontré con este pasaje, ya me sentí lo suficientemente triste como para tomarlo como anticipo o presentimiento de tu propia carta. Si, en última instancia, hubo algo alentador para mí en la carta (no digo nada sobre la perspectiva inalterada que expresa), es en el hecho de que tus objeciones, por muy firmemente que puedan ser compartidas por otros amigos, no deben interpretarse como un rechazo.
Si hay melancolía y ansiedad en la vida de Benjamin, debe entonces ubicarse aquí, bastante concretamente, en las dificultades de ser publicado y el miedo a la pobreza. Benjamin enumera las razones de su tristeza en esta carta: la situación de los judíos en Alemania, el pronóstico desesperado de la enfermedad de su hermana, su temor a no ser naturalizado en Francia por razones políticas, que lo obligó a adoptar aún otro seudónimo de escritor. Tomó medidas para mitigar estas decepciones y obstrucciones siguiendo adelante, buscando nuevos hogares y nuevas bondades para el migrante, que aceptó cuando pudo invitaciones.
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Pero 1933, la declaración del Tercer Reich, también representó algo más. El migrante es transformado en refugiado. Debido a la imposibilidad de quedarse –incluso si uno quisiera– y permanecer con vida, Benjamin es convertido en refugiado. El 28 de febrero de 1933 escribe a Gershom Scholem:
La poca compostura que la gente de mis círculos pudo reunir ante el nuevo régimen se agotó rápidamente y uno se da cuenta de que el aire es apenas apto para seguir respirando, una condición que, por supuesto, pierde toda importancia cuando uno está siendo estrangulado. Sobre todo económicamente.
La agonía económica que Benjamin conocía desde hace tiempo, dada su incapacidad para asegurarse algo más allá de trabajo precario, continuó –aunque sumado a eso estuvo el temor a la violencia y a la deslegitimación–. El migrante se convierte en refugiado, aunque la experiencia es un poco distinta. Más movimientos. Más países. Más amabilidad, o su ausencia. Más búsqueda. En siete años de exilio en diferentes partes de Europa, él –el copioso escritor y receptor de cartas– tiene 28 cambios de domicilio.
Brecht, al enterarse de su suicidio en la frontera entre España y Francia, escribió un poema, citado a continuación, en el que lo nombró como refugiado –o más bien la palabra equivalente en alemán, Flüchtling, alguien que toma vuelo, que enfatiza en cambio, el acto de moverse sin llegar a un lugar de refugio–. Benjamin fue arrestado hace 75 años [la autora escribió este texto originalmente para ese aniversario, N. del T.], “en vuelo”, y permanece tal vez para siempre en vuelo, un Flüchtling. Como lo expresó Brecht en “El suicidio de un refugiado”:
Me dicen que levantaste la mano contra ti mismo anticipando al verdugo.
Después de ocho años de exilio, observando el ascenso del enemigo.
Finalmente arrastrado hacia una frontera infranqueable,
cruzaste, dicen, una que puede pasarse.
Los Imperios se derrumban. Los jefes de la pandilla
se pavonean como hombres de Estado. El pueblo
ya no puede verse bajo todos esos armamentos.
Así el futuro está en tinieblas y las fuerzas del bien
son débiles. Todo esto era claro para ti
cuando destruiste un cuerpo torturable.
Traducción: Ariane Díaz
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