Genora Johnson Dollinger tenía 23 años cuando decidió fundar la Brigada Auxiliar de Mujeres. Su vida, como la de tantas otras, no era fácil. Nacida en Kalamazoo y criada en Flint, ciudad propiedad de General Motors, se hizo militante del Partido Socialista a los 16 años.
Celeste Murillo @rompe_teclas
Martes 6 de enero de 2015
En Flint, los hombres dejaban la vida en las fábricas, las mujeres en el hogar. Las condiciones de vida eran paupérrimas. Eso animaba los mitines obreros, las reuniones de los wobblies (militantes de la IWW una central sindical, con tradición combativa), socialistas y comunistas. Genora era parte de la generación que vivió la adolescencia en plena Gran Depresión, conocía la miseria de cerca.
Jugó un rol fundamental en la preparación y el desarrollo de la huelga contra la General Motors entre fines de 1936 y comienzos de 1937. Genora no trabajaba en la fábrica, era compañera de Kermit Johnson, el único militante del Partido Socialista que era obrero automotriz en la ciudad. Cuando llegó al sindicato para colaborar con la lucha, la mostraron dónde quedaba la cocina, ella les contestó: “Hay muchos hombres flacuchos que no son capaces de pararse firmes, marchar e ir hacia los piquetes y pueden pelar papas tan bien como nosotras”.
Genora había observado la presión que ejercían las esposas de los obreros en las huelgas. En la víspera de año nuevo, varias de las esposas se habían acercado a los piquetes del sindicato a amenazar a sus esposos con el divorcio si no volvían a sus casas. En Flint, como muchas ciudades obreras, se vivía una situación económica grave. Se multiplicaban los niños con hambre. Las mujeres administraban y organizaban hogares pobres y eran las primeras en resistir cualquier cosa que arriesgara el ingreso aunque fuera magro.
Genora pensó que si no ganaban a las mujeres para la huelga, la victoria sería más difícil: “Si las mujeres son tan efectivas para quebrar la huelga, podrían serlo también para ganarla. Entonces organizamos la brigada auxiliar de mujeres, que fue muy efectiva para comprometerlas en la lucha” (todas las citas en castellano pertenecen al libro Luchadoras. Mujeres que hicieron historia, Ediciones IPS, 2006).
Organizó la Brigada Auxiliar de Mujeres con ese fin. Recorrían las casas, proponían a las esposas sumarse, organizaban discusiones, lecturas, y pusieron en pie una guardería donde podían quedarse hijos e hijas de los trabajadores mientras las mujeres se reúnen y van a los piquetes. Niños y niñas también participaban con sus propios piquetes, tenían reuniones especiales en el sindicato.
A través de la brigada se construyó una gran red de solidaridad entre las mujeres, que logró perforar el aislamiento en el que estaban su¬mergidas en Flint antes de la huelga. Así lo puso en palabras una de las miembros de la brigada: “Ya no éramos más individuos, éramos parte de una organización”.
La Brigada llegó a reunir mil mujeres, y cuando la situación se tensó, se negaron a quedarse pelando papas en la cocina: “Darles a las mujeres el derecho a participar en las discusiones con sus esposos, con otros miembros del sindicato... era un cambio radical”. Se destacó una rama militar, las Red Beret (boinas rojas), que usaban boina y brazaletes rojos, era la Brigada de Emergencia, que participaba de los enfrentamientos. Usaban unos palos confeccionados especialmente para las mujeres.
En una de las batallas con la policía, la Brigada de Emergencia rodeó la planta con un gran piquete. Genora llamó a las mujeres a romper el cordón policial: “Crucen la línea de policías y vengan aquí a defender a sus esposos, sus hermanos... Anochecía y apenas pude ver a una mujer caminando hacia la zona de batalla. Y otras mujeres la siguieron, luego más hombres... Cada vez que hubiera una batalla amenazadora, nosotras haríamos la diferencia”.
Y así fue, una de las grandes lecciones de la huelga de General Motors fue que la participación femenina no se limitaba a las cocinas y las guarderías. Como en la huelga de Minneapolis en 1934, las mujeres eran voceras de la huelga, liberaban a los presos, denunciaban la represión, hacían inteligencia clandestina para el sindicato, convencían a otras mujeres, y muchas veces participan en los enfrentamientos, no en la retaguardia, en la primera línea.
Genora no se limitó a la organización de las mujeres. Su compañero Kermit Johnson, a pesar de no ser el líder formal del sindicato, era un verdadero referente de la base obrera, era el presidente del comité de huelga. A menudo surgieron diferencias entre los socialistas acerca de cómo actuar en la huelga, ya que el partido se había dividido en dos alas. Cuando Genora y Kermit propusieron tomar la planta 4 a los miembros del partido, Walter Reuthers, un reconocido dirigente sindical socialista, se opuso alegando que era demasiado peligroso y convenció a la mayoría que votaran en contra.
Genora no se resignó. Esa misma noche le escribió una carta a Norman Thomas, di¬rigente nacional del Partido Socialista, para que interviniera a favor de su propuesta. Thomas discutió la propuesta con el secretario obrero del parti¬do, Frank Trager, que viajó a Flint. Cuando llegó y vio la enorme militancia de base que había generado la huelga se decidió a apoyar la propuesta de la toma, e intercedió para disuadir al mismo Reuthers y la mayoría de los socialistas. Genora recordó más tarde que Reuthers les advirtió: “Si esto falla, la responsabilidad caerá sobre su cabeza”.
La huelga triunfó, y le siguió una de las oleadas de lucha y organización más importantes de la clase obrera estadounidense. Genora se acercó a las filas del Socialist Worker Party, que venía de triunfar en Minneapolis. Después de la huelga de Flint, Genora entra a las listas negras de activistas sindicales de izquierda. Portadora de la etiqueta “comunista”, debe abandonar la ciudad. Nunca abandonó las banderas de la clase obrera. Su legado es mucho más amplio que esta crónica breve y apresurada.
Dicen que arrancaba vivas y hurras en los auditorios más fríos, que la escuchaban con atención hasta los escépticos, y que era de las pocas personas blancas que podía hablar ante obreros negros y ganarse el aplauso caluroso. Será porque era capaz de encender la revuelta entre las mujeres que recluidas en sus hogares con sus hijos hambrientos. Será porque las mujeres, siempre habían compartido con ellos y los sectores más empobrecidos, ese último escalón de la clase obrera, raído y sucio. Será por esa y otras mil razones que una vocera de ese escalón raído y sucio se transformó en protagonista cuando se levantaron los obreros de la General Motors, y sus compañeras ya no quisieron quedarse en la cocina.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.